Oscura Profecía Capítulo Trece
Con cautela, me acerco a la daga que descansa en el suelo, sumergida en un charco de sangre. Mi corazón late con fuerza, retumbando contra mis oídos. Mis dedos temblorosos se acercan hasta ella, sintiendo nuevamente su peso. La sangre blanca que gotea de ella me deja perpleja y a la vez maravillada por su extraña belleza. ¿Esto era posible?
La limpio contra mi blusa para poder apreciarla mejor mientras la sostengo con firmeza, sintiendo su pulso bajo mis dedos. Es como si estuviera viva, como si tuviera voluntad propia. ¿Cómo no me había dado cuenta de esto antes? No es una daga común, eso está claro. Su belleza es asombrosa, hecha de un cristal negro con un filo impresionante, sólida como si fuera un arma normal.
Me desplomo en la silla frente a mi escritorio y coloco la daga sobre la mesa. Mis ojos se fijan en el símbolo dorado tallado en la hoja; una triple antorcha con serpientes alrededor.
Las llamas danzantes parecían cobrar vida propia, lanzando destellos que me hipnotizaban. Con mis manos temblorosas, acaricié el símbolo, sintiendo cómo las serpientes se retorcían bajo mi contacto, como si reconocieran mi presencia y respondieran ante ella. Todo esto era extraño, pero a la vez emocionante. ¿Cómo podía ser posible algo así? ¿Qué clase de daga era esta?
Mi atención se desvió hacia el mango de la daga, donde una frase reposaba inscrita ''Susurra Deae, saltatio mortis''. Aunque era latín y desconocía su idioma, el significado resonó en mi mente.
Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Desde cuándo entendía latín? Me sentía ansiosa, asustada, pero aún más curiosa que antes. ¿Qué misterios ocultaba esta daga? ¿Y qué conexión tenía con ella? Las preguntas revoloteaban en mi mente, haciéndome doler cada vez más la cabeza. Mi vida había dado un giro inesperado, pero ahora tenía por dónde empezar. Estaba decidida a descubrir la verdad, aunque eso significara adentrarme en un mundo desconocido y peligroso. Ya no podía escapar; hacía tiempo que estaba danzando el baile de la muerte.
Con un suspiro de cansancio, me aparté del escritorio llevando conmigo la daga. Sabía que debía guardarla donde nadie pudiera encontrarla, así que la metí con cuidado en mi mochila. Me estiré sintiendo mis músculos aún tensos. Eran las seis de la mañana; el momento de prepararme para la escuela había llegado.
El cansancio me abrumaba tanto mental como físicamente, pero no podía permitirme descansar, no después de todo lo sucedido. Las imágenes de aquel momento seguían atormentándome, el dolor y la confusión se habían instalado en mi mente, pero me negaba a ceder ante las lágrimas. No podía permitírmelo; necesitaba empezar a ser fuerte.
Me acerqué al tocador y comencé a desvestirme, sintiendo el ardor de los rasguños dejados por la daga en mi piel, otro recordatorio de que todo había sido real. Cerré los ojos intentando alejar todo lo sucedido, pero seguía ahí, persistente como fantasmas que me perseguían.
Terminé de cambiarme, optando por un pantalón de cuero negro, un corset también negro y mis botas. Dejé mi pelo suelto y me apliqué un poco de máscara de pestañas. Me miré en el espejo, a pesar de las notorias ojeras, me veía bastante bien. El cansancio era abrumador, pero no me sentía segura en esta habitación; necesitaba salir de aquí.
Mientras bajaba las escaleras, las palabras de Adam resonaban en mi cabeza como un eco constante. ¿Podría ser cierto que mi vida entera fuese una mentira? ¿Y mis padres... no eran realmente mis padres? Las preguntas sin respuestas se amontonaban en mi cabeza, llenándome de confusión y creando una tormenta de emociones que me dejaba temblando con cada paso.
Al entrar en la cocina, me encontré con la mirada de mi madre, quien me regaló una sonrisa dulce que parecía iluminar la habitación. El corazón me dolía solo de imaginar que ella pudiera formar parte de todas las mentiras de mi vida.
—¿Hija, cómo estás?—preguntó con voz suave, y sentí cómo un nudo se formaba en mi garganta.
—Bien, madre—respondí tratando de mantener la compostura.
La duda y las sospechas se agitaban en mi interior, haciéndome sentir como si estuviera caminando sobre brasas.
—¿Puedo preguntarte algo, mamá?—Dije con cautela.
—Claro, cariño.
—¿Por qué no tienes fotos de cuando estabas embarazada de mí?
Vi a mi madre tensarse, apartando la mirada hacia la cocina, evitando encontrarse con la mía. Mi corazón se encogía cada vez más con su silencio, sentí mi pierna subir y bajar ansiosa.
—¿Por qué sientes curiosidad ahora? —Preguntó evitando responderme.
—Por nada, solamente me parece extraño. En la casa de Abbi tenían muchas fotos de su madre embarazada.—Improvisé tratando de ocultar mi inquietud.
—Se quemaron todas, hija—comentó con un tono tenso—Antes de que nacieras, tuvimos un pequeño incendio, y perdimos muchas cosas incluyendo las fotos.
Suspiré rendida, empezando a tomar mi desayuno en silencio. Mentía, lo podía reconocer en su voz; sus palabras sonaban huecas y falsas. Nunca me habían mencionado nada sobre esto. Me tomé la cabeza, frotando las sienes; cada vez eran más las preguntas que invadían mi mente. Sabía que algo me ocultaban, y esa verdad estaba detrás de un muro de mentiras.
Después de un desayuno cargado de tensión y un silencio incómodo, mi madre me dejó en las puertas de la escuela. Mientras me adentraba en el edificio, sentía que el peso de las mentiras y las dudas aplastaban mi pecho. Necesitaba hablar con alguien o de lo contrario explotaría.
Busqué con la mirada a Abbi hasta que la encontré, sentada en las escaleras de la entrada, con una sonrisa en los labios. Me acerqué a ella con pasos apurados y tomé su mano, interrumpiendo el saludo que estaba por dar.
—Necesito hablar de algo, y aquí no podemos—le dije con urgencia.
—Claro, vamos—respondió, captando mi indirecta.
Salimos del colegio con cautela, esperando que nadie nos hubiera visto. Mi corazón martillaba desbocado contra mi pecho; era la primera vez que le contaría a alguien todo lo que pasaba con lujo de detalles, y esperaba no quedar como loca. Abbi enlazó su brazo con el mío, siguiéndome en silencio.
—No sé dónde podemos ir—admití con incertidumbre.
—Tengo un lugar en mente, sígueme.
La seguí preguntándome hacia dónde íbamos; vivíamos en Salem, Massachusetts, un pueblo pequeño donde todos se conocían. Caminamos en silencio un buen rato hasta que frenamos frente al bosque que pertenecía a la comunidad. El bosque se alzaba imponente ante mí, con un aspecto misterioso y macabro. Nadie se atrevía a adentrarse en él; tenía mala fama. Se decía que durante la noche se podían escuchar los gritos de las almas en pena, un escalofrío recorrió mi espalda.
—¿Estás segura, Abbi?—pregunté con nerviosismo en la voz.
—Claro que sí, aquí no nos encontrarán.
Me arrastró dentro del bosque; las hojas crujían bajo nuestros pies, y miré hacía todos lados me sentía observada. El lugar era extraño; los árboles tapaban la entrada del sol, dándole un aspecto oscuro, y a pesar de que estábamos casi en verano, aquí se sentía un frío que calaba en lo más profundo de mis huesos.
Abbi nos detuvo de golpe frente a un enorme árbol, cuya forma retorcida y sus ramas nudosas parecían susurrar historias de terror. A su sombra había pequeñas lápidas dispersas por el suelo. ¿Dónde me había metido?
—¿Dónde me has traído, Abbi?—Pregunté con nerviosismo.
—Es hermoso, ¿no crees?—respondió con nostalgia, ignorando mi pregunta.
—Más bien tétrico. ¿Dónde estamos? —insistí, sintiendo la ansiedad apoderarse de mí.
—Aquí ahorcaban a las brujas en la época antigua, cuando ellas eran perseguidas.—Explicó con calma—Sus hermanas, las pocas que sobrevivieron, las descolgaron y enterraron aquí, creyendo que sería un lugar conmemorativo. Y lo fue; nadie se atreve a pisar este lugar, creen que está maldito, que las almas de aquellas brujas deambulan por aquí, pero en este lugar encuentras paz.
Sus palabras me dejaron helada; había escuchado la historia, pero no creí que fuera real, que tales acontecimientos hubieran pasado de verdad. No sabía que este lugar estaba impregnado de tanta historia oscura. La miré con los ojos abiertos de asombro y horror; sentía que estábamos profanando el lugar y, aunque mi alma se sintiera en paz, quería irme de aquí.
—¿Qué mejor lugar que este para hablar? Los muertos saben guardar secretos—dijo mientras se sentaba, invitándome a sentar con ella.
Me senté frente a ella, nerviosa pero también fascinada. No sabía si estaba tomando la decisión correcta al contarle mis más oscuros secretos, pero necesitaba desahogarme y Abbi era la única persona en quien podía confiar en este momento.
Sentí cómo un nudo se formaba en mi garganta mientras comenzaba a relatarle todo a Abbi. Con cada palabra que salía de mi boca, me sentía más liviana, pero al mismo tiempo los nervios se apoderaban de mí. No sabía cómo iba a reaccionar, si me entendería o si dejaría de hablarme.
Abbi me miraba con una expresión expectante, con un brillo en los ojos que no supe cómo interpretar. Al terminar, el silencio se hizo presente; mordí mi mejilla interna, esperando que hablara.
—Es todo tan misterioso, realmente fascinante. No me equivoqué cuando te vi—dijo con un tono que denotaba asombro.
—¿Qué quieres decir con eso?—Pregunté más confundida que antes.
—Eres enigmática, especial. No pareces encajar en el mundo mortal, y puede ser que sea por eso, porque no seas un simple mortal.—Susurró Abbi como si estuviéramos compartiendo un secreto. Y de alguna manera, así era.
¿Ella podía tener razón? ¿Podía no ser una persona normal? Solté un suspiro rendida; estaba cansada de todo esto. ¿Tanto costaba llevar una vida tranquila y sin complicaciones?
—Antes hubiera pensado que estaba loca, pero con los eventos recientes... todo empieza a cobrar un poco más de sentido.
—Y si eres la reencarnación de Alessia, eso significa que estás en peligro, Ada. Te buscan para algo y no creo que sea nada bueno.
Mis pensamientos se agitaron; tomé mi cabeza tratando de encontrar algo. Luchaba con mi mente por encontrar alguna respuesta, pero no había nada, solo una densa neblina.
—Aún no sé cuál sea el motivo; mis sueños no me han revelado nada. Antes sentía que giraba en círculos, sin encontrar una salida—comenté— Pero ahora sé por dónde empezar.
—Dime, y te ayudaré.
La miré conmovida y agradecida, pero no podía permitir que ella entrara en este mundo tan peligroso que cada vez me ahogaba más y más.
—No puedo permitir que te pongas en peligro.
—No pienses que te dejaré sola—bramó con fuerza, haciéndome sobresaltar—No con toda esta locura detrás de ti.—Tomó mi mano entre las suyas—No tienes que enfrentar esto sola, soy tu amiga.
Soltando su mano, tomé mi mochila para sacar la daga y se la entregué a Abbi, quien la miró con admiración, observando cada detalle de la daga.
—El susurro de la Diosa, La danza de la muerte—murmuró con voz leve—Sé algo de latín.—Explicó ante mi sorpresa—Este símbolo, lo reconozco de algún lado.
—¿De dónde?
—No puedo recordar de dónde, pero sé que lo vi. ¿Esta era la daga que tenía Adam?
—Sí.
—Esto puede ser una gran pista, Ada; debemos empezar por ahí, pero ahora mismo no. Ya es tarde.
Miré al cielo, dándome cuenta de que la oscuridad nos envolvía; saqué el celular de mi bolsillo. Eran las seis de la tarde. ¿Tanto habíamos hablado? El viento soplaba cada vez más fuerte, trayendo consigo sonidos horrendos, parecían lamentos en pena. Me levanté del suelo junto a Abbi para empezar a caminar con paso apurado; el ambiente se volvió tenso mientras avanzábamos, como si estuviéramos siendo observadas.
Frené de golpe, cuando noté que frente a nosotras había una figura envuelta en una túnica negra. Abbi me miraba curiosa por haber frenado repentinamente. ¿Acaso no podía verlo? Un escalofrío recorrió mi espalda; mis sentidos estaban alertas.
La figura me miraba, pero donde debían estar sus ojos no había nada, solo un abismo oscuro. Su presencia era macabra y aterradora. Levantó su brazo apuntando hacia mí con su dedo raquítico y, con una sonrisa espeluznante, me habló.
—Debes despertar—su voz fina helaba la sangre en mis venas—Salva a las tuyas; debes recuperar tu reino, hija del caos.
El miedo me invadía mientras observaba cómo su rostro se descomponía ante mí. Empezó a gritar con una fuerza que parecía desgarrar mi alma mientras gusanos salían de la cuenca de sus ojos en cascadas, un olor putrefacto llenaba el aire, haciéndome sentir mareada. Quería vomitar. Desesperada, cerré los ojos y tapé mis oídos, rogando que todo acabara pronto. Cuando los abrí de nuevo, solo estábamos Abbi y yo. Suspiré aliviada.
Antes de que pudiera decir algo, sentí unas manos huesudas tomando con fuerza mi cuello desde atrás, ahorcándome. Lo último que escuché fue el grito de Abbi; después, todo se volvió negro.
Abrí los ojos con un sobresalto, encontrándome sola en medio de aquel bosque. ¿Dónde estaba Abbi? Miré a mi alrededor, pero solo encontré la oscuridad y la quietud de la noche. Mi corazón latía con fuerza; el miedo se apoderaba de mí mientras intentaba comprender qué estaba sucediendo.
Observé mi vestimenta; llevaba puesto un vestido de la época colonial y mi pelo negro caía sobre los costados de mi cara. ¿Acaso era un sueño? Me pellizqué el brazo, sintiendo un leve dolor. Esto era real.
Con pasos vacilantes, me aventuré por el bosque, guiada únicamente por la luz plateada de la luna que se filtraba entre las ramas. El silencio se cerraba a mi alrededor, interrumpido solo por el susurro del viento y el eco de mis propios pasos.
Me detuve en seco, sintiendo una presencia observándome desde la sombra. Y entonces, todo estalló en llamas. El bosque se incendió a mi alrededor, iluminando el oscuro paisaje con una luz mortal. Ante mis ojos horrorizados, figuras encapuchadas surgieron de entre las llamas, rodeándome en un círculo, dejándome sin escapatoria.
—Llegó tu momento de despertar.—Gritaron a coro; sus voces eran como un eco siniestro que resonaba en mis oídos.
Mi corazón parecía querer escapar de mi pecho mientras observaba paralizada, por el miedo a aquellas mujeres que me rodeaban. Las lágrimas inundaron mis ojos mientras contemplaba cómo el fuego las consumía poco a poco; sus gritos de dolor se escuchaban por todo el lugar, erizando mi piel. Su sufrimiento era como una herida abierta en mi alma.
Cerré los ojos con fuerza, deseando desesperadamente despertar de esta pesadilla. Pero cuando los volví a abrir, seguía aquí. Atrapada en un mundo de fuego y sombras.
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¡Por fin tenemos un nuevo capítulo!
Esto se está poniendo cada vez más interesante, ¿no creen?
En fin, ya iba siendo hora de que a mi protagonista la ayudara alguien. Y ¿quién mejor que Abbi para eso?
Espero que les guste este capítulo. Si es así, ¡comenten y voten!
Desde ya, muchas gracias por leerme. De todo corazón, se los agradezco.
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