Capítulo Extra (2)
— ¿Señorita Steele?
Ay, mierda. ¿Ahora qué?
Echo un vistazo rápido a los hombres en mi puerta con uniforme de policía y siento estremecerme un poco. ¿Por qué estoy en problemas? ¿El dinero es falso?
Ese bastardo mentiroso.
— ¿Si?
— ¿Usted es Anastasia Steele?
— Si, yo soy.
— ¿Puede venir a la estación de policía con nosotros?
Mantengo la puerta entreabierta sin saber si dejarlos entrar o contactar a un abogado. Con todo el dinero que tengo en esa maleta debajo del gabinete de la cocina podría contratar al mejor de la ciudad.
— ¿Puedo saber por qué?
Los hombres comparten una mirada fastidiada por mi desconfianza, pero encogen los hombros.
— El detective en jefe Cooper quiere hacerle unas preguntas.
Mierda, no puedo negarme más tiempo, no me dejaran salir de cualquier forma.
— Bien, traeré mi bolso.
Camino lentamente y lanzo el móvil, la billetera y un pequeño fajo de dinero ahí dentro antes de salir y cerrar con llave. Lo único que puedo imaginar es que el hospital reportó que me escapé y quieren saber qué ocurre conmigo.
Subo a la parte trasera del auto patrulla rogando a Dios que mis vecinos curiosos no estén mirando y espero en silencio hasta que llegamos a la estación de policía. Me indican que baje y señalan un pasillo en la planta baja.
— Por aquí, señorita Steele. — Dice uno de ellos y ambos caminan detrás de mí.
Me detengo en medio de una sala de policías, insegura de qué hacer cuando un hombre en traje se detiene frente a mi. La placa en su pecho lo identifica como el jefe.
— Señorita Steele, soy el detective Cooper.
— ¿Por qué estoy aquí? — Intento no sonar fastidiada.
— Tengo algunas preguntas para usted sobre el señor Christian Grey, ¿Lo conoce?
Mierda, ¿Cómo no conocerlo?
— Claro que sí.
— ¿De dónde lo conoce exactamente?
¿La verdad? No estaría preguntando si lo supieran, así que debe ser otra cosa. Decido empezar con lo fácil de responder.
— Nos conocimos en un bar y comenzamos a salir.
El ceño del detective Cooper se frunce.
— ¿Tenía usted una relación con el señor Grey? — Su tono incrédulo me molesta.
— Si.
Vuelve a fruncir el ceño y su cabeza gira rápidamente hacia una oficina con una gran ventana de cristal donde un hombre de cabello cobrizo y ojos grises espera.
Carajo, ¿Está aquí? ¿Christian está aquí? Me estremezco involuntariamente esperando que nadie más lo note.
— ¿Qué tipo de relación era, señorita Steele?
— Supongo que ha salido antes con una mujer. — Intento lucir indiferente. — Ya sabe, cenas, citas y sexo.
— ¿Mantenía usted una relación sexual con él?
Dah, ¿Es tonto?
— Por supuesto que sí.
— ¿Alguna vez fue retenida contra su voluntad?
— No.
— ¿Recibió usted regalos costosos a cambio de mantener relaciones sexuales?
No conseguí el bonito Audi, así que supongo que no. Aunque mis dedos buscan inconcientemente la joya en mi cuello.
— Bueno, no en el sentido estricto de la palabra. — Hago un gesto con la mano. — ¿Usted llevaría a una chica a cenar sin esperar sexo a cambio? Creo que todos aquí han echado mano de esa estrategia alguna vez.
Echo un vistazo a los otros oficiales en la habitación, que ríen y asienten a mis palabras, pero que al detective Cooper no le hacen gracia.
— Ahora, si hablamos de obsequios costosos... Él es Christian Grey, regala joyería como si fueran chucherías sin importancia. Lo que un hombre común considera costoso, para Christian solo es un “detalle”. — Mis hombros se encogen de nuevo y lucho con las ganas de mirar a Christian.
— Entonces si los recibió.
Asiento.
— Claro, ¿Qué chica diría que no a la joyas? O los vestidos, o las elegantes cenas en lugares exclusivos.
— ¿Fue usted de algún modo presionada para mantener relaciones sexuales con el señor Grey?
— Absolutamente no. ¿Lo ha visto? — Chillo ofendida. — Las mujeres hacen fila por obtener por lo menos un vistazo de él y yo no soy la excepción.
Empiezo a creer que lo del señor Cooper son celos.
— ¿Conoce usted a Camille Witbell? — Cambia el tema hacia la maldita loca.
— No oficialmente, solo sabía que era la mujer con la que Christian salía antes de mi.
El detective abre la carpeta en sus manos y me muestra la fotografía de una mujer.
— ¿Es ella?
— Es la mujer que me disparó. — Confirmo, fingiendo temor. — Si no fuera por Christian... Ella me habría matado, estoy segura.
Carajo, soy una excelente actriz, aunque eso no justifica que estoy defendiendo a mi secuestrador. Debe haber algo mal en mi, estoy segura.
— ¿Ella le dijo algo a usted ese día?
— Si. Dijo que Christian era de ella y que no lo dejaría ser feliz con nadie más. Pobre chica, de verdad está loca por él.
— ¿Y usted? ¿Aún mantiene una relacion con el señor Grey?
— No hemos hablado desde entonces. — Y eso es cierto. El corazón me late con tanta fuerza que creo que el detective lo escucha. — Creo que ser casi asesinada en la casa de tu novio es un tema que se maneja con cuidado.
A menos que a él no le interese. ¿Por eso me mandó el dinero? ¿Para que cerrara la boca?
Acomodo la correa de mi bolso y me pongo de pie, incómoda por la absurda sensación en mi pecho.
Eso es todo lo que soy para él, una vía de escape, una coartada para librars de todo lo malo. ¿Alguna vez le importé?
— Si eso es todo, quisiera irme a casa.
— Por supuesto, señorita Steele. Los oficiales la llevarán de vuelta a su domicilio.
Asiento lentamente armándome de valor para mirarlo, el hombre más difícil y complicado que haya conocido alguna vez. Y aún así, el único hombre que llegó a mi sin proponérselo como un daño colateral en esta montaña rusa de experiencias.
No puedo más, me asfixio. La enormidad de mis sentimientos no correspondidos me ahogan y quiero correr, huir. Esta vez no hay nada que me detenga.
Cuando los oficiales me dejan en el departamento, pongo un poco de ropa en una mochila con los documentos importantes y todo el dinero que me queda.
Si realmente quiero alejarme de él, tengo que dejar todo atrás: mi departamento, mi trabajo, la universidad, a José...
Desarmo el móvil y lo pongo en una caja con el collar que Christian me regaló y camino hasta el bar con medio millón de dólares en la espalda.
— ¡Annie!
— Hola José.
— Me alegra tanto verte, ¿Lista para volver? — Aún es temprano y no hay clientes.
— De hecho vengo a decirte que me voy de vacaciones, ¿Puedo dejar algo en tu almacén?
Los ojos de mi amigo se entrecierra.
— ¿Es algo malo?
— No, es solo algo que no quiero perder en el viaje o que me roben del departamento.
— Bien.
Saco la caja de la mochila y la llevo al pequeño cuarto, luego regreso a la barra tomando otro pequeño fajo de billetes y poniéndolo en la barra.
— ¿Qué es esto?
— Todo lo que te debo.
— ¿Annie? — José luce muy confundido. — ¿Cómo obtuviste el dinero?
— Solo tómalo. Digamos que trabajé duro por cada centavo. — No puedo ocultar la risita.
— Okey... Pero avísame si estoy en problemas.
Me río de él y lo abrazo para despedirme sabiendo que no volveré. Y se me ocurre una idea. José siempre me habló de esta fabulosa sesión de fotos que hizo de San Diego y me parece que es el lugar perfecto para comenzar mi viaje.
Cuando salgo de su bar, lo primero que hago es detenerme en la concesionaria de autos usados. Sé que tengo dinero suficiente para comprar un auto nuevo pero no es mi prioridad, con que llegue a California me basta.
Compro un pequeño auto azul y pago en efectivo, usando el nombre de mi abuela para que no pueda ser rastreado hasta mi y lanzo mis pocas cosas al asiento trasero.
Me detengo en la gasolineria para llenar el tanque y comprar provisiones para el viaje, mi reinicio como una mujer libre.
O lo más libre que pueda ser, sabiendo que mis sentimientos me atan a esta ciudad y a un hombre en particular. Espero que la distancia y el tiempo me ayuden a olvidar para seguir adelante.
Subo al auto y enciendo la radio lista para partir.
— Hasta nunca, señor Grey.
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