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38. El pasado siempre vuelve.

Capítulo 38. El pasado siempre vuelve.

Me pasé el día sola, llamando a los locales que encontré, y conseguí hablar con un hombre, pero al final resultó que buscaba a alguien de la zona, no quería extranjeros, y menos británicos. Mi acento me delataba.

Incluso cené sola, en un rico restaurante japonés de la zona, y luego me marché al pub en el que había quedado con aquel desgraciado que me había dejado sola durante todo el día.

Al llegar le encontré junto a dos chicas y dos chicos. Quizás eran sus amigos y yo iba a estropearlo, y no quería. Pero, aun así, lo hice, aunque no de la forma que esperáis. Saqué mi teléfono y le escribí un mensaje.

Yo:

"No debiste haberme dicho de venir si estabas tan bien acompañado"

Él se dio la vuelta tan pronto como leyó el mensaje, mientras sus amigos le miraban, y detuvo su mirada en mí. Sonrió tan pronto como me vio, y yo avancé hacia él, mientras los demás nos observaban.

- Hola – me dijo cuando hube llegado hasta él, haciéndome sonreír, lamiendo mi labio inferior después.

- Hola – contesté, mientras él acortaba las distancias del todo y se acercaba a mi boca, pero sin besarla aún, comenzando a bailar al son de la música, haciéndome reír - ¿tienes idea...? – comenzó, mientras me cogía de la cintura y movía esta para que me animase a bailar con él, así que lo hice, mientras el resto del bar nos miraba, pues allí no había absolutamente nadie más bailando - ¿... de lo mucho que he extrañado tu risa? – preguntó, haciéndome reír, de nuevo.

- Me encantas – admití, haciéndole reír a él, justo en el momento en el que la música terminaba y empezaba otra. Sus amigos le miraban con interés – Ellos nos están mirando – me percaté, al darme cuenta de que sus amigos nos observaban.

- Ven – me llamó cogiendo mi mano, para luego tirar de mí hacia la barra – voy a presentártelos – me dijo.

- Este viaje te ha vuelto aún más loco, hermano – bromeaba su amigo rubio, haciéndole reír – nadie está bailando y tú...

- Me apetecía bailar con mi novia – aseguraba, dejando a todos los presentes sorprendidos por sus palabras – porque llevo todo el maldito día sin verla – insistía, en aquella ocasión mirando hacia mí – Ella es Camile – declaró hacia los presentes, para luego ir por partes – ella es Dulce, mi hermana. Ron, su prometido. Jason, un amigo. Y Judith, su esposa.

- Hola – saludé hacia los presentes, mientras esto me saludaban y me sonreían, parecía que era como un mono de feria.

- ¿Quieres algo para tomar, Camelia? – preguntó su hermana, haciéndome sonreír, pues como la mayoría de los americanos que conocía, se había confundido con mi nombre, incluso a Alex le pasó con anterioridad. Asentí, pero antes de haber contestado, él la corrigió.

- Es Camile – le dijo, haciendo que esta se disculpase en seguida.

- Ay, lo siento.

- No importa, estoy acostumbrada – le dije, haciéndola sonreír – tomaré un Jack Daniels.

- Eres de las que empiezan fuerte – me dijo, haciéndome reír – me gusta.

Iba por mi segunda copa, y me sentía bien en aquella reunión. Ninguno de ellos me hizo ningún feo, parecía que se sentían bien conmigo, y yo con ellos. Yo estaba bastante cortada, no era yo en lo absoluto, y él lo sabía.

- Emma – me llamó, haciendo que los presentes nos observasen, sorprendidos, pues sabían que ese no era mi nombre, no con el que él me había presentado al menos. Acercó su boca a la mía y me besó, allí, delante de toda aquella gente, mientras estos se quejaban, haciéndonos sonreír. Pero lejos de sentirme abochornada, aquello me activó, era como la energía que necesitaba para volver a ser yo misma.

Me solté el pelo después de ese momento, me atreví a meterme en temas de conversaciones que ni siquiera conocía y salí airosa de ellos. Si incluso me piqué con Ron y jugué a los dardos con él.

- Se te ve bien con ella – comenzó su hermana justo cuando yo le daba una paliza a su prometido en el billar. Era toda una profesional en aquellos juegos, pues Nick me los enseñó cuando aún manteníamos el contacto – me cae bien.

- ¿Estás viendo eso? ¡Le está dando una paliza a tu novio! – bromeó, haciéndola reír.

- ¿No acabo de decírtelo? – insistió, haciendo que él mirase hacia ella – Me cae bien – él sonrió, agradecido por el detalle.

- Oye, si te enteras de algún local que se alquile avísame – le pidió, para luego volver la vista hacia mí, observándome feliz, pues acababa de meter otra bola por el agujero, haciendo que Ron me mirase con cara de malas pulgas – ella quiere abrir su propio negocio.

- ¿sobre qué? – preguntó.

- Diseña joyas, era directora ejecutiva en la empresa de su padre, pero ella adora eso, justo diseñar – explicaba, mientras su hermana asentía.

- Quizás pueda hacerlas en tu local y yo venderlas en la tienda – le animó, pero él negó con la cabeza.

- No la quiero allí, Abby me visita mucho por el tema de la boda y sé que ella no ...

- Vale, te avisaré si me entero de algo.

Al fin las cosas parecían ir irme bien, pues tres caseros me contestaron para que fuese a ver el piso al día siguiente. Así que no podía estar más feliz, aunque no pudiese hacer el amor con él, pues seguíamos durmiendo en habitaciones separadas.

Me tumbé en la cama, y me preparé para dormir, había sido un largo día, por lo que no me fue difícil conciliar el sueño.

***

Al día siguiente, me levanté temprano, escribí un mensaje a Rogger, pues sabía que no tendría que trabajar al ser domingo, y le dije que teníamos tres citas para ver pisos. Cuando le vi aparecer por la esquina mi corazón latió como loco.

- ¿Por qué no me has esperado en casa? – preguntó, sin comprender, mientras yo me encogía de hombros, pues no quería reconocer que era por su familia, que me hacía sentir terriblemente fuera de lugar – voy a comprar un par de cafés y unos donuts – me dijo, guiándome un ojo, haciéndome reír – vengo en seguida – y tras decir esto cruzó la calle y se marchó sin más.

- Usted debe de ser la señorita Dunst – dijo una voz detrás de mí. Era el casero – soy el señor Meester – le estreché la mano y entonces él habló - ¿es usted extranjera? – ¡Por Dios! ¿Por qué la gente de aquel pueblo odiaba tanto a los británicos? Asentí - ¿británica? – preguntó, mientras yo volvía a asentir – Entonces me temo que la he hecho venir para nada, no acepto británicos en mi casa.

- Pero ¿por qué? – pregunté, molesta con todo aquello – Ni siquiera me conoce, ¿cómo puede...?

- He tenido malas experiencias con los británicos – aseguraba - ¿no serás familia de los hermanos Potter? – mi corazón se detuvo al escuchar ese apellido, pero aun así negué con la cabeza con éxito – aun así...

- Buenos días, señor Meester – saludó Rogger a aquel hombre, haciendo que este levantase la vista para observarle, mientras él ponía el café y mi donut a mi alcance – veo que ha conocido ya a Camile, mi novia.

- ¿Tu novia? – preguntó con incredulidad, porque él, al igual que todos en aquel perdido pueblo de América, sabía bien que Rogger Wattson no era hombre de una sola mujer. Él jamás había tenido algo como eso, jamás desde Angy - ¡Es británica! – se quejaba él, como si aquello fuese algo horrible.

- Señor Meester, le aseguro que ella no es como los hermanos Potter o ese amigo que le sigue a todas partes – aseguraba, para luego besar mi mejilla suavemente – además, ella no va a vivir sola en esa casa.

- ¿Estás diciéndome que queréis alquilar mi casa para vivir los dos? – preguntó, altamente alterado, sin apenas creer aquella información - ¿juntos? – insistió, mientras yo me mordía el labio, intentando no reírme, porque aquella situación era altamente divertida - ¿por qué?

- Señor Meester – le llamó él - ¿cree que esta chica tan guapa puede ser como esos salvajes de los Potter? – preguntó, haciendo que él negase con la cabeza a pensar en ello con detenimiento.

- Está bien – aceptó, para luego levantar las llaves del apartamento en alto – podéis entrar a verla, yo estaré tomando un café – y tras decir esto, y dándole las llaves a Rogger, se marchó sin más.

- ¿Qué tiene la gente en contra de los británicos? – me quejé, mientras él cogía mi mano y juntos subíamos las escaleras del porche.

- Hay un par de individuos molestos que suelen visitar nuestro pueblo a menudo – me informaba, mientras abría la puerta de nuestro posible nuevo hogar – esta es una de las más antiguas casas de todo el pueblo – aseguraba, invitándome a entrar. Me sorprendí de verla tan nueva – está reformada.

- Háblame sobre esos tipos – insistí, pues quería comprender un poco más porque la gente los odiaba tanto.

- Son unos salvajes – insistía, mientras yo me detenía frente a la cocina americana y le miraba con deseo – no ese tipo de salvajes, Emma – me decía – destrozan cualquier casa que alquilan, engañan a las chicas del pueblo para acostarse con ellas, y no las tratan con demasiada gentileza – aseguraba – Klaus Potter se ha hecho odiar en este pueblo.

Mi corazón se detuvo, se heló el todo y la oscuridad me acechó de manera sobrecogedora. ¡Oh No! ¡No podía ser! ¡No, no, no, y no!

Dejé de prestar atención a la cocina y fingí apreciar las habitaciones, cuando en realidad estaba aterrada.

Cuando huimos de York, mis padres y yo, jamás pensé volver a encontrarme con ellos. Sabía lo que sucedería cuando nos encontrásemos, pues yo había acabado confesándoselo a mis padres, lo que me hacían, y ellos lo denunciaron al instituto. Por eso huimos, para que nadie pudiese señalarme con el dedo.

- ¿qué te parece? – preguntó detrás de mí, agarrándome de la cintura, haciéndome despertar de mi ensoñación - ¿te gusta? – Asentí, intentando ignorar lo que sentía, sonriendo hacia él, pero él me miró extrañado durante un minuto, como si supiese que algo me ocurría - Emma – me llamó, besándome suavemente, trayéndome devuelta a la luz, salvándome de nuevo de las tinieblas, de mi pasado.

- Te quiero, Rogger – le dije, mientras él sonreía, y volvía a besarme.

- Salgamos de aquí – me dijo – antes de que decida estrenar la casa antes de tiempo – Reí divertida, y luego acepté su mano, caminando hacia el exterior.

Estábamos sentados sobre uno de los bancos del parque, junto a su casa, sin entrar aún, pues sabíamos que dormiríamos en habitaciones separadas al hacerlo.

- Emma – me llamó, haciéndome salir de mis pensamientos, pues pensaba en una vida junto a él, en aquella casita que habíamos visitado - ¿está todo bien? – preguntó, mientras yo asentía, divertida – Dentro de poco podremos dormir juntos, abrazados, dándonos besos y despertar de la misma manera – me dijo, haciéndome reír - ¿por qué tu risa me tiene tan completamente conquistado?

- Exagerado – le dije, volviendo a sonreír.

- Y tú acento, empiezo a pensar que eso es lo que me volvió loco – aceptó, acercándose a mi boca, mientras yo mordía mi labio inferior, deseando que me besase – ese acento británico tuyo es tan sexy.

Nuestros labios se unieron, y sus besos desesperados me indicaron que él quería acostarse conmigo, me deseaba tanto como yo a él. Le aparté, sujetándome a su pecho, observándole con cautela.

- En cuanto nos mudemos a nuestro nuevo hogar... - comencé, haciéndole sonreír - ... en cuanto lo he visto he sabido que era ese, aunque te pille un poco más lejos del trabajo.

- Está bien – aceptó – es una casa que podría habernos costado mucho más, suerte que conozco al dueño.

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