17.
George Weasley
De todas las cosas que hice en mi vida, jamás pensé que llegaría verme en un escenario tan nefasto, escalofriante y sin ninguna posibilidad de salir.
Jamás pensé que mi pequeña debilidad por las mujeres me llevaría a terminar en la mitad de un camino que no me traería ningún buen augurio y que probablemente arruinaría mi futuro y el de toda mi familia si alguien llegara a enterarse.
Cuando ví que la sangre de aquel hombre fluía de manera contundente desde su cabeza y que sus ojos miraban a la nada sin ninguna expresión, supe que tenía que salvar mi pellejo a como dé lugar y eso sería lo que haría.
Pero me remontaré a pensar en cómo había llegado hasta allí.
Todo comenzó con Sortilegios Weasley.
Difícil de creer.
Pero volverte rico y ser guapo te abre muchas puertas.
Las personas son unas hipócritas cuando dicen que el dinero no cambia a las personas, pues si lo hace; las hace entrar en un mundo al cual no pertenecen y que corrompe todo lo demás. Cuando Sortilegios Weasley comenzó a ir bien, la guerra había empezado y las personas necesitaban de reírse un poco, por eso se hizo conocido en muy poco tiempo y distintas personalidades solían visitarnos y llevarse alguno de nuestros artículos.
Estaba feliz, Fred estaba feliz y mamá por fin había dejado de parlotear en contra de nuestras creaciones.
—Así como vamos, te aseguro que seremos los empresarios más conocidos en el mundo mágico —señaló Fred con una sonrisa triunfal, mientras contaba las ganancias de la semana.
—Hermanito, eso será un hecho —comenté y usé todo mi poder mental para que eso se hiciera realidad.
Hasta que el día llegó, la oportunidad que estábamos esperando para hacernos populares en todo el mundo mágico –no tan sólo en Inglaterra– apareció en nuestra tienda.
— ¿Quiénes son Fred y George Weasley? —preguntó un hombre de unos cincuenta años, con un traje elegante y un sombrero de tela fina.
—Pues somos nosotros —dijimos con mi hermano, apareciendo detrás de él.
—Me presento, mi nombre es Alessandro Marcone. . .
Eso me dejó estupefacto y no me contuve, le interrumpí.
— ¿Usted es el secretario del ministro de magia Italiano? —pregunté atónito.
— ¡Veo que me conoces! Eso me agrada demasiado; me gusta que aquí en Londres seamos conocidos.
—Señor, es un placer —saludó Fred.
— ¡El piaccere es mío! —correspondió en un inglés con varios matices de italiano —¿Vosotros sois gemelos?
Eso nos causó demasiada gracia, pues era algo evidente, por lo que decidimos jugar con él unos momentos.
— Pues la verdad es que no —repuse y Fred me llevó la corriente.
—Él es adoptado, mi madre lo consiguió en un Orfanato —comentó mi gemelo.
— ¡No les creo! ¡Pero si sois idénticos!
— ¡Pues eso es porque lo somos!
— ¡Mamma mía! — exclamó y luego los tres estallamos en carcajadas —Verán, creo que ya deben de estarse preguntando qué es lo que hago aquí y sobretodo en estos momentos en los que Londres está sumido en las tinieblas.
Por un momento comencé a dudar, pues era demasiado amable.
¿Qué tal si era un mortífago y nos estaba gastando una trampa?
Pero luego supe que la barrera de protección de la tienda no le hubiera dejado entrar.
—La verdad es que sí, no solemos recibir visitas tan ilustres y menos extranjeras— mencioné sin entender mucho.
—¡Pues quiero que hagamos negocios muchachos!
— ¿Qué? —preguntamos al mismo tiempos con Fred.
— Pues claro, sus productos son un éxito en la bella Italia.
Allí ambos le saltamos encima con manifiestos algo apáticos.
— ¡No venderemos la tienda! ¡No les daremos regalías! ¡No cederemos ningún derecho! ¡Y mucho menos les diremos cómo hacemos los productos!
Él volvió a reír a carcajadas y negó con la cabeza.
—No, chicos no —comentó — ¿Por quién me toman? ¿Por un ladrón de cuarta categoría?
—Pues sabemos bien que Italia está lleno de mafiosos y que después podríamos aparecer muertos en una bolsa de plástico en algún callejón —alegó Fred.
— ¡Jamás en toda mo vida me habían dicho mafioso! Deberé añadirlo a la lista de apodos desafortunados que he recibido —sonrió.
Observé que el hombre realmente parecía interesado en nosotros, por lo que me aclaré la garganta e interrumpí el destino de la plática que mi hermano estaba comenzando a montar.
—Señor Marcone, dispulpe si lo ofendimos, pero usted debe entender que en este tiempo que llevamos de negocio, han habido un montón de personas que han querido hacerse un camino a costa de nuestro éxito.
—Entiendo muchachos, entiendo —dijo negando con la cabeza, como si todo estuviese en orden.
— A mí me gustaría escuchar qué es lo que tiene que decirnos, pues no creo que haya venido desde tan lejos como para que lo tratasemos como el líder de la mafia siciliana.
Él ensanchó una sonrisa en su cara y los tres tomamos asiento en el despacho que teníamos tras el mostrador.
—Como dije antes, sus productos son una mina de oro allá en mi país, qué es lo que quiero ofreceros —hizo una pausa —Quiero que los productos que exporten hacia el país, tengan un costo más barato —comenzó —Y a cambio, ustedes podrían hacerse conocidos entre la sociedad de Italia y quizás colocar una sucursal de Sortilegios Weasley en Roma —declaró.
Esas palabras me llenaron de emoción, pues cuando comenzaron éramos apenas unos chiquillos de trece años que pasaban necesidades en algunas ocasiones; sin embargo ahora este hombre estaba ofreciéndonos hacernos conocidos en otro mercado y a cambio de un costo ridículo.
— ¿Algo tan simple? Debe darnos el beneficio de la duda ¿Cuál es la letra pequeña del contrato?
— ¡Pues ninguna, el mío pappa estaría orgulloso de mí si es que logro que ustedes tengan algo permanente allá! Él a sus noventa años es uno de sus seguidores ¡Y eso que es un muggle! ¿Por favor, George y Fred; háganme ese favor para él?
Creo que después de todo el hombre terminó ganándonos por la vía emocional, porque luego de pensarlo durante unos días, aceptamos.
No, no erré en haber confiado en un desconocido, pues él realmente no tenía ninguna mala intención para con nosotros.
El que se metió en ese espiral vertiginoso fuí yo y mis inquietos deseos.
— ¡¿Cómo se les ocurre aceptar?! —chilló mamá cuando le contamos lo que habíamos hecho, pues claramente se lo contamos después de haber hecho el trato— ¡No saben nada de ese país! ¿Y si les sucede algo?
— ¿Qué podría pasarnos, entrar en la mafia? —bromeó Fred, imitando el tono del protagonista de la película El Padrino
— ¡Calla, Frederick; las cosas aquí no están para que ustedes se vayan a un viaje de placer !
—Viaje de trabajo —aclaré —Serán tres días, mujer ¡Además que ya somos grandecitos! No necesitamos de tu permiso, sólo te estamos avisando que la tienda estará cerrada tres días para que no te alarmes y creas que nos han raptado los mortífagos.
—Sí madre, tranquilízate —me apoyó Fred —Deberías saber que allá estaremos más seguros que aquí, sabes que somos un blanco fácil en este lugar.
No nos dejamos guiar por las aprehensiones de Molly Weasley desde que éramos unos chicos entrando en la pubertad. La vida no era nada si es que no te lanzabas a la aventura y nosotros no teníamos nada que perder. Por lo que luego de que ella nos regañara lo que nos podría haber regañado durante un año completo, emprendimos el viaje.
Italia era un sueño, de verdad que lo era.
Mucho más bella que Inglaterra, es como si desprendiera una energía mucho más suave y más colorida. Todos ríen todo el tiempo, comen y beben como si fueran de la realeza. Nosotros íbamos a hacer algunos posibles negocios, pero lógicamente nos deleitamos de los placeres que las bellas ciudades por las que estuvimos nos entregaron.
Florencia, Milán, Toscana, Silicia y Roma.
Eran hermosas.
Y sus mujeres ¡Ay Merlín! Estaba maravillado ante tales monumentos, tan finos, elegantes; no obstante no perdían la gracia y la picardía que me gustaba de las mujeres.
Sin duda las italianas eran mis favoritas y con su acento me hechizaban por completo. Fred era un idiota por permanecer allí como un imbécil, qué ridículas eran esas reglas de fidelidad entre las parejas, se perdía de todo el encanto que había dispuesto para conocer y navegar.
Durante los dos primeros días sólo me deleité observando e intercambiando uno que otro coqueteo con alguna chica risueña que cruzaba sus brazos por mi cuello en aquellos clubes nocturnos.
Pero el último día que estuve allí conocí a alguien que me marcaría
Lamentablemente para mal.
Ambrosia Marrochino
Ella era literalmente un demonio hecho mujer.
Cuando cerramos el trato con Alessandro Marcone, él convocó a una pequeña celebración. Tenía que mostrarle a su círculo que pronto Sortilegios Weasley llegaría a la capital italiana gracias a él.
Esa noche tuve el infortunio de que la vida la cruzara en mi camino. Era rubia, piel pálida, ojos azules y labios carnosos. Nuestras miradas de inmediato conectaron.
Conectaron a pesar de que ella viniera del brazo de su marido; un importante magnate que nadaba en billetes.
— George, Fred —comentó Alessandro—Déjenme presentarles a mi amigo personal Feliciano Marrochino y a su esposa Ambrosia —comentó con entusiasmo.
Sus ojos y los míos juguetearon de manera coqueta y tomé su mano para besarla con galantería.
—Es un placer —murmuré con cortesía.
Ella debía de tener unos treinta años y debía de ser unos diez años menor que su esposo, por ende era unos diez años mayor que yo; lo que provocó que me obsesionara prácticamente de manera inmediata con ella, pero tenía que disimularlo, no obstante sus ojos me persiguieron durante toda la velada y yo hice lo propio, dándole miradas reveladoras e intrigantes.
Durante un momento salí a uno de los balcones con una copa de champagne para observar la noche y ella rápidamente se asomó al balcón que estaba continuo a donde estaba yo.
— Debo admitir que es un real placer que magos tan jóvenes tengan tanto ingenio —murmuró de manera divertida —Hasta me he preguntado si es para tanto realmente, si de verdad toda esta celebración es necesaria—me desafió con la coquetería de una mujer experimentada.
Eso no lo comprendí en ese momento y solamente atiné a demostrar toda la virilidad que tenía.
—Pues en nuestra familia acostumbramos a ser así, interesantes y creativos, señora —remarqué.
Ella pareció percibir mis intenciones.
— Me gustaría llegar a ver qué tan creativo eres — susurró y desapareció.
En ese instante me hubiera gustado haber pensado con mi cerebro y no con lo que tengo entre las piernas.
Las mujeres son expertas en hacernos creer que nosotros somos los de las ideas.
Pero no.
Ellas nos dan un indicio y picamos el anzuelo, creemos que se nos ha ocurrido algo brillante, pero simplemente hacemos lo que ellas insinúan sin que nos percatemos.
Caminé tras Ambrosia prácticamente idiotizado con su figura escultural.
Ahí pensé que había ligado con una bruja diez años mayor y eso me ponía tan excitado que no tenía sangre en la cabeza.
Mentira.
Ella había ligado conmigo y caí.
Mi autocontrol saltó de un precipicio porque sólo podía pensar en que estaba encerrado en el sanitario, besándome con una italiana que de ensueño que estaba casada y que tenía todas mis hormonas revolucionadas con un simple beso.
Cuando comencé a desabrochar mi pantalón ella me frenó.
—Espera, no podemos. . . —susurró con la respiración agitada.
— ¿No quieres?
—No aquí.
—Mañana no estaré aquí — respondí con pesar, echarme un polvo con ella prácticamente se convirtió en una necesidad instantánea desde que la ví cruzar la puerta.
— Entonces, creo que deberás volver —susurró, bajando del lavabo donde estaba sentada.
Verla aplicarse nuevamente labial y salir por la puerta fue mi última visión de ella antes de volver a Londres, sin embargo no me había ido de aquella celebración sin conseguir saber el lugar donde trabajaba.
Volví a Italia cuánto antes, Fred no quería encargarse del papeleo y los trámites, por ende me ofrecí encantado a hacerlo; eso significaba que volvería a ver a Ambrosia.
Descubrí que trabajaba en un departamento de cultura en la parte mágica, por lo que llegué de sorpresa al edificio y solicité verla, diciendo que era un viejo amigo inglés; supongo que también quería verme, pues apenas cerró la puerta se tiró a mis brazos y después de mucho tiempo pensando en ella cumplí la fantasía de coger con una chica sobre un escritorio.
¡Merlín!
Era perfecta, desinhibida, experimentada y cogía como ninguna chica con la que había estado y había estado con muchas.
Su marido estaba de viaje por lo que todo mi viaje me la pasé entre sus sábanas en la Mansión donde vivía en Florencia.
—¿Cuándo volveras a Londres? —me preguntó — La verdad es que no quisiera que te fueras —admitió.
—Pues dentro de unos días —respondí vistiéndome —Si te soy sincero, tampoco querría hacerlo, pero todo esto de la guerra tiene a todo el país conmocionado.
—Entiendo, pero si es que llegas a volver, podríamos encontrarnos nuevamente —murmuró subiéndose a horcajandas sobre mí, mientras se habría la bata, dejando expuesto ante mí su cuerpo desnudo que no pude rechazar.
Y así pasaron los siguientes meses, en viajes entre Italia y después de vuelta a casa. Todo el tiempo en que me hallaba fuera lo pasaba con ella, Ambrosia decidió que era mejor que nos viéramos en una casa que estaba en el campo, así evitaríamos ser descubiertos o no nos expondríamos a posibles habladurías de los elfos.
—No entiendo por qué no terminas con él, sin mencionar que es mayor que tú, asumo que es bastante aburrido —le mencioné un día.
—Es rico —respondió con obviedad—Y cuando era de tu edad, aún existían los matrimonios arreglados.
—Pues también soy rico —contesté —Y al parecer soy mejor que él en la cama.
Ella se subió arriba de mí y comenzamos nuevamente, en un ritmo vertiginoso que sólo nos permitía pensar en sexo y más sexo. Los gemidos que nuestras bocas emitían no nos dejaron escuchar que alguien había entrado en la casa y claramente nosotros no habíamos tenido la precaución de insonorizar la habitación o de poner protección, llevábamos casi siete meses usando esa casa para nuestros encuentros.
Pero cuando despegué mi vista de ella moviéndose sobre mí, pude ver cómo su esposo estaba en la puerta, en shock al ver a su esposa teniendo relaciones con otro en la casa que había sido su regalo de bodas.
— ¡Eres una perra, una puta! —soltó y la golpeó en la cara —¡Siempre lo supe y ahora tú y tu amante me las van a pagar!
Se lanzó sobre mí para intentar golpearme, pero lo esquivé, todo sucedió muy rápido; no supe en qué momento había pasado de estar al borde del éxtasis a estarme librando de una pelea a lo muggle.
Me logró asestar un golpe en la cara y lo empujé lejos.
Como no pudo conmigo se volvió a lanzar contra Ambrosia y sus manos fuertes se fueron en contra de su cuello para asfixiarla claramente. En un arranque de adrenalina, cogí un candelabro de metal que estaba en un mesón y con todas mis fuerzas le golpeé la cabeza.
Después de eso todo fue silencio.
Él cayó al suelo con los ojos abiertos y la sangre comenzó a fluir, manchando el tapiz elegante.
Lo había matado.
Mierda, mierda, mierda.
Ambrosia tenía las manos en el cuello, tratando de volver a respirar y cuando cayó en la cuenta gritó como una histérica.
Dejé caer el candelabro y la cogí por los hombros.
— ¡Escúchame! —exclamé —Si no quieres ir presa vas a ayudarme y dejarás de gritar como una loca —le hablé con tono autoritario, porque nada quedaba de en ese momento de la mujer que conocí en la fiesta y que me había seducido al punto de ahora haber asesinado a su marido por haberme convertido en su amante.
— ¡Qué vamos a hacer! ¡Joder, lo mataste!
— Mira cariño, yo no lo maté; lo hemos matado —indiqué — No vas a dejarme con la culpa, pues creo que hace menos de una hora los dos estábamos cogiendo allí —le mostré la cama.
No sé por qué podía ver las cosas de manera tan fría.
¿Acaso a eso podía llevarte un calentón del momento?
¿A convertirte en un asesino?
Esperamos al anochecer y salimos con él a un río cercano a aquel sitio, pues no podíamos llevar una bolsa con un cadáver dentro de ella levitando por los campos italianos. Ese río desembocaba en el mar y si teníamos suerte no se tardaría más de dos horas en llegar allí con lo caudaloso que era.
Que rara era la vida.
Hace más de siete meses llevaba acostandome con aquella mujer con la que me obsecioné de puro capricho, pero no sabía nada de ella. No tenía idea si es que en unas horas iría a donde los aurores y me delataría y eso lograría encerrarme de por vida.
—Ambrosia. . .
— George. . .
— Voy a quedarme unas dos semanas en este lugar y luego de ese tiempo no nos volveremos a ver.
Creo que ella pensaba lo mismo, pues luego de limpiar la habitación exhaustivamente, me fuí a mi hotel y ella volvió a su Mansión.
Pasó una semana y todos se preguntaban donde estaba su esposo, ella manejaba la situación como una profesional, como si su muerte le hubiera caído del cielo. A veces fingía tristeza, otras inexpresividad y finalmente dudas.
Era tan buena actriz que me sorprendió que apareciera un día en mi hotel, dos noches antes de que volviera a Londres.
— No puedo seguir con esto, está matándome.
— No pensabas eso cuando pactamos hacerlo, te pregunté si estabas segura.
— ¡Lo matamos! ¡Asesinamos a una persona!
— Esa persona iba a destruirte, eras tú o él.
— No puedo con eso, voy a confesar.
— Si confiesas, voy a matarte, no creas que saldrás ilesa,si se te ocurre abrir la boca, yo mismo haré que dejes de existir y nadie va a encontrarte.
Los ojos de ella se entornaron.
— Cuando lo llevamos hasta el río te pregunté y parecías muy feliz de deshacerte de él, ví aquel brillo en tus ojos.
— ¡Claro, es fácil decirlo! ¡Te irás a Londres!
—Mira, no abrirás la boca, me viste deshacerme de tu esposo y hacer el trabajo sucio, no me cuesta nada hacerlo también contigo —le amenacé —Ni creas que me iré así como así, dame tu brazo.
Ella no hablaría, si no; terminaría muerta.
Porque en ese mismo instante me apuré a hacer un Juramento Inquebrantable.
—Yo, George Weasley junto a Ambrosia Marrochino juramos morir antes de confesar la verdad sobre el asesinato de Feliciano Marrochino, a partir de ahora juro que de mi boca no saldrá ninguna información —susurré.
—Lo juro —farfulló.
Luego de ocho meses nos reunimos.
Ella me indicó que el caso se cerró.
Feliciano jamás apareció.
Ahora era comida de los peces.
Sortilegios va de maravilla.
Ambrosia es asquerosamente rica.
Y no me equivoqué, esa culpa tan sólo era fingida.
Las mujeres siempre quieren que creas algo diferente, me confesó que montó ese teatro para ver si yo era lo suficientemente fuerte para llevar la situación, si es que no me quebraba ante su estrés.
Era un demonio, siempre lo supe.
Y me calentaba más que el sol en verano.
Cada vez que voy a Italia seguimos encontrándonos para tener sexo.
Lamentablemente Feliciano estuvo en el lugar y momento innecesario.
Y era él o yo.
Este bello banner lo hizo @EditorialBlueberry 🖤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro