"Me hice la muerta y recé..."

Así sobreviví cuando mi familia fue atacada en nuestra casa en Caracas, justamente el día en que mis parientes y amigos del circulo estaban haciendo preparativos para celebrar mi fiesta de cumpleaños.

Mi vestido estaba machando de sangre, semen y orina cuando la policía me halló inmóvil entre los cadáveres que habían abandonado los culpables. Recuerdo que mi madre se había esmerado mucho en hacer ese atuendo: había durado muchos días haciéndolo, sentada, con su máquina de coser, agujas, retazos de tela y piedras hermosas regadas a su alrededor desordenadamente. Días después estaría listo, y yo lo recibiría con mucho entusiasmo, pues en verdad era un vestido precioso. Tal vez nunca encuentre un vestido igual a ese. Ella misma lo diseñó y lo hizo inspirada en un boceto de moda que vió en televisión según me comentó ese mismo día.

Todos estaban ajetreados con la decoración, la música, los niños y los dulces que preparaban que nadie vió venir los incontables disparos que azotaron desde las ventanas.

El miedo llegó antes que el caos: cuerpos ensangrentados caían entre tanto que otros usaban sus cuerpos como escudos para proteger a los niños que estallaron en gritos y llantos. Vasos o platos de vidrio que adornaban con sencillez las repisas de la cocina se rompieron en mil pedazos. Los objetos parecían saltar del susto cuando las balas las rozaban.

Ollas y sartenes cayeron al suelo.
Mi madre me tomó entre sus brazos antes que empezara a convulsionar violentamente cuando las balas penetraron su carne pese a que antes mi padre intentó protegernos siendo el primero en morir para salvarnos.

En vano.

La muerte llegó como una silueta masculina hecha de músculos y tatuajes que acentuaban una mirada fría y vacía como una cáscara, con una sonrisa divertida en sus asquerosass labios, profanando órdenes a sus lacayos como si fuera un rey ataviado de ropas de ladrón.

"Cierra los ojos y finge estar muerta." Fueron las últimas palabras de mi madre.

Pese a que iba a decir algo más, la muerte ahogó las frases que ella anhelaba pronunciar. Su cuerpo yacía casi encima mío. La sangre se sentía caliente a través del vestido que llevaba puesto. Cerré los ojos.

Todavía seguía en shock: No lograba asimilar lo ocurrido.

No quería aceptar que mis padres habían muerto. No era posible. No, no puede ser. No, no no no.

No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no...

No podía respirar, no puedo respirar. Esto es asfixiante...

Risas masculinas llenando el silencio. Una voz agonizante suplicando, pidiendo piedad. Un llanto infantil.

Un disparo.

Dos disparos.

Un bebé que empieza a llorar.

Abro los ojos de golpe. <<Es verdad que mi hermano no está con la niñera, no me acordaba. Ay no, no, no.>> El sonido de un cuerpo siendo golpeado contra la pared. Mi corazón se detiene.

-Matalos a todos. Sentenció una voz, cuando abrí los ojos, el me vió. Nos miramos fijamente el uno al otro. Sentía el corazón a punto de salir de mi pecho, con el miedo ahogándome, con la incertidumbre asfixiandome.

Un teléfono sonó.

Mas tarde, la policía llega a nuestra casa.

No hallan a nadie.

Solo cadáveres desmembrados.

Cuerpos inmóviles que yacen en ríos de sangre que parece trepar como enredaderas carmesís los muebles y las ventanas. Las paredes también estaban salpicadas con lo que parecía ser pintura roja, pretendiendo ser una obra macabra donde la pared es el lienzo del artista, la sangre una pintura con el que puede plasmar manchas abstractas al estilo del pintor Jackson Pollock o algo así.

Los policías se quedan en shock.
Sus armas apuntando a la nada.

Tardan una eternidad en darse cuenta que entre los cuerpos hechos pedazos, una niña sigue respirando.

Una niña que cumplía 3 años de edad ese mismo día.

<<...Padre nuestro que estás en el cielo...

...Como también perdonamos a los que nos ofenden....>>