
Capítulo 19.
CAPÍTULO 19
—Mañana iremos por ti —le había dicho Victoria a Lottie por teléfono, una vez su falso marido se había marchado—. ¿Ya preparaste todo?
Lottie suspiró, aún no estaba muy convencida de hacerlo, de fingir más de lo que ya había hecho los últimos años. Pero sabía que la que importaba más era la felicidad de Emiliana, que, si no iba, la chica se decepcionaría y eso no era una buena idea. Le había tomado tanto cariño que la consideraba una sobrina, porque, también, incluso veía a Victoria como la hermana mayor que nunca tuvo.
—Sí, ya todo está listo, ¿a qué hora vendrán por mí?
—Por ahí de las diez —le dijo apresurada, realmente le había hablado para decirle la buena nueva y sabía que Lottie estaría más que feliz por ella—. Charlotte, quiero decirte algo.
—¡Ay, por Dios! —Exclamó ella y soltó una risita—. Victoria, siempre dices mi nombre completo cuando hay algo serio, ¿qué pasa?, ¿es sobre mi comportamiento? Bueno, te juro que fingiré que lo conozco de toda la vida y no te haré burla por...
—Oye, no es por eso. —Victoria se rio nerviosa por lo rápido que Lottie hablaba, las conclusiones inequívocas sobre la seriedad que había mostrado al nombrarla para contarle sobre él—. Es por otra cosa, mujer. Siempre te adelantas a los hechos. En realidad, quería...
De nuevo, su mejor amiga la interrumpió.
—¡Dios santísimo! —Victoria tuvo que alejar el teléfono de su oído y cerciorarse de que aún estuviera sola en la habitación para reprenderla, pero Lottie volvió a hablar—. ¿Es sobre él? Victoria, están juntos, ¿cierto? Dime que no estoy equivocada, por favor. Cariño, dime que tengo razón.
Lottie estaba poniéndose ansiosa.
—La tienes. —Victoria se sonrojó al instante y sonrió, Lottie la conocía demasiado—. Lo hablamos, nos declaramos de una manera tan maravillosa, Dios, él es todo un caballero. Me ha hecho mil preguntas, eso sí, pero lo voy a intentar, aunque tienes que saber que aún me persigue el pasado, Lottie. No lo sé, pero quiero intentarlo para que se vaya de mi ser. Lo deseo tanto.
—Cariño. —A Lottie se le hizo un nudo en la garganta y sintió que iba a llorar al escucharla. Bajó la mirada y suspiró antes de hablar. Le daba tristeza todo por lo que Victoria había pasado y que sufría en silencio a diario—. Yo sé que fue duro, pero tienes que superarlo. Quizás sea demasiado horrible como para olvidarlo, así como así, pero no vayas a echarte para atrás, tal vez Harold ayude, pero solo si tú lo dejas. Solo así serás feliz.
—Lo sé y también haré mi parte, Lottie.
—Además, ese hombre es un bombón, ni se te vaya a ocurrir dejarlo —Victoria la reprendió y se rio, aunque tenía razón, Harold sí que era guapísimo, y más que eso, una buena persona—. Bueno, y dime, ¿qué tal es en la cama?
—¡Charlotte Ross! —En seguida cubrió su boca y trató de controlarse—. Yo no...
—Tranquila, te conozco y sé que aún no estás lista para algo así. Dios, ¿diecisiete años y nada de nada? ¡Eres casi una virgen! —Se rio a carcajadas, pero esta vez Victoria no la siguió. Tenía razón, hipotéticamente era una virgen, era tan cobarde que seguro arruinaría un momento como ese.
—Te veo mañana, Charlotte. —Se había sentido mal por su comentario. Era tan predecible que no esperaba otra manera de describirla—. Adiós, te quiero.
Y solo colgó, sin esperar una respuesta. Lottie se quedó boquiabierta, dándose cuenta de que había dicho algo mal.
Victoria se acercó al espejo de la habitación y se observó con detalle. De nuevo se preguntaba qué de bueno había en ella como para que ese hombre la amase, qué de bueno tenía ella que Ariana no, que la prefirió a ella y no a esa chica. La educación, quizás, pero Victoria creía que con la forma de ser de ella no bastaba para que nadie la amase, tenía que haber algo llamativo en su cuerpo, tenía que tener su lado sexy, lado que no conocía ni ella, menos él, así que la hesitación aún no podía quitársela, pero planeaba hacerlo esta noche, su plan ya iba en marcha.
—¡Buena elección, señor! —exclamó la chica de la veterinaria a la que Harold había llegado. Tenía planeado llevarle una mascota a su hija, quería darle todo, quería que ella estuviera feliz—. Es un precioso cachorro. Estoy segura de que su hija lo amará.
—Gracias, eso espero. —Tomó al cachorro en sus brazos y salió del lugar, para por fin enfrentarse a lo siguiente: al padre de Victoria. Iba dispuesto a convencerlo, aunque ya estaba seguro de que el hombre continuaría con su terquedad y no lo acompañaría. Ya sabía que él quería, se le notaba. Ahora entendía menos, Victoria le había dicho que nunca se había enamorado, entonces, ¿qué había pasado? Tenía que preguntarle a la mujer que amaba, solo ella sabía, solo ella lo llevaba dentro y no se lo había contado ni a sus padres, porque era evidente que sabían lo mismo que él; absolutamente nada.
—Buenas tardes —saludó a la madre de su falsa esposa cuando esta le abrió la puerta—. ¿Irá sola, o...?
—Por supuesto que no va a irse sola a ningún condenado lado —se adelantó Víctor, saliendo de mala gana de la casa con su maleta hecha con rapidez, apresurado para no quedarse.
Harold y Francisca aguantaron las ganas de reír. Francisca agradeció al cielo que su esposo se decidiera de último minuto, asegurando él, que solo lo iba a hacer porque no le gustaba la idea que Francisca fuese sola. Qué mentirilla le había dicho a su esposa, pues por supuesto que quería e iba a volver a ver a su hija y conocer a su nieta, él lo deseaba. El pasado, aunque le doliera, era pasado y tenía que enfrentarse a los hechos que se dieron hace tiempo. Además, él quería hablar con Victoria, planeaba escucharla, para entenderla. Sabía que se enfurecería cuando ella soltase las palabras de «Me enamoré de él» o «Lo hice por amor» refiriéndose a lo que tuvo con Harold y cómo concibieron a Emiliana, pensaba, claro que, sin detalles impropios, pero debía tener cordura y tratar de entenderla.
Qué ingenuidad, de todos en particular, pues Victoria escondía algo que no iba ni cerca de ser una historia de amor fallida. No, no y no, algo mucho peor que eso.
—Si te inscribes en esta especialidad, quedarás en mi curso —le decía Jacob a Emiliana cuando juntos miraban los folletos, de nuevo, sentados a lado del cubículo del pequeño Hunter—. Tal vez no te guste tanto, siempre puedes cambiar de opinión una vez que estés ahí.
—La verdad es que sí me encantaría. —Le sonrió y volvió a mirar el folleto cuando sintió que sus mejillas se acaloraban—. Bueno, sería genial estudiar algo acorde al campo, digo, porque ahora viviré aquí. Además, papá y tú podrían enseñarme un poco más, así sacaré buenas notas.
—¡Emiliana, tu padre está de regreso! —Se escuchó el grito de Victoria quien había visto desde lejos cómo entraba el auto por el portón—. ¡Es hora de almorzar!
—Debo ir. —Se levantó de donde estaba y sacudió sus jeans—. Te veo luego, Jacob.
Jacob no alcanzó a despedirse, Emiliana había corrido entusiasmada hacia su madre, ya quería ver a su padre, pues este le había asegurado, tal como a Victoria, sobre la sorpresa que tenía preparada para ambas.
Juntas entraron a la casa y Victoria le pidió a Gloria que comenzara a acomodar la mesa. Había ayudado de nuevo a preparar la comida, esta vez con más razones que antes, ahora sí quería sorprender al hombre del cual se sentía enamorada y hacer un platillo especial. Una porción aceptable y jugosa de carne, con una guarnición de verduras y puré de patatas, se había esmerado demasiado y había quedado conforme con el resultado. Eso era parte de su plan: la comida, para lo otro, aún faltaba.
—He regresado —anuncio él, como siempre. Victoria estaba ajustando los últimos detalles en la mesa cuando se giró para verlo con una sonrisa, misma que desapareció al reconocer aquellos rostros tras él, algo viejos, pero sabía que eran ellos.
—¡Un cachorro! —Emiliana corrió hacia su padre y tomó al pequeño animal de entre sus brazos—. Es hermoso, papá.
—Es tuyo, hija —le respondió él encantado de ver la sonrisa de la chica, era muy importante para él y, que la estuviera viendo ahora mismo, era más que un logro.
Victoria aún seguía petrificada. Sus padres estaban allí parados en la misma habitación que ella, después de diecisiete años de no verlos, estaban frente a ella, mirándola, no sabía de qué manera lo hacían; su madre sonreía, pero su padre tenía su típica solemnidad y firmeza de siempre. ¿Estará molesto?
—Hola —saludó Emiliana educadamente, con un asentimiento a las dos personas desconocidas para ella—. Soy Emiliana.
Se embelesó con el pequeño cachorro mientras era ajena al hecho de que la anciana la miraba con detalle.
—Hola, Emiliana. —Francisca estaba conteniendo las lágrimas y cubría su boca, para evitar el tembleque de sus labios y no sollozar, arruinando lo siguiente que diría—. Yo soy Francisca, tu abuela. La madre de tu madre.
Le soltó sin anestesia, con un entusiasmo increíble. Emiliana abrió sus ojos como platos e inmediatamente miró a su madre, Victoria ya tenía sus ojos húmedos, pero aún estaba inmóvil. Harold trató de tranquilizarla con la mirada, pero notó la batalla interna y esperó.
La chiquilla dejó el cachorro en el suelo.
—¿En serio? —Francisca asintió y no tardó en abrazar a su nieta, liberando por fin su mar de llanto. Emiliana sintió la mayor emoción de todas y también lo hizo—. Oh, no sabes las ganas que tenía de conocerte, de conocerlos.
En cambio, Víctor se acercó un par de pasos a su hija, ella temblaba en el mismo lugar, ¿era miedo lo que miraba en sus ojos? Pensó el hombre mayor y se sintió un monstruo. A pesar de dudar el acercarse, sabía que, tarde o temprano, iba a hacerlo, así que continuó hasta llegar frente a ella.
—Victoria —mencionó con voz ahogada, tratando de controlar sus emociones repentinamente revueltas.
—Papá. —Victoria cerró los ojos sintiéndose mareada, era demasiado para ella el momento. Llevó una de sus manos hacia su cabeza y suspiró, para finalmente caer a media sala desmayada por la impresión.
No era de esperarse otra reacción, la última vez que se vieron había sido tan intensa que lo que estaba pasando era más que increíble.
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