El día que la oscuridad llegó, yo iba en coche con mi madre.
Estábamos a unos cuarenta kilómetros de la ciudad, dirección a la casa de mi tío.
No recuerdo ese día con especial cariño.
-Mamá, ¿puedo bajar la música?- le pregunté.
-Oh, vamos, ¿por qué?- protestó. Recuerdo el destello dorado del cabello de mi madre cuando el sol lo iluminó.
Eran las 12:34 cuando oficialmente se apagó.
Las 12:42 cuando en la Tierra nos dimos cuenta.
Yo estaba mirando mi móvil, refrescando continuamente el muro de Instagram. Profundamente aburrida.
No sabría cómo describirlo. No fue como si apagaras la luz de tu cuarto, en absoluto.
Simplemente, la oscuridad llegó.
Alcé la vista. Mi madre detuvo él coche con un chirrido. Los demás coches que circulaban por la autovía también se habían parado.
-¿Qué ha pasado?¿Por qué es de noche?- pregunté, alarmada, a pesar de que sabía perfectamente que mi madre no podía darme una respuesta.
De todos modos, ella estaba muda.
Sus manos agarraban el volante con tanta fuerza que sus nudillos se habían tornado blancos.
Algunos conductores habían salido del coche, confundidos.
Después de un momento de estupor, conecté los auriculares a mi móvil y sintonicé la radio.
Mientras tanto, mi madre salía del coche.
Estaba a punto de decirle que no lo hiciera, cuando en la radio lo escuché, por primera vez.
El sol se ha apagado, dijeron.
Yo me quedé más muda si cabe.
-Mamá- la llamé. Ella estaba fuera, mirando de un lado a otro de la carretera. Todo estaba oscuro.
Salí yo también del coche y miré hacia arriba, a la bóveda celeste.
Abrí la boca de par en par. Miré varias veces alternativamente a mi móvil y al cielo.
En la pantalla del móvil, en grande: 12:45.
Allí arriba, en el cielo: estrellas.
-Mamá- la llamé, esta vez se giró y me miró- tenemos que volver a casa.
Ella no dijo nada, me siguió mirando, sin mediar palabra.
Entonces lo dije en alto, por primera vez:
-El sol se ha apagado.