Capítulo 37
— Su desayuno, Señor Grey.
Le hago una seña a Andrea para que se vaya y me deje solo un rato más. Apenas llegué a GEH, le pedí mi café y que mandara por mi desayuno bien preparado por la señora Jones.
— Maldita chiquilla necia, ¿Me odia? ¡Pues me importa una mierda!
El huevo tierno, el tocino con un delicioso color tostado, incluso el pan recién hecho. Mierda, jamás había valorado tanto la presencia de Gail en mi vida.
Debería volver a mi rutina, suficiente daño ha hecho ya la pequeña estafadora como para que la siga manteniendo bajo mi techo. A este paso, terminaré muriendo de un infarto o vendiendo mi empresa en un arranque de desesperación.
¿Por qué soy incapaz de dejarla ir? Si las mujeres son traicioneras...
Traicioneras y mentirosas bajo esa fachada de bondad y pureza que les gusta exhibir. Aún vivo con las consecuencias de sus actos, solo recordarlas hace que la furia queme en mi estómago.
Leila Williams.
La mujer cuya obsesión y despecho exhibió mi estilo de vida como si fuera una jodida lata de gusanos.
Soy consciente de que solo pude librarme de los cargos de violencia porque mi abogado apeló a la cláusula de mi contrato sobre encuentros consensuados.
Leila no solo me señaló a mi, sino a la comunidad BDSM por nuestras prácticas. Los miles de dólares que pagué como indemnización no se comparan con los millones que perdí porque ella dañó mi imagen.
La otra mujer: Ros Bailey.
Quién pretendió ser la persona de mayor confianza en mi empresa para después llevarse a los mejores ingenieros de microtecnología a su nueva compañía.
Solo Barney permaneció a mi lado, por lealtad. Me ayudó a recuperar todos los procesos que fueron plagiados, mejorando incluso los materiales para nuevas tecnologías.
De nuevo, mi abogado hizo que Ros pagara cara su traición con una jugosa indemnización, pero el daño estaba hecho y mis secretos eran vendidos al mejor postor. Mi compañía, incluyéndome, no ha sido la misma desde entonces.
Las personas traicionan, fingen y te mienten a la cara. Las mujeres son expertas en ello y solo un experimentado negociador como yo puede descifrarlas. O por lo menos creí que lo hacía, porque la pequeña estafadora resultó más lista de lo que pensé.
El móvil vibra sobre mi escritorio, le lanzo una mirada rápida para ver el nombre de Grace en la pantalla y lo dejo pasar directo al buzón. Tengo demasiadas cosas en mente como para lidiar con ella.
Cuando la notificación se detiene, presiono el botón para poner el altavoz. Lo mínimo que puedo hacer antes de eliminar el mensaje es escucharlo.
— Christian, cariño... — La voz de Grace solloza en el teléfono — Me gustaría verte pronto, te he extrañado mucho mi amor. Mi cielo, ¡Por favor! Lo único que quiero es saludarte y charlar contigo sobre la sobrina de Elena.
Corto el mensaje sin escuchar el resto. Maldita Camille, debí suponer que nada con ella terminaría bien ante la insistencia de Elena porque estableciera un contrato con ella. ¿De verdad esperaba que me enamorara? ¿Que lo propusiera matrimonio, o mejor aún, el collar de propiedad?
Jodido par de locas.
Luego está Grace, mi madre. La única mujer que no me ha abandonado a pesar de saber que ha criado a un monstruo. Y la única a la que aún no puedo mirar a los ojos después de todo el escándalo.
¿Cómo podría hacerlo? Lo que Leila hizo cambió por completo la idea que ellos tenían sobre mi, incluso entonces aún tenían una breve fracción de mi tiempo.
La decepción, y luego aceptar que Elena abusó de mí cuando era un adolescente me llena de una extraña culpa que no puedo evitar. Si Grace lo supiera, moriría.
— Jodido Flynn y su terapia de mierda, debió dejar toda la basura en el maldito lugar en el que se encontraba.
¿Que hago ahora con la culpa, la decepción y la humillación? Nada, absolutamente nada. Por eso el psiquiatra de mierda dijo que era una jodida bomba de tiempo.
El leve sonido de mi puerta siendo golpeada me saca de mi nebulosa de autocompasión y odio. Andrea, atenta como siempre, acude a recoger la bandeja y dejar otra taza de café en mi escritorio.
— Necesito hablar con mi abogado mañana temprano, ponlo en la agenda.
— Si, señor.
— Y otra cosa, ¿Aún tienes el número de la concesionaria de Audi? Necesito un auto rojo, como los que compraba antes.
— Creo que si, señor Grey. Déjeme buscarlo y solicitar cotizaciones.
Andrea asiente y sale de mi oficina tomando notas. Mierda, tal vez debería comprarle también un auto a mi abogado para cuándo le diga que tengo a una chica secuestrada.
— ¿Que he hecho? — Me paso las manos por el rostro con frustración.
Me he jodido a mi mismo, más de lo que ya estaba. Y soy consciente de la poca voluntad que me queda cada vez que tengo que enfrentar a esta chiquilla obstinada.
Trabajo en los proyectos de adquisiciones lo más que puedo para postergar mi regreso a Broadview. Si esta noche me quedo en Escala, ¿Ella estaría furiosa?
Taylor aparece a las 8 en punto. No dice nada, solo se queda ahí en el umbral esperando que me percate de su presencia y su cansancio. Incluso creo que ambos lucimos un par de años más viejos.
— ¿A Broadview, señor?
— Si.
El camino me resulta un poco más rápido que de costumbre, probablemente sea mi imaginación por lo que me espera al llegar. Con Ana, nada es seguro.
Jason abre la puerta de la casa y lo primero que veo es precisamente a ella en la sala, con una copa en la mano. Prescott, como la sombra sigilosa que es, la observa desde un extremo de la habitación.
— Por fin llegas.
— ¿Que pasó? ¿Se te acabó el encanto de la dulce esposa?
— Eres un imbécil, no te mereces una esposa tan dedicada como yo — Toma otro sorbo del vino.
— Entonces, ¿Seguimos jugando?
— Si. Aún estoy de ánimos para un último juego en tu departamento. Llévame a tu cuarto de juegos.
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