09.
Hermione Granger.
El día más feliz de mi vida fue cuando Albus Dumbledore irrumpió en mi casa y se instaló en mi sofá. Jamás olvidaré aquel momento cuando me percaté que él era un hombre especial y que venía a darme una noticia que cambiaría mi vida para siempre.
Ese hombre era un mago y dijo que yo era como él «diferente». Ambos éramos especiales a los ojos de las personas comunes. Mis padres jamás habían visto a ese personaje de barba larga y vestiduras sacadas del siglo pasado. Por lo que creyeron que estaba loco o que era un charlatán que quería robarles su dinero.
Él dijo que podía hacer magia y que yo también podría, para eso debía de ir a la escuela mágica que existía en Inglaterra, Hogwarts.
— La magia es cosa de los cuentos infantiles. — fue lo primero que le dije, mientras observaba con precaución sus ojos que eran antecedidos por unas gafas en forma de medialuna. — ¿Cómo podemos saber que no está mintiendo?
Albus sacó un objeto de madera de su saco, mencionó unas palabras y de repente la chimenea que yacía apagada en nuestra sala se encendió sola. O como debo decir exactamente «por arte de magia»
Mis padres no entendían cómo yo podría de estar relacionada a todo eso, estaban incrédulos ya que no comprendían cómo nuestra familia podría estar involucrada a unos poderes como aquellos. El profesor Dumbledore les explicó que lo más probable era que en algún lado de nuestro árbol genealógico, tuviéramos algún pariente lejano que haya sido mago o bruja y que yo tuviera la descendencia.
El mago me entregó una carta, ahí se podía leer mi nombre completo, mi dirección y que había sido aceptada en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería de Inglaterra y que debía de enviar mi lechuza para confirmar mi asistencia cuanto antes. Eso no fue necesario, ya que antes de que el hombre se fuera yo comencé a insistir a mis padres del asunto y Dumbledore siempre fue lo suficientemente convincente para que nadie fuera capaz de decirle que no.
¡No podía con la felicidad cuando mis padres dijeron que sí! ¡Yo era una bruja! ¡Así cómo en las historias de Europa! Eso me emocionaba de sobremanera, por lo que mi ansiedad a que llegara el primero de septiembre –que era el momento en que tendría que irme a la escuela – era enorme. Debía de llevar materiales apropiados y unos libros muy extraños, por lo que él enviaría a alguien del mundo mágico para que nos acompañara a mí y a mi familia a comprar todo lo necesario a un extraño lugar llamado Callejón Diagon.
Obviamente esa fue una experiencia de otro nivel, un hombre del departamento de seguridad del ministerio de magia, resguardando el secreto mágico, nos acompañó y enseñó todo lo que debíamos saber, a mis padres les recomendó que dijeran que iría a un internado, además de no podían mencionar mi nueva desconocida faceta.
Era algo que no todos podían saber.
También me recalcó que no podía hacer magia fuera de Hogwarts o mientras estuviese en mi hogar, por lo que la espera se hizo eterna.
El día que tuve que irme a mi nueva escuela, tampoco lo olvidaré. En mi vida hubiese pensado que viviría todo eso. Atravesar la barrera de la plataforma, ir en tren al colegio, conocer a más niños que tenían las mismas habilidades que yo. Lo que más extrañaría sería sin duda a mis padres, ellos eran las mejores personas en mi vida, las mejores personas del mundo.
Estaba segura de que no había nadie como ellos.
Lamentablemente ellos no podían ser parte de esas viviencias, no poseían magia, eran lo que se llamaba muggles, osea personas sin magia.
Al menos me sentía afortunada de poder ver con mis propios ojos el mundo al cual sólo podría haber accedido en mis sueños de no ser porque era parte de él.
Bueno, durante mi primer año casi todo fue bien. No es por presumir, pero me fue de maravilla en todas mis materias, aprobé con calificación Extraordinario las últimas tareas. Lo que debo de admitir es que sí me costó demasiado hacer amigos, clasifiqué para Gryffindor la casa de los «valientes» y allí la mayoría de los chicos se conocían entre ellos, pero debo agradecer que en mi vida aparecieron Harry Potter y Ronald Weasley, que me salvaron del ataque de un troll enorme que pudo volar mis sesos en menos de un minuto.
Todo fue bastante bien, pero obviamente los conflictos comenzaron a aparecer.
Harry era el mismo «niño que vivió» el que salvó al mundo mágico de Lord Voldemort, el mago tenebroso que quería apoderarse de todo hace unas décadas atrás. Ronald venía de una familia de magos muy antigua y tenía muchos hermanos en la escuela, todo iban a Gryffindor.
El problema no estaba en Gryffindor, el problema estaba en Slytherin.
Slytherin al igual era una casa de Hogwarts. El problema era que todos los que asistían allí eran unos engreídos, discriminativos y déspotas. El peor de todo era Draco Malfoy, un rubio prepotente que presumía su apellido y sus orígenes.
Con él y sus humillantes palabras comenzó todo.
Jamás llegué a pensar que había gente como él y como los Malfoy. Aún en el mundo muggle no me había tocado conocerlos. Pero él se encargó de hacernos a Harry, a Ron y a mí la vida imposible desde primero hasta la fecha. Sobre todo a mí.
Por ser una impura, por ser una sangre sucia.
La primera vez que recibí su insulto no entendí lo que quiso decir. Por primera vez en mi estadía en la escuela no comprendía lo que algo significaba. Por primera vez alguien me hizo sentir tan mal. Por primera vez quise volver con mis padres.
No podía creer que le dijeran eso a los hijos de padres muggles. Sabía que existían las clases sociales, las diferencias económicas, pero no pensé que llegarían a hacer diferencias por los orígenes. Si bien mis padres eran muggles, yo era una bruja al igual que todos, al igual que él, al igual que los malditos que cursaban en Slytherin y que todos gozaban de portar una línea purísima de sangre.
Todo comenzó con Salazar Slytherin, que no quería que nosotros –los supuestos impuros – estudiasemos magia. Aquel mago maldito fue capaz de dejar en el colegio a un basilisco para que matase a todos los estudiantes nacidos de muggles.
Un acto bárbaro.
Pero ese acto repercutió en mí, en mi sentir, en mi pensar.
No tardé en convertirme en el blanco de las burlas de todos en dicha casa, todos seguían el jueguito de Draco Malfoy. Yo odiaba a todas esas perras de Slytherin, a todas sin excepción, pero Pansy Parkinson era la peor. Era la más cruel, la más fría, la arpía. La que dijo las peores cosas sobre mí y también sobre mis padres.
Que yo era sucia, que no merecía estudiar allí, que las mancharía con mi presencia, que no podían estar en la misma clase que las personas como yo, que mis padres eran unos retrasados, que sólo los tontos vivían en el mundo muggle.
Y eso sí que no lo toleraría, no era una tonta y no dejaría consentir sus gustos. Les pateé el culo todos los años en las asignaturas, siempre fui la mejor. Pero ellos ahí estaban, siempre con sus descalificaciones, con sus humillaciones, con sus palabras hirientes, con su maldita sangre pura.
¿Por qué yo no podía haber nacido así? ¿Por qué no podía ser una sangre pura?
Investigué sobre las diferencias en el mundo mágico y si bien todos éramos capacitados. Siempre preferían a los sangre pura, aunque fueran peores o menos inteligentes. Como si tuvieran sangre real corriendo por sus venas.
Mi resentimiento creció y de verdad que ahora pienso que mis padres son el problema.
¿Si tenían ancestros magos, por qué no habían desarrollado el poder de la magia?
Simple, eran débiles.
Y no quería ser así, detestaba ser hija de muggles y que todo el tiempo me lo hicieran notar, que en toda ocasión mencionara que era una impura. Todo se incrementó cuando me percaté que mis padres eran personas demasiado comunes, claramente éramos de mundos diferentes, ellos no tenían nada que ver conmigo, o quizás era yo la que no tenía nada que ver con ellos y su pequeño mundo.
Comencé a odiar ir a casa, tener que pasar los veranos con ellos y que no entendieran ni una puta palabra de las cosas que yo les contaba, que no fueran capaces de imaginar más allá de la simpleza de su mundo. Fue un alivio cuando los padres de Ron me invitaron a pasar con ellos las vacaciones cuando los mundiales de Quidditch se realizarían, de lo contrario me lo hubiera perdido y hubiera estado confinada al aburrimiento y al encierro en mi habitación, ya que con mis padres la plática era forzada y estúpida.
Ese año reconozco que mi figura se posicionó en popularidad dentro del colegio. Todas me envidiaban por el hecho de estar cerca de la estrella de Quidditch, Viktor Krum. Si bien jamás me permitirían estar en su círculo o jamás me considerarían una de ellos al menos me respetarían, pensarían que por algo el famoso búlgaro quería estar cerca de mí. No tardó en llegar la carta de mi madre, preguntando por qué Rita Skeeter escribía sobre mí, ellos habían comenzado a leer El Profeta y allí aseguraban que yo mantenía una relación con Harry y con Viktor, esa carta la ignoré claramente.
Aquella era mi vida, vida a la que mis muggles padres no pertenecían.
Ya que no me hacían falta en nada.
No obtenía nada provechoso estando cerca de ellos.
No entendían mi mundo y claramente yo no era parte del mundo de ellos. Ya no más, no era una muggle, era una bruja y era la mejor, la más inteligente, por lo que no los necesitaba. Durante todo ese año no les escribí, no me hacía falta saber de ellos.
Por supuesto que cuando volví a casa ese año no estaban contentos conmigo.
— ¡No escribiste más de dos cartas al inicio del curso! — me señaló mi padre molesto.
— Debes ser tener conciencia Hermione. — dijo mi madre al unirse a la discusión. — No puedes mantenernos lejos y sin tener noticias tuyas si nosotros no podemos hacer más por saber de tí, debes entender las restricciones que hay.
— Pues entonces deberían comenzar a entender que pertenecemos a mundos diferentes. — puntualicé. — Tengo demasiadas cosas importantes que hacer como para preocuparme más encima de ustedes.
Mi padre colocó cara de horror y mi madre de indignación. Al parecer no podían creer que yo les hubiese contestado de esa manera y en ese tono.
Típico de los padres que no entienden un argumento potente y válido.
— No seas irrespetuosa ¿Acaso en esa escuela han estado lavandote en cerebro? — me preguntó mi padre de manera enojada. — Te recuerdo que aunque seas uma bruja sigues siendo nuestra hija.
Mi madre no dijo nada. No quería que montaran un escándalo y que no me dejaran ir a la casa de los Weasley.
Por lo que usé mi inteligencia. Ellos no lo entenderían, no tenían magia.
— Lo siento, de verdad que usé mal las palabras. — mentí, ya que de verdad no sentía esas disculpas para nada — sólo que necesito que no me controlen tanto, necesito de mi espacio, ya estoy aquí. — murmuré con la cara llena de ternura fingida.
Algo que los dejó felices y me abrazaron.
Eran muggles, cualquier cosa los contentaba.
Ellos eran buenos padres, cariñosos y preocupados.
Padres perfectos para todos, menos para mí.
De verdad desearía que no lo fueran, que no nos uniera ningún vínculo.
Yo pretendía ser grandiosa y ellos me hacían ver débil, indeseada y por su culpa era una sangre sucia. Debido a ellos tenía que aguantar todas las humillaciones que me hacían a causa de la sangre que llevaba de ellos.
De verdad, no me importa nadie que pueda tacharme de mal agradecida, de mala hija, de lo que sea. Pero nadie vivió el infierno que viví en la escuela por ser hija de ellos, por no tener sangre mágica. Y llega un momento en que debemos pensar en nosotros mismos sin importar lo que le duela al resto.
En fin, para mí fue un alivio ir a buscar los horrocruxes unos años después. Después de años cortaría el lazo con ellos.
Harry y Ron creyeron que les borré la memoria para protegerlos de Voldemort.
Mentiras, lo hice para no tener que volver a tener contacto con ellos.
Ellos creían que volvería a buscarlos tras la guerra.
Harry y Ron están equivocados.
Pues eso a mí no me interesa.
No me interesa volver a verlos en la vida.
Los quise y me criaron, pero eso cambió.
En el mundo mágico no hacen más que estorbarme y mi forma de pensar no cambiará.
Les borré la memoria y ya no existen.
Ya no existen para mí.
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