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22.

Pansy Parkinson.

Toda la vida he estado metida en problemas, jamás he tenido paz en mi existencia. Desde niña que me esmeraba en llamar la atención de las peores maneras, mi madre no me tenía paciencia, mi padre me daba el amor que necesitaba, la contención y se esmeraba en hacer todo para que yo me sintiera bien.

Tal vez algo andaba mal en mí.

Siempre deseé que en el caso de ser madre habría deseado de ser como él.

Una madre paciente, cariñosa, preocupada y sonriente.

Ahora estaba sentada frente a la sepultura de mi padre, con la mirada perdida; inspirando y tomando el valor para que las palabras salieran de mi boca.

—No sabes cómo te he echado de menos, papá.

Suspiré, siempre me hacia bien el venir aquí, aunque fuera a hablar por horas con una sepultura de mármol, sentía que él estaba aquí; no en casa, sentía en la paz y el silencio del cementerio la tranquilidad que nunca tuve en mi casa desde que él se fue.

—Sé que siempre deseaste que fuera una princesa, que tuviera todo, que no me faltara nada —susurré—Pero me faltaste tú, todos estos años.

Mi voz se rasgó al hablar.

— No te culparé por todas las barbaridades que he cometido, sé que no estás orgulloso y que si pudieras verme tal vez vería esa expresión de decepción con la que a veces mirabas a mi madre. —señalé —Jamás lo hiciste visible para que yo no lo supiera, pero me doy cuenta de que te percatabas que no podías hacerla feliz y sé que eso te frustraba, que te hacía sentir mal.

Mi padre era la mejor persona del mundo.

He oído que dicen que las buenas personas son las que primero se van de este mundo, en el caso de mi padre aplica totalmente. A pesar de tener dinero y ser un sangre pura, esas fueron cosas que jamás le interesaron, por lo que su alma era demasiado sana para un mundo tan despreciable en el que le había tocado vivir.

Demasiado para un matrimonio como el que tenía.

Demasiado para una hija como yo.

— La guerra ha terminado ¿Sabes? Creo que muchos debieron de morir en la batalla de Hogwarts, incluida yo —farfullé—De verdad que cuando te diga lo que he venido a contarte, lo más probable es que ya no me quieras, si estuvieras vivo me observarías de manera sombría.

Tragué seco e intenté controlarme para procesar mis ideas.

— Sé que me dirás que le pida perdón a mi madre, pero lo hice porque no toleraba que ella se burlara de tu memoria, con él. . .

Mi corazón se aceleró y después comencé a contarle todo lo que había sucedido con Phinneas, lo que le había hecho a mi madre, lo de mi posterior embarazo y en ese punto tenía que detenerme.

—No pensé que sucedería algo así, de verdad que no quería —enjugué una lágrima — En ese momento no pensé que fuera a afectarme después, pero terminé con ese embarazo, eso lo sabes, sin embargo; ahora no puedo volver a ser madre, cuando quiera realmente darte un nieto, no podré hacerlo.

Mis lágrimas cayeron por las comisuras y mis pestañas estaban empapadas por la tristeza que estaba embargándome en ese momento.

—Lo siento papá, de verdad lo siento; sé que no estás orgulloso de mí, pues tampoco lo estoy de mí, me repudio a misma.

Los sollozos salieron de mi interior con fuerza y me acosté sobre el césped que rodeaba su lápida, era como estarlo abrazando sin estarlo haciendo realmente, pero era lo único que tenía. Hace tantos años que lo tenía lejos de mí, que estaba segura que si hubiera recibido una caricia más o hubiera puesto más atención a su amor no habría hecho nada de lo que últimamente había pasado.

No sé cuánto tiempo estuve allí tirada como un alma desconsolada, hasta que uno de los hombres que allí trabajaba me habló con suavidad para indicarme que el lugar estaba cerrando y que debía abandonar el cementerio. Limpié mis lágrimas y cogí mi cartera; no tuve el valor de girar mi mirada hacia donde estaba escrito el nombre de Edward Parkinson.

No después de lo que le había confesado.

Aquella noche fue un torbellino de pesadillas que invadieron mis sueños, una a una las cosas malas que había hecho a largo de mis años fueron pasando en mi subconsciente, el rostro de mi madre, el de Phinneas, el de las personas que maltraté en el colegio, las personas de la guerra.

Todos fueron saliendo uno a uno.

Hasta que el rostro de mi padre salió entre ellos, luminoso y carismático como siempre fue. Lucía preocupado por mi estado, por la tristeza que estaba invadiendo mi vida desde que los pensamientos me asediaban.

Princesa.

—No me mires, de verdad que no puedo resistir tu mirada.

—Hiciste algo malo, sólo debes pedir perdón.

— ¿A mi madre? Ella no quiere saber de mí.

—No querida, no a tu madre, entre ella y tú han pasado cosas demasiado difíciles de sanar, cosas que no se perdonan con una disculpa.

— ¿Entonces a quién?

— Pues a tí misma, cariño.

— ¿Cómo hago eso? Ni siquiera soy capaz de mirarme al espejo.

—Entrega tu alma a alguien que la necesite, no hay mayor satisfacción, igual que hice contigo hija; desde que vi tus ojos supe que mis necesidades nunca iban a importar tanto como las tuyas, mereces eso, no mereces menos que un amor como el que te dí en vida.

—Papá. . .

—Como el que te sigo dando desde aquí.

No me dejes —le supliqué.

— Tienes lo que necesites en este momento, y jamás me iré; soy parte de tí, estoy allí — apuntó mi corazón.

Te amo Pansy.

—Te amo, papá.

En ese momento desperté en mi habitación, tranquila; sin la respiración agitada y sin estar bañada en sudor como las noches anteriores a ir a verle, necesitaba de estar cerca y me había servido.

Haría caso a su consejo, haría lo mismo que me él me había entregado hasta su último suspiro.

Durante los siguientes meses me dediqué a buscar lugares en donde podría ponerme a disposición del resto, pero en todos pedían un requisito de experiencia mínimo y yo recién estaba saliendo de la escuela y no era suficiente, lo único a mi favor era el dinero; pero no quería usarlo como medio para esto, quería ponerle corazón.

Hasta que llegué a un lugar oscuro y pequeño.

Un diminuto orfanato que tenía bajo su cuidado a unos treinta niños. Las cuidadoras no eran lo más agradables y pacientes, por lo que cuando pregunté si podía ser voluntaria inmediatamente accedieron a que me integrara a trabajar con ellas.

—El trabajo es duro y la paga no es buena, así que piensa bien si es que quieres aceptar este empleo.

No tenía dudas, por lo que de inmediato firmé un contrato y me entregaron un uniforme parecido a un overol, de colores oscuros y unos zapatos cómodos. En el lugar tuve que presenciar el abandono de manera directa, veía las pesadillas de los pequeños y materializaba las mías; sin embargo allí era quien debía estar para ellos y calmar los fantasmas.

Poco a poco el recelo en sus caras se convirtió en sonrisas y en conversaciones cálidas sobre el dibujo animado de moda y sobre los poderes mágicos que comenzaban a surgir en ellos. No entendía cómo los magos abandonaban a sus hijos allí, a un ser que había nacido, que ya tenía forma, al que le brillaban sus ojos y observaba el mundo con curiosidad.

Era imposible no encariñarse con ellos, era imposible no verlos como a ese posible niño, a veces le buscaba rostro, imaginaba en como hubiera sido si es que no hubiera decidido deshacerme de sus células cuando recién se estaba formando dentro de mí. Un día le conté mi experiencia a una psiquiatra que allí trabajaba, me dijo que medicamente era imposible pensar en que hubiera habido vida por las pocas semanas que tenía cuando lo practiqué.

Sé que todas sus palabras fueron para tranquilizarme, para calmar mi conciencia, sabía que técnicamente no había cometido nada malo, pues tenía todo el derecho de decidir sobre mi cuerpo, solamente que en mi caso algo no había salido del todo bien.

—Quizás es algo apresurado ¿Pero no has pensado en adoptar, Pansy?

Eso me pilló de sorpresa, era tan joven, no estaba casada.

— ¿Adoptar, yo? La verdad es que no lo sé. . . —vacilé.

—Sé que eres muy joven, pero viendo cómo te expresas, viendo tu madurez y tu experiencia de vida, podría ser algo que pudieras considerar en algunos años tal vez —murmuró con afecto —Llevas un año trabajando con nosotros, he visto el vínculo que has desarrollado con los pequeños y sobre todo con Kurt.

Kurt Selwyn era un pequeño que había sido abandonado por una bruja africana, lo había dejado en las puertas del orfanato y la conexión que había hecho conmigo era inimaginable, jamás pensé que podría llegar a desarrollar un apego con un niño de tal forma como lo hice con Kurt.

— ¿Usted cree que podría llegar a ser una buena madre?

— ¿No has visto tu trabajo? ¿Por qué no lo harías?

—Pues porque aborté.

—Pansy, no sabes la cantidad de veces que he oído ese tipo de argumentos en las mujeres; que sienten culpa de haber interrumpido un embarazo que en realidad no deseaban —comentó —Los sentimientos de culpa son comunes, pero eso no define quien eres, ninguna mujer debería sentirse obligada a ser madre, pues aquí tienes los resultados, el abandono.

— ¿Cuál es su opinión com respecto a eso?

—Simple, si no vas a tener las condiciones necesarias para traer a un hijo al mundo es mejor que no lo traigas, si es que ese niño no tendrá lo mínimo para satisfacer sus necesidades es mejor que no nazca, Pansy.

—Siempre he oído que basta con el amor.

—En estos casos tampoco ha habido amor Pansy, de lo contrario no los abandonarían y buscarían la forma de salir adelante, valoro más una persona que dice que no sirve para ser padre a una que juega con un ser humano como si fuera un muñeco y que después lo abandona como si fueran un artículo que desechar —señaló —Claro que el amor es importante, lo más importante; pero un bebé no se alimentará de amor, no se vestirá con amor y no vivirá de él.

Estuve alrededor de un año pensando en las cosas que Johanna, la profesional había hablado conmigo hasta que me decidí. Unos meses después firmé los papeles de adopción de Kurt, convirtiéndome en su madre legal.

No tan sólo legal, en su madre real.

El llevarlo conmigo a casa fue toda una experiencia, sentía miedo, sentía confusión.

Pero en mi corazón había algo que jamás había experimentado con tanta potencia, era un fuego diferente que no había vivido, que supongo era lo que realmente significaba la maternidad.

Lo peor vino cuando mi madre, indignada fue a reclamarme porqué había adoptado a un inmundo negro que venía de quizás donde. Mi mano se estampó en su cara, dejándole un arañazo.

—No quiero volver a verte nunca más, no te necesito; es mejor que jamás me hubieras tenido —le susurré —Kurt es lo mejor que he tenido en mi vida, no necesito nada de tí y espero de verdad que seas feliz, pero nunca más volveré a pensar en ti.

—Eres una insensata, cómo crees que serás capaz de criar a este niño.

—Pues mejor de lo que me críaste a mí, no lo dejaré con los elfos domésticos ni a expensas de que mis novios le puedan violentar como tú hiciste conmigo, vete y no vuelvas a buscarme a mí ni a mi hijo.

Esa vez fue la última vez que ví a mi madre.

No la necesitaba en mi vida.

Tenía dentro de mi el amor de mi padre.

Partimos a Bali, una localidad preciosa lejos de todo el caos, la maldad y prejuicios que tenía el mundo mágico, mi familia y todos mis conocidos.

— ¿Iremos a un lugar lindo?

—Sí y ahí estaremos tú y yo—le sonreí a Kurt cuando estábamos en el avión a la espera de despegar.

Un beso cálido de sus labios se posó en mi mejilla.

—Te amo, mami.

Esa frase me hizo comprender el sentimiento que papá me explicó en su sueño.

Ahí supe que todo estaría bien.

—Te amo, mi Kurt.

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