Capítulo 38
Si.
¡Al fin!
Maldita sea, lo logré.
La sonrisa de satisfacción es tan grande que no puedo disimularlo más. Dejé de preocuparme por cualquier otra cosa que no fuera Ana en el cuarto rojo y todos los juguetes que quiero usar en ella.
Mierda, incluso pedí para ella algo de lencería en el catálogo en línea de Victoria's Secret que el viejo Taylor irá a recoger por la mañana.
La dejé en paz, incluso llegué temprano a la oficina dispuesto a adelantar todo para tener la tarde libre con mi nueva sumisa. Será mejor que prepare un nuevo contrato en caso de que a ella le guste la experiencia.
— ¿Tienes todo lo que pedí? — Pregunto antes de que pueda incluso saludar.
Mierda, estoy demasiado ansioso y excitado que tendré que hacer uso de todo mi autocontrol para no quedar como un jodido adolescente precoz.
— Si, señor. ¿Quiere que las lleve a Escala?
— Si. También estoy listo para irme, así que avísale a Prescott que lleve a Ana a Escala para que también ella se prepare.
Recojo mi maletín y algunos de los documentos pendientes. Si todo sale de acuerdo a mi plan, mañana no vendré a GEH porque estaré disfrutando de mi nueva y hermosa sumisa.
— Educarla será tan divertido.
Apenas puedo llegar y prepararme para el gran día. El corset que encargué para Ana y su collar de consideración serán las únicas cosas que vista en mi cuarto de juegos.
Me encierro en mi estudio para celebrar con un buen vaso de whisky, mientras trato de decidir qué haré primero con ella.
— ¿Esposada a la cruz? ¿Atada a la cama? ¿Suspendida del techo? — Luego pienso en mis juguetes favoritos — Podría comenzar con la fusta y luego utilizar el látigo de tiras. Si aún lo soporta, un par de marcas con mi cinturón de cuero sellará el trato.
— ¿Señor Grey? — Taylor golpea la puerta antes de abrirla — La señorita Steele se encuentra ya en la habitación de huéspedes.
— Excelente. ¿Qué hay de la habitación de sumisas? ¿Está lista?
— La señora Jones terminó de limpiarla esta mañana.
— Bien.
Salgo del estudio para ir a la habitación por mis jeans desgastados. Hace un buen tiempo no los uso porque tomar a Camille era la cosa más sencilla del mundo, a veces solo tenía que señalar el piso para que ella comenzará a hacer su trabajo.
Lo admito, era más una prostituta de lujo que una sumisa en entrenamiento. Su placer dejó de ser algo que me interesara en nuestros encuentro por lo que no entiendo por qué se quedó tanto tiempo conmigo.
Sin Taylor, Prescott o Gail a la vista, subo hasta el cuarto rojo. La puerta está abierta, todo luce brillante y limpio, solo falta la chica.
— ¿Christian? — Volteo para mirarla cuando me llama.
Mierda. Es toda una fantasía.
Lleva solo la pieza de lencería que escogí para ella, las transparencias no dejan mucho a la imaginación. Señalo el piso para que se acerque y poder trenzar su cabello como tanto me gusta.
— ¿Así estoy bien?
— Shh — Apoyo mi dedo en sus labios — Aquí tú no tienes permitido hablar. Yo ordeno y tú obedeces.
— Pero...
— No me hagas azotarte antes de tiempo.
Por fin, baja la cabeza y permanece con la mirada clavada en el piso. Al fin, mi sumisa rebelde aprenderá a obedecer a su amo.
— Seré gentil, te mostraré todo lo que puedo hacer por ti y para tu placer. Luego te mostraré lo que más me gusta a mí.
Ana asiente, y me sorprende que no esté retándome como siempre lo hace. Supongo que finalmente la doblegué, es mía.
Tomo la fusta más pequeña y acaricio sus hombros, sus muslos y la piel desnuda a mi alcance. Puedo ver qué esto le cuesta porque sus hombros se tensan con cada caricia de mi juguete.
Necesito convencerla de que esta es una experiencia que querrá repetir y que nadie puede darle más placer que yo, así que dejo la fusta en el bolsillo de mi pantalón para detenerme a su espalda y repartir pequeños besos.
Es una práctica que dejé de lado después de Leila. No acostumbro besar a las sumisas, porque eso no tiene nada que ver con placer, sino con intimidad. Y a mí me importa una mierda la intimidad.
Para lograr relajarla y que esté receptiva a mis juegos, tendré que besarla. Mis manos suben a sus senos y los presionan por encima de la suave tela, lo suficiente para que permanezcan erectos.
Ni un solo gemido.
Sin jadeos.
Nada que me haga saber que lo disfruta.
— Veo que te preparaste para tu papel de sumisa, ¿Te gusta esto que hago?
No responde, pero niega levemente con la cabeza. Por lo menos aún es honesta.
Mordisqueo su cuello en busca de otra reacción física, pero de nuevo luce tensa. Mis manos bajan hasta su cadera para apretarla contra mi y estimular mi propia erección.
— ¿A dónde quieres ir primero? ¿Atada a mi cruz? ¿O a mi cama?
Me planto frente a ella para observarla, y el pánico se refleja en sus ojos azules. ¿No lo está disfrutando en absoluto?
Exhalo ruidosamente. Esto no está saliendo como lo planee y estoy empezando a enojarme. ¡¿Todo este maldito tiempo invertido para que ella no lo disfruté?!
Tomo su mano y tiro hasta el primer poste de la cama. Traigo las cuerdas rojas para atarle las muñecas en una posición que me permita inmovilizarla para azotarla un poco.
Si no logro sacarle el miedo, por lo menos voy a disfrutar esta experiencia al máximo antes de lidiar con las consecuencias legales de mis acciones.
Cuando reviso que el nudo no lastime sus muñecas, tiro de la cuerda para que se incline y tomo la fusta de mi bolsillo. Estoy listo.
Es ahora o nunca, Grey.
Lanzo el primer golpe a sus muslos y la veo estremecerse. Las bragas me estorban, así que las deslizo fuera de sus piernas antes de volver a azotar sus nalgas.
No chilla.
Nada.
Vuelvo a azotarla con más fuerza y sus manos retuercen la cuerda, pero no obtengo ni el más mínimo sonido.
Mierda.
¡¿Qué está mal ahora?!
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