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Capítulo 14

La alarma sonó y abrió los ojos con pesadez, pues los tenía hinchados de tanto llorar. Sin mucho ánimo se sentó en la orilla de la cama, bajó el rostro y se fijó que todavía llevaba la ropa de ayer; ni siquiera se había dado cuenta cuando se quedó dormida.

Se puso de pie y fue a ducharse. Una vez bañada y cambiada, secó su cabello y se lo recogió en una dona; lavó sus dientes y se colocó los anteojos. Ahí frente al espejo, suspiró.

—Dios, ayúdame a cumplir el propósito por el cual estoy aquí... —salió del baño, tomó su bolso y se dirigió a la cocina.

Iba tan concentrada en sus pensamientos, que no se dio cuenta que Karla venía en su dirección.

—Buenos días, Elisa.

—Buenos días Karla, ¿cómo amaneciste?

—No dormí nada, me duele todo... —se sobó el cuello—, y por lo visto tú tampoco, traes una cara...

—Sí... —unió sus labios en una línea—, tampoco me siento bien... Pero cuando me pasa esto me tomó un té relajante. Vamos yo te lo preparo.

—¿¡Estás loca!? —se detuvo—. Querrás que me quede dormida y me encuentren con la cabeza metida en la cubeta del trapeador, o yo qué sé... algo peor.

Elisa se rió tan solo de imaginárselo.

—La verdad es que, anoche me escapé... —dijo susurrando—, me fui por ahí a pasar un buen rato. Pero no creo que tú hayas hecho lo mismo... —sonrió pícara—. O ¿sí?

—¡Menos plática y más acción! —les dijo Lía, que iba pasando junto a ellas—. No les pagan por pararse a platicar...

—Y a ti no te pagan por...

Elisa le tocó el brazo a Karla indicándole a la que se calmara.

—Gracias por preocuparte, Lía —dijo la pelirroja—. justo íbamos a desayunar para luego ponernos a trabajar —le sonrió amablemente.

La chica las miró de arriba abajo con un gesto de disgusto, luego se dio la vuelta y siguió su camino.

—¿Por qué no me dejaste contestarle, Elisa?

—Sabes que solo lo hace para molestar, no vale la pena...

—Tienes razón... —comenzaron a caminar—. Pero no lo puedo evitar, ¡es tan arrogante! Ella y Serena se creen la gran cosa. No entiendo cómo le haces para no querer golpearlas.

—Créeme, si por mí fuera ya las tuviera en el piso retorciéndoles los brazos.

Karla se rió.

—¿De verdad? No pareces del tipo que haría algo así...

—No, pero sí soy capaz... —sonrió—. Gracias a Dios que me ayuda a controlarme —suspiró—. O ¿cómo crees que me animé a cuidar al joven Aarón?

—Eso que ni que... Después de Bianca, tú eres la única que en mucho tiempo ha podido acercase a él... ¡Pues dile a tu Dios que me ayude! porque cada vez que veo a ese par me dan ganas de ahorcarlas —simuló que ahorcaba a alguien con las manos.

Ambas rieron.


Después de tomar un té con un rico emparedado, Elisa puso el desayuno de Aarón en una charola y despidiéndose de su amiga salió de la cocina.

Al ir subiendo las escaleras se acordó de los chistosos gestos que la rubia y no pudo evitar sonreír. Sin duda su amistad amenizaba un poco la estancia en la mansión. Luego reparó en el hecho de que Karla le había dicho que se escapó, eso no estaba bien, así que ya hablaría con ella.

Entró a la habitación con una sonrisa y la mejor actitud. Caminó por la enorme estancia y al doblar a la otra pieza se dio cuenta de que Aarón ya se había levantado, lo buscó con la mirada y ahí estaba, sentado en la silla de ruedas frente al enorme ventanal, al parecer, aquel era uno de sus hábitos.

—Así que no te fuiste... —dijo con un dejo de burla al percatarse de que la chica estaba ahí.

Elisa se mordió el labio para no responderle. No se iba a dejar vencer.

—Buenos días joven, le traje el desayuno... —colocó la charola sobre la mesita, luego fue por Aarón y lo acercó, se sentó junto a él y comenzó a darle la comida.

Todo el tiempo Elisa estuvo callada, en parte meditando en lo que había pasado con Mateo y también en cómo haría para conseguir que su paciente accediera a tener la primera terapia.

Luego de terminar el desayuno, la joven fue a la gaveta, tomó su bitácora junto con el medicamento, lleno un vaso con agua y volvió donde Aarón.

—Tome... —le puso las pastillas en la mano.

Aarón se tomó las pastillas sin resistencia y ella respiró aliviada. Le pareció raro que el joven estuviera tan calmo, sin siquiera respingar para nada y le dio gracias a Dios, porque la verdad, no estaba en condiciones de soportar sus berrinches.

Empuñó el bolígrafo sobre la bitácora y apenas había escrito la fecha cuando su celular comenzó a sonar, le dio un ligero vistazo a su paciente y sacó el aparato del bolso de su blusa. "Mateo" fue lo que leyó en la pantalla. El corazón comenzó a latirle rápidamente, ¿por qué la llamaba después de todo lo que había pasado?, decidió ignorarlo y volvió a meter el celular a su bolso, pero este siguió sonando una y otra vez.

Justo anoche se había enterado de la pena que aquejaba el alma del castaño y también anoche había decidido romper lazos totales con él; pero a pesar de todo se sentía preocupada, no dejaba de pensar en qué es en lo podría estar metido. Temía que hubiese cometido una locura, tal vez por eso la llamaba... ¿debía responder?

—¿A caso tu novio no entiende qué estás trabajando?

Elisa frunció el ceño, pero decidió tranquilizarse.

—No sé de qué habla... —evadió con naturalidad.

—Ah ¿no? Apenas pude dormir por los gritos... —se tocó la cien fingiendo que le dolía.

Elisa abrió grande los ojos, no imaginó que Aarón hubiese escuchado su discusión con Mateo y sintió vergüenza. Un pero muy incómodo silencio se instaló en la habitación.

Aquella noche como muchas, Aarón abrió el ventanal y salió al balcón en medio de la oscuridad para que nadie lo notara, cuando se percató de que un auto aparcó. Al principio escuchó leves murmullos, pero muy pronto oyó gritos y entre ellos la voz de la pelirroja, luego todo lo demás.

De cierta manera, enterarse de que ella también había perdido a su padre hizo que sintiera algo de empatía. La demás conversación lo había hecho pensar acerca de qué tipo de persona era ella, al parecer una religiosa y por eso tenía una relación fallida con... esa voz, esa voz... él conocía esa voz. Ya había oído la voz de Mateo antes, solo que no recordaba en dónde, ni quien era exactamente.

Así que, por alguna extraña razón ese día no tenía ganas de hacer pasar a su enfermera por un mal rato y como sabía que no podía evitar su propio carácter paupérrimo, decidió hablar lo menos posible. Pero al escuchar el celular sonar y que ella no respondiera, dedujo que era él y le molestó.

¿Le molestó? ¿por qué le molestaba? ¡Ja! aparte de su madre, nunca antes ni después sintió molestia por qué lastimaran a una mujer, de hecho, de todos los canallas él podía ser el primero. Ni siquiera estaba seguro de que ese (Mateo) en realidad hubiese lastimado a Elisa, pero al recordarla llorar algo se le estrujó en el interior.

«El golpe en la cabeza me afectó más de lo que imaginé» pensó.

Elisa Miró su reloj de mano y carraspeó antes de hablar.

—Creo que debería tomar un baño... —se le borró la cinta, no supo que más decir; hasta olvidó que el joven acababa de desayunar y no era recomendable tomar un baño inmediatamente.

Él sí lo recordó, pero le siguió el hilo.

—Claro, el momento que estabas esperando... —sonrió pícaro—. ¿Quieres ayudarme?

Por un momento Elisa se asustó, pero luego cayó en cuenta de que ella era su enfermera, lógicamente tendría que ayudarle tanto a bañarse como a cambiarse.

—Seguro, para eso estoy aquí.

—Bien... —tragó saliva. No esperaba esa respuesta, más disimuló su desconcierto—. La ropa está en la cómoda junto a mi cama.

Guardó el celular en su bolso de mano para que no se mojara, luego tomó la ropa de la cómoda y llevó a Aarón al baño. Miró que había una silla ortopédica en el área de la ducha, una esponja con mango largo y una regadera de mano; todo lo demás para la limpieza estaba sobre un estante que colgaba de la regadera fija.

Acercó al joven al área de la ducha y miró alrededor del amplio baño buscando la andadera, fue por ella y la puso frente a él.

—Apóyese en la andadera. Le ayudaré a desvestirse.

Aarón guardó silencio, la cosa estaba poniéndose seria. Aún esperaba que ella se retractara.

Elisa tomó la regadera manual y la abrió.

—¿Cómo prefiere el agua?, ¿tibia, fría o caliente?

—Tibia está bien —respondió con falsa seguridad. ¿De verdad no se daría por vencida?

—Muy bien...—reguló el agua y dejó la regadera sobre la silla ortopédica.

Desequilibrado al principio, logró ponerse de pie. Temblaba un poco, pero no era de miedo, es que sus piernas ya no estaban acostumbradas a soportarlo.

Elisa lo miró de pie y entendió que la hora había llegado. Respiró profundo y se acercó a él.

En cuanto sintió que las manos de Elisa tocaron el borde de su pantalón, se estremeció y rápido se sentó.

—Estás loca si piensas que te dejaré hacerlo —resopló indignado.

Ella se sorprendió, pero después se dio cuenta de lo inseguro y avergonzado que Aarón estaba y le causó gracia; se rió por lo bajo.

Pero él logró escucharla.

—¿Por qué te ríes? —dijo enojado.

—No... —se aclaró la garganta—. No me rio... Bueno, entonces estaré afuera, cualquier cosa puede llamarme... —volvió a reír en silencio.

«Eres tan orgulloso, Aarón Clark» Pensó mientras caminaba hacia la puerta.

—Cierra bien y habla fuerte cuando estés afuera. Quiero comprobar que hayas salido...

—¿De verdad quiere que haga eso?

—¡Claro! Seguro eres una pervertida y planeas quedarte solo para verme.

Elisa no soportó más y rompió en carcajadas.

«Con que te ríes ¿eh?» sabiendo que se encontraba lo suficientemente cerca de la ducha, extendió el brazo y tomó la regadera manual, la movió calculando la dirección de Elisa y apretó el gatillo.

La joven lanzó fuerte un grito cuando el agua la alcanzó. Ahora fue él quien estalló en carcajadas.

—¡Eres un malvado! —sacudió las manos y se limpió el rostro con ellas.

—¿Ahora me tuteas? —apenas dejó de reír y volvió a sumirse en carcajadas.

Molesta fue al toallero, tomó una y comenzó a secarse, mientras tanto las carcajadas del maleante seguían escuchándose. Unió sus dientes todavía más enojada y soltó un "desgraciado" por lo bajo, luego se volvió hacia él y algo pasó... lo contempló mientras se reía. Parecía tan feliz, su sonrisa era tan sincera, tal como un niño que disfruta de la travesura que acaba de cometer (que después de todo lo era), como el vapor, cualquier atisbo de enojo se esfumó, hasta se sorprendió así misma también sonriendo.

—Estaré afuera, cualquier cosa solo llámame.

—No olvides gritar, para saber que saliste...

Con una ligera sonrisa salió del baño, cerró la puerta tras de sí, luego levantó la mirada y quedó pasmada.

—Bi... B-Bianca...

El ama de llaves la miraba estupefacta.


Notita: Hola! Espero que sigas disfrutando....

Nos vemos en el próximo capítulo :)

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