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VI


Levantó la mirada de su labor y sonrió. Dzhew lo miró con calidez al tiempo en que sus manos ágiles arrancaban la piel a la liebre que había cazado.

-Aún no lo creo -anunció Kery.

-¿El qué? -El hombre no abandonó su tarea.

-El que seas un «olvidado».

-Es que no soy un simple «olvidado», yo soy el olvidado que sobrevivió a su decadencia. -Rio.

Kery bajó la mirada y continuó tejiendo el anzuelo, una vuelta por aquí, otra por allá y en algún punto sería la muerte para un pez. Frunció el ceño ante tal lúgubre pensar.

Dzhew lo salvó esa tarde en que casi ponía en peligro su vida. El hombre que mató a la pantera formaba parte de los Espíritus del bosque, aquellos encargados de mantener el equilibrio hasta que la avaricia del hombre llegaba y destruía toda vida con tal de generar fondos.

Recordó haberse caído de la cama cuando vio a Dzhew por primera vez. Soltó una risita.

-¿Por qué te ríes? -Zhe le dirigió una mirada inquisitiva.

-La primera vez que te vi...

-Ah, ya. Cuando gritaste peor que un bebé -se burló y luego imitó sus súplicas-. ¡Por favor, no me hagas daño, haré lo que quieras... por favor!

-¡Cállate! -alzó la voz-. No es que tu cara sea lo mejor para ver cada mañana -mintió.

Zhe le mostró un mundo en donde podía respirar en paz y al mismo tiempo dar rienda suelta a sus deseos. Porque Zhe era eso: libertad. Vivían alejados de todos, y constantemente cuidando sus espaldas de aquellos que podían considerarlos intrusos; sin embargo, en cada momento que pasaban Kery no podía dejar de sentirse afortunado. Zhe no le ordenaba nada, Zhe lo dejaba vivir y si no quería hacerlo, también lo dejaría morir si eso buscaba. Aunque en ese instante, Kery no podía ni concebir la imagen de dejarlo en el bosque con nadie más que su propia sombra.

-Anoche no parecía que pensaras eso.

Sintió su rostro calentarse y desvió la mirada ¿acaso no era un poco tarde para ruborizarse?

Lo cierto era que Zhe le parecía impresionante quizá no atractivo, pero de alguna manera sus ojos siempre buscaban la mirada del olvidado. Tal vez se debía a su forma de hablar, tenía una voz suave que poco a poco invadía sus tímpanos y dejaba su voluntad a la merced de él. O su manera de mirar, tan expresiva que lo conducía a dónde Zhe lo deseara.

Su cabello era blanco aunque su piel no revelaba signos de la edad, sus ojos eran de un negro profundo y una cicatriz atravesaba su rostro desde el principio de la ceja izquierda hasta el final de la mejilla del mismo lado. Su piel distaba mucho de poseer un tono de hombres, era de un gris claro que lo hacía lucir un poco enfermo.

Zhe se acercó y lo abrazó por detrás.

-Y estoy seguro que ahora tampoco lo piensas.

Kery le propinó un codazo.

-Vuelve a contarme la historia -pidió.

-¿Acaso eres un niño?

-Simplemente me agrada.

-Esta noche... -Zhe volvió a la cocina.

Kery salió de la casa.

Suspiró y dejó que sus pies avanzaran sin resistirse. Había transcurrido mucho tiempo desde que el mundo del espectáculo lo consumió, no llevó consigo ningún calendario y poco a poco olvidó en qué día vivía. Lo agradecía.

En su vida anterior él debía hacer todo, debía encargarse de su persona desde muy niño y con ello perdió la oportunidad de sentirse protegido, abandonó a sus padres y luego ellos lo abandonaron a él. No podía odiarlos ni nada similar, porque incluso con sus desaires, sus padres intentaron mantenerlo bajo su techo, aun cuando entre ellos no estuviesen bien. Con Zhe a su lado se concedía momentos en los que se sintiera cuidado.

Volvió a casa justo a tiempo para la cena.

Cuando llevó el primer bocado a su paladar, alabó al cocinero.

-Cada comida haces lo mismo -murmuró Zhe con un poco de indignación.

-Es que cada comida lo haces mejor. -Sonrió.

Al terminar fue Kery quien condujo a Zhe a la habitación.

-Cuéntame de nuevo.

-En un tiempo demasiado lejano como para constatar en los registros de los hombres. -Zhe besó sus labios unos segundos y luego con sus manos alzó su playera-. Los hombres y los animales tenían un lenguaje en común, y no era la única cosa. Los dioses los compartían, los dioses provenían de una misma familia y cada uno tenía la responsabilidad de velar por cierto estrato. Unos cuidaban de aquellos animales que se arrastraban, otros de los que se sabían presas, y unos más de los cazadores. -Tocó su pecho con lentitud, dibujando líneas y círculos y Kery arqueó la espada anhelando más-. Yo velaba por los que vivían en una tristeza perpetua, sin importar si eran hombres, mujeres o animales. A mí no me interesaba más que el color de sus corazones, grises o azules siempre desvelaban el mismo sentimiento. Con el tiempo los hombres se volvieron soberbios y quisieron separarse de los que andaban sobre cuatro pies. Entonces la decadencia de los dioses empezó, sin poder dividirse para atender a todos los que suplicaban su gracia, lentamente comenzaron a desvanecerse en el tiempo. -Desabrochó sus pantalones y los deslizó de sus piernas, Kery más allá de sentir la pasión desbordante sentía su corazón latir con fuerza por estar con alguien a quien quería-. Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis tíos... uno a uno murieron en la tristeza de no poder salvar a sus fieles. Al final quedó el único dios que alimentaba a todos, que cuidaba a todos... El dios de la tristeza. Este dios se vio consumido por perder todo, por perder a todos y no dejar de existir, se recluyó en un bosque, y se alimentó de lo que los humanos le proveían sin retribuirles nada a cambio, sin intentar ayudar a sus almas destrozadas.

»Hasta que un día, en medio del bosque vio a un idiota intentar hablar con un espíritu del bosque, pudo haberlo dejado morir, pero su corazón le cantaba una hermosa dolorida melodía. Tal que hacía su propia alma estremecer, así que lo tomó. Quizá si hubiese sido otro humano hubiera pasado lo mismo, porque él no veía cuerpos ni caras, sino almas y llanto. -Zhe besó sus rodillas con una lentitud que Kery creyó morir, el olvidado subió hacia su entrepierna sin tocar el centro de su placer-. Y lo acunó, porque mutuamente necesitaban un compañero, y cuando alguien más deseara unírseles, ellos lo acunarían, porque el olvidado compartió una noche con el humano, parte de su alma. Y la unión fue tan grave que el humano dejó su mortalidad y se fusionó al inmortal en su olvido.

-¿A qué te refieres con fusionar en el olvido? -preguntó Kery con dificultad.

Su corazón estaba esparcido en sus pies, pero cada pedacito contenía una pasión más allá de lo inmensurable. En un respiro lo entendió, los pedacitos comenzaban a unirse, nunca quedarían igual pues su pasado siempre estaría tras él, pero Zhe ayudaba a que se unieran, a que buscaran ser un nuevo corazón.

-¿A qué crees?

Kery no respondió e invirtió los papeles, era su turno de dar placer. Despojó al olvidado de su ropa y recogió un frasco de miel que había dejado bajo la cama. Sonrió y derramó el dulce en su pecho, con los labios saboreó su piel y con cada gemido que soltaba Zhe él se sentía con mayor deseo. Esa noche, como todas las que compartió con el olvidado, brindó complacencia a su compañero primero antes que a sí mismo.

-Explícame que yo como simple mortal no puedo comprender el olvido.

-Entonces tendrás que hacerlo como inmortal.

Kery tomó el miembro de su amante con los labios. Zhe apretó con una mano las sábanas bajo él y con la otra lo tomó del cabello, Kery interpretó su fuerza como pasión.

-Explícame -pidió de nuevo y con parsimonia se posicionó para recibir a Zhe en su interior.

-No, compréndelo por ti mismo. -El olvidado gimió.

Kery movió la pelvis buscando deleite, y sus manos se apoyaron en el pecho del olvidado.

-Por favor -pidió con dulzura.

-A que tu vida estará ligada a la mía.

-¿Qué? -Lo entendió, pero se asustó de ilusionarse innecesariamente.

-Que tu muerte será la mía, que mi muerte será la tuya.

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