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Templo de la lujuria.

La extraño, la verdad a todas pero ella era la más especial, su carita regordeta, su pelo negro alisado, sus ojos achinados y brillosos pero siempre tristes, puedo decir que fue la mejor de todas las amantes que tuve.

Y eso que fueron muchas la verdad pero enamorarme de ella fue mi perdición.

Las enamoraba y las llevaba a lo que llamaba mi templo de la lujuria, recuerdo que la primera que llegó ahí fue Serena, una chica alta, esbelta de ojos grises, cabello negro lacio y una mirada que solo ocultaba dolor.

La había conocido en un viaje a una ciudad de clase media de Ucrania y fue atracción a primer momento, con la fantasía de hacerla mi esposa pude llevarla conmigo, muy poco le importó que convivieramos un solo mes, la lujosa vida que le estaba dando le entró por los ojos cómo si se tratase de una película dónde la protagonista es la más afortunada que termina casandose con un millonario, no la culpo era joven.

Estaba fascinada con el lugar cuando la lleve, se notaba feliz y sin duda a mí también me ayudó. ¿Quién no estaría feliz con dinero, una vida lujosa y buen sexo todos los días?

En fin, al mes ya me parecía cansona con su interés y su sexo no me llenaba así que tuve que despacharla como lo sabrán.

La segunda... recordarla me insta a volver a aquellos momentos con gran gusto, una brasileña residenciada en Italia, Martina se hacia llamar, no es su nombre real, bueno nunca supe cuál era, pero tampoco me importaba la verdad; estatura promedio, ojos negros tanto como su alma la verdad, cabello largo hasta las nalgas, toda hecha pero eso no le quitaba lo atractivo y una maniática en la cama.

No dudó mucho en acostarse conmigo de buenas a primeras mucho menos en irse a la mansión.

Pero no duró ni una semana para que yo decidiera y tuviera que despedirla también, la verdad no podía soportarla era tan falsa como su cuerpo y cogerla muerta sí que fue horrible, me arrepiento de haber practicado necrofilia con ella.

Iré al punto, ya estoy redundando mucho, la tercera quién mencioné en principio de esta confesión, Alisa Chen-Woun una latina con ascendencia surcoreana, su carita regordeta, su pelo negro alisado, sus ojos achinados y brillosos.

Hija de un importante senador surcoreano del cual no voy a mencionar el nombre aunque por él esté acá; a ella sí la extraño y eso que nunca la tuve completamente, estuve meses persiguiendola en silencio, cuando pude atraparla solo logré retenerla dos días.

Lloraba mucho y decía muchas estupideces, no voy a negar que violarla fue más rico que el sexo consensuado de las otras dos primeras, posiblemente hablo desde mi obsesión, pero es así y su sexo aún después de muerta fue mucho mejor.

Aunque no pude disfrutarlo mucho, me delataron hombres más importantes que yo, los cuales sabían mis jugadas sucias y mismos a los que les había conseguido chicas jóvenes o menores de edad para su disfrute, aunque claro no pueden verse involucrados y de mi parte no diré nada, pero tampoco dejaré que me torturen, porque sé que son capaces de eso y más, prefiero suicidarme y cuando la policía encuentre esta carta, ya lo habré hecho.

Carta de confesión, Nicolai Serkestov, empresario ruso, conseguida junto su cuerpo en un hotel en Manhattan, Estados Unidos.

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