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  — Mire señora, déjese de historias. O nos vamos ya o aquí se quedan, yo tengo un horario que cumplir.  

John Hunter era el hosco conductor del autobús número uno, y parecía de todo menos feliz y motivado por su trabajo. Discutía con la directora Harris, quien, absolutamente furibunda, no daba crédito a que por primera vez alguien no se rindiera a su autoridad.

— Llame a su jefe — exigió señalándole con un dedo huesudo —. Está claro que son un atajo de incompetentes. Eran tres los autocares que tenían que estar aquí. ¡Tres! ¡Desde primera hora! Y envían solo dos, y dirigidos por un incompetente. Soluciónelo o haré que le despidan.

La amenaza de despido era su arma favorita; sin embargo Hunter se cruzó de brazos y observó a Harris sin inmutarse, con una vaga mueca, a medio camino entre suficiencia y desprecio. En la humilde opinión de Blake, por su forma de mirarla la directora debía de recordarle a una mezcla entre una madre obsesiva y maniática y una profesora particularmente odiosa.

— Por décima vez: mi jefe ha dicho que esto es lo que hay, dos autobuses. O lo toma o lo deja. Nosotros nos largamos con críos o sin ellos.

Se dio la vuelta, dejado a Savannah Harris con la palabra en la boca, e hizo un gesto al segundo conductor, para que entrara en su autobús. Bownman se acercó a la directora tímidamente, estaba claro que los chicos de Weston&Trump no eran los únicos que temían el legendario mal carácter de la directora.

— Savannah... — tanteó en voz baja —. Debemos tomar una decisión. No podemos seguir aquí si piensan declarar en alerta toda la zona.

Por un momento, Savannah Harris pareció a punto de abofetear a su rechoncho profesor de matemáticas.

— ¡Bien! — espetó furiosa, girando sobre sus talones y encarándose con la marea de personas congregadas en el patio —. ¡Bien! ¡Nos vamos! Nos apañaremos así. ¡Y tenga por seguro que sus superiores responderán de esto!

Bramó esto último en dirección a Hunter, que sencillamente se encogió de hombros con indiferencia antes de sentarse al volante del primer autobús. Blake apostaría lo que fuera a que si las circunstancias se lo permitieran, le habría dedicado un corte de mangas a la directora. Por los codazos y risas contenidas entre los chicos, sabía que no era la única en pensar así.

— Esto es lo que haremos — vociferaba ahora Harris, aunque de forma más mesurada. Ya había recuperado el dominio de sí misma, su tono era igual de seco y antipático que siempre —: Stuart, Ellen, vosotros en el primer autobús.

Bownman y Ellen Grimmes se miraron entre sí. Harris le quitó a Benson de un zarpazo una carpeta de un vívido color azul, extrajo unos papeles y los repasó durante algunos segundos antes de entregar dos de las hojas al asustado profesor de matemáticas.

— Los de esta lista, con vosotros. Los de esta otra, en el segundo autobús. Yo os seguiré con mi coche.

Se produjo un rápido revuelo mientras los profesores nombraban a los chicos de sus respectivas hojas y éstos, acostumbrados a formar y a numerarse, se alineaban junto a sus respectivos vehículos. En el patio se agruparon los que no habían sido nombrados, un grupo lo bastante numero como para haber llenado un autobús completo.

— Y los demás, ¿qué? ¿Vais a dejarnos aquí y ya está?

Blake rodó los ojos. Por supuesto, quien hablaba no podía ser otro que Ewan Farrell, la incorporación más reciente a las selectas filas del reformatorio y quien si ya tenía mala fama por ser su padre quien era, sumaba más puntos negativos por su incapacidad para mantener la boca cerrada. Al parecer, el sentido común no estaba entre sus puntos fuertes.

— ¿Qué pasa Farrell? ¿Tienes miedo y necesitas una niñera que te cuide?

La burlona voz de Texas se alzó desde las últimas filas y fue coreada por unas cuantas risotadas. Texas era igual de bocazas que Farrell, pero al menos no tenía que preocuparse de ser hija de un juez del tribunal de menores.

— ¡Silencio! — la directora cortó en seco las risas y los chicos enmudecieron —. Por supuesto que no vais a quedaros solos. Sherman y Woods permanecerán con vosotros hasta que envíen el resto del transporte.

Señaló a ambos vigilantes. Woods asintió conforme pero Sherman carraspeó, retorciéndose las manos con nerviosismo.

— Esto... señora. Mi turno finaliza a media mañana. Tengo que regresar a la ciudad con mi familia antes de que bloqueen la zona.

Harris frunció el ceño hasta extremos alarmantes y el vigilante pareció empequeñecerse sobre la marcha.

— Su turno acaba cuando yo lo diga — siseó —. Permanecerá aquí con Woods. Hasta. Que. Llegue. El. Transporte.

— Pero...

— Permanecerá aquí o no tendrá que molestarse en volver a este trabajo. ¿He sido clara?

Sherman, que catorce horas más tarde, tras recibir una llamada histérica y extremadamente confusa de su mujer desde la ciudad, convencería a Woods de marcharse y dejar el reformatorio bloqueado, en ese momento bajó la mirada y asintió.

— Sí señora. Como el agua.

— Pues vayámonos. ¡En marcha! ¡El tercer grupo de vuelta al centro!

Fue al empezar a moverse cuando Blake reparó en un hecho evidente: Harris no había mencionado en qué punto organizativo encajaba ella. Se disponía a preguntarle cuando la directora la sujetó del brazo y, como Angie un cuarto de hora antes, la separó del resto para hablar con ella en un aparte.

— Maxwell me dijo antes de irse que a pesar de la segunda vacuna había algunos chicos con síntomas de gripe. ¿Quiénes son?

Blake parpadeó y frunció el ceño, pensativa. Experimentó el súbito impulso de negarlo – a fin de cuentas habían reclamado al doctor Maxwell para ayudar en uno de los desbordados hospitales de la ciudad y dudaba que fuera a volver próximamente para contrastar su testimonio – pero no tenía motivos para hacerlo más allá de negarle algo a Harris.

— Sonja Willcox y Seth Garland, del A, y Steven Bean, del C. Y puede que Kyle Jones, del B. 

El recuerdo de los estornudos de Angie cruzó por su mente como un relámpago, pero decidió omitir ese detalle como último favor a su amiga.

— Bien — Harris repitió la que parecía ser su palabra favorita del día — Nos aseguraremos de que ninguno suba a los autobuses.

Esta vez las luces de alarma que parpadeaban amarillas en el interior de su cerebro se volvieron de un rojo cegador y brillante.

— Eso no tiene sentido. Si están enfermos deberían ser evacuados los primeros para recibir tratamiento. ¿Qué está pasando?

— No es problema tuyo. Puedes quedarte aquí a cuidarlos o asegurarte de que se quedan y subir a cualquiera de los autobuses. La elección es tuya.

La directora le dio la espalda, dejándola con la palabra en la boca. Blake dudó. Contempló el patio del reformatorio, que los chicos comenzaban a abandonar lentamente. Estaba tentada de quedarse, al fin y al cabo fuera no había nada a lo que aferrarse además de la rutina, pero había demasiadas cosas raras flotando en el aire. Algo no iba bien y Blake experimentó una sensación perdida desde hacía tiempo:

Curiosidad.

Escogió el primer autobús como tributo a John Hunter y a su forma de manejar a la directora. El tipo tenía la palabra problemas anunciada en mayúsculas y decorada con luces de neón y a Blake le divertía la gente así. El viaje se presentaba como mínimo interesante.

Desde la ventanilla de la primera fila vio alejarse Weston&Trump, haciéndose más y más pequeño hasta desaparecer en la línea del horizonte.

Aun retuvo durante mucho tiempo una última imagen grabada en la retina: Ian Fray, el chico más pequeño e inocente del reformatorio, de pie en el patio junto a Sherman, mirando como se alejaban. Agitaba en el aire una mano diminuta con la que les decía adiós. 

Tuvo un mal presentimiento.

***

Y con esto se acaba la introducción. Como quiero que sea una historia corta, la habitual dosis de sangre y muerte empezará a partir del siguiente capítulo. Lo que les pasa a los que se quedan en el reformatorio ya lo sabéis si habéis leído Remember our names. Y si os ha gustado, darle estrellita, prometo no tardar la vida en volver a actualizar. 

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