«Cualquiera con fanatismo, poder e impunidad puede transformarse en una bestia».
Isabel Allende.
El sol caluroso se asienta en la mañana y pasa por las ventanas del auto, el enfriador no es suficiente para aminorar las temperaturas del camino.
El joven Luis ha salido de las concurridas calles de la ciudad y esta unos 4 kilómetros de su pueblo natal, está cumpliendo la mayoría de edad y le prometió a su padre ir para celebrarlo allá, no lo hace desde que cumplió los 11 años. Va por carretera sin acompañantes.
En los lados del camino la maleza se ha acrecentado más de lo que él alguna vez vió llegando a ser muy alta, algo que le parece un poco descuidado por parte de las autoridades.
Llegó al pueblo y una gran valla con las siguientes palabras: Bienvenidos a Casares, le dió la bienvenida.
Las calles siguen siendo de tierra tal y como lo recordaba, nada ha cambiado, las casas siguen teniendo el estilo campestre y ganadero que portaban desde la última vez que había ido unos siete años antes.
Las miradas de los que trabajan sus campos al ver entrar el auto son un poco pesadas y le dan un aire de inseguridad pero esto siempre ha sido normal, puede observar la granja de sus abuelos y sus verdosos pastizales llenos de flores pulcras que alegran la vista.
Al adentrarse en ella algunos trabajadores lo miran extrañados y su padre quien está sentado sosteniendo una taza, sonríe al ver el auto. Hay un pequeño aparcadero, se estaciona, baja del auto y su padre camina hacia él para abrazarle con júbilo.
— ¡Que grande estás muchacho! — Exclama y le aprieta en un abrazo— pasa, tus abuelos están esperándote.
Antes de entrar hablan de cosas banales y al verle sus abuelos le abrazan con entusiasmo.
— ¡Nos alegra verte de nuevo! —Comenta la abuela con una sonrisa de emoción.
—Pensamos que moriríamos sin volver a verte —añade su abuelo quien vuelve a abrazarlo.
Le tienen un festín preparado y se dirigen a la mesa mientras hablan de todo tipo de cosas, comen mientras se cuentan todas las historias que faltaron por contar, todo lo que le ha ocurrido a cada uno durante los siete años sin verse.
Y así el sol se esconde abriéndole paso a la luna.
—Una bonita tarde ha sido para todos, pero si me disculpan voy a descansar -comenta el joven y se dispone a levantarse de su asiento.
—Claro que descansarás, pero tus abuelos te tienen una sorpresa preparada -explica su padre mirándole persuasivamente.
— ¿Cómo así? —Pregunta el joven desconcertado.
—Ya verás —le comenta su abuela.
Los señores y su padre se levantan de sus asientos y salen por la parte trasera de la casa en silencio, Luis le sigue sin saber que está pasando.
Comienzan a caminar por un sendero de tierra sin decir ni una sola palabra y él les sigue; después de varios minutos llegan a un pequeño riachuelo.
Hay varias personas congregadas sosteniendo antorchas, al notarlos llegar los miran fijamente y luego todos los presentes les hacen reverencia a los abuelos y al padre del joven quien se está comenzando a sentir incómodo con lo que está pasando.
Los señores se acercan al rio y se lanzan, acto seguido lo hace el padre de Luis quien con las manos le indica que se sumerja con ellos. Él está confundido y se niega a hacerlo, pero su padre insiste pues no ve nada de malo en eso, y después de tantas palabras su hijo cede y se comienza a quitar sus prendas quedando en ropa interior sin pudor alguno frente las personas que están allí.
Después se lanza y repentinamente sus familiares se salen de las aguas dejándole allí solo.
— ¡Ya! —Grita su abuelo cuando su nieto se disponía a salir, mientras las personas con antorchas comienza a lanzarlas hacia Luis quien inmediatamente se sumerge en el agua, por unos segundos y al querer tomar aire avientan una última que le pasa cerca del rostro.
—Ya puedes salir —le grita su padre.
El joven está nervioso, asustado con la respiración acelerada y sin saber qué hacer.
— ¡Que mierdas pasa papá! —Le replica él joven confundido y extrañado con el miedo reflejado en su cara.
— ¡Sal de allí! —Grita su abuelo.
— ¿Cómo quieres que confíe en ti? ¡Que mierdas me van a hacer!
—Sal o si no te tiraran piedras — comenta su abuela y el joven quien desconfía no sale del agua.
Su padre lanza una piedra que le roza la cara y le hace un leve corte en el antebrazo. Luis poco a poco sale del agua y cuando ya está de nuevo en el gramaje todas las personas lo rodean y su abuelo se acerca a él.
—Pasemos a la siguiente fase —dice quedando enfrente de su nieto, mismo que lo empuja y trata de correr pero es en vano pues su padre esta atrás con una rama y seguidamente lo noquea con ella, desmayándole.
Iiifsien, ifsien, ifsiten.
Susurros sin sentido escucha Luis a lo lejos, campanas resuenan en sus odios haciéndole despertar por lo irritado que esta. Su visión es casi nula, solo ve siluetas blancas como si sabanas levitaran, cuando su vista se esclareció notó que estaba amarrado a una silla, rodeado de personas vestidas de blanco y alrededor de un circulo de velas, mientras que su padre estaba en el medio de todos con un libro en las manos; giro su cuello para mirar atrás de él y su abuelo sostenía una jarra.
—Iftisieen, Iftisieen, quiedid tot vienitn —aclamó su padre leyendo el libro y su abuelo echo el líquido que tenía la jarra en el cuerpo de Luis.
Un olor fétido bajo a sus narices mientras la sustancia descendía sobre él.
El líquido era sangre de animales que días antes habían sido sacrificados en otro ritual.
—Podemos proseguir ha aguantado el primer rito —aseguró su abuelo antes de que él joven vomitara.
Después le taparon la cara; dos de los presentes con pequeños bombos comenzaron a tocarlos, mientras la abuela del joven se acercaba a un cofre de manera ya desgastado, saca una corona de espinas y camina hacia su nieto, al estar enfrente de él le quitan la venda y ella le coloca la corona.
El chillido de dolor del joven procedido de a un grito no hace más que ahogarse en la oscura soledad de la llamada iglesia de Rubí ubicada en el bosque.
Comienza a desangrarse y a llorar mientras sus familiares y los presentes le observan, contando los minutos que transcurren pues debe pasar 3 como mínimo aguantado esa tortura para poder pasar a la siguiente fase.
— ¡Porque hacen esto, porque! ¡Soy su nieto! ¡Déjenme ir por favor! —Exclama el chico forzando sus palabras, el horrible dolor que siente le quita las fuerzas y habla con esfuerzo.
—Cristo tuvo que pasar por esto y era hijo de Dios, tú que eres un simple mortal te quejas, luego entenderás que solo así te convertirás en un verdadero hombre —afirmó su padre.
El joven agonizante jadeo por última vez y murió infartado.
— ¡Feliz cumpleaños! —Dijeron sus familiares al unísono terminando así su ritual llamado El ceremonial y minutos más tarde lo enterrarían en el cementerio del pueblo.
Meses más tarde su abuelo, su abuela y su padre serían encarcelados y hallados culpables por asesinato en primer grado. La tradición sigue hasta el día de hoy después de esa primera iniciación, y yo sigo vigilando todo lo que sucede con cautela para algún día vengar a mi padre...
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