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29.

Draco Malfoy



Cuando naces en el mundo mágico no hay forma de salir de él.

Después de la guerra todos pensamos que las cosas mejorarían. Excepto por el hecho de que mi madre estaba pésimo por el hecho de que Lucius enfrentaba una larga estadía en Azkaban y las declaraciones de Potter no habían sido suficientes para eliminar sus cargos.

Por ese motivo tuve que recurrir a la familia Greengrass, quien trajo la ruina y la desdicha nuevamente a mi vida, vida que había querido cambiar desde que Sabrina apareció en mi vida.

Luego de un año de estar con ella, decidió ir a estudiar a Alemania; algo que no pude negarle debido a que era totalmente estúpido, si había tenido la oportunidad de hacerlo no sería quien se la negara. Me dolió el alma separarme de ella pues claramente era la persona más importante en toda mi existencia.

No tuve mucho tiempo para pensar intensamente en ella, pues rápidamente llegó el infortunio de mi padre a hacerme la vida imposible nuevamente. Había tenido que estar en una prisión preventiva por dos años y ahora el jefe del Wizengamot no hallaba las pruebas suficientes para liberarle. Obviamente eso colocó a mi madre como a una histérica y en un estado depresivo que la estaba consumiendo totalmente y no soportaba verla así.

Una cosa es que fuera un maldito y otra muy distinta era lo que era capaz de hacer por mi madre, me asesoré y llegué a la familia Greengrass, Aron era parte del Wizengamot y estaba seguro de que podía hacer algo para sacar al inútil de mi padre de las condiciones en las que estaba.

—Tenemos dinero —murmuró mi madre, aliviada por haber hallado a alguien que podría ayudar al amor de su vida que se encontraba indefenso en en mundo, nótese el sarcasmo.

Sólo lo hacía por ella, a mí no me interesaba lo que sucediera con el de ahora en adelante, pues era su culpa que nosotros hasta el presente estuviéramos pasando por toda la mierda que él iba esparciendo por alrededor.

—La verdad Narcissa —comentó el hombre —Me interesaría otro tipo de trato —habló —Sin embargo creo que esto involucra a tu hijo.

Eso me sobresaltó, pues yo no era un hombre que estuviera dedicado a los negocios y esa forma de tranzar que tenían todos los diplomáticos me enervaba de manera extravagante.

—Verás, mi hija menor Astoria necesita de un marido.

Apenas escuché eso me tensé y mi madre puso sobre mí una mirada de súplica que casi pude sentir su clamor de manera verbal.

—Astoria tiene una maldición de sangre desde que nació, por eso ningún hombre ha querido casarse con ella y la ha desechado de manera muy triste—relató —Lamentablemente posee la misma maldición que su madre, así que no vivirá mucho tiempo.

—Draco. .  . —susurró mi madre y puse en la balanza, hacerla feliz e intentar serlo con la chica Greengrass o quedarme sólo por el resto de mi vida.

Debía de ser objetivo, hace mucho tiempo que no tenía noticias de Sabrina y lo más probable es que ella se estableciera en Alemania a hacer su vida, quizás tuviera un nuevo novio y oportunidades que no dejaría pasar por aferrarse a alguien de su pasado aunque le hubiese prometido que jamás le olvidaría.

Todavía recordaba con claridad el día que la dejé, lloraba porque no quería separarse de mí, le dije que ella siempre sería mi eterno amor y que no amaría a nadie más como lo hacía con ella. No mentía, mis sentimientos eran reales y había aprendido a querer a las personas por lo que son y no por apariencia.

Y ahí estaba ahora nuevamente.

Aceptando a una mujer por conveniencia, pero con la convicción que lo hacía porque mi madre estaría más feliz si mi padre volvía.

Todo se arregló y mi matrimonio se concertó para un mes más, no tenía objeciones; lo único que había pedido era que Astoria estuviera de acuerdo y que no la estuvieran forzando a casarse conmigo. El día llegó y pude darme cuenta de que era hermosa y una lástima que le quedara tan poco tiempos de vida, pues era una linda persona en lo que la llevaba conociendo.

Pasaron tres años y mi matrimonio no era del todo horrible, si bien no lograba amarla habíamos logrado una buena relación, éramos cercanos y poco a poco la confianza entre nosotros aumentó, ella me hacía reír, así mismo le contaba algunas anécdotas que hacían sumamente llevadera nuestra convivencia.

Su pronóstico de salud no era favorable y se estimaba que le quedaban unos seis meses de vida, el medimago nos mencionó que debíamos prepararnos para lo peor, pues no había nada que pudiéramos hacer para evitar su muerte.

No le deseaba el mal a Astoria, sólo que todo salió de la forma que no esperábamos.

Un día caminaba por el centro de Londres, cerca de Kings Cross cuando la ví, llevaba en cabello de color castaño y una jardinera de mezclilla. Sabrina caminaban en dirección al metro con una mochila de viaje y unos auriculares puestos en las orejas, mi mundo se dió vueltas y no pude evitar seguirla, necesitaba aunque sea verla de lejos, verla una vez más.

No contaba con que ella posara sus ojos en mí.

La sonrisa en su cara se dibujó de inmediato y se acercó tanteando cuál sería mi reacción.

Siempre le daría lo mejor de mí a Sabrina.

—Draco, cuánto tiempo ha pasado —me saludó y no me contuve, la abracé fuerte y me dejé embrigar por su cálida esencia natural y algo infantil.

—Sabrina. . . —repetí su nombre unas veinte veces, pues no concebía el hecho de que estuviera teniéndola entre mis brazos otra vez.

Caminamos largo rato hasta que nos sentamos a tomar café en el mismo sitio donde nos habíamos conocido. No fue fácil hablar sobre mi presente, pues pude ver en sus ojos una punzada de dolor, de decepción, de resignación.

—Eres una buena persona, pensaste en tu padre y en esa chica que a la larga todo el mundo despreció —dijo al fin —Me alegro que hayas podido encontrar la paz después de todo lo que sucedió en tu mundo —murmuró, haciendo notar una separación, una división que para mí fue demasiado dolorosa.

—¿Y tú, tus estudios? —atiné a preguntar luego de un largo e incómodo silencio.

— Me falta un semestre, he venido por las vacaciones a ver mi apartamento y todo eso.

Luego de mi revelación las cosas estuvieron tensas, ella se marchó y no dejó que la acompañara, claramente estaba dolida al igual que yo; le entendía, pues no era fácil asumir que la persona que quieres hizo su vida con alguien más.

Pasaron los días y no lo soporté, fui a su apartamento y apenas abrió la puerta me lancé a sus brazos y la atrapé en un beso feroz que ella correspondió con la misma fuerza e intensidad con la que yo le había besado, ambos nos amábamos y no podíamos evitarlo, habíamos vivido muchas cosas que no olvidaríamos jamás.

—Sabes que te amo, pero no puedo convertirme en tu amante; eso no es correcto para tu esposa—susurró mientras me besaba en el cabello —No quiero hacerle daño.

Quizás no fue la forma más adecuada, pero le conté sobre Astoria y sobre su enfermedad, Sabrina sabía las cosas que sucedían en mi mundo y no teníamos secretos, sé que sonaría frío hablarle que en seis meses ella moriría, pero no podía permitir que ella se fuera a su semestre y que creyera que todo llegaba hasta allí.

Pensé que la vida me había puesto a Astoria en el camino para ayudarla y que obtendría los frutos de mi buena acción, sin embargo el destino quería seguirse burlando de mí.

—No se sabe cómo sucedió, pero Astoria está mucho mejor; su enfermedad retrocede, creo que sobrevivirá —murmuró mi madre cuando llegué a casa.

Todos estaban felices, reinaba la armonía.

Pero mi mundo se cayó a pedazos por aquello.

Que ella viviera arruinaba la promesa de estar juntos que le había hecho a Sabrina y no podía permitirme fallar en eso.

Desde allí que comencé a detestarla, me convertí en un hombre frío, si bien no la agredía físicamente; mi indiferencia la dañaba en lo más profundo, pues ella si había llegado a sentir cosas por mí y cuando me proponía ser un maldito lo lograba con creces.

—Sabes que no te amo, lo siento pero jamás lo haré —le dije un día durante el desayuno —Eso no sucederá nunca, hay otra mujer que está dentro de mi corazón hace años —señalé —Lo sabías y aceptaste el matrimonio aún así, pero sabías que amor no podría ofrecerte nunca.

A pesar de eso ella no me detestó y siguió afrontando nuestra relación de la manera más madura posible y eso me sacó de quicio. Intentaba que con mis constantes desprecios u ausencias ella terminara por hartarse y se fuera de mi lado, pero no; ella quería dárselas de paciente y hacerme feliz.

Cosa que sin Sabrina no pasaría.

Por ende si la maldición no mataba a Astoria, lo haría yo.

Sí, sórdido pero realista.

No entendía porque no me quiso dar el divorcio después de tres veces que se lo pedí.

—Nos casamos hasta que la muerte nos separara, ahora estoy bien y no quieres nada conmigo—me encaró un día —Ten un poco de respeto por mí y trata de hacer menos evidente que quieres estar con otra mujer y por eso te interesaba que muriera.

A esas alturas ni siquiera le oía.

Ella habló hasta que la muerte nos separe y le cobraría la palabra con respecto a eso.

Nada me alejaría de Sabrina, estaríamos juntos, ya que ambos lo deseábamos; eso era lo que hacían dos personas que se querían.

Y todo hubiera salido perfecto.

Perfecto de no ser por su ridícula hermana que fue demasiado rápida y no pude lanzarle una luz verde.

Una noche preparé la cena y le puse una dosis muy pequeña de un potente veneno muggle en su comida, eso acabaría con ella para siempre y no tendría que estar a sometido a una vida que no quería, lástima que no todo salió como esperaba. Astoria murió en efecto, lo lamentaba pero era un obstáculo en mi camino, sin embargo Daphne descubrió ciertas cosas en el cuerpo de ella que desencadenaron una investigación que arrojó que el dueño del veneno era yo.

—¿Por qué lo hiciste ? —susurró Sabrina entre lágrimas cuando me vió a través de un vidrio.

—Estaba dispuesto a hacer todo para que estuviésemos juntos —le murmuré —Incluso a matar si era necesario y lo hice.

Sí, eso me arruinó por completo, estoy seguro de que ella jamás me perdonaría y que todo sería en vano, pero al menos haría algo que le serviría a otras personas. Una vez en prisión no me metía con nadie y solía hablar poco, hasta que un día fue a verme unos minutos mi viejo amigo, Gregory Goyle.

Desde ese día no pude dejar de pensar en él y me sentí sumamente culpable, por lo que cuando el auror que llevaba mi caso fue a verme le dije que necesitaba hacer una confesión.

—Hace años Blaise Zabini abusó sexualmente de Gabrielle Rathbone cuando íbamos en Hogwarts, en aquellos años mis padre no me permitieron hablarlo con nadie, pero la culpa no me deja y si estoy aquí pues quiero que el también pague por lo que hizo.

Nunca dejé de pensar en Vincent ni en Gabrielle, ella no merecía mi silencio y ahora que no tenía nada más que perder logré hacer lo correcto. No me importaba que me quedara el resto de mi vida encerrado en Azkaban, sabía que Zabini sufriría y no quedaría impune.

¿Por qué lo hice?

Tenía la necesidad de hacer algo bueno por alguien luego de lo que hice, necesitaba demostrarme a mi mismo que era capaz de hacer lo correcto a pesar de mis deseos.

Así que al menos tendría la satisfacción de que Blaise Zabini quien me había arruinado la infancia ahora estaba pagando.

A Astoria si estaba en algún lugar, pues no sabía que decirle, pues tampoco era un cínico, no merecía su perdón.

Pero a Sabrina, le deseaba lo mejor de la vida, que fuera feliz y deseaba internamente que no me olvidase jamás.

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