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Capítulo IV

"Anaranjado como una hoja caída en otoño"

Lucas Anghel sabía que era una mala idea entrar al castillo pero nadie lograría sacarle la errónea idea de esa testaruda cabeza de su padre.

El hombre avanzó sin miedo alguno en sus facciones y sus hijos no tenían más remedio que seguirlo. Lucas y Peter se miraron e intercambiaron palabras en silencio, ambos sabían que era una equivocación.
Los ojos de Adrián se abrieron de par en par al ver el recibidor del lugar, era una enorme estancia adosada, con bellos cofres de madera y plata a rebosar de gemas.

El hombre atraído por la codicia y ensimismado en los objetos, olvidó su verdadero objetivo y se acercó lentamente a un cofre lleno de rubíes.

—¡Peter! — gritó su padre, el joven se tensó y esperó a que le diera una orden. — Recorre este lugar, si encuentras algo de valor, tomalo; mientras tanto, Lucas y yo estaremos aquí, vigilando.

Peter quiso cuestionar la orden de su padre pero no se atrevió, resignado, subió las escaleras y empezó a registrar las habitaciones.

A donde quiera que fuese encontraba posesiones de valor, tomó lo que a sus ojos valía más y lo deslizó en sus bolsillos.

Diamantes y zafiros de todos los tamaños e incluso algunos trozos de oro puro.

En su corazón, Peter sintió un peso que lo oprimía, estaban cometiendo un grave error y algo le decía que pagarían las consecuencias.

Peter continuó y encontró una enorme habitación con balcón abierto, abrió el gran armario que reposaba contra una pared y vio hermosos vestidos dignos de una reina en él.

No se molesto en tomar alguno, sólo continuó registrando el lugar. Escuchó un sonido a su izquierda y su corazón se paralizó por el miedo.

Aún recordaba las palabras de Annelisse. Un hombre pálido con largos colmillos... Un vampiro.

Él es obstinado, no cree en esos seres, pero, así como su pequeña hermana no había mentido sobre el castillo... ¿Por qué mentiría sobre una criatura como aquella?

Con el miedo recorriendo su cuerpo, Peter analizó los aposentos sin encontrar nada fuera de lo común, aparentemente, estaba solo.

Salió al pasillo, y notó que del otro lado de este habían dos enormes puertas que se abrían en direcciones opuestas.

Intrigado, caminó en esa dirección sin saber que se dirigía hacia una trampa mortal.

Christopher inhaló profundamente, notando el sabroso olor de la sangre humana en su hogar. Normalmente, ningún humano tendría la capacidad de ver el castillo. Sólo verían un hermoso prado lleno de vida, le confundía profundamente el hecho de que la joven y ahora estos intrusos, vieran su castillo.

Aún peor, que osaran entrar sin siquiera inmutarse. Eso le molestó y decidió enseñarles un poco de respeto a esos mortales.

Esperó tranquilo mientras escuchaba atentamente como uno de ellos se aproximaba. Olía a juventud y vitalidad, podía escuchar el acelerado latido de su corazón, lo conmovió el miedo que causaba en el joven y una sonrisa se formó en sus labios, sobre sus alargados caninos, tenía hambre y era hora de saciarla.

Las puertas se abrieron lentamente, un titubeo por parte de su víctima, lamió sus secos labios y esperó mientras uno de sus invasores se adentró en sus aposentos.

El joven detalló la habitación, el miedo brillaba en su mirada, cuando sus ojos cayeron sobre él... Se abalanzó sobre su presa e hincó los dientes en su cuello, extrayendo sangre de su palpitante vena.

Peter gritó ante el dolor desgarrador en su garganta, su cuerpo rápidamente se sintió lánguido y la muerte se acercó cerniendose sobre él.

Notó que el vampiro se alejaba, sus colmillos saliendo de su carne con un dolor punzante, y lo miraba mientras parecía tomar una decisión.

—No te mataré, pero te alejaras tanto como puedas de aquí. Te acabo de maldecir con la vida eterna y sed de sangre insaciable, será tu castigo por haber entrado en mis tierras.

Sentenció la criatura mientras se levantó y limpió el hilo de sangre cayendo por las comisuras de sus labios.

Peter no sabía si estar agradecido o llorar por su desgracia, ahora estaba maldito, tras su muerte jamás conocería el cielo, su sentencia sería el infierno si alguna vez lo mataban... No dejaría que eso pasara.

Este vampiro lo había convertido, él había visto la duda en su mirada ambarina, se preguntó si no morir sería tan malo.

— Los rayos del sol te incineraran, si quieres sobrevivir te conviene unirte al clan del sur, no vivirás como nómada... Además, algún Vampiro debe alimentarte  con su sangre para terminar la transformación.

Terminó de decir mientras salía de la habitación. Peter observó la ventana más cercana y sin pensárselo dos veces, la abrió y bajó aferrándose a las enredaderas del castillo, no quería morir y cuando tocó el suelo se perdió en el bosque, su último pensamiento antes de alejarse corriendo fue su hermana, algo le decía que Annelisse tendría un peor final. 

Adrián y Lucas subieron corriendo al escuchar el aterrador grito. Su padre sacó un arma, que estaba oculta en sus prendas y la alzó firmemente.

Parado en medio del pasillo con el ceño fruncido, había un hombre alto e imponente, desprendía fuerza y furia.

—¿Dónde está mi hijo?— exigió Adrián sin amilanarse en absoluto ante la presencia del extraño.

Lucas se paró firme y apretó su mandíbula, mostrase débil solo lo dejaría más indefenso de lo que ya estaba.

— Muerto — soltó el extraño mientras alzaba la mirada, mostrando sus afilados colmillos.
La mano de su padre que sostenía el arma tembló un poco, Lucas retrocedió y pensó en Annelisse, incapaz de pensar en lo tontos que habían sido al no creerle.

Ella les había advertido.

— Annelisse tenía razón — susurró aterrado mientras el vampiro se acercaba.

Aún así, su padre no disparó, su dedo estaba sobre el gatillo, pero no ejercía presión sobre él, sólo estaba ahí, sosteniendo el arma sin fuerza.

Christopher pensó en la hermosa joven de cabello oscuro y ojos como el resplandor de la luna plateada, el mejor tiempo para los vampiros.

— Annelisse — dijo saboreando su nombre, acariciando cada sílaba.

— ¡No se atreva a acercársele a mi hija! — gruñó el hombre con histeria y sus nudillos se pusieron blancos por la fuerza con la que apretaba el arma.

—Ustedes intentaron robarme, debo recibir algo a cambio — afirmó Christopher señalando sus bolsillos llenos de sus riquezas, para su sorpresa las mejillas del hombre se tiñeron de rojo. — Y quiero a su hija, Annelisse.

Disfrutó diciendo el nombre lentamente mientras el hijo del hombre se ponía pálido, a segundos de perder la consciencia.

— De lo contrario, los asesinaré a todos.

Nota de la autora: ¡Hola! Gracias por leer, los amaría si votan y me dicen ¿Qué les pareció? Me alegran un montón sus comentarios y me hace muy feliz que lean mi historia.

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