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Capítulo 26



Elisa lo contempló y se llenó de misericordia. Podía ver a través de sus ojos la angustia y la desesperación, la impotencia, el miedo...

—Fue un placer... —se volvió a sentar y continuó comiendo sus churros, mientras miraba a la pareja de antes alejarse tomados de la mano—. Supe que en unos días es el cumpleaños de tu abuela... —esperó a que él dijera algo, pero no lo hizo—. ¿Piensas ir?

Aarón masticó el último pedazo de churro y cerró los ojos, pero no respondió.

—Deberías ir. No todos los días se cumplen 90 años...

—Fingiré que no escuché eso.

Sabía que él se negaría.

—Si yo fuera tu abuela, me sentiría muy feliz de que mi único nieto varón...

—Está bien. Pero vendrás conmigo.

—¿Qué? —no esperaba eso—. ¿Qué voy a hacer yo en medio de esa fiesta?

—Bueno —relamió sus labios—, entonces no iré...

—¿Me estás chantajeando?

—Tómalo como quieras.

—Aarón, ¿qué sentido tiene que yo esté ahí? Seguramente los demás se sentirían incómodos por mi presencia...

—¡Bingo! Ahora sabes cómo me siento...

Jamás se había perdido una fiesta de su abuela, era una tradición familiar. Pero ahora las cosas eran distintas. Conocía la lengua viperina de sus tías y estaba seguro de que tendrían muchas cosas que decir; más ahora que la asociación lo estaba presionando para que asumiera el cargo. Y la sorpresa sería todavía más grande, pues todos sabían que no podía caminar, pero nadie, que había perdido la vista.

—Voy a llamar a Nelson.

—¿Cómo la pasaron?

—Muy bien. Fue un buen paseo.

—Estoy impactada de cómo ha cambiado... —suspiró—. Debes recordar la primera vez que nos vimos, me sentía al borde... ya no sabía que más hacer. Pero llegaste —sonrió— y todo cambió.

—Bianca, va a hacer que me sonroje. En realidad, no hice tanto...

—Eres una gran chica, Elisa.

La joven sonrío y apoyó su mano en el hombro de la anciana.

—Y usted una gran mujer. No tiene idea de todo lo que he aprendido tan solo de mirarla.

Los ojos de Bianca comenzaron a cristalizarse.

—Dios le recompensará tanto amor y cuidados.

El día estaba por terminar y Elisa subió las escaleras por última vez para recoger los platos de la cena y ayudar a Aarón a ir a la cama. Entró a la habitación y se topó con una escena conocida: Aarón sentado frente al enorme ventanal. Solo que esta vez el ventanal estaba abierto y el viento movía sus cabellos.

Aunque ya estaba acostumbrada a verlo así, un sentimiento de compasión la embargó. Sintió unas ganas desesperadas de ayudarlo, de compartirle lo que ella tenía para salir adelante aún en medio de las situaciones más difíciles, su fe.

Recordó que cuando Jesús estuvo en la tierra, su mensaje más que palabras fueron acciones. Así que se propuso que, de ahí en adelante, se esforzaría más por regalarle a Aarón las mejores acciones que le hablaran del gran amor de Dios hacia él.

—Disculpa que interrumpa tu momento de meditación —dijo acercándose para cerrar el ventanal—. Pero ya debes ir a la cama.

Aarón no dijo nada, ni una palabra. Pero aquel no era un silencio cualquiera, se podía percibir la tristeza en el aire. Quiso preguntarle qué le pasaba, pero decidió ser prudente. Todos a veces necesitamos esa privacidad en la que nadie diga nada y se respete el silencio.

Condujo al joven hacia la cama y lo ayudó a recostarse, luego lo cubrió con el edredón.

—Buenas noches Aarón, que descanses...

Esa noche antes de dormir, Elisa leyó una porción de su libro favorito:

::-::Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad::-:: 1ra Juan 3:18

—Y amar siempre conlleva sacrificio... Ayúdame Señor, a amar como tú amas. Sin prejuicios, en verdad... —se recostó en la cama—. Amado Padre, ayuda a Aarón... Socórrelo en medio de su desierto —y cerrando los ojos, se durmió.



Ya era miércoles y debido a que la profesora de la última clase no había asistido, Elisa pudo salir antes de la universidad.

Subió al auto de su madre y condujo hacia su trabajo pensando en desocuparse más temprano, llegar a su casa y descansar.

Aparcó, bajo del auto y se dio cuenta de que tenía una agujeta desatada; después de atársela caminó hacia la gran casa y cuando estaba cerca de la puerta, miró el sendero que llevaba al jardín trasero y tuvo una idea...

Todo estaba hermosamente iluminado por los rayos del sol, dejando al descubierto los vivos colores que inundaban aquel lugar. Elisa se quitó los zapatos y camino por el césped admirando cada ejemplar de las bellas flores que adornaban a lo largo y ancho. Llegó a lo que le pareció un lugar confortable y se recostó mirando hacia el cielo. Sacó el celular de su bolsillo y entrando a su playlist, se relajó escuchando Silence, una hermosa pieza de Beethoven.

Luego de un rato, en medio de su confort escuchó un ruido entre los arbustos que se encontraban cerca de ahí, pero decidió ignorarlo pensando que solo había sido el viento. Unos segundos después volvió a escucharlo, pero esta vez acompañado de un maullido.

Se volvió y observó como un hermoso gato con el pelaje de leopardo luchaba por atrapar algo. Sonrió ante los graciosos movimientos del animal y decidió acercarse, pero el gato al percatarse de su presencia, corrió.

—Ven aquí, hermoso gatito... —fue tras de él—. Ven... —pero el gato seguía alejándose. —¡Puf! Que gato tan arisco —y al decirlo eso se acordó de Aarón, debía regresar a trabajar.

Se sacudió la ropa y el cabello, se puso los zapatos y entró a la casa.

Subió las escaleras feliz y relajada, hasta tarareo la pieza musical que había estado escuchando al mismo tiempo que golpeteaba con los dedos el barandal, al ritmo de la melodía.

Conforme se fue acercando a la habitación de Aarón, escuchó lo que le parecieron unos gritos, que cada vez se hacían más fuertes. Se apuró a llegar, abrió la puerta y entró.

La señora Estela se encontraba en la habitación discutiendo con su hijo.

—Pues ya invité a Ashley y a sus padres a la fiesta de tu abuela. ¡No puedes hacernos pasar semejante vergüenza!

—¡Yo no te pedí que lo hicieras!

—¡Entra en razón, por favor! A demás, ella ya sabe lo que te pasa y está de acuerdo con eso.

Ashley era la hija de uno de los inversionistas mayoritarios de la asociación, la hija con la que Estela lo quería casar.

—Brianna, dile algo. Dile a tu hermano como es que tu matrimonio ha funcionado a pesar de que también fue arreglado.

Elisa estaba atónita escuchando todo desde la estancia.

Brianna suspiró con fastidio y se puso de pie.

—Si lo que quieres es dinero, cásate. Pero si lo que anhelas es felicidad, no lo hagas... —y se fue de ahí.

Cuando Brianna pasó por la estancia miró a Elisa y se detuvo por unos segundos, luego retomó su camino y salió de la habitación.

La pelirroja calculó que Briana se hubiese alejado y también se fue de ahí. Esperaría hasta que la señora Estela saliera y entonces volvería a hacer su trabajo. Por mientras, decidió ir a la cocina y tomar un té, que bien le hacía falta.

Bajó las escaleras con cautela y cuando llegó al final de esta, se encontró con Karla.

*******

—¿Por qué le estás poniendo tanto kiwi a la ensalada? —le pregunto Lía a Serena.

—A la señorita Briana le encanta esta fruta. Cuando vivía aquí siempre pedía una ración extra de kiwi.

—Ah... —siguió cortando la fruta—. No puedo creer que esté bajo el mismo techo que una diseñadora de moda. ¿Ya viste sus zapatos?, y ese hermoso collar... ¡uf! ¿Puedo llevarle la ensalada? Me muero por conocer su habitación... —Serena asintió—. Oye, por cierto... ¿Te diste cuenta de que ayer Aarón salió con la mosquita?

—¿En serio? No —dijo con indiferencia—. Pues desde el dichoso trato, los he visto muy unidos —levantó las cejas—. Pensé que el joven le haría la vida imposible, pero por lo visto...

—Lía, ¿podrías dejar de hablar de eso?

—¿A poco no te intriga? —entrecerró los ojos—. Y si... ¿¡el joven se enamoró de ella!?

Serena dio un fuerte golpe en la mesa.

—¡Cállate, Lía!

Lía la miró con arrepentimiento y se quedó callada.

Pero Serena se tomó aquel comentario muy apecho y decidió averiguar qué era lo que pasaba entre esos dos.

*******

Cuando la Rubia la miró se dio media vuelta y se fue. Pero Elisa la siguió y la alcanzó. Se interpuso en su camino.

—Déjame pasar, Elisa.

—No. hasta que me digas qué es lo que pasa.

Karla suspiró rodando los ojos.

—Tienes días evitándome. ¿Te hice algo?, ¿dije algo que te ofendiera?

La rubia negó con la cabeza.

—¿Entonces? —frunció el ceño y se puso las manos en la cintura—. Karla... —se acercó y quiso tocarla, pero ella la esquivó—. No sé qué te pasa, pero puedes decirme lo que quieras, somos amigas...

La chica negó con la cabeza y sus ojos comenzaron a cristalizarse. Entonces Elisa se acercó para abrazarla y la rubia la empujó.

—¡No me toques, Elisa! No me toques...

—Pero... —dijo consternada por la actitud de la chica— ¿Por qué...?

Karla sorbió la nariz, la miró y luego al piso.

—¿Que es lo que...

—Soy lesbiana.

Elisa contuvo la respiración.

*******

Ya no resistía toda la presión sobre él. No podía creer que a su madre le importara más el dinero que la felicidad de su propio hijo.

También los recuerdos comenzaron a atormentarlo. La culpabilidad de tantos errores lo carcomía, al igual que la impotencia y amargura por su condición.

No aguantando más se empinó la botella de licor hasta el fondo y luego la tiró. Fue hacia al ventanal, lo abrió y salió al balcón. Se tomó del barandal y como pudo se puso de pie. El dolor pronto acabaría.

*******

Mientras Elisa seguía en shock, Karla salió corriendo.

Ahora lo entendía todo. Aquel día en su recamara, la indescifrable mirada de Karla y su repentina huida, las veces que la había evitado... Apretó los ojos pidiendo a Dios sabiduría, luego corrió tras ella, esta vez no la dejaría escapar.

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