Capítulo 24. Odio Oculto
Katherine Weber.
—Ya está despertando —le avisó la voz de una mujer a alguien, no la identifique lo que obligó a abrir los ojos con más rapidez.
La luz de la habitación era muy fuerte, un tono blanquecino que me cegaba y que me hizo entrecerrar los ojos, parpadee para que se aclarara mi vista, me incorpore sobre los codos para ver donde estaba, por lo que sabía estaba recostada sobre una camilla y la mujer que habló fue una enfermera que me sonrió con ligereza en cuanto mis ojos desorientados se pusieron sobre ella. La molestia se disminuyó y pude ver la habitación, era una sala de hospital para observación, nada del otro mundo.
Busque lo que había deseado ver desde que regresó mi consciencia, lo encontré con la espalda sobre la pared y los brazos cruzados, no me miraba, ni siquiera parecía querer notar mi presencia, su expresión estaba tan serena que fluía un aire amargo y distante, no sabía que era lo que me hizo estremecer, quizá la tensión que sembró la salida de la enfermera dejándonos a nosotros completamente solos.
No estaba dispuesto a hablarme y no sabía porque, así que no dije nada, recordé lo que había sucedido, yo me había desmayado en sus brazos y era lo único que recordaba, ¿Qué había sido lo que lo había puesto así? No me di cuenta que empecé a llorar en silencio, cubriendo mi cara con una mano y evitando sorber por la nariz para que me escuchara.
—¿Ya te sientes mejor? —me preguntó con esfuerzo, porque era seguro que no quería dirigirme la palabra.
Me limpié las lágrimas a cómo pude para que no viera rastros de nada y asentí aunque de eso no serviría de nada.
—Sí, la verdad no sé qué me sucedió.
Soltó una risa burlona, como si lo que acaba de decir fuera de un humor ácido. Por primera vez se volvió hacia a mí con unos ojos desafiantes, destruyendo todo a su paso, manteniéndome inmóvil y con un terror que sobresalía de mi cuerpo.
—¿No lo sabes? —me cuestiono con indignación, dilatando los ojos, yo estaba paralizada sin posibilidad de responder —Es seguro que no. Te desmayaste por una simple y fácil razón, Katherine. Estás embarazada.
Mi alma se estremeció, quise derribar lo que había hecho prisionero a mi cuerpo, no sabía de que se trataba, era una mezcla de sentimientos encontrados, tenía miedo, no quería estar ahí, no quería oír nada más y al mismo tiempo una calidez subía desde mis manos hasta mi cabeza, suavizando mi tensión, apagando el pánico, acortando los segundos de agonía y manteniendo todo claro aunque sin procesar en mi cabeza.
Mí mandíbula cayo en seco, mis pensamientos viajaban tan rápido y se detuvieron en el momento en que yo lo supuse en el baño de la organizadora, lo segura que yo estaba de mi atraso en mi periodo, con ello fue más fácil superar el trance de negación.
—¿Embarazada? —repetí con dificultad, la palabra aún era lacerante —¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
—Te hicieron prueba de sangre y salió positivo. Dime ¿Cómo rayos fue que paso? Dijiste que tomabas la píldora, fue esa razón por la cual no me preocupe...
—Perdóname —lo interrumpí con próximas lágrimas, las mismas que se retuvieron por un buen rato —Fue total culpa mía, yo olvide tomarla, iba a corregir el error.
—¡¿Lo ibas a corregir?! —sus ojos se dilataron y se aproximó hacia donde estaba con pasos lentos pero intimidantes —¡Cómo carajos ibas a hacerlo! ¡Katherine por dios! Ya no hay nada que arreglar, maldita sea.
Lloré en lo que me dio la espalda y pegó la cabeza contra la pared, cubriendo su cara con ambas manos, dejé que descargara toda su frustración y su ira también, no se por cuánto tiempo estuvo ahí parado, lamentándose por haberme conocido quizá, porque no era buen momento para tener bebés, yo no lo quería.
Esperé pero no hubo reacción, parecía una estatua viviente, si no fuese porque respiraba pensaría que habría sufrido de un shock que le había parado el corazón. Me pasé la mano por el pelo una y otra vez, reafirmando la realidad, estaba embarazada, las suposiciones eran ciertas, lo peor es que las cosas no iban a mejorar con esta noticia. Decidí levantarme de la camilla con cautela, lo mejor era dejarlo solo.
Di pasos muy ligeros, los más que podía para que no se diera cuenta de mi presencia, pase a un lado suyo con el cuerpo tensándose al instante y salí de la habitación para luego escuchar unos acelerados pasos que venían hacia a mí. Apenas procese el movimiento, me había tomado del brazo, me giró por completo y me abrazo a cómo yo lo había hecho cuando lo vi entrar por el pasillo. No supe que hacer más que quedarme tendida en sus brazos.
—Perdóname tu a mí, Katherine, no quise tener esa reacción pero estuve muy asustado cuando me enteré, debes odiarme.
Más tarde respondí al abrazo y lo apreté tan fuerte que me empapé del alivio que soltaba su cuerpo entero.
—No, no —susurré casi en risas nerviosas —No digas nada, debó aceptar mi error. Se que fue mi culpa.
—Oh Katherine —acaricio mi mejilla con una expresión muy diferente a la de hace unos minutos, se podía ver el arrepentimiento pintando en sus facciones y lo pacifico que se escuchaba su voz decía que todo estaba en calma —No eres culpable de nada, quiero que sepas que desde ahora no haré otra cosa más que cuidar de ti y de lo que compartimos, una nueva vida.
—¿No estás enojado conmigo?
Rió, tocándome el rostro cómo si quisiera grabarlo sobre las palmas de sus manos.
—No, por supuesto que no, te amo, es una razón más para casarnos, ¿No crees?
Asentí.
—Te quiero a mi lado, Damien, ahora más que nunca, no vayas a dejarme—le suplique, con pocas lágrimas en los ojos, era una urgencia que no me dejará jamás.
Me abrazó más fuerte y me besó el pelo, me acurruque en su pecho para encontrar en el refugio donde más segura me sentía.
—Jamás, ya lo verás.
Damien Westermann
Había pasado todo el día en el hospital con Katherine para darle mi apoyo y un hombro donde llorar, su madre no parecía tener intención de recuperarse, le dije que iría al departamento para cambiarme de ropa y ducharme porque no soportaba estar a su lado tanto tiempo y menos en un hospital donde necesitaba estar tan cariñoso con ella lo cual no quería serlo por una simple razón, la odiaba, todo por embarazarse, por arruinar ahora mis planes, la pagaría en cuanto nos casáramos, ya lo vería.
Llegue al departamento pateando cada cosa que estuviera frente a mí camino, golpee los muebles y rompí uno florero sobre la mesita de centro, fui a mi habitación y rompí los retratos de cristal, desorganice lo que estaba sobre mi tocador, lo tiré al suelo y con un frasco de loción rompí el cristal del espejo.
—¡Estúpida! ¡¡Maldita perra estúpida!! —gruñí, volviendo mis manos en puños de hierro que hicieron trizas todo a su paso —¡Te odio Katherine Weber! ¡Maldita hija de perra!
Le grité mil y una veces al reflejo distorsionado del espejo el odio iracundo que sentía por ella, por la ansiedad de tener que esperar y tomar su cuello entre mis manos y romperlo como un mondadientes, de golpear su cráneo y de aplastarlo, escuchar sus gritos suplicantes en todo el espacio donde sufriría cuando recién pisara mi guarida, mi casa, su infierno personal.
—No vas a nacer maldito bastardo —mascullé con la frente empapada en sudor, reconociendo el reflejo porque lo que veía era mi propio yo, él que se escondía y pocas veces dejaba salir, estaba temblando, mi respiración salía disparada de entre las fosas de mi nariz, aguardando el momento en que mi deseo se hiciera realidad —Ese engendro no nacerá, nada arruinará mi plan, me voy a encargar de ti.
Ese bebé no nacería y eso solo sería la principal fuente de dolor que usaría contra Katherine, me divertiría con destruirlos a ambos mucho.
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Besotes enormes desde donde me lean
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