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Tres

El mensaje fue claro: nos vamos mañana.
De alguna manera extraña y retorcida, extrañaré el refugio. Con sus cochambrosas cabañas de madera, medio comidas por las termitas, los colchones de dudosa comodidad, la pesadez de las mantas que usamos gran parte del día...
Entro en la cabaña que comparto con mi familia. No hay nadie.
Me siento en la cama y respiro profundamente.
Espiro.
Necesito centrarme.
Noto, de manera literal, un enorme peso sobre mi espalda.
Hace tan solo tres semanas, mi vida era absolutamente normal.
Normal hasta el punto que podía llegar a serlo.
Pero, sin duda, comparado con esto, era asquerosamente común.
De casa al instituto, del instituto a casa. Saliendo de vez en cuando con mis amigas.
No me paré ni una sola vez, en mis 16 años de edad, a mirar hacia arriba y agradecer por la inmortal, en apariencia, presencia de aquella bola amarilla que nos proveía de luz y calor.
Ni una sola vez.
Claro que nunca se me había ocurrido pensar que desaparecería.
Foe nos dijo que debíamos recoger nuestras pertenencias lo antes posible. Sin embargo, me siento desganada.
Hay una parte de mi que realmente no quiere irse de este lugar.
Es cierto, lo sé, he odiado este sitio con toda mi alma. Jamás pensé que odiaría algo tanto.
Sin embargo, odio más la incertidumbre y el miedo.
Y eso es lo que nos encontraremos en nuestro viaje.
Eso y muerte.
Y supongo que es lo que más temo.
Lo que más tememos todos.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral.
Tengo frío.
Me acurruco en la cama, en posición fetal.
La temperatura media del planeta a día de hoy es de -7°C.
Y bajando.
Hace cinco semanas, cuando la oscuridad aún no reinaba en nuestro mundo, la temperatura media era de 15°C.
Tan solo pensar en eso me eriza el vello de la nuca.
Imposible.
Sin embargo, estoy viendo con mis propios ojos cómo sucede.
Se abre la puerta de la cabaña, dejando entrar, junto con una ráfaga de aire congelado, a mi madre.
Estatura media, delgada, cabello rubio. Más bien dorado. Ojos brillantes y castaños.
Exactamente como los míos.
-Hola cariño- me dice.
La saludo con un ademán.
Ella va directamente a su cama, a mi derecha, y se arropa con el montón de mantas.
-¿Tienes frío, cielo?- me pregunta-¿quieres que busquemos otra manta?
Niego con la cabeza.
No, no quiero.
Sigo en posición fetal, de espaldas a ella.
-Sira, ¿te pasa algo?- noto un deje preocupado en su voz.
-No- digo.
-¿Segura?- insiste.
Asiento.
A pesar de haberle dicho que no tengo frío,(cosa que es mentira) mi madre se levanta de su cama y me arropa con una manta extra.
Se lo agradezco y disfruto del calor que empieza a arremolinarse a mis pies.
Pasado un tiempo, la calidez, la oscuridad y el silencio de la cabaña me conducen a un sueño profundo y tranquilo.

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