Capítulo 5. Una Oportunidad
Katherine Weber
No dejé de meditar aquel momento en el que el señor Westermann se había quedado frente a mi cubículo: la sonrisa, sus ojos que no me dejaron de ver ni siquiera cuando le llevé el café... Me fui preguntándome sobre todo acerca de la insistencia que tenía por no quitarme la mirada de encima, ¿yo tenía algo malo? ¿Se habría arrepentido de contratarme? Me inquieté tanto que cuando Lauren y yo salimos de la oficina para pasarnos a beber esos tragos que teníamos pendientes, me sacudió el hombro.
— ¿Oye? ¿Me escuchaste?
La miré con la cabeza desorientada, consciente de que ella estaba hablando conmigo, pero sin saber de qué.
—Lo siento, estaba pensando en el trabajo, no deja de molestarme.
Ella suspiró y me tomó del brazo para guiarme hacia su auto —un Jeta plateado—, y siguió parloteando de que le había estado tirando un ojo a un chico del piso 21 que iba a cada hora para entregar correspondencia, según ella decía que solo lo hacía para verla, yo fingí escuchar la mayor parte del tiempo, solo me concentraba en el tema cuando sus ojos me miraban la cara.
—Ya verás, estoy segura de que en cualquier momento tendrá que dejar de actuar —me dijo con seguridad, subiéndose al auto—. Yo no seré quien de el paso, ya sabes, el hombre debe ser el primero.
Tomé el asiento del copiloto. Deseé que Lauren instalara la calefacción ya que el día de hoy llovió demasiado y la humedad de la tierra mojada me daba escalofríos.
—Es cierto —admití. Nunca me pareció correcto que la mujer fuese quien diera el primer paso, pero con estas costumbres modernas, no había mucho que esperar.
Lauren manejó en silencio, tal vez porque necesitaba concentración a la hora de tener de por medio precaución con el pavimento mojado. Aquel silencio me favoreció ya que necesitaba un momento de tranquilidad, no deseaba contarle nada porque sabía que le serviría de reproche para molestarme, además, pensándolo de manera más racional, no tenía que sentirme tan mal, era una empleada nueva y tal vez el verme ahí le había parecido demasiado nuevo.
Entramos al bar que llevaba por nombre The Drink of Midnight. Dentro había bastantes mesas desocupadas, una banda de jazz tocando en el rincón y una barra en donde la mayoría de la gente se la pasaba tomando las bebidas; jamás había venido a este lugar, me parecía demasiado oscuro y reservado para los gustos de Lauren pero bueno, con tal de tenerla contenta me conformaba. Avanzamos hacia una mesa que estaba lejos de la banda, ya que no quería molestarme con tanto escándalo. Mientras ella se las ingeniaba para encargar algo, yo examiné el lugar: había montones de fotografías en marcos de madera que estaban puestos en la pared, insignias que parecían ser de tipo Boy Scout y letreros de neón pequeños que anunciaban los nombres de los platillos más famosos del lugar, era algo raro.
— ¿Qué va a tomar? —me preguntó la mesera; cabello rojo, delantal verde militar y blusa blanca de botones, no pude ver su nombre de la placa.
—Una margarita —respondí sin querer parecer ausente.
Cuando se fue, Lauren sacó un espejo de mano y se retocó el lápiz labial.
—Gracias por acompañarme, la última vez fue un fiasco, no tenía a nadie con quien charlar, necesito que alguien me escuche. —dejó el espejo a un lado—. El trabajo cada día se pone más pesado. Sabes, he considerado renunciar, llego a casa y realmente no encuentro nada interesante que hacer más que esperar otro día de laborioso trabajo.
—Te lo dije —rezongué con una mueca—. Ni siquiera disfrutas lo que haces.
—Ni tú tampoco —me recordó con amargura—. Admitámoslo, nadie en esta vida tiene lo que quiere, ni tú ni yo ni nadie, para qué preocuparnos en conseguirlo si las cosas nunca saldrán como las esperas.
Enarqué las cejas, esperando tener una respuesta para eso, pero en seguida llegaron nuestras bebidas. Había pasado un tiempo en el que yo había dejado de tomar alcohol, ya que me producía un desconsiderado problema, el cual era hablar de más cuando el nivel de alcohol me llegaba a la cabeza. Debía estar consciente de no dejarme influencia por Lauren para tomarme tres o más de estas cosas.
Miré a Lauren que tenía una expresión monótona, podía ver el cansancio a través de sus ojos y sus movimientos pesados y lentos que me preocupaba mucho.
—No debiste pedir tequila, te hará delirar, créeme, no te gustará. —me quedé espantada cuando la vi levantar la pequeña copa de tequila y bebérsela de un trago.
—No pienso embriagarme, solo quiero tomar dos copas y después cenar algo. Vamos, Kath, tengo una vida muy complicada. —me miró con reproche, sabía que necesitaba más consideración con ella para comprenderla—. Deja que esta mujer se desahogue un poco.
No dije más y esperé a que pidiera esas dos copas de tequila, se las terminó en menos de quince minutos para luego pedir pollo para cenar, papas empanizadas y pizza. Me tranquilizó un poco verla comer algo, me había dado cuenta en estos días, ahora que trabajábamos juntas, de que había dejado de comer pollo frito y brownies y que lo había reemplazado por ensaladas y bebidas energéticas. No podía jurar nada, pero podía verla más cansada y pálida, no quise pensar que podía estar enferma, pero me angustiaba demasiado que estuviera pasando por un gran dilema.
—Mis padres se acaban de separar —levantó la vista del pollo hacia mí—. Mi madre dice que se acaba de dar cuenta de lo patético que es mi padre y que ahora espera que firme el acta de divorcio, ¿puedes creer esto? Solo estaban unidos por mí y ahora que vivo lejos, pueden hacer de sus vidas una completa libertad. Y ahora solo puedo verme de esta forma, un horrible trabajo, un departamento diminuto, gastos, pagos, deudas... y todo esto me hace sentir mal.
—Lauren —murmuré con voz dulce, mi voz se cerró al momento en que quise consolarla, ella se veía tan mal, que no sabía qué hacer—. No eres quien crees que eres, tú puedes salir adelante, eres joven, bella...
—Y terriblemente gorda —me interrumpió con la voz quebrada y un gesto en los labios—. Solo mírame, ¿tú crees que alguien querrá a alguien como yo? Terrible y patética. Yo no quería esto, Katherine, yo deseaba ser modelo y tú lo sabes.
Desde que estábamos en secundaría, Lauren siempre tenía en su casillero revistas y recortes de cada marca vanguardista de revista de modas que podías reconocer: Vogue, Cosmopolitan, Glamour... Creí que aquel hobby la hacía fantasear, pero creo que se convirtió en una obsesión suya, que con el tiempo fue dejando en Lauren un martirio que ahora la lastimaba mentalmente.
¿Qué podía hacer? ¿Qué podía decirle? Ella era tan obstinada, no se resignaba con nada, era demasiado difícil hacerla entender, pero aun así debía ayudarla; era mi mejor amiga, y a pesar de todo, su problema también se convertía en el mío porque me lastimaba que pensara así.
—Déjame ayudarte, por favor, Lauren —me incliné hacia ella y le rogué con la mirada que primero me dejara hablar—. Ahora me doy cuenta de que tienes un problema muy delicado, yo no sabía que pensarás así, tú eres hermosa y no necesitas de nada de...
— ¿De qué hablas? —frunció la ceja con repulsión, interrumpiéndome—. Yo no tengo nada, solo que a veces no me siento muy cómoda con mi cuerpo, haré una rutina de dietas y ejercicios, estaré bien, te lo prometo.
—Pero... —protesté en silencio, quedándome callada y resolviendo mis propias confusiones en mi cabeza. ¿Qué sucedía con ella?—. Lauren, mírate, tú estás enferma, te veo, estás muy pálida últimamente, no creo que...
Ella puso los ojos en blanco, como si el tema la estuviera molestando evidentemente. Sabía que de todas formas ella jamás hablaría de algún problema que ella tuviese con nadie, ya que yo era demasiado firme con ella y Lauren solía ser sensible, me estaba preparando para lo que fuese que tuviese que decirme para hacerme callar.
—Me salto las comidas por el trabajo, últimamente no he estado desayunando y no he dormido bien, pero no por eso me vas a llamar bulímica ni anoréxica. Kath, me subestimas demasiado y no creo que tengamos que volver a tocar este tema, porque por primera vez te pido que no te metas en mis asuntos.
— ¿Me regañas por cuidarte? —murmuré con tono inquisitivo.
Ella me miró de forma mordaz y penetrante.
—Solo dejemos de hablar de esto, no es algo que tengamos que discutir. —me echó una mirada más y volvió al plato de pollo y papas.
Ninguna de las dos habló por un buen rato, dejamos que la banda de jazz estuviera como distracción, gracias a la mezcla de música que sonó excelente como melodía de fondo la cual fue manejando con tranquilidad el ambiente de tensión que se formó entre ambas por unos minutos. Yo no pedí nada para cenar porque no tenía tantos ánimos de comer, creo que sobre todo fue por no tocar el tema de la comida, me quedé sentada viendo a la banda. No seguí pidiendo margaritas, pero Lauren lo hacía de vez en cuando.
Miré el reloj que estaba en la pared, marcaban casi las diez. Me dije que mamá tal vez estaría saliendo del trabajo y yo de verdad quería recibirla con una buena cena, aquello no solo la alimentaría a ella, sino a mí también.
—Tengo que irme, mi mamá llegará y tal vez quiera encontrarme allá. —saqué la billetera y puse sobre la mesa veinte dólares.
—Déjalo —murmuró Lauren, deslizando el billete en mi bolso.
Levanté la vista, ella me regresó la mirada con algo de compasión y seriedad, yo definitivamente no quería discutir de nuevo con ella, además esos veinte dólares me servirían demasiado para ir y tomar un taxi. Una imperceptible sonrisa apareció en mi rostro cuando los tomé de nuevo.
—Gracias. ¿Nos vemos mañana?
—Claro, luego planeamos algo para el fin de semana, ¿ok?
Asentí y la sonrisa que permanecía escondida, apareció con seguridad.
Damien Westermann
Eran casi las diez y yo aún esperaba que Katherine saliera del bar que llevaba por nombre The drink of midnight. La tentación me acorralaba porque quería, o más bien deseaba, entrar y saber si estaba haciendo algo con alguien o si ella estaba sola; sabía que estaba con una de las tantas empleadas, lo sabía porque de vez en cuando la había visto en la recepción del piso 26, pero aun así mi preocupación por aquel hombre que estaba afuera de su casa no me dejaba de molestar. ¿Qué tal si ese hombre estaba ahí dentro sin que yo lo hubiese visto entrar? Pude haberme distraído, aunque sería un error que no aceptaría realmente, porque no había quitado la vista de esa maldita puerta.
No me quedaba de otra que salir del auto. Puse la alarma y miré a mi alrededor solo por si acaso: había un hombre recargado contra un poste, fumando un cigarrillo; examiné su ropa: llevaba una camisa de botones medio rota, unos pantalones gastados que daban la apariencia de que le quedaban muy grandes y tenis que estaban entre abiertos en la parte de adelante. No lograba verle bien la cara ya que toda la calle estaba casi a oscuras, pero podía ver que tenía tez color medio, grandes cejas y vello en la barbilla que lo hacía lucir muy descuidado y antihigiénico.
—Lindo auto —comento con una ligera amargura plasmada en su voz, podía ver que inclinaba la cabeza para verle el brillo de las capas de cera que le habían dado al auto esa mañana.
No le contesté, ni siquiera podía mirarlo, así que crucé la calle para asegurarme de estar lejos de él, pero para cuando crucé vi que alguien salía del bar porque la puerta se abrió con el sonido de una campanilla, vi que era Katherine y que estaba con la mirada baja, tecleando algo en su celular; busqué un lugar para refugiarme, correr no serviría de nada, el auto estaba al cruzar la calle y me notaría, aunque, ¿me reconocería? Me metí a un callejón esperando que no pasara por ahí y decidiera ver dentro, ya que no habían botes de basura o cajas donde pudiera esconderme o arrodillarme. Escuché sus pasos, aquello me dejó con el aliento alborotado y la exaltación a flor de piel, estaba atento a cualquier sonido cercano, casi podía jurar que el corazón me rebotaba por todos lados del cuerpo cuando sus pasos se oyeron cerca, más cerca hasta que vi hacia la calle y ella estaba cruzando exactamente cerca de mi auto.
Cuando la vi el corazón me explotó en una sensación de adrenalina y alegría, verla de lejos siempre era mucho mejor porque de cerca ella parecía tenerme miedo. Ella no despegó la mirada del celular y fue cuando quise salir de aquel callejón oscuro y gritarle que mirara hacia el frente, pero todo ocurrió muy rápido: una camioneta que iba a una velocidad indescifrable hizo resonar el claxon, Katherine levantó la mirada demasiado tarde, porque la camioneta frenó hasta cuando la golpeó en la cadera y la hizo caer al suelo, escuché el sonido de su cuerpo golpear en la defensa.
El conductor salió a toda prisa, era un hombre regordete, bajito y calvo con pantalón de mezclilla y blusa naranja fajada.
— ¡Dios mío! ¿Está usted bien? Dígame, ¿Se ha lastimado?
No escuché respuesta de Katherine, fue cuando salí del callejón y me acerqué a pasos largos, quedándome con el semblante helado al verla tirada en la calle con un gesto leve de dolor y tocándose con cautela el costado; sus ojos se abrieron completamente cuando me reconoció, el gesto de dolor que llevaba hace unos segundos se transformó en incredulidad y confusión, su mandíbula cayó y en ese momento dejó de tocarse el costado.
Necesitaba saber si estabas bien, le contesté en mi mente, porque su semblante lo preguntaba todo.
—Señorita, ¿está bien? —le preguntó el conductor, arrodillándose.
Miré hacia el bar donde ya las personas se asomaban desde las ventanas para ver el espectáculo, vi al vagabundo que estaba aún en el poste, seguía fumando pero observaba con más concentración el teléfono tirado de ella que todo el incidente. Katherine tardó en regresarle la mirada al hombre regordete y parpadeó.
—Sí, bueno, tengo una molestia en el costado pero seguramente se debe al golpe. Estoy perfecta, no se preocupe.
— ¿¡Perfecta!? —exclamó el hombre con sorpresa—. Pero si casi la atropello.
—Pero tuve bastante suerte, no me aplastó. —La vi sonreír a medias.
El vagabundo se acercó solo para poder mirar el teléfono móvil aún más de cerca, fue cuando yo me acerqué y lo quité de la calle, lo observé suspirar con decepción, me echó una mirada de pocos amigos y se alejó.
Ella aún seguía perpleja y yo solo quería sacarla de ahí, ni siquiera sabía por qué había tenido ese arranque de salir del callejón y exponerme a mí mismo. Ella se estaría preguntando qué podría estar haciendo yo ahí, en un lugar como éste, y yo no iba a saber que responder porque sinceramente no había más respuesta y motivo para estar aquí que ella.
— ¿Tiene auto? Puedo llevarla a su casa o al hospital si así prefiere, no me molestaría, de verdad.
Katherine negó y se sentó en el piso, luego subió su rodilla para poder levantarse, el hombre le ayudó pero deseé ser yo quien le pasara el brazo por el hombro y así tenerla a mi lado. Me quedé petrificado al ver como ella no quitaba de su rostro ese sentimiento de angustia a causa de mi presencia, tal vez ella ya estaba pensando lo que me temía, que la estaba siguiendo.
—No, la verdad prefiero irme en taxi. Solo necesito mi teléfono. —me clavó la mirada.
Me acerqué y le entregué el teléfono.
—Gracias, acaba de rescatar mi teléfono de ese vagabundo —admitió con voz cohibida, con el cuerpo temblándole por todos lados; noté que solo podía sostenerme la mirada si estaba lejos de mí, porque cuando se acercaba un nerviosismo que brillaba en sus ojos le impedía tener convicción.
—No hay de qué, pero, ¿está segura de que está bien? Yo creo que necesita ver a un doctor para descartar huesos rotos, puede haber hemorragias internas si no se atiende y eso sería peligroso.
Titubeó ligeramente, me miró pero no la sostuvo lo suficiente como para poderle leerle el pensamiento, tomó su teléfono y marcó.
—Puedo llevarla —le aseguré de inmediato, imaginando a quien estaba tratando de llamar, a aquel hombre que estaba con ella en su casa cuando la seguí—. Supongo que su casa debe estar cerca, si es que no decide que la lleve al doctor primero.
—No quiero ir al doctor —concluyó.
—Bien, ¿a su casa, entonces?
Su semblante dio un giro interesante cuando su mirada mostró una sorpresa conservadora y su boca se curvó más en un gesto pensativo que en una sonrisa. Ella miró hacia el teléfono y parecía enfrentarse a un debate interno.
—No necesito... —enmudeció, miró hacia la ventana del restaurante y sonrió para sí misma—. ¿Podría hacerme ese gran favor, señor Westermann?
Yo sonreí de la manera más gentil, examinándola completamente.
—Claro que sí.
Y de inmediato supe que esa sería mi primera oportunidad.
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