04.
Neville Longbottom.
Cuando nací, todos creyeron que sería un mago prodigioso y muy capaz, al igual que mis padres. Los reconocidos aurores Longbottom –Frank y Alice –eran unos de los magos más poderosos y sobresalientes. O eso es lo que me han dicho, porque ellos jamás estuvieron junto a mí, no porque no hayan querido, si no porque se los impidieron.
Ellos fueron torturados en la primera guerra mágica, por Bellatrix Rodolphus y Rabastan Lestrange, además de Barty Crouch Junior. Ese grupo de mortífagos creía que mis padres tenían información del paradero de Lord Voldemort, que había sido vencido por un insignificante bebé.
Tuve que crecer en la ausencia del cariño de ellos, porque creo que ellos me hubieran querido y hubieran cuidado de mí. Más tuve que quedarme al cuidado de mi abuela Augusta, la madre de mi padre. Crecí entre sus regaños y entre sus humillaciones, ya que jamás hubo un verdadero y notorio brote de magia en mí. Todos pensaban que yo era un squib, hasta que un día me caí de la cuna y reboté, no me azoté en el suelo.
Sólo en ese momento mi abuela mostró un mínimo de aprecio por mí. Ya que estoy seguro de que si no hubiera tenido magia ella me hubiera ido a dejar a un orfanato. No me cabía duda de eso. Augusta no era una mujer muy cariñosa y no me tenía nada de paciencia.
Me dí cuenta que a diferencia de otros niños, yo no tenía padres y no entendía el porqué de esa situación. Cuando le pregunté a mi abuela ella respondió de la manera más fría y poco atinada posible.
— Tus padres se volvieron locos, en la guerra les torturaron y jamás volverán a casa. — respondió sin tener mayor empatía por mí.
— ¿Por qué abuela? ¿Por qué no pueden volver? Yo les quiero conocer. — insistí.
— Pues porque no recuerdan nada, no pueden hacer nada por ellos mismos. Oh, en todo caso, no te recuerdan, ni siquiera deben acordarse de que te tuvieron y me alegra, eres una total decepción.
Cualquier persona en su sano juicio, le hubiera explicado a un niño de seis años la situación con mucho más tacto y mucha más contención. Más ella no era así, siempre estaba regañandome y burlándose de mí. Obviamente explicarme lo que le habían hecho a mis padres no sería la excepción.
Yo sabía que ella no me quería de lo contrario me hubiera llevado mucho antes a verles, aunque yo no entendiera nada. Pero ahí estaba yo, siempre insistiendo, siempre buscándola, mendigando su cariño.
— ¿Abuela tú puedes llevarme a verlos un día? Por favor. — le rogué.
— Si así dejarás de fastidiar Neville, pues bien. — aceptó — Más no esperes una muestra de afecto de parte suya, ya te lo advertí, ellos están en la luna.
Cuando conocí a mis padres, a pesar de todo lo shockeante que fue, estuve feliz en mucho tiempo. Al fin les conocía y sabía que en realidad ellos si existían, aunque no estuvieran conmigo, sabía que en sus más remotos pensamientos me sentían como su hijo –la misma enfermera lo dijo– veía a mamá más sonriente cuando yo iba, papá comía su comida con ganas.
Por lo que pensé que después de todo yo no era tan inútil, había logrado hacer que mis padres tuvieran un cambio de actitud luego de años de que estuvieran en el mismo estado.
Eso para un niño de seis años era lo mejor que podía pasarle.
Sobretodo un niño que creía en una casa sin amor, en la que su abuela le criaba por obligación.
Después de cinco años de monotonía, donde yo solía jugar solo en el jardín, donde salía a pasear solamente cuando mi abuela iba a comprar la despensa y los víveres al callejón Diagon y donde jugaba con Anthony Goldstein a través de la reja de la casa, mi vida cambió.
Llegó mi carta de Hogwarts. Al fin tendría la posibilidad de salir al mundo y aprender todo lo que mis padres habían sido.
Sería un gran mago.
Estaba muy equivocado, estaba lejos de la realidad al pensar así.
Mi abuela no tenía intenciones de gastar dinero en mí y comprar mis nuevos materiales escolares, aunque fuera rica. Por lo que no se le ocurrió nada mejor que darme todas las cosas viejas que mi padre había usado cuando fue estudiante en Hogwarts. Desde las túnicas, el caldero y hasta la varita.
— Pero abuela. ¿No es que la varita escoge al mago? Si esta ya escogió a papá ¿Cómo volverá a escogerme a mí?
— Mira Neville, seamos honestos, yo no creo que vayas a ser tan sobresaliente, por lo que no estoy interesada en gastar mi dinero en cosas que ni siquiera sabrás usar. — me regañó — ¡Ah y si quieres llevar un animal, no se te vaya a ocurrir pedirme una lechuza! ¡Vé al estanque de la casa y coge uno de esos asquerosos sapos!
Sí, Trevor es un sapo que siempre se alejaba de los otros, que no se juntaba con los demás sapos. Estaba sólo, igual que yo.
Por eso le escogí.
Llegar a Hogwarts fue positivo y negativo a la vez. Lo bueno era que me alejaba de mi abuela la mayor parte del año, hice amigos con fácilidad y había quedado en la misma casa que mis padres habían sido seleccionados. Lo malo es que mi abuela tenía razón.
Yo era un desastre.
Las habilidades mágicas no se me daban con facilidad.
Además que por un motivo que yo no entendía, el profesor Snape me odiaba.
¡Mi primera clase de vuelo fue horrible!
Pasé una vergüenza atroz.
Casi todos se burlaron de mí ya que mi escoba se descontroló y caí rompiendo mi muñeca. Y así me sucedió una basta y larga lista de cosas ridículas donde todos pensaban que realmente no era bueno, que no había nacido para ser mago.
Como que prácticamente la magia se desperdiciaba en mí.
Que verdaderamente no era un mago.
Mi rendimiento mejoró algo en cuarto año, había aprendido cosas y podía usar la varita para algunas técnicas. La verdad es que tenía una materia favorita y era herbolaria, realmente era el mejor de la clase, incluso más que Hermione, ya que ponía toda la dedicación en ella, si no era bueno en encantamientos en algo debía serlo y eso era la herbolaria.
Incluso Harry Potter había podido hacer una competencia en el torneo de los Tres magos gracias a las branquialgas que yo le recomendé.
Pero ese año fue algo complejo, Voldemort había vuelto supuestamente, había asesinado a Cedric Diggory y había querido matar a Potter. Barty Crouch Junior había reemplazado al profesor Alastor Moody, causando estragos en el torneo y en la escuela.
Y había algo más.
El maldito se había dado el lujo de torturarme en la clase de Artes oscuras, al igual que lo hizo con mis padres, sin que yo siquiera lo supiera. Lo que yo pensé que había sido un accidente con la araña que demostró los maleficios imperdonables, había sido nada más que una manera en la que él se había decidido burlar de mí.
Y yo ya estab harto de eso.
Estaba harto de ser el tonto de la clase al que siempre le pasaban las cosas malas y el que no podía ser capaz de hacer algo bien.
Tenía que aprender a ser fuerte y a defenderme.
Aprender a ser un mago de verdad, poderoso, al que nadie pudiera pasar a llevar.
Ese verano mi pensar cambió bastante, me encerré a leer de todos los tipos dr magia habidos y por haber en la biblioteca de la casa. Nada llamaba mi atención tanto como la herbolaria. Pero el hecho de haber estado tan cerca del hombre que le había destruído la vida de mis padres y me había dejado sin ellos me hacía sentir rabia, impotencia y mucho odio.
Sí, odio.
El buen Neville no puede tener odio dentro de su corazón.
Eso era mentira, cada día yo sentía más odio y más rabia en contra de todos ellos, de mi abuela, en mi contra, por ser débil.
Así que lo único que podía hacerme más fuerte y que capturó mi interés fue una sola cosa.
La magia oscura.
Sí, las artes oscuras se convirtieron en mi tema favorito durante las vacaciones. Cuando mis amigoa iban a casa a verme yo escondía los libros que había sacado de la biblioteca. Sabía que pensarían mal de mí por estar leyendo eso, por estar instruyendome en esas materias. Más yo no quería ser el hazme reír y quería sentirme fuerte.
También sabía de sobra que cuando mi abuela se enterara me daría un castigo que no olvidaría jamás, más ella no tenía cómo enterarse, a ella yo no le importaba y lo que hiciera mucho menos.
Quinto año no fue tan complejo para mí, había aprendido bastante en las vacaciones. Y también había aprendido a ser inteligente. Tenía que fingir ser la misma persona que siempre, el mismo chico ingenuo y callado, así nadie se daría cuenta de lo que estaba aprendiendo, no era como que estuviera traicionando a alguien, sólo que ir en Hogwarts y que te gustaran las artes oscuras era sinónimo de que inmediatamente te observaran como a un mortifago y no era así, yo no pretendía unirme a Voldemort ni nada de eso.
Yo quería sentir aquello que los magos tenebrosos sentían, esa seguridad, ese poder, ese desplante que por lo general caracterizaba a los Slytherin y que yo siempre había querido tener.
Empecé poco a poco a querer sentir la emoción de poder, de ser más que alguien, de tener la libertad, de hacer que otro se sintiera intimidado en mi presencia.
El bosque prohibido me ayudó, había un sinfín de criaturas y animales silvestres. Por lo que solía leer con tranquilidad.
Hasta que me decidí.
Nadie me volvería a pasar a llevar y practicaría con alguien más débil que yo.
Animales.
Sin que nadie supiera había conseguido otra varita, una que me había escogido. Tuve que robarle un cabello a un estudiante de Hufflepuff de segundo y hacer una poción multijugos cuando fui a comprarla. Estaba seguro de que Ollivanders me delataría con mi abuela si iba yo y decía que había roto la mía. Esa varita sólo la usaría para esto, para ensayar– Como solía decirme a mi mismo–.
Aprendí un hechizo bastante difícil para que nadie supiera de quién era la varita. Una varita sin dueño, cosa que nadie supiera lo que yo estaba haciendo.
Antes de hacerlo con magia, lo practiqué como los muggles, apedreaba a las aves, asfixiaba a las ardillas, incineraba a los insectos. Algo depravadamente placentero, de verdad, comencé a sentirme bien con el hecho de hacer desaparecer a seres que eran mayormente insignificantes.
Y ahí lo comprendí.
Comprendí el deseo de poder y de superioridad de los mortífagos y de Lord Voldemort. Y no era del todo estúpido.
Quién no era digno no debería por qué existir.
Los entrenamientos con el Ejército de Dumbledore, perfeccionaron mi técnica. Fingir no entender también sirvió. Nadie sospechaba en lo que me estaba convirtiendo.
En un ser arrogante, sin escrúpulos y sin una gota de piedad por el más débil.
Meses después, el bosque prohibido estaba casi vacío, no habían muchas criaturas mágicas, las más inofensivas habían desaparecido.
Había sido yo, era demasiado vigorizante sentir el poder cuando realizabas un cruciatus en alguien, verlo retorcerse de dolor, hasta quedar bueno para nada. Realmente la magia oscura tenía algo atrayente que era difícil de dejar, que cada vez consumía más tus entrañas.
Asesiné a todas las hadas, escondido entre los arbustos. A la mayoría de los animales y varias criaturas mágicas.
Nadie nunca supo que fuí yo, cuando el ministerio detecto que estaban desapareciendo las criaturas mágicas y que habían sido registradas varias maldiciones imperdonables desde una varita sin dueño especificado, todos pensaron que había sido alguno de los estudiantes que seguían a Umbridge.
Escondí la varita en la sala de menesteres, en una caja hechizada, con magia oscura también.
Mi aventura asesinando y torturando animales duró lo que tenía que durar.
Lo hice por probar que yo era digno.
Y yo lo era, más que muchos en la escuela.
Y lo mejor, cuando todos buscaban al culpable dentro o fuera de Hogwarts...
Nadie sospecho del inocente Neville Longbottom.
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