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Capítulo 40. Sinceridad

Katherine Weber.

Vi toda el agua de la bañera teñida en color rojo, era mi sangre, la que estaba pegada en mi rostro, parte de mis brazos y manos y que logré quitarme con mucho esfuerzo, estando con más iluminación pude ver las marcas de cigarrillos en mis muslos, la sensación rigurosa de mi piel cuando antes de las quemaduras estaba lisa, dolían todavía, ardían si llegaba a tocarlas por accidente. Me acerque al espejo del tocador y fue donde jadee de horror, no era yo, no parecía ser yo, estaba hinchada de todos lados, mi cuello estaba morado, casi negro, mi nariz estaba de un color rojo rosado por el hueso roto, mi labio partido y una herida cerca de mi pómulo que todavía no sanaba pues sangraba un poco, mi piel estaba marchita, estaba lívida y no tenía vida, mis labios todavía permanecían sin color, tomó tiempo que la sangre circulara con normalidad porque había partes de mi cuerpo que se entumecían aun. Mis ojos eran un desastre, mis parpados caían a causa del cansancio y la desnutrición, estaban débiles, opacados  que nada podía reanimarlos, era una desconocida y lo sabía, no iba a recuperarme de esto jamás.

Salí del baño con una bata, la habitación tenia una temperatura abrigadora, el calor de la chimenea y la calefacción lo convertían en un lugar relajante y cómodo. Busque un cambio de ropa en el closet, esta vez me puse algo más caliente cuando no había necesidad, me tardé mucho porque apenas podía moverme y cuando termine él entró con una bandeja de comida, yo como acto reflejo me inmovilice y me pegue a la pared.

Había traído un plato de sopa, panecillos y jugo de naranja, era de noche para tomar jugo de naranja y comer panecillos pero no sabía si se trataba de noche por ser un nuevo amanecer.

—Cómetelo —me ordenó con voz firme, sin levantar los ojos de la comida —Debes estar muriendo de hambre.

Titubee y él se dio la vuelta para salir  y dejarme comer, de todas maneras no estaba segura de la comida, podía tener veneno o lo que fuera aunque mi hambre era incontrolable deseaba zaparme de todo y el jugo se veía delicioso, tuve que hacerlo, me lo comí todo en menos de diez minutos y luego me arrepentí de haberlo aceptado porque nada era seguro si él me lo daba. Arrincone mi cuerpo en uno de los sofás reclinables para descansar la cabeza, a pesar de haber comido me sentía falta, desvaneciéndome otra vez.

No hizo ningún escándalo al entrar, fui consciente de su presencia cuando se plantó frente a mí con una caja blanca, mi temor era evidente, me apegue al sofá lo más que pude cuando tomó una silla y se sentó frente a mí, no podía mirarlo, no tenía valor.

—Muéstrame el brazo —me dijo con voz autoritaria.

No sabía que era lo que pensaba hacer, no quería darle mi brazo pero sabía que con cada maldito segundo que pasaba lo hacía exasperar, con lentitud lo acerque a él y cuando la tomó creí que iba a gritar y más cuando arremango la manga de mi sudadera y dejó expuesto las marcas de cigarrillos. Espié un poco para ver que trataba de hacer, lo comprendí cuando vi el interior de la caja blanca, era un botiquín.

Con un algodón me puso antiséptico, me sacudí de lo frío que estaba y del ardor, dio toques lentos hasta empapar cada herida, tuve que mirarlo, estaba concentrado en lo que hacía, recorrí con mis ojos su semblante, estaba sereno, neutro pero podía sentir la potencia de sus ojos sin tenerlos en mí directamente.

Me sentía incomoda, no pude evitarlo, no quería tenerlo cerca, no quería que me tocara, su simple presencia me enfermaba aun más, no hallaba la forma de que me dejara porque la consecuencia podía ser peor aunque lo haría fuera el precio que debía pagar.

—No sigas —murmure al quitar despacio mi brazo y dejarlo en mi pecho, hice un gesto de dolor —No es necesario.

Baje la mirada hasta el piso con solo sus movimientos captados en mi vista periférica, se quedó con el algodón en la mano por varios segundos luego dejo todo en la caja guardándolo perfectamente.

—Cómo quieras —admitió en voz baja, resoplando —No tengo tiempo para esto.

Lo recogió y se levantó, yéndose a la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —inquirí antes de que se tomara la molestia de tomar el picaporte para salir, volví a dejarlo a medio camino y esta vez si tuve valor de mirarlo.

Pasaron unos segundos en donde reinó el silencio hasta que por primera vez respondió.

—De mí, eso es lo que hago —respondió con voz mortecina.

No sabía a que se refería con eso, desee encontrarle sentido a sus palabras y luego recordé a la pregunta que no respondió en el cuarto de baño, Decide que deseas, ¿Matarme o Salvarme? Eso lo respondía, Salvarme de él.

—¿Salvarme de ti? ¿Es eso? —quise saber, esta vez mis lágrimas y mi voz quebrada crearon una tensión en el ambiente —¿Qué esta pasando? No comprendo...

Me hizo callar cuando lanzó por el aire la caja del botiquín, solté un pequeño grito y me refugie lo más que pude en el sofá, salió de la habitación con un portazo y aproveche para levantarme e ir por el tenedor que estaba todavía en la bandeja, lo guarde en mi pantalón y retomé mi asiento, si pretendía volver yo tenía con que defenderme.

Ya era suficiente tortura, saldría de aquí a como diera lugar y si necesitaba matarlo antes de que él lo hiciera conmigo entonces sería una batalla entre ambos.

Damien Westermann.

No podía conmigo, estaba a punto de explotar, debía acabar con esto pero mi lucha era cada vez menos soportable, ya no podía seguir con esto, intenté frenar la tentación, el monstruo dentro de mí estaba delirante y furioso, no quería que lo desafiara, estaba enardecido  por haberla sacado de ahí pero cuando me di cuenta de que casi la perdía mi humanidad me dominó por completo. Sí, eso hacía, quería salvarla de mí antes de que fuera tarde, estaba claro que Katherine no era especial, solo era diferente pero no entendía que era lo que me causaba el querer rescatarla cuando sabía que era una locura, el peor error que podía hacer.

Debía callar al monstruo, debía enfrentar a mi propio demonio interno por una vez y despedirme de Katherine  para luego olvidarla por siempre. Fui a buscar mi arma, un disparó sería mejor que matarla a puñaladas, sería menos doloroso, sería cómo un parpadeo.

Regresé a la habitación, abrí la puerta con delicadeza en lo que yo me mostraba avergonzado pero no con mucho dramatismo, ella estaba todavía en el sofá, recogí todo lo de botiquín estando seguro de que tenía sus ojos sobre  mí, no sabía cómo actuar, algo me frenaba, era yo mismo él que prolongaba su pérdida.

—¿Por qué no lo hiciste antes? —su pregunta me frenó, deje de hacer lo que estaba haciendo para volverme hacia ella, esta vez e no vaciló al sostener mi  mirada, parecía esperar con interés mi respuesta —No entiendo que intentas hacerme.

Suspiré, ni yo lo sabía.

—No ha sido fácil —le contesté —No sabes lo que he estado pasando. No tienes idea.

—Dímelo, quiero saberlo, quiero saber todo, porque estoy aquí, porque te ha dolido casi  perderme, no entiendo el propósito de que me hayas rescatado —negó con la cabeza tantas veces y después derramó lágrimas cada vez más rápido —Eres un monstruo

—¡Yo también sentí dolor! —exclamé cuando sus preguntas fueron hiriéndome, la apunté con un dedo y exploté —¡Cuánto te tuve allá sufrí conmigo mismo! No sabes las veces en las que intenté pararlo todo, detenerme pero nada servía, debía encontrar la forma de poder despertar, de huir de mi propio deseo y cuando casi te perdí...Ahí fue cuando pude ser yo, pude sentir la tristeza, las ganas de acabarla y traerte de vuelta.

Me clavó la vista llena de resentimiento, el odio llameaba en sus pupilas, se apretó los labios conteniendo las verdades que también quería sacar de su cuerpo.

—No es cierto, es mentira —masculló, aferrando sus manos al brazo del sofá, podía ver sus nudillos enrojecidos —Me dijiste que no me amabas, que nunca te interesé, deja de mentirme, ¡Por una jodida vez deja de mentirme! ¡Pudiste haberme sacado de ahí cuando tu quisiste! Pero nunca pasó, me humillaste, me hiciste sentir la peor persona del mundo, una esclava, me pisoteaste.

—No puedo luchar conmigo mismo, no puedo destruir lo que soy, jamás he podido y no me dejará en paz hasta que no le de lo que quiere.

Nuestra miradas se encontraron con tanta intensidad, parecía que los dos estábamos de acuerdo en lo que nuestros pensamientos mostraban en ese momento, teníamos una coordinación involuntaria.

—Yo se que es lo que quiere —repuso con voz solemne, mostrando con  ligereza la alteración que llevaba el significado de ello. —Contéstame una sola cosa, sin mentiras, creo que lo merezco, ¿Por qué haces esto? Y no me refiero solo a mí, a Miranda, Sara, Elissa, ¿Qué te orilla a hacer esto, Damien?

Intenté responder con rapidez porque la verdad estaba flotando sobre mi lengua, podía decírselo y tenía razón, lo merecía, de todas formas no necesitaba escondérselo jamás, no necesitaba seguir actuando.

—Fue mi madre —confesé con voz endurecida pero baja, controlando los niveles de mi ansiedad y mi poca voluntad —Ella empezó todo esto, mi odio, destruyó mi poca humanidad y me llenó de tristeza. Fue todo su culpa y me hubiera gustado que lo supiera y que esto cayera en su consciencia.

Inmediatamente leí en sus facciones toda la confusión que le provocaban mis palabras, ella quería el motivo ahora que sabía el origen, también sería fácil decírselo, por lo general ninguna de las anteriores mujeres habían tenido el honor de saberlo, de nueva cuenta Katherine se posicionaba en el primer lugar. De tan solo tener que recordarlo mi cuerpo se transformaba, podía sentir venir la diabólica urgencia de herir cualquier cosa que estuviera delante de mí, desahogarme con ella.

—Ella engañó a mi padre, él no merecía tanta humillación, era un gran hombre, siempre la respetó, la amó, le dio todo lo que quería —continué con voz melancólica pero enardecida del coraje —Ella lo utilizó para tomar su dinero, gastarlo con su amante y yo lo descubrí, no quería decírselo a él y de todas maneras mi padre no comprendía el repentino odio que llegue a sentir por ella hasta que un día la impotencia fue descomunal, se salió de mis manos, le grité, le eche en cara el engaño que nos hacía y cuando vi que ella lo negó todo actué por cuenta propia y la mate.

Katherine lloraba y no sabía si de miedo o de alguna otra cosa, yo estaba sumido en mi propia tristeza, desde hace años no se volvía a abrir la herida que había cicatrizado tan bien en este tiempo, cuando volví a sentir la punzada y el ardor de lo grande que se abrió esta vez caí en una gran dolencia física, mi pecho se exaltó, el aire me faltaba, recordé a mi padre y la manera en que le fallé, debí habérselo dicho, ella no merecía a mi padre.

—Todo fue tan rápido, no lo dude—proseguí con un hilo de voz, esta vez tuve que sentarme sobre la cama, no podía sostenerme, me ahogaba en mi desdicha, la quería reprimir, desaparecer pero ya no podía esconderla —Unas gotas de veneno...y en dos días ya estaba muerta, no creí que fuese capaz de hacerlo y cuando lo hice supe que podía hacerlo siempre que mi cuerpo lo deseara. Cada una de ustedes, su propósito de lo que veían en mí, me recordaban a ella mientras que yo fingía podía verlas sufrir en mi mente, planear todo sin que ustedes sospecharan.

Ella no dijo nada, se había quedado muda, solo era testigo de sus lágrimas que caían cada vez más rápido.

—Incluso tú —la apunte alzando mi mano unos segundos al aire —Fuiste una de ellas, lo supe desde el momento en que te vi, las escojo por el hecho de que visualmente son atractivas para mí pero al descubrir la crisis que pasan y lo miserables que son mi instinto es mortal. Todas ustedes, mujeres ambiciosas, con poca dignidad, son mi debilidad, son tan fáciles y estúpidas.

—No puedes hablar por mí —espetó con la voz quebrada pero todavía se escuchaba firme —Ellas no te pudieron haber amado pero yo si lo hice, lo admito, al principio lo hice por necesidad, por sobrevivir pero todo cambio, la forma en que me cuidabas, lo sentía Damien, sentía tu amor, cómo me mirabas, me tocabas.

Reí con poca gracia.

—¿Es que no lo entiendes todavía? Fue actuado —por un segundo una pizca de resentimiento me toco, sabía que era verdad pero una parte de mí quería analizar de cuan sincero era eso. —Yo también debo admitir que fuiste diferente, no se que hubo en ti pero...

—Te dolió  casi perderme...—me interrumpió con voz solemne, clavándome los ojos con más presión —Sé que sientes algo por mí, si quieres salvarme  solo dilo, no dejes que te detenga a sentir esto, puedes salvarme si quieres y lo sabes, lo hiciste una vez, puedes volver a hacerlo.

Ese momento, los muchos momentos que pasamos, bombardearon mi cabeza en muchos recuerdos, las veces en las que muy de madrugada pensaba en ella de otra forma, no como victima si no como persona, como mujer, yo notaba en ella una fuerza diferente cuando me tocaba, lo hacía con tanto placer, con amor, fue muy entregada a mí cuando compartimos muchas noches juntos, era autentico, lo veía, lo sentía pero lo negué por mucho tiempo porque el que yo sintiera algo por ella no pertenecía a mi persona.

Una última vez, solo eso puedo tener. Era ahora o nunca, este era el momento donde las verdades saldrían a flote por una última vez. Saque el arma de mi pantalón y con mucho sigilo la oculté entre los cojines de la cama, me levanté y camine hacia ella, su respiración de inmediato cambió se aceleró era de esperarse, me arrodille cerca suyo y puse una mano sobre su rodilla.

Su mano tembló debajo de la mía, no quería que sintiera temor aunque el daño ya estaba hecho, sabía que su deseo dormía, que no estaba con ella pero quería traerlo de vuelta, estaba seguro de que estaba ahí y yo lo quería una última vez.

El miedo se mecía en sus ojos y llegue yo para que al menos toda su duda se alejara, mi mirada fue suave pero desdichada, yo sabía que las sombras profundas de mis ojos no eran fáciles de derrumbar pero cuando ella pareció querer darme la oportunidad de expresarme todo fue más fácil, confié por primera vez.

—No puedo negarlo, me hiciste sentir algo, no supe que era al principio, quise sacarlo de mi sistema pero no pude porque sabía que esto no iba a irse y lo peor de mí quería matarlo con todo lo que te hice pero por una sola vez, déjame mostrarte como debió ser en realidad.

El sonido rítmico de mi corazón se escuchó hasta en mis oídos cuando sus ojos vibraron en una luz queda pero tierna, la reconocía, era la misma de hace tiempo y volvía para darme la línea de partida.

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