Capítulo 39. Decisión
Katherine Weber
No podía respirar, sentía que con cada inhalación las pocas fuerzas se escapaban de mi cuerpo, tenía miedo de cerrar los ojos y no ser capaz de abrirlos, a veces prefería hacerlo y darle final a este infierno pero no podía porque lo mejor que me podía pasar era morir y sabía que no podía permitirlo porque estaba segura de que vendrían por mí, no sabía cuándo pero lo harían, no podían permitirme morir sin darle a Damien su merecido, creía que nadie le cobraría las cuentas pendientes del pasado pero conmigo había dado un mal paso.
Había logrado arrancar un pedazo de cubrecamas para poder cubrir lo poco que podía de mi cuerpo, el clima era intolerable, podía jurar que una nevada estaba enterrando esta casa, mi vaho lo anunciaba. Sabía que estaba empezando mi hipotermia, mi debilidad y mi poca coordinación eran mi principal preocupación, mi piel estaba tan delgada, pálida y cada vez el sueño dominaba mi cuerpo, no sentía los dedos de mis manos ni la de mis pies, mis labios estaba resecos y los latidos de mi corazón se alentaban cada vez más, apenas y podía sentirlos en mi pecho, se iban muriendo poco a poco.
Escuche que la puerta volvía a abrirse, no me sorprendió, mi condición estaba por los suelos por lo que ya ni siquiera llegaba a intimidarme, mi deshidratación fue otro factor de mi debilidad y mi ausencia de alimentos igual, no recordaba siquiera cuantos días habían pasado pues mi memoria se perdía.
—Que horrible—se quejó en un gruñido —Esta habitación es una total mierda, no te puedes ni mover y aun así es un muladar.
Sabía porque lo decía, había hecho mis necesidades sobre el colchón y era seguro que eso debía ser lo que olía mal pero estando aquí me había familiarizado a eso.
—Vendrán por ti...—le juré en una jadeo inaudible, esforzándome en poner mis ojos en cualquier punto y que la somnolencia no ganara la batalla —No puedes seguir haciendo esto...tienes que rendirte.
Dio una risa burlona, se tomó el descaró de sentarse cerca de mí con toda la naturalidad posible, su presencia me era imperceptible, ya no podía percibir nada a mi alrededor, era como si estuviera inconsciente estando todavía despierta.
—¿Quién? Ah si claro, McGrath, bueno pues veremos cuanto le lleva —le echo un vistazo rápido a su reloj de mano y volvió a hablar con voz socarrona y sarcástica —Porque ya se van a cumplir dos semanas y para lo poco que te hace falta para que te mueras yo estoy seguro de que llegara tarde.
—Te van a culpar...—disentí.
Fingió que meditaba y soltó una risa más.
—No lo creo, para eso deben reportar tu desaparición y como no hay nadie a la que le importe yo te aseguro que nunca me culparan. ¿No lo has comprendido? No habrá nadie que te extrañe en ningún lugar del mundo, para cuando el imbécil de Robert venga a salvarte no existirás, yo mismo te voy a desparecer de la faz de la tierra, ya lo he hecho antes.
—Ya lo hubieras hecho...¡Hazlo de una maldita vez!
Ni siquiera sonó como un grito, fue una simple suplica con un tono de voz moderado que se podía interpretar como un suspiro. Alzó una mano para apenas y rozarme la mejilla sin posibilidad de quitarme de encima su tacto desgarrador.
—Espero a que tú misma te des el honor de hacerlo.
—¡Admítelo! No lo haces porque debes quererme aquí contigo, sin mí no tienes a nadie, yo se que algo te detiene.
Su tacto se endureció al igual que su cuerpo, tomo mi brazo y me jaló hacia él lo que le permitía llegar con la esposa en mi mano.
—Te dije que no volvieras a decirlo —me advirtió con voz pétrea, áspera, sus ojos debían estar acumulados de rabia pura, emitiendo temor, si los miraba podía acobardarme pero también hallar valor —Yo no te amo, ¡Jamás sentí nada por ti! Fuiste una más, Katherine ¡Siempre fuiste una más y lo sé!
Ahora era yo la que rió escasamente de incredulidad, yo sabía que no lo haría él mismo porque no quería ensuciarse las manos, que no quería perderme por su cuenta y eso era fácil de ver.
—No, así no funcionaron las cosas, no quieres hacerlo tú mismo porque no me quieres perder, me quieres dejar morir para no sentir que fuiste tú quien lo hizo pero en el fondo así es, tú me estás matando, lo haces ahora.
Sus facciones se transformaron, hicieron de su rostro una máscara de furia pura, sus ojos eran feroces, destruyendo todo a su paso, inyectados en una poderosa fuerza destructiva que caía sobre mí. En la oscuridad impaciente él me observaba desde las sombras con el hambre de matar más potentes que nunca.
—¡No es cierto, es una maldita mentira! Cada día para mi también es una maldita agonía, ¿Lo sabías? —me jaló más fuerte del brazo lo que provocaba que la esposa se apretara más a mi muñeca y que se marcara el metal hasta casi cortarme. —¡Una jodida agonía!
A estas alturas el dolor era algo de lo cual mi cuerpo se había acostumbrado desde hace tiempo. No le pedí que me soltara sabía que mi compostura no decía nada acerca del gran dolor que atravesaba a mi brazo por las cortadas del metal, era claro que disfrutaba herirme pero entonces se detuvo.
Tuve valor para contemplar su rostro y la máscara de horror que había estado hace un momento se había quebrado por completo, no había ni un solo rastro, lo sustituyó una especie de serenidad y una ligera impaciencia, sus ojos lograron mostrar un atisbo de resignación que duró solo cuando me estudió de pies a cabeza. Se inclinó a mi brazo y me quitó las esposas, se apresuró a atraparme entre sus brazos cuando caí con debilidad.
—No sabes lo que he luchado...—me susurró al oído cuando me arropó en su pecho, yo ya no podía ni siquiera quitarme de encima sus brazos, mi cuerpo suelto representaba que era la única razón por la que no podía defenderme. — Conmigo mismo tanto tiempo y no puedo detenerme.
Tomó lo que podía de la cama para cubrirme he hizo fricción en mis hombros y brazos para que el calor fuera aspirado por mi cuerpo, no se detenía y yo no reaccionaba a ninguna de sus acciones. Quise hablar pero no podía, las fuerzas las mantenía para intentar atacar si la posibilidad se volvía cercana.
—No se que me está pasando, no se quien soy por la mañana ni los días siguientes —seguía hablándome como si yo estuviera posicionada frente a él, era una comunicación muy sólida —Necesito detenerlo ya y no sé qué más hacer.
Seguía sin hablar y aunque quisiera no podía, realmente tenía respuestas para lo que me decía pero no encontraba iniciativa para gastar mis pocas fuerzas en dirigirle la palabra. Consiguió tomar lo que había en toda la habitación para cubrirme y seguía calentándome con la fricción de sus manos sobre mí, pegó mi cuerpo a su pecho y hundió su rostro en mi cabello.
—No se que hacer...No se que hacer —repetía una y otra vez, apretándome más. —¿Cómo detenerlo?
No podía negarlo pero con el calor que me brindaba mis temblores disminuyeron un poco pero mi debilidad estaba muy presente, tosí tan fuerte que creí que se me escapaba el alma y que quedaría tendida en los brazos de Damien. Él logro colocarme en brazos como un bebé y me quitó el cabello que caía sobre mi cara, presionó sus labios sobre mi frente y como tenía mis ojos cerrados no pude verle la cara, mis fuerzas se agotaban, podía sentir que su tacto era diminuto y lejano.
—¿Katherine? —escuche que me llamó a lo lejos, como un eco reverberante y ligero.
No seguía reconociendo su voz pero sabía que me seguía llamando porque agitaba mi cuerpo para que reaccionara.
—¿¡Katherine!? —exclamó con toda la fuerza que podía su garganta.
Lo único que logré sentir fue una sensación húmeda que había caído en mi mejilla y que se deslizó hasta mi garganta y me hizo estremecer de frío, después de tanto tiempo procese que era lo que ocurría, volvió a hundir su rostro en mi cabello y de ahí su sollozo se acentuó por estar pegado a mi oído. No supe por cuanto tiempo lloró sobre mi hombro, de lo único que pude estar segura fue de que me cargó en brazos y me sacó de la habitación, no sabía a donde me llevaba, ni si todo esto era una de las tantas actuaciones suyas para hacerme caer en otro juego fuese lo que fuese era de que salir de ahí no me hizo sentir segura ni aliviada, un pánico inquieto y desquiciado se instaló en mi pecho, sembrando la obsesión de huir lo más pronto posible.
Sabía a donde había entrado, reconocí la sensación cálida y acogedora, era nuestra habitación, el olor a leña quemada anunciaba con total libertad la nueva estancia a donde me había traído. El trayecto cambió cuando después percibí el olor a cloro, no supe de que lugar se trataba pero escuche caer agua y así me enteré que era el baño, si, así era, el vapor no taró en atravesarme los poros y a cubrirme el cuerpo de sudor.
—Tiene que funcionar —masculló con dificultad, intentaba pasar mi peso a una parte de su cuerpo para que con la otra pudiera preparar la bañera.
El tiempo en mi circunstancia era desconocido, no supe cuánto tardó en prepararlo todo pero con delicadeza me depósito en la bañera con agua caliente y con rapidez me frotó el cuerpo con una esponja, me echó agua en la cara y me dio palmaditas en las mejillas para que lograra despertar.
—Katherine, despierta, vamos, despierta —me pedía con urgencia, su voz lo delataba, estaba ansioso.
Intenté hacerlo, use toda la fuerza de voluntad que podía, la calidez a mi alrededor parecía funcionar pero nada de eso lograba quitar mi estado crítico y delicado, todavía sentía que me faltaba el aire y que respirar era una tarea que me costaba muchísimo, al final su intento valió la pena y con la pesadez todavía sobre mis parpados logré abrirlos poco a poco, la vista era nublosa y cuando se aclaró ahí estaba él, con la expresión autentica de un niño asustado, ansioso, esperando un milagro, sus ojos relucieron en un destello ligero cuando se encontraron con los míos, soltó un suspiro, no sonrió pero una clase de consuelo cubrió sus ojos por un instante.
Abrí la boca para intentar hablar pero nada logró salir, en cuanto supe que lo tenía cerca, corrí hasta el otro extremo de la bañera para alejarme de su presencia, aquello le endureció la mandíbula, volvió a contemplarme con disgusto.
—Vete, no te acerques —susurré todavía con debilidad, acurrucando mi cuerpo a tal rincón, lejos de él.
Me examinó con los labios contraídos, la mirada intensa, desafiante y perversa, regresando a la misma personalidad tóxica y monstruosa de hace semanas.
—Acabo de salvarte la vida —me recordó con tono áspero, agudizando sus ojos bestiales —No te atrevas a hablarme así.
Mis recuerdos eran muy dispersos, los tenía en mi cabeza pero no muy claros, recordaba su agonía para que yo despertara, que inclusive lloró sobre mi hombro, quebrándose a como nunca lo vi hacerlo, la desesperación que tenía para que yo sobreviviera trayéndome hasta acá y sacándome de aquella habitación, ¿Estaría aquí para siempre? ¿Qué clase de locura era esta? Debía ser cuidadosa, no podía confiarme a él, nunca más.
—No voy a caer, ¿Me oíste? —le avise sin apartar la vista de él, no sabía si me costaría caro pero lo haría, tenía que saber que yo ya no era la estúpida de antes —No me creo nada de esto y no vuelvas a fingir que te importo.
Se levantó de un movimiento y estando de pie yo sabía que mi vida corría peligro otra vez pero lo enfrentaba, no podía más, necesitaba hacer cara a la verdad.
—Siempre has tentando a la suerte, nunca puedes mantener la boca cerrada —negó con la cabeza una y otra vez, aferrando sus puños a sus costados —Debes tener cuidado con lo que dices, mucho cuidado.
—Estás enfermo —admití, temerosa, resguardándome con mi propio cuerpo —¿Qué planeas hacer conmigo? ¿Qué te hace cambiar de opinión ahora?
No respondió, con agilidad se dio la vuelta y antes de que se fuera volví a hablarle y mis palabras parecieron haberlo frenado en seco.
—Decide que es lo que quieres, ¿Matarme o Salvarme?
Parecía de piedra, inmóvil, si no fuera porque sus hombros subían y bajaban a cada respiración podía jurar que había quedado petrificado por siempre, yo estaba expectante por si había logrado despertar a la bestia pero esta vez parecía estar de lo más alejado, no respondió, solo abrió la puerta y salió dejando todos mis nervios destrozados.
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