Capítulo 42
—¡SUELTÁLA!
Elisa se estremeció al escuchar la voz de Aarón. Sabía que había llevado todo demasiado lejos. Pero al escuchar aquello de la boca de Serena y ver que Aarón no la desmintió, sintió que las entrañas se le encogían y no pudo permanecer por más tiempo ahí.
Mateo soltó a Elisa y lo confrontó.
—¿Qué es lo que le hiciste?
—Aléjate de ella... —lo miró desafiante.
—¡Contéstame!
—Por favor... —les dijo ella— No vayan a pelear...
Los oficiales también se bajaron del auto y se acercaron lentamente a la escena.
—Elisa, mi amor... —Aarón la miró suplicante—. Déjame explicarte...
Mateo frunció el ceño intentando comprender lo que estaba pasado.
—No quería provocar todo esto... solo necesitaba estar sola y pensar...
Aarón se acercó y Mateo se puso en alerta, pero Elisa no le impidió llegar.
—Por favor... —dijo al borde del llanto—, perdóname...
—No —negó sin mirarlo—. Yo no tengo nada que perdonarte... —sorbió la nariz —. Tú perdóname a mí por...
Aarón se acercó más y la tomó del rostro.
—No mi amor... No... —la abrazó llevándola a su pecho—. Solo te pido que no vuelvas a dejarme...
Mateo intercambió miradas con los oficiales. Uno de ellos carraspeó y volvieron a su auto para irse.
—Vaya que me dieron un susto... —dijo el castaño tocándose la cabeza—. Entonces ¿todo bien?
Aarón lo miró y sonrió.
—Todo bien. Gracias hermano... —le extendió la mano y Mateo la estrechó—. Perdóname por lo de antes, estaba...
—No te preocupes... —unió sus labios en una línea—. Bueno, en vista de que todo está bien, me voy... —fue a su auto y se marchó.
Aarón miró a su prometida y ella seguía con el rostro hacía abajo. No quería mirarlo. Tenía tanta vergüenza.
—Hermosa... —tomó su barbilla y la volvió hacia él—. Todo está bien, ¿sí?
—Es que me da tanta pena... Actué como una...
La besó.
—Nada va a cambiar lo que siento por ti... —sonrió—. Te amo, Elisa... —volvió a besarla.
Y ese día acordaron nunca volver a huir ante los problemas.
El tan esperado día había llegado. El templo estaba hermosamente decorado con flores naturales y hacia el altar una bella alfombra hecha de pétalos blancos.
Aarón esperaba ansioso a la llegada de la novia. De cuando en cuando miraba su reloj percatándose de que tenía un retraso considerable.
—Tranquilo... —se acercó Mateo—. Creo que siempre pasa.
—Estoy tranquilo... —sonrió tratando de disimular su nerviosismo.
—¡LA NOVIA! —gritaron.
Todos se volvieron hacia la entrada del templo y Elisa apareció tomada de la mano de Isaac. Aarón se quedó boquiabierto. Era la novia más hermosa que había visto en su vida.
Conforme iban acercándose, los demás a aplaudían y lanzaban gritos de alegría.
Por fin llegaron al altar e Isaac le entregó a Aarón la mano de su hermana. Cuando él la iba a tomar, el pequeño volvió a quitársela, provocando que todos se rieran.
—Estoy aquí representando a mi padre —dijo el pequeño—. Créeme, él no querría que la lastimaras. Y yo tampoco... —le advirtió con el dedito.
Todos volvieron a reír.
—Tienes que cuidarla y dejarla que nos visite. No la hagas trabajar demasiado porque se cansa.
Más risas se escucharon. Melissa se acercó para grabar de cerca el momento.
—A veces se enoja, pero se le pasa rápido... —sus ojitos se llenaron de lágrimas—. Nada que un buen chocolate no pueda solucionar... —sollozó.
—Te prometo que la trataré como la princesa que es... —tomó por fin la mano de su amada y la miro a los ojos sonriendo.
El ministro comenzó la ceremonia y cuando llegó el momento de decir los votos, cada quien sacó una hoja en donde habían escrito los propios.
—Prometo delante de Dios... —comenzó Elisa— y de todos estos testigos... que seré una esposa amable y bondadosa... que se esforzará por transformar cada momento en uno inolvidable... —su voz comenzó a quebrarse—. Te amaré y respetaré como el hombre que he elegido para cuidar mi corazón... Todos los días de mi vida voy a honrarte y cuidarte, sin importar la situación en la que nos encontremos... —lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas—. Y si al Señor le place hacernos padres, seré la madre más cariñosa y paciente... —sorbió la nariz y lo miró sonriendo—. Te amo para siempre, mi amor...
Aarón apretó la mano de Elisa y sosteniendo la hoja temblorosa, carraspeó antes de hablar:
—Eres la respuesta al clamor que, sin saber mi alma levantaba... Jamás podré agradecerle a Dios lo suficiente por traerte a mí, sin merecerlo... —relamió sus labios y tragó—. Prometo delante de Dios y de cada testigo, que voy a cuidarte y protegerte en contra de cualquier adversidad... Y que cada día intentaré sacarte una sonrisa... —sonrió— Me esforzaré por ser el hombre que Dios quiere que sea y te amaré hasta mi último suspiro.... —se inclinó y la besó, sellando así sus palabras.
El ministro sonrió pues ni siquiera le había dado tiempo de declararlos esposos.
—Con la facultad que nuestro padre Dios me concede... los declaro marido y mujer.
El lugar se inundó de aplausos, chiflidos y gritos.
Elisa aprovechó que su amado estaba distraído y le robó un beso.
—¡Oye! Ven acá... —la beso de nuevo.
Salieron del templo en medio de una gran algarabía y los jóvenes los sorprendieron lanzando burbujas de jabón y una lluvia de confeti.
La recepción fue en el Biella's como un regalo por parte de Mateo y sus padres.
Aunque por un lado el corazón de Aarón estaba triste por la ausencia de su madre, por otro estaba feliz, porque su abuela y hermana estaban ahí.
Llegó el momento de lanzar el ramo de la novia y la corbata del novio.
Elisa se paró sobre una silla con la ayuda de su amado. Cerró los ojos y en el momento menos pensado, lanzó el ramo. Las chicas se amotinaron para poder atraparlo.
—¡¡Aaahhhh!! —gritó Elisa de emoción, al ver a su amiga con el ramo en las manos.
Karla tenía cara de estupefacción, pues ni siquiera había pasado a por él y había caído justo en su regazo.
Llegó el turno de Aarón. Ayudó a su esposa a bajar y se paró sobre la misma silla. Cerró los ojos y después de hacer varias fintas, lanzó la corbata.
Misteriosamente, fue Ramsés quien logró atraparla. Todos hicieron gran alboroto pues sabían perfectamente que, entre él y Karla algo se estaba dando.
—¿ Y si nos escapamos...? —Aarón susurró al oído de su esposa.
—Todavía no termina la fiesta... —le respondió también susurrando.
—Pero ya me quiero ir... —la abrazó por la cintura y beso su hombro.
Elisa sintió unas extrañas cosquillitas y también muchos nervios. Sabía lo que significaba irse de la fiesta y aunque amaba a su esposo, no creía estar lista para lo que seguía.
Aarón la tomó de la mano y la hizo levantarse. Juntos se escurrieron entre la multitud y llegaron hasta el auto.
—¿Estás loco? —le dijo todavía jadeando.
—Sí, pero por ti... —la besó. Le abrió la puerta y la ayudó a entrar. Luego entró él también y puso en marcha el auto.
—¿A dónde vamos?
—Tranquila, mi amor... Todo está bajo control.
Aarón tomó la carretera principal y condujo fuera de la ciudad. Mientras lo hacía, no dejaba de besar la mano de su amada y decirle cosas románticas.
Llegaron a una hacienda y aparcaron. Elisa estaba impactada por la belleza del paisaje y de la enorme construcción que, se erguía hermosa en medio de aquel ambiente natural.
Entraron al edificio y el corazón de la pelirroja comenzó a latir a mil por hora. Cuando llegaron a la habitación, quedó impresionada con la enorme cama adornada con pétalos de rosas y el riquísimo olor que inundaba el ambiente.
Sin aviso Aarón la tomó en los brazos y por la gracia de Dios, antes de perder el equilibrio, la llevó a la cama.
—Te amo, mi amor... —su voz se tornó más grave y comenzó a besarla lentamente.
Elisa estaba que se moría de miedo y Aarón lo notó.
—¿Estás bien? —paró de besarla y la miró a los ojos.
Ella tragó y negó con la cabeza. De inmediato él se apartó.
—¿Te sientes mal? —dijo preocupado.
—Es que... —volvió a tragar—. Yo nunca...
Y supo a lo que se refería. Le sonrió con dulzura y la ayudó a sentarse.
—Entiendo... —le acarició el rostro y la besó en la mejilla—. ¿Qué te parece si oramos?
—Sí...
Y él oró así:
—Amado Padre... te doy gracias porque nos permites llegar a este momento... Te pido en el nombre de tu hijo amado Jesucristo, que nos ayudes a disfrutar del hermoso regalo que, preparaste para nosotros... —besó las manos de su esposa—. Enséñanos a amarnos y honrarnos también de esta manera... Amén.
Abrió los ojos y se dio cuenta de que, Elisa lo miraba sonriendo. Todo el miedo que sentía se había ido. Se abalanzó sobre su amado y comenzó a besarlo.
Aquella noche de otoño fue la más hermosa para ellos. Se entregaron uno al otro sin miedo, sin vergüenza y con la pureza más sublime que jamás habían experimentado.
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