Capítulo Extra (3) Libro 1
Nota:
¿Por qué pongo este extra aquí?
Para no hacer Spoiler a los lectores del libro 1.
Disfruten.
~ • ~
Me tomé mi tiempo para llegar a San Diego, deteniéndome en cada lugar turistico, plaza o restaurante del camino que encontré. ¡Mis primeras vacaciones todo pagado!
Conduzco por una tranquila zona de Del Mar en busca de un hotel para quedarme que tenga vista a la playa y acceso rápido porque nada me gustaría más que pasar los días bajo el sol.
Un pequeño motel llama mi atención y estaciono, llevando la mochila conmigo hasta la recepción donde una mujer me sonríe con expresión amable.
— Buena tarde, ¿Puedo ayudarle?
— Si, necesito una habitación por tiempo indefinido.
La mujer me lanza un vistazo antes de girar hacia la computadora y teclear, sus ojos moviéndose rápido por la pantalla.
— Tengo una disponible en la planta baja, justo frente a la playa... ¿Señorita...?
Piensa.
— Rose Wilks.
Me pide una identificación y tengo que inventarme que la extravié en el último lugar que estuve junto con la licencia de manejo, incluso trato de lucir ofendida.
— Por suerte no extravié mi dinero. — Sonrío deslizando varios billetes en el mostrador. — Pagaré un mes por adelantado.
Sé que la tengo cuando no quita los ojos del dinero y lo toma con rapidez, dándome la llave de mi habitación.
— Tenga una buena estancia, señorita Wilks.
Asiento y giro para salir de la recepción casi llegando a la puerta cuando escucho algo que no creí posible.
— ¡Christian!
Me detengo en seco sintiendo un escalofrío recorriéndome la piel. Cuando giro, veo a la mujer levantando a un pequeño niño de unos tres o cuatro años.
— Te dije que no podías comer todas esas galletas, pequeño glotón. — La mujer le acaricia la barriguita. — ¿Dónde está tú abuela?
La sangre me vuelve al cuerpo pero estoy confundida, ¿Estaré alucinando?
— ¿Es tuyo? — Sonrío hacia ellos.
— Si, es mi hijo. Sebastián, di hola a la señorita Wilks.
— ¿Sebastián?
— Si. — La mujer entrecierra ligeramente los ojos. — Es el nombre de mi esposo.
— Oh. —Oficialmente estoy loca y alucinando porque podría jurar que lo llamó Christian. — Es muy lindo.
— Gracias.
Salgo de ahí rápido para tomar una ducha y tomar los últimos rayos de sol en la playa, tal vez incluso consiga comer la cena sentada en la arena.
Encuentro un restaurante en la otra calle y pido una cena ligera de sándwich sencillo con ensalada, pero el olor de algo frito me revuelve el estómago tan rápido que tengo que esperar a fuera.
— ¿Estás bien? — La chica del restaurante trae mi comida en un contenedor.
— Si pero no soy muy aficionada a las cosas fritas.
— Solo es pollo. — Ella encoge los hombros.
— Mierda... — Me inclino hacia la acera conteniendo las ganas de vomitar. — Dame mi sandwich y me iré.
— Por supuesto. — Sonríe porque ya pagué al ordenar. — Te recomiendo agua mineral con limón y galletas saladas, eso casi siempre funciona.
— ¿Con las infecciones del estómago? — Pregunto, pero la chica ya ha vuelto dentro del local.
No debí parar en esa tienda de nachos, lo sé, tal vez el queso estaba rancio o qué se yo. Me siento de nuevo en la arena queriendo apreciar las aguas tranquilas de la noche y las estrellas.
— Esto sería tan romántico... — Suspiro. — Si no estuviera completamente sola en el mundo.
¿Qué pensaría papá de mi? Si él estuviera vivo, estoy segura que no me habría involucrado con ese maldito embustero que me estafó y tampoco habría conocido a Christian. ¿Quién sabe? Podría haber terminado la universidad para ahora.
Aunque justo ahora tengo el tiempo y el dinero para ir a cualquier escuela, comprar un departamento, establecerme y realizar todos mis sueños... Amar y ser amada.
Mordisqueo el sandwich hasta la mitad y decido guardarlo para mañana antes de ir a la cama, exhausta por conducir. Lo primero que siento en la mañana es la gran cantidad de saliva acumulándose en mi boca.
— Agh, carajo.
Me enderezo en la cama y corro al baño lo más pronto que puedo para vaciar el estómago en el retrete, luego limpiándome el rostro con agua fría.
— ¡Ese sandwich! ¡También estaba hechado a perder!
Espero a que las náuseas se calmen antes de salir de la habitación pero no llegó muy lejos, el mar me llama y termino de nuevo sentada en la arena mirando el horizonte.
Los días pasan tranquilamente mientras imagino que vivo en esa playa sin preocupaciones. Las náuseas se han calmado mucho porque evito todo lo que tiene mucha grasa, el pollo y cualquier cosa que lleve huevo, haciendo que el batido de fresa sea mi nuevo favorito.
— ¿Señorita Wilks?
La mujer de la recepción del hotel se acerca, con su pequeño hijo de la mano.
— ¿Si?
— Siento molestarla pero en dos días vence su reservación, ¿Desea renovarla?
— ¿Vencer? — Mis cejas se arquean por la sorpresa. — ¿He estado un mes aquí?
— Creo que si. — Me muestra una gran sonrisa. — Estaré en la oficina si desea, ya sabe...
El niño se libera de su mano y corre hasta mi, sus ojos castaños claros mirándome fijamente.
— Hola Sebastián.
Él no responde pero pone su mano en mi mejilla para que no me mueva.
— ¡Sebastián! ¡Ven aquí! ¡No molestes a la señorita Wilks!
— No, está bien. — Le aseguro son dejar de ver al niño. — ¿Tengo algo en la cara?
Intento hacer una mueca divertida para él pero no consigo que sonría. En cambio, gira para mirar a su mamá.
— ¿Por qué ella está triste?
— Yo no... — Niego con la cabeza.
La mujer toma el niño de la mano, me mira con un gesto de disculpa y se alejan de mi a toda prisa.
¿Triste? ¿Yo?
Me levanto de la arena y voy a la habitación a mirarme en el espejo. No es una expresión triste la qué encuentro, sino una pálida y cansada de las náuseas, como si la vida estuviera siendo succionada de mi.
— Jodida infección, ¡Te acabas ahora!
Pregunto por la farmacia más cercana y voy hasta ahí caminando para conseguir tabletas contra las náuseas, tabletas efervescentes para la indigestión y tal vez una desparasitante en caso de que se trate de algún bicho.
— ¿Disculpe? ¿Donde encuentro pastillas para las náuseas?
El hombre detrás del mostrador señala el teléfono en su oreja y se aleja de mi para que no interrumpa su jodida llamada, así que voy pasillo por pasillo.
— A ver, a ver... Si yo fuera una pastilla para las náuseas, ¿Dónde estaría? — Golpeo mi barbilla con el dedo índice, recorriendo con la vista los anaqueles. — ¡Aquí! Junto a las pruebas de... ¿embarazo?
No.
Claro que no.
No es posible.
Estoy segura que tuve mi periodo el día... Ese día que fui a...
Mierda.
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