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Capítulo 4 - Adrenalina.

Después de dos años, seguía pensando en mi cumpleaños número doce, en la sensación de mi piel al sentir el golpe seco con cada puñalada, como mi mano llevaba el cuchillo una y otra vez dentro de su pecho, lo que más llamó mi atención es que cada vez que entraba y salía, formaba cruces con cada corte, como si fueran letras "x" una al lado de la otra, como sin pensarlo quisiera dejar una marca especial, única, algo que solo yo pudiera reconocer como mío, ya que no tenía nada más que ese recuerdo en mi mente.

—Luke —dijo mi hermana, entrando a mi habitación.

—¿Qué pasa? —le pregunté de forma tranquila, ella era la única persona que calmaba mi ansiedad de sangre.

—Dice la abuela que bajes a comer.

—Bien, ya bajó —guardé mi cuaderno de dibujo y me dispuse a salir de la habitación y bajar las escaleras.

—Luke, siéntate que ya comemos —sonrió la abuela, terminando de poner la mesa.

Comimos tranquilamente, hablando de las cosas diarias de nuestras vidas, el colegio, sus trabajos, la casa, mi caballo... de lo bueno... nadie habla ni de mis padres, ni de mi mejor amigo en mucho tiempo.

Terminando de cenar y ayudando con la limpieza, cada uno nos fuimos a nuestras habitaciones... pasaron horas y no podía dormir, daba vueltas y vueltas pensando en lo que necesitaba, pensando en algo que me hiciera sentir mejor, como aquel día.

—Ya no me satisface matar animales indefensos —susurré acostado en mi cama, mirando al techo—. Necesito algo que me ayude y pronto.

Pasaron los días y por fin conseguí algo que me ayudó a apaciguar aquella necesidad, en una de mis caminatas a casa después del colegio, escuché que algunos chicos gritaban y reían dentro de un callejón y sin pensarlo entré, todos se giraron y me miraron.

—¿Y tú qué quieres? —me preguntó uno de ellos, parándose de su moto, viendo que por sus rasgos tendrían aproximadamente 17 o 18 años.

—Sólo quería observar qué sucedía —les dije, viendo que, dentro de la ronda de motos, había dos chicos con sangre, golpeándose, notando que sin pensarlo hice una sonrisa, respiré profundo y chupé mis labios al notar como sangraban cada vez más con cada golpe.

—¿Te gustan las peleas? —me preguntaron con una sonrisa de lado.

—Nunca pelee, pero quisiera probar.

—Bien, ¡Paren! —gritó el chico, haciendo que todos se callaran y dejaran de pelear—. Tenemos aquí a... ¿Cómo te llamas?

—Luke.

—Bien, acá tenemos a Luke que quiere probar nuestra vida —dijo pasando su brazo por mis hombros, por lo que lo miré de costado y me alejé, ya que no me gusta que me toquen, viendo que él notó mi mirada—. Muy bien, ve al centro Luke.

Caminé y me situé sobre la sangre no pudiendo controlar mi impulso de tocar con mis dedos el piso, sentir esa sangre sobre mi piel.

—Listo, ¿Quién quiere enseñarle?

—Yo lo haré —mencionó un chico no mucho más alto que yo.

—Esperen, están prohibidos los golpes en la cara, no queremos que después nos pregunten por los moretones, ¿Quedó claro? —el chico y yo asentimos con la cabeza y comenzamos a golpearnos.

Recibí más golpes de los que di, sintiendo que mi cuerpo estaba entumecido por el dolor, pero no me rendí, seguí peleando.

—¡Terminamos acá! —gritaron en el momento justo que el otro me daba un rodillazo en el estómago, haciendo que saliera sangre de mi boca, pasé mi mano por mi cara, mirando mi sangre—. Eres duro eh, se nota que te gusta.

—Si claro —añadí tomado mi mochila.

—Espera, soy Brian, ¿Quieres que te acerque a tu casa?

—No, gracias.

—Como quieras, y si te interesa mañana nos juntamos a las ocho de la noche en la carretera La Aldea Gran Canaria, haremos unas carreras, ¿Quieres sumarte?

—Si claro.

—Bien, nos vemos allá entonces, no te olvides.

Caminé como pude para llegar a casa, el dolor era cada vez peor, pero sonreía porque fue sensacional sentir como todos gritaban y aplaudían con cada golpe, llegué y traté de caminar lo más derecho posible.

—Hola —les dije a mis abuelos que estaban en la cocina.

—¿Qué pasó qué vienes tarde y en esas fachas? —gritó mi abuela, recordando que estaba hecho un desastre—. ¿Eso es sangre?

—Ya abuela no es nada, sólo que dos compañeros pelearon fuera de la escuela y me metí para separarlos, pero ya estoy bien, voy a mi cuarto a bañarme y hacer cosas de la escuela —sonreí viendo que solo asentía.

Me bañé rápido y entré en mi computadora para ver de qué se trataban esas carreras y cuál es la carretera que me dijo Brian, después de ver unos videos, me quedé atónito de ver la cantidad de accidentes y estaba emocionado, no veía la hora de estar allí.

Al día siguiente después del colegio, llegué a casa y les dije a mis abuelos que iría a la casa de un amigo a hacer una tarea del colegio, que no llevaría nada ya que él tenía todo, tomé el autobús que me dejaba en una parada cerca de la carretera y caminé un rato, iba llegando cuando empezaba a escuchar el rugir de las motos, vi que había más de 20 motos y todas de grandes cilindradas.

—Hey Luke —sentí que gritaban, miré y allí estaban, el grupo de chicos que había conocido ayer—. Ven, acércate.

—Hola —saludé, mirando como se preparaban para salir.

—¿Quieres probar?

—No tengo moto.

—No importa, hoy es carrera con acompañante, debemos elegir a alguien —dijo, llamando mi atención.

Y a los cinco minutos estaba arriba de la moto por salir, arrancamos a una velocidad increíble y cada vez se ponía mejor, veíamos que la montaña casi rozaba nuestros cuerpos y al otro lado el precipicio, era adrenalina pura, las demás motos iban al mismo ritmo y era increíble ver como debían esquivar los autos que iban en nuestro carril o venían de frente.

Entonces escuchamos una explosión, miramos por el espejo retrovisor y vimos como una de las motos estaba destrozada contra un auto, Brian disminuyó la velocidad y giró, llegamos al lugar y corrimos a ver al chico que ya no se movía.

—¡Demonios, está muerto! —añadió Brian con las manos en su cabeza.

Miré hacia el auto y vi al otro chico totalmente quebrado, sus piernas, brazos y cintura; entonces el conductor del auto se movió, me apoyé en la moto y lo miré, él trataba de pedir ayuda, pero su boca estaba llena de sangre, crucé mis brazos y pies y sonreí, me gustaba ver como la luz de sus ojos se iba apagando, como su vida terminaba, comenzó a toser, se ahogaba.

—Seguro está reventando —pensé, esperando que por fin muriera y así fue, a los segundos sus ojos se volvieron oscuros.

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