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7. Caer en la tentación [Corregido]

Corregido.

Me di una ducha justo después de cenar y me fui temprano a la cama, antes de llamar a mamá y prometerle que me quedaría en casa y que no iría a ninguna parte. Sabía que ella aún se preocupaba de que saliese sola de noche, aún pensaba que en algún momento ellos podrían volver, los tipos que tanto daño me hicieron en el pasado.

Intenté dejar esos recuerdos fuera de mi mente, y lo conseguí, así que de momento no os hablaré sobre ellos.

Me tumbé en la cama, y pensé en Alex. ¿Qué era lo qué iba a hacer con él? Se suponía que debíamos hablarlo. Quizás él quería arreglarlo, quizás aún podría casarme con él y quedarme a su lado.

Sacudí la cabeza, intentando alejar aquello de mi mente. Era más que obvio que aquello era una mala idea.

Mi móvil vibró sobre la cama, y lo cogí sin hacer esperar demasiado a la otra persona.

- Hola, nena – comenzó Mad - ¿Cómo estás? Kat me lo ha contado todo – me informaba, algo preocupada - ¿fuiste a hablar ya con el capullo de Alex?

- Aún no – respondí, mientras ella hacía un gesto de desaprobación que yo no podía ver.

- ¿Y a qué estás esperando? – insistió – estas cosas cuánto antes se hablen mejor – concluyó.

- Pensaba ir a visitarle ahora – mentí, pues lo cierto es que sólo iba a dormirme – voy a matar a ese cabrón.

- Así se habla nena – me animó ella, mientras yo me levantaba de la cama y tomaba aquella decisión como mía – llámame luego y me cuentas los detalles.

Me puse unos jeans y una blusa simple, una chaqueta, las botas, el bolso, y salí de casa, con lo puesto, sin tan siquiera poner mucha atención al tiempo. Hacía un poco de frío, más del habitual, pero en aquel momento me daba un poco igual.

Intenté convencerme a mi misma de que estar enfadada era lo normal, lo que tenía que pretender, todo aquello debía molestarme. Debía comportarme cómo una novia enfadada justo en ese momento, aunque no lo estuviese en lo absoluto.

Podía recordar cómo empezó toda aquella locura, cómo fue que acepté a Alex O'Connor en matrimonio. Mi padre fue el causante de todo aquello, insistido por mi madre. Sabía que ellos querían protegerme, que estaban preocupados por lo que sucedería conmigo cuando ellos ya no estuviesen. Ese había sido el principal detonante, por esa razón decidí casarme con Alex.

Mis padres siempre opinaron que la protección de un hombre era muy necesaria en mi caso. Y los comprendía, no creáis que no. Pero yo nunca pensé así. Yo no necesitaba a ningún hombre a mi lado, nunca lo necesité.

Nunca confié en ninguno de ellos, y aquella no era la excepción. Siempre tuve mis dudas sobre Alex, pero jamás pensé que él pudiese ser de los que engañan a sus prometidas.

El taxi se detuvo frente a su puerta, y cuando salí me di cuenta de que llovía. ¡Mierda! Si tan sólo me hubiese dado cuenta de ello antes, no tendría que mojarme y pasar frío después.

Caminé hacia el paso de cebra, pues debía cruzar para llegar a la casa de Alex, pero me detuve antes de haber dado un solo paso, pues aquella voz angelical que tanto añoraba inundó mi mente, desarmándome por completo.

- Me gusta la forma en la que la lluvia cae sobre mi piel – aseguró, echando las manos hacia atrás, levantando la cabeza, para que esta le diese de lleno en el rostro. Le miré sin comprender, haciendo justo lo mismo.

Mis lágrimas salieron tan pronto como sentí la lluvia sobre mi rostro. No podía respirar, algo seguía oprimiendo mi pecho siempre que pensaba en él, algo que no me dejaba ser la chica que yo misma había creado, pues traía a mi yo del pasado. Necesitaba hacerlo, necesitaba gritar, expulsar todo mi dolor lejos de mí.

Caí al suelo tan pronto como lo hice, haciéndome daño en ellas, dejando que el llanto saliese, mientras la lluvia seguía empapándome.

Hacía tanto tiempo que no me daba un ataque de ansiedad como aquel, que no recordaba a mi hermano con tanta lucidez, que parecía irreal estar allí en aquel momento.

"Emma, mira cómo lo hago" – me llamaba mientras cogía la cometa que le regalé por su cumpleaños. Sonreí hacia él, agradecida por poder apreciar la vida desde sus ojos.

No podía dejar de recordar, no podía dejar de llorar al hacerlo, mi corazón cada vez dolía más. Si tan sólo no me hubiese acercado a él la primera vez, si tan sólo no le hubiese ayudado, si no hubiese cuidado de él como una hermana mayor, si no me hubiese dado cuenta de lo especial que era... Quizás... él seguiría vivo.

La mayoría de la gente pasaba por mi lado sin tan siquiera verme, la gente de Londres suele actuar de ese modo cuando tiene prisa, pero en aquel momento no me importaba, no necesitaba ser reconfortada en lo absoluto, al contrario, necesitaba seguir compadeciéndome de mí misma, dejar escapar todo el dolor que aún tenía acumulado dentro de mí, ese que nunca podía dejar ir, porque una parte de mí lo necesitaba, sentirse oscura, para poder explicar lo que sucedió en el pasado.

Aún podía recordar su rostro, sus manos apartándome de las vías del tren, mientras el tren nos alcanzaba, y le arrollaba a él, apartándole de mí para siempre.

Las gotas de lluvia que hacía tan sólo dos segundos caían sobre mí, en aquel momento, milagrosamente, se habían detenido. Levanté la cabeza, levemente, observando a mi salvador, que levantaba su gabardina en alto, impidiendo que la lluvia pudiese empaparme.

Su mirada se detuvo sobre la mía, inundándome de aquella sensación cálida, manteniendo el dolor a raya.

No podía hablar, era incapaz de pedir ayuda a pesar de necesitarla, pero de alguna forma creo que se dio cuenta de que la necesitaba, pues se agachó junto a mí, me cogió en brazos y me condujo hacia un taxi.


Me acurruqué en sus brazos, incapaz de hacer caso a mi mente, a la razón. Tan sólo necesitaba sentirme protegida, justo como en aquel momento, tiritando de frío.

"Hedwid" – susurré, apenas sin voz, mientras él miraba hacia mí, pero yo no podía verle en lo absoluto, en aquel momento la persona que lo hacía y me sonreía era mi hermano mayor, contagiándome toda su vitalidad, justo como solía hacer cada vez que estaba mal en el orfanato.

"No te preocupes, Emma. Pronto nos adoptarán y viviremos juntos con una buena familia" – solía decirme. Sonreí al escuchar su voz en mi cabeza, y volví a acurrucarme en aquel hombre bueno que acababa de rescatarme.

No tuve ninguna duda en ese momento, sabía que de alguna forma Hedwid volvía a cuidar de mí, desde el cielo. Era cómo si me estuviese enviando un mensaje de calma, justo como solía hacer en el pasado. Sentía que de algún modo él había enviado a Rogger.

No levanté la cabeza de su pecho después de eso, ni siquiera me quejé cuando volvió a cargarme y me introdujo en casa, esa en la que ya no vivía. Atravesó el salón, subió las escaleras hasta llegar a mi habitación, y entonces me dejó sobre la cama, observando como me sentaba en ella, y me percataba de que estaba muerta de frío.

Su teléfono hacía largo rato que estaba sonando, pero él ni siquiera pareció escucharlo, seguía observándome, con detenimiento.

- Ponte algo seco – me dijo, mirando hacia el armario abierto – vas a resfriarte si sigues con esa ropa – y justo después de decir aquello caminó hacia la puerta, salió por ella y luego la cerró detrás de él.

Le hice caso en seguida, justo como solía hacérsela a Hedwid. Sonreí, calmada, dejando las ropas en el suelo, para luego caminar hacia el armario entre abierto, completamente desnuda. Agarré uno de mis cómodos camisones, pues tenía intención de irme a la cama justo después, pero entonces recordé que él estaba fuera, y que quizás debía darle las gracias por lo que había hecho.

Hice de tripas corazón, caminé hacia la puerta, abriéndola con calma, asomándome y observándole allí, con la espalda reposada en la pared. Desvió su mirada tan pronto como se percató de que le observaba, y por supuesto se tersó.

- Rogger – le llamé, logrando que él aclarase la garganta antes de mirarme. ¿Por qué estaba él tan nervioso? – gracias por lo de esta noche – él supo que era un agradecimiento sincero, que era realmente yo quién lo hacía. Creo que siempre lo supo, que yo no era la misma persona que solía ser con el resto del mundo, de alguna manera, él podía verlo.

- ¿Quién era Edwid? – preguntó de pronto, haciéndome salir de mis pensamientos – lo llamaste en el taxi – aclaró, por si quedaban dudas al respecto. Supo en seguida que era un tema delicado, que en realidad no podía preguntar sobre él, y lo supe porque habló en seguida – olvídalo, no tienes por qué...

- Era mi hermano – respondí, haciendo que él me mirase con detenimiento, pues era la primera vez que hablaba sobre mi pasado. Sonreí, tenuemente, mientras bajaba la mirada hacia su camisa, al mismo tiempo que él entraba en la habitación y volvía a observarme.

- Era el que solía protegerte cuando estabas asustada – se percató, y no era una pregunta, sabía que no lo era. Asentí, a pesar de que lo sabía – al menos tuviste suerte – me calmó, haciendo que levantase la vista, poco a poco, para observarle – yo no tenía a nadie, al contrario, tenía que pretender que era más fuerte de lo que en realidad... - se detuvo al darse cuenta de que le observaba, y perdió el hilo de lo que decía – tú y yo somos parecidos, Camile – me dijo, mientras me cogía de la mano y me acercaba a él – ambos fingimos ser personas diferentes a las que en realidad somos – insistió, sin dejar de mirarme, yo hice lo mismo, le observé durante largo rato, hasta que continuó de decir lo que quería – ambos huimos del pasado y de los sentimientos.

- ¿Cómo sabes que soy como tú? – pregunté, al mismo tiempo que bajaba la mirada, y él sonreía, como si mi pregunta pudiese haberle hecho gracia - ¿cómo...?

- Es por tu mirada – aseguró, mientras yo tragaba saliva, nerviosa – te miro y veo a una chica atrapada en el cuerpo de otra.

Me sentía desnuda frente a sus ojos, en aquel momento, era cómo si él pudiese ver mi alma, justo como solía hacer mi hermano mayor.

Tenía que huir de aquella situación, ponerle remedio a todo aquello, dejar de mirarle, sobre todo eso.

Bajé la vista, intentando buscar un tema de conversación diferente, algo que pudiese alejarme de mi pasado, que pudiese volver a traerme paz.

- Cuéntame sobre ella – le pedí, mirando hacia su blusa – sobre la chica de las fotos – concluí. Sabía que él la conocía, pues había escuchado a Alex y a él hablar sobre ella en la cocina, aquel día.

- Abby – la nombró, pero ni siquiera le presté atención, porque ya conocía aquel nombre. Aunque... lo cierto es que... había escuchado ese nombre después de ese día, pero ... ¿dónde lo había escuchado? ¿quién más habló de esa chica? – Alex y ella se conocieron antes de ti, Camile – aseguró, dejándome sorprendida – mucho antes. Eran unos niños cuando se vieron por primera vez, y se enamoraron – explicaba. Parecía saber mucho sobre el tema, como si lo hubiese vivido de primera mano – Lo de ellos siempre fue complicado y ... - él se detuvo tan pronto como me acerqué a él. Sonreí y volví a bajar la cabeza, algo molesta.

- Ahora lo entiendo todo – acepté, comprendiendo al fin la actitud de Alex conmigo, él nunca fue cariñoso, en lo absoluto. Siempre huía de mí cuando lo buscaba en las noches para hablar sobre nuestra relación, y yo ... ni siquiera me quejé cuando me dijo que quería ir despacio, a pesar de que los acostamos varias veces.– cuándo le conocí él siempre estaba triste, ausente y ... ahora ya sé por qué.

- Él siempre estuvo enamorado de ella – me informó – siempre he sospechado que... nunca dejó de amarla.

- Lo sé – acepté, comprendiendo la situación. Él aún tenía sentimientos por otra mujer, o quizás... Miré hacia él, dándome cuenta de que lucía algo confuso – No soy tan ilusa – me quejé, apartándome un poco de él, mientras él dejaba ir mi mano, y yo prestaba atención a lo que había sobre mi escritorio. Tan sólo era trabajo atrasado que me había traído a casa.

- Eso ya lo sé – admitió, haciendo que ladease la cabeza para observarle. Él parecía orgulloso de sí mismo, cómo si hubiese descubierto una intensa encrucijada – aunque no es algo que se vea a simple vista, ¿no es cierto? – insistió, mientras ambos volvíamos la vista hacia el estuche. Alargó la mano, entonces, levantando la tapa, descubriendo mi trabajo - ¿lo has hecho tú? – preguntó, sorprendido – he oído que los joyeros suelen herirse los dedos con facilidad.

- Es cierto – acepté, volviendo a ladear la cabeza para mirarle - por eso mi padre no quiere que me dedique a ello – él me observaba con detenimiento, como si todo aquello le interesase – el prefiere que sea la directora general en la empresa.

- Entiendo – dijo, mientras yo volvía a mirar hacia la mesa, al mismo tiempo que él acariciaba levemente mi mano izquierda – pero no es eso lo que verdaderamente quieres hacer – mi corazón latía a toda velocidad, su cercanía surtía ese efecto en mí – tus manos son más ásperas que las de cualquier chica por eso, ¿no?

- Así que... - comencé, intentando volver a la conversación anterior, dejando la actual de lado, más que nada porque sus caricias me estaban poniendo de los nervios - ...Abby es la chica de su pasado – añadí, observando como él asentía, para luego retirar su mano de la mía.

- Ellos volvieron a encontrarse cuando él volvió a América – insistía – Ellos aún se aman, Camile.

- Entonces él debería habérmelo dicho – me quejé, pensando en esa posibilidad. Si me lo hubiese dicho ... – debería haber cancelado el compromiso y ... - Si hubiese cancelado el compromiso nunca hubiese conocido a Rogger.

Él volvió a acariciar mi mano, logrando que volviese a prestarle atención. La sostuvo entre la suya y tiró de mí para que volviese a posicionarme frente a él. Creí que me soltaría entonces, pero no lo hizo.

- Él iba a hacerlo – aseguró, defendiendo a su amigo, logrando que le odiase mucho más de lo que ya lo hacía – pero las cosas se le complicaron y se vio obligado a seguir con todo esto.

- ¿Se vio obligado? – pregunté, con rabia, intentando soltarme, pero él me sujetó con más fuerza, impidiéndome que pudiese ir a ninguna parte. Le observé, enfadada.

- Créeme, no se hubiese casado contigo si hubiese tenido elección – aseguraba, mientras yo negaba con la cabeza, apretando los dientes.

- No nos hemos casado – recalqué – así que...

- Tienes razón – aceptó, mientras yo sonreía, triunfante, pero perdí la sonrisa tan pronto como él habló, de nuevo – a todo esto, Camile... ¿no deberías estar un poco más afectada después de enterarte que tu prometido está enamorado de otra? – preguntó. Le odiaba, en ese momento le detestaba a más no poder – Pero mírate, estás aquí, y no pareces ni un poquito preocupada, cualquiera diría que...

- Mis sentimientos hacia Alex no son asunto tuyo – espeté, volviendo a tirar de mi mano, soltándome al fin.

- No sientes nada por él, ¿verdad? – insistió, mientras yo le empujaba, apartándole de mí, pero él no se fue a ninguna parte, siguió allí, juzgándome con la mirada - ¿qué clase de persona eres, Camile?

"¿Qué clase de persona eres, Camile?" – Esas palabras retumbaron en mi cabeza. Me quedé quieta y rígida, sin apenas moverme, aterrada con ellas, pues las había escuchado con anterioridad, cuando vivía aún en York.

Podía sentir la mirada del resto de mis compañeros sobre mí, mientras mis puños estaban llenos de sangre, y Dylan se taponaba la nariz para que la hemorragia se detuviese.

- ¿Qué clase de persona eres, Camile? – repitió Anthony, en mi cabeza, mientras yo negaba con la cabeza, mirando hacia él, observando su mirada acusatoria, como si no pudiese entender cómo podía ser ese horrible monstruo que solía ocultar dentro de mí.

- Anthony – le llamé – no es lo que ... - pero antes de haber llegado a él se apartó dando un par de pasos hacia atrás.

Levanté la vista entonces, admirando al resto de mis compañeros, defraudados, con mirada acusatoria, como si acabasen de descubrir a un horrible monstruo delante de ellos. Me juré a mi misma que nadie volvería a descubrirlo, que nadie volvería a ver a Emma, pero una vez más... había fallado.

Mis lágrimas salieron entonces, al darme cuenta de que volvía a estar derrotada frente a otro ser humano, el mismo que creí que era mi protector, ese que pensé que mi hermano había enviado a protegerme. Era más que obvio que no era así. Edwid nunca me habría dañado, él no tenía capacidad alguna para hacer el mal.

- No pretendía asustarte – comenzó, haciéndome salir de mis pensamientos, percatándome de que estaba temblando, mientras él me agarraba de la cintura, y me observaba con detenimiento – no soy nadie para juzgarte, lo siento – insistió – Lo que sientas por él...

- ¿y lo que él siente por mí? – pregunté, molesta con la situación, por la forma tan cruel que tenía de juzgarme - ¿Eso no importa? – insistí, mientras él me miraba sin comprender a lo que me refería – Si hubiese importado, si él hubiese sentido algo por mí, no me habría engañado con ... - dejé de hablar tan pronto como recordé en qué momento había escuchado ese nombre. Fue en aquella llamada, cuando aquella loca me llamó para admitir que había enviado las fotos del sobre marrón - ... Abby – miré hacia él entonces - ¿qué tienes que ver tu con ella? Os escuché hablar la otra noche, sobre ella.

- Es como dijiste – comenzó, sin tan siquiera responder a mi pregunta – ambos parecíais tener vuestros propios motivos para casaros. Pero... tan sólo pensé... - se detuvo, como si fuese difícil para él continuar. Me observó entonces, apoyando su mirada en mi rostro, estudiando cada detalle de él. Apoyé mis manos en su pecho, con la intención de alejarle tan pronto como fuese posible.

- Sólo intento comprender... - dije, volviendo a cambiar de tercio completamente, volviendo a pensar en aquella chica a la que llamaban Abby, saber sobre el tipo de relación que había entre ellos. Quizás era su amiga, quizás era su... ¿novia? ¿Si quiera tenía sentido? – Te gusta – me percaté, asombrada. Su respuesta no fue en lo absoluto lo que esperé, fue de todo menos normal. Su risa estalló, como si todo aquello fuese una especie de broma para él. Apreté su pecho, intentando separarme de él, y lo hice, con éxito, logrando que él perdiese su sonrisa y me observase, con detenimiento.

- ¿y yo a ti? – preguntó, con picardía, sin tan siquiera responder a la pregunta que previamente le había hecho. Acercó su boca a la mía un poco más, mientras yo me echaba hacia atrás, con tanta prisa que por poco no me caigo de espaldas. Él me cogió al vuelo, impidiendo que eso pudiese suceder, y me aferró a su pecho. Apreté mis puños, sujetándome a su camisa, incapaz de comprender que era lo que quería decir - ¿te gusto?

- ¡Por supuesto que no! – me quejé, nerviosa, mientras él me sostenía aún, incapaz de soltarme, aunque yo me sentía bastante incómoda al respecto.

- Mentirosa – me dijo, para luego acercar su rostro al mío, tanto, que nuestros labios se rozaron por un corto segundo. Su boca se abrió y dejó caer su aliento sobre la mía, haciéndome dudar.

- Deja de jugar conmigo – supliqué, sin apartarme ni un palmo, pues él volvía a acercar su boca a la mía, y mi respiración subió a un ritmo imparable, incluso entre abrí la boca para poder respirar mejor. De nuevo sus labios se detuvieron a escasos milímetros de mí, para luego alejarse, ladear la cabeza y repetir el mismo procedimiento. Le odiaba en aquel momento, ¿qué demonios estaba haciendo?

- Me encanta jugar contigo – admitió, sonriente, mientras yo me mordía el labio, mirando hacia sus ojos, levantando la vista de sus labios – Camile – me llamó, apretando mi cintura contra sí un poco más – Abby Wattson – continuó, mientras yo le prestaba aún más atención, si es que eso era posible, al mismo tiempo que él volvía a juguetear de aquella manera que me ponía ansiosa – es mi hermana. ¿Eso es lo que querías saber? – Asentí, despacio, mientras él sonreía, volviendo a acercar su boca a la mía, ya casi me tenía, estaba a punto de derrumbar todos y cada uno de mis muros – Ahora dime, Camile – pidió, separando su cabeza, de nuevo, para luego ladearla hacia el otro lado y volver a acercar sus labios, rozándolos levemente, haciendo que mi corazón se sobrecogiese, incluso cerré los ojos, esperando a que sus labios se encontrasen finalmente con los míos. Lo necesitaba como el aire para vivir - ¿te gusto?

- ¿Por qué quieres saberlo tan desesperadamente? – pregunté, divertida, mordiéndome el labio, mientras él sonreía al verme hacer aquello, separando la cabeza un poco para apreciarme mejor. Sabía que lo estaba provocando, y a pesar de eso no caía en mis redes. ¿Por qué? Él a mí me tenía loca, pero yo a él... parecía que sólo estaba jugando.

Le miré, defraudada, mientras él acortaba las distancias entre ambos, del todo, y besaba mis labios. Fue un muerdo, tan sólo quería saber mi reacción, pues en aquel momento me observaba, con cautela. Sonreí, mientras volvía a jugar, acercándose a mis labios, sin hacer nada. Le odiaba terriblemente, sólo era una sinuosa serpiente que quería provocarme.

Mordí mis labios, antes de acortar las distancias y le besé, pero no fue un simple muerdo, pues agarré su rostro entre mis manos y me aferré a ellos, sintiendo como una corriente eléctrica me recorría entera.

Nos besábamos desesperadamente en aquel momento, mientras él me apretaba contra él, sin apenas dejarme tregua para respirar. Tan sólo necesitaba más de mí, justo como yo de él.



Me aferré a su rostro, mientras seguía devorándole la boca, mientras él metía sus manos por debajo de mi camisón, haciendo que se me erizase la piel, y que mis gemidos inundasen su boca. Repitió mis pasos y se detuvo, mirándome con lujuria, mientras yo me mordía el labio y sonreía, con las mismas ganas que él de volver a besarle.

Me apretó contra la pared de la habitación, volviendo a besarme, al mismo tiempo que yo metía mis manos por debajo de su camiseta y le ayudaba a quitársela. Sus labios lamían cada parte de mi piel, mi barbilla, mi mejilla, e incluso mi cuello.

Cogió mi brazo, sin previo aviso y me dio la vuelta, posicionándose justo detrás de mí, haciendo que me diese un vuelco al corazón cuando sentí el bulto de sus pantalones presionarse contra mi trasero.

Sus manos desabotonaron mi camisón por la parte delantera, para luego dejar que este cayese al suelo, mientras lamía mi cuello, haciéndome estremecer. Volvió a darme la vuelta sin esperar demasiado, volviendo a besarme con desesperación, recorriendo mi espalda con sus manos, masajeándome con ellas, haciéndome gemir en su boca. Mordió mi barbilla, al mismo tiempo que me agarraba de las nalgas aún por fuera de las bragas, volviendo a apretarme contra su sexo, haciéndome estremecer nuevamente.

Aquel hombre me estaba volviendo demente, tanto que ya era incapaz de ser yo misma, ya no podía ser Camile, no en aquel momento. Le empujé contra la pared, dejándole noqueado, y comencé a besarle con desesperación, mientras él sonreía, divertido. Le agarré del cuello, y me subí sobre él, mientras me lamía los pechos, logrando que echase la cabeza hacia atrás, gimiendo nuevamente.

Me tumbó sobre la cama, observando maravillado mis braguitas de transparencias.

- ¿te gusta lo que ves? – pregunté algo tímida, mientras él agarraba estas y me las quitaba lentamente, mientras yo me mordía el labio con placer.

- No te imaginas cuanto – aseguró, dejándome sin ellas, para luego observarlo con detenimiento. Acercó su boca a mi sexo, mientras yo le observaba con detenimiento. Sus labios se detuvieron sobre él, besándolo levemente. El contacto de su boca en mi sexo me producía cierto placer, pero cuando su lengua se introdujo dentro, cuando se coló entre mis labios y me lamió ese punto que ni siquiera sabía que existía, casi me corro del gusto.

- ¡Joder! – me quejé, arqueando mi cuerpo, mientras él comenzaba a succionar ese punto, sujetándome de la cintura para atraerme aún más hacia su boca. Iba a volverme loca después de aquello - ¡Oh! – gemí, repetidamente, apretando su cabeza contra mi sexo, mientras él volvía a lamerlo, justo como sabía, haciéndome gritar a un ritmo imparable, incluso pensé que todo el planeta me escucharía. Y entonces le escuché, a él, gimiendo al hacerme aquello, levantando la cabeza para mirarme, mientras su saliva chorreaba por su barbilla. Sonrió con malicia, mientras yo le limpiaba la boca, y él se posicionaba junto a mí, en la cama, sin dejar de mirarme.

- Mírame – me ordenó, al mismo tiempo que metía sus dedos entre mis pliegues, volviendo a hacerme estremecer. Se mordió el labio tan pronto como comencé a gemir, sin dejar de mirarle. Desabroché sus pantalones, con rapidez, y comencé a acariciar su miembro, aún por encima de los calzoncillos.

Dejó de tocarme tan pronto como me puse de rodillas y le quité los pantalones, incluso los calzoncillos, dejando su pene libre. Me relamí los labios al verla allí, era grande, más de lo que imaginaba, y me moría por tenerla en mi boca. Él vio mis intenciones, pero no hizo nada por detenerme.

La lamí, despacio, haciéndole estremecer, lamí toda la punta, despacio, haciendo que maldijese en un par de ocasiones, y cuando me la metí en la boca no pude parar, mientras escuchaba sus gemidos desesperados, incluso más altos que los míos.

- ¡Joder! – seguía maldiciendo, una y otra vez, hasta que estuvo a punto, iba a correrse, podía sentirlo, pero él me detuvo – aún no – me pidió, para luego tirar de mi mano para que me tumbase a su lado, se puso sobre mí y acercó su tremendo pene a mi abertura, haciéndome estremecer tan pronto como acarició mi punto más frágil. Él volvió a besarme, sin dejar de hacerme aquello, una y otra vez, haciéndome gemir cada vez más y más. Nos observamos en aquel momento, mientras su saliva caía sobre mí, y ambos gemíamos al sentir como se colaba dentro de mí. Repitió el mismo paso, la sacó y volvió a meterla, un poco más hondo, hasta meterla por completo.


- ¡Oh, por dios! – grité, tan pronto como volvía a embestirme, una y otra vez, sin cese, pero con lentitud, pues no quería perderse nada de aquel momento. Apreté su trasero contra mí, y le obligué a embestirme un poco más rápido - ¡No pares! – supliqué, mientras él sonreía, volviendo a gemir con fuerza, dándome más fuerte, como un toro - ¡Joder! – me quejé, pues estaba a punto, podía sentirlo - ¡Mas fuerte, fóllame! – grité, mientras él me daba más y más y más, hasta que ambos llegamos al final, gritando como dos posesos, haciéndome sentir única, justo como nadie jamás me había hecho sentir.

Se dejó caer junto a mí, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, mientras yo le observaba. Acababa de acostarme con él, y había sido el mejor polvo de toda mi puñetera existencia, el único que había deseado de verdad.


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