
11. La otra sonrisa
Bonita casualidad. Cuando salimos rumbo al centro comercial, me acordé de Ronnie Anne, y ella me llamó en ese mismo segundo.
—Hey, Linc. ¿Qué tal va todo?
—¡Hola, Ronnie! Llegarás, ¿verdad?
—Sí, no me lo perderé. Bobby y yo saldremos más tarde. Él me dejará y se irá, debe hacer un trabajo por la mañana.
—Entonces estaré contigo mientras pueda. Para que no te sientas aburrida, claro está. ¡Solo por eso!
—Solo por eso. Te creo, Patético —comentó con una pequeña risa. —Nos vemos al rato.
Colgó. Creo que mi suspiro posterior fue bastante escandaloso.
—¿Con quién habrá estado hablando Romeo? —comentó Lynn en voz alta. Yo me sonrojé.
—¡Yo sé con quién! Con una morenita muuuuy maja —añadió Luna, sonriendo de forma picaresca.
—¡Chicas! ¡No me molesten!
—No te molestamos, pero nos gusta verte de ese tono de rojo... ¡Va bien con tu camisa naranja! —fue lo que Lori añadió. Todas rieron. Rayos. ¿Cuánto falta para llegar al centro comercial?
Cuando (por fin) llegamos a nuestro destino, lo primero que hice fue correr a ver la tarima. Era justo lo que planeamos: una plataforma sencilla y algo corta, pero con una presencia difícil de ignorar en esa inmensa plaza. Los empleados todavía estaban instalando unas partes y probando la electricidad. A ambos lados de esa plataforma estarían dispuestas las sillas, las cuales esperaban aún por ser colocadas. Y hablando de colocar... Vi a alguien completamente descolocado en mi imagen ideal del sueño cumplido de Leni.
—Buenos días, Lincoln. ¡Me gusta la puntualidad que han demostrado! —dijo Stuart, quien nos esperaba cerca de la tarima. Vestido completamente informal, tenía una maleta de viajero a la par suya.
—Stuart... Así que... ¿te vas de viaje? —dije sonriendo y haciendo un ademán de "vete de aquí".
—¡Jajajaja! ¿Lo dices por la maleta? Dejé mi bolso Louis Vuitton en casa por un pequeño accidente con mis cremas para el rostro, así que tuve que traer este vulgar Samsonite conmigo. Ojalá que Leni no se moleste... Tú sabes cómo es ella, pero es el precio del grooming.
—Lo entiendo. Problemas de chicas —y fingí lanzar un puñetazo de boxeo con una gran sonrisa. A él no le cayó en gracia.
Una vocecita rompió nuestra interacción.
—¡Stuart! ¡Ya vine!
—Leni. Tan magnífica como siempre —comentó el metiche en voz baja, haciéndome a un lado. Salió a su encuentro y le dio un beso en la mejilla.
—¡Hola, hermosa Leni! Tu cutis se ve maravilloso. Veo que seguiste mis tips para la hora de dormir.
—Gracias, Stu. Hice todo lo que me dijiste. ¿Y esa maleta?
—Lo siento... No pude traer la que me regalaste.
Un momento... ¿Leni se la regaló?
El resto de mi familia llegó y saludó alegremente al metiche. Varias de mis hermanas corrieron a ver de cerca la tarima.
—¿Qué te parece, Lana? ¿Alguna opinión? —preguntó Lynn.
La respuesta que obtuvo fue: —Desde aquí lo veo bien. ¡Pero ya sabes que mis herramientas tienen su propia opinión! —y sacó de inmediato una de sus llaves, la cual dejó caer por el susto de oír la voz de Lucy a sus espaldas.
—A esto le falta negro. Con suma urgencia —fue su fría opinión.
Mis padres saludaron efusivamente a Stuart. Papá no dejaba de agitarle la mano.
—¡El gran Stuart! Te agradezco por haber organizado la instalación de la tarima. Nosotros nos haremos cargo del resto de la decoración.
—No me lo agradezcas, Lynn. Mi trabajo aún no termina. Es parte de mi promesa hacia Leni.
Logró liberarse de la mano de papá, y preguntó: —¿Ya estamos todos? ¿O falta alguien? ¡Sí! ¡La famosa modelo japonesa no está! —para luego girar su vista hacia mí.
—Iremos a traer a la modelo a su hotel en un momento, después que bajemos todo —explicó mamá. De inmediato se dirigió al grupo: —¡Okey, todos menos las modelos! Vamos a descargar el cargamento en este instante, debemos llevarnos a Vanzilla.
Tal como se nos ordenó, fuimos bajando las cosas. Cada vez que pasaba cerca de la tarima, veía a Stuart dando instrucciones a mis hermanas modelos. Ellas preguntaban con interés. Leni era la más callada y la más cercana al intruso.
¿Quién me manda a ver cosas que no me incumben?
Al terminar, mis padres me dijeron que los acompañara. Me dejarían a la entrada del hotel y los esperaría junto con Mizu-chii mientras ellos iban a casa a traer los bocadillos para los asistentes. Iba felizmente a encontrarme en persona con la preciosa japonesa cuando noté que Leni y Stuart ya no estaban junto a la tarima: se habían ido a un rincón. Ella le hablaba con seriedad y con gestos de ansiedad provenientes de sus manitas.
Luego, los dos se fueron. Los perdí de vista en la inmensidad del centro comercial.
"Leni... ¿Qué rayos haces?", pensé en ese momento.
Y ya no quise ir al hotel. Quise seguirla.
Mis padres insistieron en que los acompañara: yo era el único contacto de Mizu-chii con la familia, así que no tuve opción. Empecé a presentir que este viaje de unas cuantas cuadras iba a terminar siendo interminable.
Pero llegamos, a fin y al cabo. Justo antes de bajarme de Vanzilla, logramos ver una silueta femenina tras la puerta de vidrio del hotel. Una silueta esbelta y elegante, por cierto.
La puerta se abrió, y un delicado rostro nos vio con desconcierto. ¡Era Mizu-chii!
—¡Mizu-chii! —exclamé mientras me bajaba.
—¡Hola, Rinkan-san! —respondió con una enorme alegría. Salió del hotel a mi encuentro y me abrazó con fuerza. Su perfume olía como a flores. Una severa voz de mujer en japonés interrumpió el entusiasmo del momento:
—¡Ojousama!(*)
Mizu-chii me soltó de inmediato, un poco sonrojada, e hizo una pequeña reverencia frente a mí.
La mujer que la regañó vestía con elegancia, pero tenía un aspecto duro en general. Se veía como de unos cuarenta años.
—Disculpe usted la falta de modales de Mizuki-sama. Mi nombre es Nobuko Kyouyama. Es un honor conocerlo, Rinkan-san.
—Emm... ¡Regresamos por ti pronto, hijito! ¡Llámanos por cualquier cosa! —gritó papá, y arrancó el vehículo. Sí, así de fácil me dejaron con gente desconocida. Nada sorprendente, ya que una vez me hicieron dormir en el patio de la casa...
Una mano acariciando mi cabello interrumpió mi pensamiento.
—¡Es suave, como yo lo imaginé! —comentó Mizu-chii, y en su cara se dibujaba una sonrisa de placer retorcido, casi tan tenebrosa como las de Lisa. La reacción de Nobuko fue opuesta, y muy sonora: Un coscorrón, como sacado de un anime.
—¡Itaidesu!(**) —clamó la chica, con una enorme lágrima saliendo de uno de sus ojos.
No era ese el ambiente que imaginé al conocer a esa linda chica, así que propuse algo.
—Oigan... Mis padres vendrán en una media hora, así que... ¿les gustaría un postre? ¡Yo invito!
—A Mizuki-ojousama le honraría aceptar su invitación.
—Lo que ella dijo —añadió Mizu-chii, en voz baja y con resignación, para luego preguntar: —¿Y dónde está Leni-san? ¿Está ocupada?
Justo el tema que no quería recordar.
—Está ocupada. En cosas que no tienen importancia, pero la conocerás pronto y sé que te agradará. ¿Les gustaría un café?
Las llevé a una bonita panadería estilo francés que está a la vuelta. Conversábamos alegremente al entrar cuando una sonrisa serena, nada similar a la de Lisa, nos recibió. Por desgracia era un rostro que deseaba jamás volver a ver. Tanto así, que mi deseo reprimido en ese momento fue el de huir.
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* Ojousama = Dama joven
** ¡Itaidesu! = ¡Duele!
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