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Capítulo 11

Cuando quiso reaccionar él ya estaba lo suficientemente cerca, tanto, que sus alientos comenzaron a entremezclarse y lo único que atinó a hacer fue apretar los ojos con todas sus fuerzas. Mateo entreabrió los labios y cuando estaba a punto de besarla, se detuvo.

—Lo siento... —se apartó.

Elisa abrió los ojos y lo miró perpleja y avergonzada.

—Prefiero tener un beso tuyo cuando lo merezca...

Unos fuertes golpes en la ventana del lado de Mateo los sorprendieron. Era Melissa.

—¡Suéltala, infeliz! —seguía golpeando sumamente molesta.

Mateo bajó un poquito el vidrio.

—¡Oye! Deja de golpear mi auto.

—¡Deja salir a mi amiga!

—No la estoy deteniendo —alzó la mano sana.

—Es mejor que me vaya... —se apresuró a bajar.

La contempló mientras se alejaba con la parlanchina de Melissa tras ella. No pudo evitar sonreír. Ahora más que nunca estaba convencido de sus sentimientos y esta vez, no la dejaría ir.


—¿Te hizo algo?, ¿qué hacías con él?, ¿por qué su brazo está así?, ¿te besó?

—¡Meli! por lo menos respira...

—¿¡Sabes lo preocupaba que estaba!?

—No me hizo nada. Lo acompañé al hospital a sacarse unas radiografías, se lastimó la mano y no puede manejar.

—¿Y por qué tú? —entrecerró los ojos.

—¡Porque yo estaba cerca y lo auxilié! —ya estaba molesta de tantas interrogantes.

—Ahora resulta que eres la buena samaritana...

—¡Melissa, basta!

—Él no es bueno, Elisa.

—Nadie lo somos.

—Ahora lo defiendes...

—No. solo digo la verdad, en esta tierra no hay quien haga el bien y nunca peque —Eclesiastés 7:20.

—¡Uy! ya saliste con tus frasecitas, ¿sabes qué? dejémoslo así, pero cuando te vuelva a romper el corazón, no vengas llorando.

—Yo no...

Se fue sin dejarla terminar.

El resto de la jornada, Elisa no pudo sacarse de la cabeza a Mateo y el casi beso que estuvo a punto de darle. De pronto las cosas habían retrocedido y de nuevo tenía que apresurarse a hablar con él.


Caminó exhausta hacia la biblioteca. Tenía tantas ganas de irse a casa, pero debía verse con Mateo y acordar algunas cosas del proyecto, pues justo ese día iniciaban las vacaciones de otoño.

Cuando estaba a punto de llegar, miró hacia las mesas bancas de las afueras del edificio y decidió ir a sentarse, luego pensó en enviarle un mensaje a Mateo para avisarle que estaba allí. Cuando abrió su mochila para buscar el celular se topó con la caja de galletas, la sacó y puso sobre la mesa. La contempló por unos segundos y luego desató el lazó que la mantenía cerrada, quitó la tapa y se dio cuenta de que algunas estaban quebradas, tomó una y mirándola suspiró con desilusión.

—Así que planeabas quedarte aquí... —la voz de Mateo la sorprendió.

—Justo te iba a mandar un mensaje... —regresó la galleta la caja e iba a cerrarla cuando...

—¿Qué es eso? —se sentó frente a ella con su singular sonrisa ladeada.

La pelirroja tomó la caja con sus dos manos y le ofreció, el chico alargó el brazo y tomó una, luego la mordió y cerró los ojos mientras la degustaba. Elisa lo miraba expectante.

—Mmmm, está deliciosa, ¿tú las hiciste?

—¿Cómo lo sabes? —frunció el ceño levemente.

—¿Adiviné? —sonrió.

Puso sus labios en una línea y asintió. Mateo volvió a tomar otra galleta

—Pues te felicito... —la mordió y volvió a cerrar los ojos—. Mmmmm...

Fue incapaz de decirle que originalmente eran para él. Pensó que, debido las circunstancias él podría mal interpretarlo, así que se limitó a decir un...

—Gracias. Si gustas, puedes tomar más.

—¿Sabes? —metió la mano en la caja para tomar otra galleta—. No he podido dejar de pensar en algo... —hablaba con la boca llena.

Elisa hizo un disimulado gesto de disgusto.

—Todo este tiempo pudiste quebrarme los huesos y... —tomó otra galleta y se la llevó a la boca —yo no lo sabía.

—¿Quebrarte los huesos?

Comenzó a imitar algunos movimientos de karate haciendo gestos y sonidos chistosos. Elisa no pudo evitar sonreír.

—El karate no es para romper los huesos...

—¿Ah no?

—No. El karate es una es una disciplina de auto crecimiento, no un arma de pelea, al menos no principalmente.

—Bueno, entonces puedo estar tranquilo...

—No te confíes —dijo segura—, también es defensa personal, así que, si tengo que usarlo, ten por seguro que lo haré.

Levantó las cejas y la miró de soslayo mientras masticaba otra galleta.

—Mateo, ¿qué tal si en las vacaciones, cada quien continua con una parte del trabajo y cuando volvamos lo revisamos?

—¿Qué tal si en las vacaciones nos reunirnos a trabajar?

—La verdad voy a estar muy ocupada, no creo que...

—Pero voy a extrañarte...

Elisa abrió los ojos y tomó una gran bocanada de aire. ¿Cómo es que de pronto había vuelto a tener tanta confianza?, prefería al chico serio y distante de hacía unas horas.

—Respecto a eso... —desvió la mirada, luego lo volvió a mirar—. Mateo, tenemos que hablar...

—¿Y no es lo que estamos haciendo? —dijo con obviedad. Tomó otra galleta.

Lo miró y luego a la caja, realmente le habían gustado.

—Me refiero a... hablar de nosotros... —lo volvió a mirar y esta vez no se dejó intimidar por sus bellos ojos bicolor.

Mateo la observó por unos segundos, luego sonrió.

—Pienso lo mismo.

—¿Cuándo crees que podamos?

—Ya.

—Pero...

—Te invito a cenar.

—No me entiendes, necesito decirte algo...

—Cenemos y luego me dices lo que quieras. A demás, me lo debes —le guiño el ojo.

—Mateo, tienes que guardar reposo... Tampoco deberías manejar así...

—Puede llevarme si gusta, señorita.

—Aunque quisiera no puedo. El chofer de la familia Clark vendrá por mí para ir por mis pertenencias.

—¿Por tus pertenencias? —frunció el ceño.

—Mj, me quedaré todas las vacaciones a trabajar en la mansión.

—Ah, mira... te tendré cerca —sonrió con picardía—. Entonces ¿a qué hora paso por ti?

—Mateo, tienes que descansar...

—¿A qué hora? No te escuché.

Rodó los ojos. Si que era terco.

—Te mandaré mensaje.

—Ok —se paró para irse

Elisa se apresuró a poner la tapa a la caja de galletas.

—Toma, puedes quedártelas...

Mateo miró la caja y sin pensarlo la tomó.

—Gracias. Espero tu mensaje... —se fue.


Fuera del campus Nelson ya esperaba a Elisa.

—Buenas tardes, señorita.

—Buenas tardes, Nelson. Gracias por venir.

El chofer asintió sonriendo levemente y le abrió la puerta trasera del auto.


Recostado en un sillón reclinable de la sala de estar, Mateo meditaba acerca de todas las chicas con las que había salido cuando sus pensamientos se detuvieron en una, la pelirroja de ojos celestes.

«¿Cómo puede ser posible?» se dijo a sí mismo «Atrapado por una simple, sencilla... y hermosa mujer» «¡Me vuelve loco!» recordó el delicioso obsequio, se puso de pie y fue hacia la mesita en donde había dejado la caja. Como pudo la sostuvo para quitarle la tapa, agarró una galleta y sonrió antes de morderla.

«Mmmm, exquisita...»

Justo en ese momento, el padre de Mateo iba entrando a la sala pero el joven no se percató de su presencia. El hombre se acercó con cautela por detrás, alzó las manos y sin previo aviso las puso sobre los hombros de su hijo provocando que este se exaltara sobremanera.

¡Papà, mi hai spaventato!

El padre se rió a carcajadas.

—¿Qué te pasó en el brazo?, ¿te lesionaste jugando?

—No... —agachó el rostro avergonzado.

—¿Es grave?

—Solo me lastimé un poco...

El señor Bianchi sabía que su hijo solía golpear las cosas cuando estaba muy enojado. Ya había aprendido a ser paciente y no atosigarlo con sermones que siempre terminaban alejándolo más en lugar de hacerlo entrar en razón.

—¿Qué es eso? —dijo apuntando a la caja que Mateo sostenía—. ¿Galletas caseras? —levantó una ceja—. Aaaah... —suspiró—. Tu abuelo decía que, si cocinas para alguien o alguien cocina per te, sin duda...

—El amor es la razón —terminó Mateo sonriendo.

Aunque sabía que Elisa no las había orneado para él, le pareció lindo imaginarse que así había sido, después de todo al final se las había obsequiado.

¡Ora ricordo! Tu madre me contó que cocinaste para una chica.

Si chiama Elisa. Y me gusta mucho...

—Mmmm, ¿podemos conocerla?

—Precisamente eso quería decirte. Hoy la invité a cenar, pero, no puedo cocinar así... —levantó levemente el brazo con el cabestrillo—. ¿Me ayudas?

—Bueno, pero con una condición... Mi dai un biscotto?

Miró las galletas y mordió su labio, luego miró a su padre.

—Pero solo una...

Ambos sonrieron.

*******

—Esta es su habitación, señorita —dijo Karla, una de las empleadas domésticas de la mansión.

Aquel era un espacio realmente bonito y elegante. Elisa se sentIó como una princesa dentro de palacio.

—Creo que somos de la misma edad, así que no me hables con formalidades, llámame solo Elisa.

La rubia sonrió conforme y asintió.

—Está bien. No sé si te acuerdas, pero me llamo Karla —le extendió la mano—,  puedes contar conmigo para lo que necesites.

—Gracias, Karla —estrechó su mano y le sonrió.

—Sé lo que hizo Serena la otra vez...

La sonrisa de Elisa se borró.

—Te aconsejo que no le hagas caso, siempre está tratando de dañar a los demás.

—No te preocupes, tendré cuidado.

—Aunque hay algo que todavía no entiendo... —se sentó en la cama y meditó unos segundos—, ¿por qué te culpaste?

—No era justo que ustedes fueran despedidos, además yo soy nueva y sin mucho que perder.

—Pues me siento en deuda contigo. Nunca antes alguien se había culpado por mí... Perdón por lo que diré, pero... eso fue raro.

Entonces como un relámpago, Elisa entendió el propósito de lo que le había pasado con Serena. Definitivamente Dios lo había permitido para que en ese momento y usando aquel ejemplo, ella pudiera hablarle a Karla acerca del gran amor que él ya nos mostró al ofrecerse a morir en nuestro lugar, por nuestras culpas.

—Ya sé... —dijo la pelirroja—. Normalmente no estamos acostumbrados a recibir nada bueno, sin haber pagado un precio antes —también se sentó en la cama—. ¿Sabes? hace más de dos mil años, hubo alguien que estuvo dispuesto a dar su vida por las culpas de todo el mundo, incluso las mías y las tuyas.

Karla frunció el ceño e hizo una mueca con la boca.

—¿Eres religiosa o algo así?

Elisa se rió.

—No, bueno, depende de lo signifique religioso para ti.

—Mmmm, pues alguien de muy mal humor —dijo con sinceridad—, que siempre está juzgando y mandando al infierno a los demás, creyéndose mejor que todos, diciendo que escucha la voz de Dios, pero cuando nadie lo ve, lo que escucha es... —hizo una pausa y la miró. Decidió quedarse callada.

—¡Wow! Sí que tienes un gran concepto —sonrió—. Bueno... entonces creo que no soy religiosa.

Ambas rieron.

—Pero sí escucho la voz Dios.

Karla levantó las cejas.

—Y él me dice que te ama y no quiere mandarte al infierno.

La rubia formó una línea con sus labios y bajó la mirada. Elisa iba a seguir hablando cuando alguien tocó a la puerta.

—Elisa, ¿puedo pasar?

Al escuchar la voz de Bianca, Karla dio un brinco de la cama y se puso de pie con las manos atrás de la espalda y el rostro hacia abajo. Elisa miró la acción de su nueva amiga y luego respondió.

—Sí, pase.

Al entrar la anciana miró a la rubia de pies a cabeza, luego se dirigió a Elisa.

—¿Qué te pareció la habitación?

—No puedo quejarme, es bellísima, como todo en esta casa.

—Espero que tu estancia sea cómoda. Cuando termines de instalarte te espero en la oficina —volvió a mirar a Karla—. Acompáñame, por favor.

La rubia asintió y siguió a Bianca, antes de llegar a la puerta se volvió a Elisa y le sonrió, la pelirroja también lo hizo. Definitivamente Karla sería una buena compañía en los próximos 15 días.


Cuando terminó de instalarse, Elisa salió de la habitación y se dirigió a la oficina. Mientras caminaba por el pasillo admirando el hermoso ornamento oyó voces provenientes de una habitación; aunque le dio curiosidad sabía que no era correcto espiar conversaciones ajenas, así que decidió pasar de largo, pero escuchó algo que la hizo detenerse.

—Así que la mojigata logró ser contratada... —Serena se sentó en el sillón y subió los pies a una mesita.

—Mj. ¿Qué piensas que haría para lograrlo? —Lía sonrió de forma maliciosa.

La pelirroja dio unos pasos hacia atrás y como la puerta estaba entre abierta se dio cuenta de que eran Serena y Lía quienes platicaban.

—Seguro puso la cara de mosca muerta que tiene para dar lastima. Pero no te preocupes, no creo que dure más de 3 días. ¿Y sabes qué es lo mejor?, que nosotras no moveremos un solo dedo, el mismo Aarón se encargará de echarla.

Ambas rieron a carcajadas. Elisa confirmó que hablaban de ella.

—Tienes razón, se ve tan idiota... —volvieron a reír.

Sintió que el calor se le subió a la cabeza. Apretó con fuerza los dientes y los puños; aquellos comentarios la hicieron enojar mucho. Y sin darse cuenta había caído en la trampa que su enemigo le había tendió.

«¡Desgraciadas!» pensó «Voy a hacer que se traguen cada palabra»

Tan enojada estaba que cuando retomó su camino no se fijó que Rubén, el jardinero, venía en su dirección. Él quiso esquivarla, pero cuando menos pensó terminaron chocando, ni siquiera se detuvo a disculparse.

«Pero qué...» Rubén frunció el ceño, luego miró a Serena y Lía que salían al pasillo riéndose «Creo que ya sé lo que pasó...»

—¡Ay! —se sorprendió Serena al verlo—. Te apareces como los fantasmas, Rubén.

—Así tendrás tu conciencia —le contestó serio.

—Mira, ya párale, no estoy para tu carácter de amargadito.

—Solo vine a decirles que Bianca las está buscando.

—Ay, guapo... —Lía se acercó y le acarició el hombro de forma insinuante—, te pones más lindo cuando te enojas...

Rubén se hizo a un lado.

—Están avisadas —dio media vuelta y se fue.

—¡Ash! no entiendo por qué es así conmigo —Lía se cruzó de brazos.

—Porque eres una tonta. Te la llevas restregándotele en lugar de hacer que él venga a ti.

—Pero si tú haces lo mismo con...

—¡Ya! Vámonos.

*******

Mientras Bianca le estaba dando las indicaciones, la pelirroja permaneció en silencio; pero más que poner atención, pensaba en las groseras palabras que aquellas chicas habían dicho contra ella, aumentando más su furor.

—¿Estás bien, Elisa? —le preguntó Bianca, al mirarla con aquel semblante.

—Sí —mintió sonriendo ligeramente.

—Como te decía, en los siguientes días estaré aquí solo que, a distintas horas. Pero cualquier cosa puedes llamarme. Ahora vamos que se hace tarde y todavía hay mucho que hacer.

Se pusieron de pie y fueron a la habitación de Aarón.


Al entrar todo estaba igual de pulcro y silencioso que la última vez, caminaron a lo largo de la pared de libros y al final de esta doblaron hacia la otra pieza. Aarón se hallaba nuevamente sentado en la silla de ruedas frente al enorme ventanal,  dándoles la espalda.

—Aarón. Elisa, la enfermera está aquí.

El joven ni siquiera se inmutó. La pelirroja lo observó con recelo, estaba dispuesta a enfrentarlo, no le permitiría intimidarla de nuevo.

—Está bien —se dejó escuchar la ronca voz.

Bianca la miró esperando a que dijera algo.

—Buenas tardes, joven —tragó saliva—, por los próximos 15 días seré su enfermera de cabecera. Espero ser de ayuda...

El pelinegro no respondió.

—Bueno, los dejo —dijo Bianca rompiendo la tensión—, debo ir a la oficina a terminar algo —le dio una palmadita en el hombro a la joven y se marchó.

Elisa asintió y se dirigió hacia una gaveta de madera sobre la que colocó su bolso. Abrió el primer cajón y sacó una carpeta junto con un bolígrafo; luego se acercó al que parecía seguir ignorando su presencia.

—¿Cómo se siente? —le preguntó.

—¿Cómo crees? —respondió fríamente.

Suspiró rodando los ojos e intentó mantener la calma.

—Supongo que muy mal, ya que no ha hecho correctamente sus terapias, ni tomado el medicamento como debe —miro su reloj de mano—, que de hecho le toca ya.

Fue hacia la misma gaveta y tomó el medicamento, sirvió agua en un vaso de plástico de una jarrilla del mismo material. Luego se acercó de nuevo a él.

—Aquí tiene —colocó la pastilla en una mano del joven y en la otra el vaso con agua.

Aarón se llevó la pastilla a la boca y le dio un gran sorbo al agua, pero de inmediato la expulsó escupiéndola. Elisa pensó que se estaba ahogando, pero ese pensamiento desapareció cuando vio que, Aarón levantó el vaso en alto y abriendo su mano lo dejó caer.

—Disculpe, señorita. Se me cayó... —una sonrisa malévola apareció en su rostro.

Sintió hervir la sangre y como pedidas las palabras de Serena y Lía volvieron a martillar su mente: «"¿Sabes qué es lo mejor? que nosotras no moveremos un dedo, el mismo Aarón se encargará de echarla"» Apretó los dientes con enojo. Recogió el vaso y limpió el piso con un pañuelo que sacó de su bolsillo.

Aarón ladeó la cabeza en forma interrogante.

—No estarás pensando que de verdad acepté que estés aquí —dijo con arrogancia.

Elisa le lanzó una mirada asesina y se mordió la lengua para no responder.

—Pierdes tu tiempo... No tomaré nada que me des, ni haré nada que me digas.

«¿Ah no?» exprimió el pañuelo con fuerza dentro del vaso y se puso de pie «No perderé mi trabajo por tu insolencia...»

Dominada por el enojo fue hacia la gaveta y abrió el segundo cajón, sacó una jeringa y la desenvolvió rápidamente, tomó el frasquito con la solución y le encajó la aguja, jaló todo el líquido y sin pensarlo mucho se dirigió hacia Aarón, le quitó bruscamente la manta que cubría sus piernas dispuesta a inyectarlo en el muslo aún sobre la ropa.

—Qué... ¿Qué haces...? —preguntó Aarón al sentir aquella acción.

Se acercó más, puso una mano en el reposa brazos de la silla, levantó la otra con la jeringa empuñada y cuando estaba a punto de clavarle la aguja, volvió en sí.

«¿¡Qué estoy haciendo!?» dejó caer la jeringa y esta se fue hasta el piso «Esto está mal...» tragó negando con la cabeza. Las manos le temblaban y lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Sin saber que más hacer salió corriendo de ahí... se detuvo en la sala de estar y recargándose en la pared de libros continuó llorando.

«Dios... no sé qué me pasó», «¡Estuve a punto de cometer una estupidez!» se llevó las manos a la cabeza «Yo... yo no debería estar aquí» «no sé qué hacer...»  sollozó «Perdóname...» «Perdóname...»


Notita: Oh, oh... ¿Dónde quedó el consejo de no pagar mal por mal? parece que a nuestra querida amiga se le olvidó... Lo que pasa que ella no es diferente a cualquier ser humano imperfecto. Así que comprendámosla :)

Es normal que cuando nos dejamos guiar por el enojo, por la ira que sentimos en el momento, cometamos tonterías y  ¡qué tonterías!  Por eso, siempre que nos topemos con algo que nos sobrepase, lo mejor es respirar profundamente, contar hasta 10 o hacer alguna otra cosa que nos tranquilice... Porque de una cosa sí estoy segura: El fuego no se puede apagar con más fuego.

Y tú, ¿qué haces cuando algo te sobre pasa?

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