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La alarma de incendios empezó a destrozar los tímpanos de cualquier ser viviente justo cuando Blake terminaba de recoger sus escasas pertenencias personales en una mochila de lona verde. No se molestó ni en incorporarse. Sin prisa, aseguró las correas de la mochila antes de colgársela al hombro.
Repasó, más por disciplina mental que porque realmente pensara que se olvidaba algo, la pequeña habitación que tenía asignada. No quedaba nada que evidenciara que Blake Branwell había estado allí. Abandonó la estancia mientras la alarma de incendios insistía en su intento de dejarlos sordos a todos. Chasqueó la lengua, molesta. Los cambios de rutina eran una contrariedad que afrontaba con mal humor.
En el pasillo se unió a otros chicos que mostraban casi la misma apatía que ella. Ninguno tenía prisa en obedecer la insistente señal de alarma, tal vez porque todos sabían que solo era otro simulacro. En Weston&Trump tener prisa era una rareza.
— ¡Eh Blake! — Hammer, uno de los chicos del A, apresuró el paso hasta llegar a su altura —. ¿Tienes pase VIP en el primer autobús? Con los del A te lo pasarías mejor. Ya sabes, diversión garantizada.
El chico le guiñó el ojo antes de adelantarla. Blake no se molestó en responder. A pesar de que Hammer le caía bien, no estaba de humor para tonterías. La jodida alarma iba a volverla loca.
Casi sin pretenderlo aceleró el paso, cruzándose con varios chicos más. Conocía los nombres, apellidos, edades y expedientes médicos de la mayoría. Sin embargo casi ninguno suponía para ella algo más que una referencia que su memoria se había ocupado de registrar y categorizar. Blake era pequeña y menuda, de rostro aniñado y facciones delicadas pero hurañas que hacían fácil confundirla con uno más de los chicos del centro, pero existía una diferencia radical y básica: ella estaba allí voluntariamente. Podía salir. Ellos no.
La alarma dejó de sonar antes de cruzar el vestíbulo y llegar a la entrada, cosa que agradeció. Imaginaba que la mayoría de los chicos estarían ya alineados en el patio, donde estarían también los autobuses esperándoles. No por primera vez, se preguntó a qué venía tanto revuelo. ¿De verdad era tan necesario evacuar un reformatorio? ¿Tan jodidas estaban las cosas en la ciudad?
Alguien tiró de su brazo, arrastrándola de vuelta al vestíbulo y después hacia la entrada de las oficinas.
— ¿Pensabas irte sin despedirte? — inquirió una voz ronca, demasiado cerca considerando que estaban en un lugar público.
— ¿Qué pretendes? — bufó apartando a la chica de un empujón. Lejos de sentirse ofendida Angie ahogó una carcajada que derivó en un fuerte estornudo. Blake volvió a resoplar. Detestaba que la gente invadiera su espacio personal.
— Decirte adiós. Y preguntarte si has reconsiderado nuestro último trato.
Angie, a quién apodaban con justicia la Reina del B, esbozó una sonrisa suficiente. Blake le sostuvo la mirada sin dificultad hasta que Angie, obligada por un nuevo estornudo, fue la primera en bajar la vista; cuando esto ocurrió se descolgó la mochila del hombro y tras asegurarse de que no había nadie por los alrededores, le tendió un pequeño paquete que la chica hizo desaparecer bajo la ropa. La sonrisa de Angie se amplió.
— Hacer negocios contigo siempre ha sido un placer, enfermera Branwell —. Le tendió una mano que Blake estrechó. Al separarse Blake hizo desaparecer un pequeño canuto de billetes arrugados en el bolsillo de sus tejanos casi con la misma rapidez que Angie el paquete.
— Enfermera en prácticas — puntualizó sin más, como si el rápido intercambio no acabara de tener lugar.
— Lo que sea — Angie se encogió de hombros, para ella era un dato sin ninguna importancia —. Eres una tía legal. Echaré de menos tratar contigo en el próximo sitio de mierda en el que me encierren.
— La evacuación es temporal, reabrirán esto.
Lo dijo por cumplir y ambas lo sabían. Lo más probable era que reubicaran a los chicos en otros centros y que cuando reabrieran Weston&Trump fueran otros quienes lo ocuparan. Al fin y al cabo adolescentes problemáticos era algo que sobraba hoy en día.
— Ya, claro — replicó Angie con sorna antes de tenderle otra vez la mano, esta vez sin intercambiar nada más aparte de un cálido apretón —. Nos vemos Blake.
— Nos vemos, Angs.
Volvió a colgarse la mochila al hombro y retomó el camino al vestíbulo, dejando atrás a una de las escasas personas a las que consideraba algo cercano a una amiga. A su espalda escuchó a Angie volver a estornudar.
**
Había una extraña agitación en el patio, junto a los aparcamientos. Los chicos estaban agrupados por bloques, exceptuando algunos grupos pequeños apartados. El personal se reducía a dos vigilantes, Sherman y Woods, la directora Harris y cuatro profesores. Por sus caras resultaba obvio que habrían deseado encontrarse en cualquier otra parte. Y por la forma de gesticular de Benson, el de instrucción y gimnasia, estaba claro que existía al menos un problema grave.
Aparte de la evacuación, por supuesto.
El clima parecía irse enrareciendo por momentos y los chicos lo notaban. La mayoría mantenía las habituales poses de meimportatodounamierda, pero se mantenían a la expectativa, sin poder disimular del todo su agitación. No saber qué estaba ocurriendo les ponía nerviosos, y eso Blake lo entendía: ella sólo sabía un poco más que ellos y tanta incertidumbre también le ponía los nervios de punta.
No se acercó demasiado al grupo de profesores, ya que siempre había considerado que tenía más en común con los propios chicos, con los que apenas se llevaba unos cuantos años, que con ellos. Se mantuvo al margen mientras la conversación subía de tono, amenazando con convertirse en una discusión en toda regla. Mientras fingía que estaba perdida en sus pensamientos, algo que le ocurría con frecuencia, captó algunas frases sueltas:
— ... deberíamos haber salido hace horas....
— ...la Interestatal está colapsada... todo esto es una exageración...
— Dicen que es a escala nacional. El presidente...
— ¡No me importa! ¡No voy a quedarme aquí!
Lo último fue casi un grito del rechoncho profesor de matemáticas, quien estaba tan colorado que parecía a punto de sufrir una embolia. A Blake las pataletas de Bownman le resultaban indiferentes e incluso cómicas, pero una frase en particular le llamó la atención.
Dicen que es a escala nacional.
Eso hizo que frunciera el ceño, pensativa. Al principio les habían dicho que tenían que evacuar el centro por la nueva cepa de gripe que tenía congestionada toda la zona. Iba a ser algo transitorio para evitar que el contagio llegara también al centro. Redistribuirían a los chicos en otros centros, probablemente fuera del Estado, y esperarían a que la gripe remitiera antes de volver a la ciudad. Los hospitales estaban atestados de pacientes y habían tenido que habilitar centros provisionales para hacer frente a la avalancha de enfermos, pero ya estaban distribuyendo una vacuna.
Esa era la versión oficial, hasta aquí todo correcto. Entonces, ¿por qué les habían dejado sin televisión durante los últimos tres días? Según la directora, para no generar más tensión entre los chicos, pero las últimas noticias habían empezado a ser raras de una forma impactante. La gripe volvía agresivos a algunos enfermos. Ellen Grimmes, la psicóloga, le había enseñado un vídeo calificándolo de "absolutamente confidencial" en el que se veía a dos policías disparar contra un viejo con el clásico camisón verde de los hospitales. Habían sido necesarios diez disparos hasta que dejó de moverse, Blake los había contado.
A pesar de los esfuerzos de Ellen y los demás para mantener a los chicos ajenos a la información exterior, Angie le había enseñado el mismo vídeo en un móvil clandestino solo unas horas más tarde.
Escala nacional.
Las palabras seguían dándole vueltas en la cabeza y Blake se masajeó las sienes, molesta. Una vez que una idea arraigaba en su mente era incapaz de dejar de pensar en ella hasta un punto casi obsesivo. A veces odiaba su jodido y retorcido cerebro. Le habría gustado ser un encefalograma plano como Stebbins, por ejemplo, que estaba parado a unos metros de su adorada Angie con la boca abierta. Blake supuso que la mayor preocupación de Stebbins en ese momento era ocuparse de no empezar a babear.
Escala nacional.
Ahora los profesores parecían a punto de empezar a pegarse unos con otros, Sherman y Woods dudaban si apoyarlos o separarlos, y la directora Harris sencillamente quería cometer un asesinato múltiple. Los conductores de los autocares miraban sus relojes, hoscos e impacientes, y a la mayoría de los chicos les divertía aquella escena. Algunos incluso hacían apuestas de quién perdería los nervios primero. Otros como Jerome o Amy se mantenían serios y pensativos, conscientes de que había demasiadas cosas raras flotando en el ambiente.
— ¿Has visto ya donde está el gran problema? — Owen Parson estaba a su lado, con su voz aun exageradamente infantil a pesar de que a sus quince años medía más de un metro ochenta. Blake frunció el ceño.
— ¿En que a Benson le va a estallar la vena del cuello? — respondió con ironía. Los profesores habían recuperado la calma y ya no aparentaban estar a punto de matarse, como mucho de darse algún puñetazo. Owen se rio entredientes.
— Para ser tan lista hoy eres como el resto de esos idiotas. Fíjate bien.
Owen, a quien había conocido por primera vez en la enfermería cosiéndole una brecha de once puntos en la frente, era, después de Angie, algo próximo a un amigo. A veces competían resolviendo cubos de Rubik a mayor velocidad que el otro. Ambos tenían una mente analítica y una forma similar de ver la realidad. La diferencia estaba en que Blake no acostumbraba a envolverse la cara con un pañuelo para atracar ancianas a punta de navaja.
Frunció aún más el ceño y estudió de nuevo la escena que se desarrollaba a su alrededor, buscando qué se le escapaba y a Owen no. La autoridad del centro a punto de perder los nervios. Los chicos aburridos formando rebaño en el patio. Los conductores aún más hartos y aburridos. Los autocares.
Y entonces lo supo.
Los autocares.
Un autocar.
Dos autocares.
¿Dónde estaba el tercero?
Ni de coña en un centro tan masificado como Weston&Trump iban a poder meter a todos los chicos en únicamente dos autobuses.
***
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