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Capítulo 11

Con todo mi corazón y alma os pido una oración por una de las personas que más amo en el mundo, Selena Gomez, que se encuentra hospitalizada.
Gracias x.

—Ningún metahumano me ha atacado desde hace días. —Refuta Barry. Frost le da una rápida mirada aburrida que no dura más de medio segundo.
—¿Quieres que me vaya? —Le amenaza y el castaño jura que hay un toque de diversión en su voz.
Él traga saliva y abre los ojos mucho. Niega con efusividad.

Sin embargo, Barry tiene un problema. Mientras esté con Frost, no puede recavar datos sobre la tal Caitlin Snow.
Es algo que quiere llevar en privado y teniendo a la reina del hielo siendo su custodia, está atado de pies y manos.

Se encuentran en el laboratorio del ejército y Barry debería estar trabajando en su máquina contra metahumanos.
Pero como es evidente, no está haciendo nada más que estar sentado en la mesa.

Y la ojiazul tiene un trabajo doble. Vigilar que no vengan metahumanos y que ningún soldado esté demasiado cerca para verla.

Los minutos pasan despacio y Barry está demasiado abstracto en sus pensamientos para darse cuenta de que la joven le ha clavado la mirada y con sus ojos entrecerrados, le observa.
Y lo curioso es que la única razón de que la chica le esté mirando es que el castaño no ha dicho una sola palabra en demasiado tiempo.

Barry Allen es como un grano en el culo.
Es molesto y cargante.
Pero cuando no habla en mucho rato, te extrañas.

Así que Frost se dedica a mirarlo y tratar de descifrar lo que pasa por su cabeza.
A simple vista, es un libro abierto.
Pero no tardas demasiado en ver que tiene más entresijos de los que nadie pueda imaginar.

Pero por un instante, Barry nota la mirada de la joven y sus ojos chocan en la mitad del camino.

—¿No deberías estar vigilando? —Le suelta como si nada.
La ojiazul no cambia un pelo su expresión y tan sólo deja de mirarlo.

Barry saca la foto de Caitlin de su bolsillo y la sostiene entre los dedos mientras humedece sus labios.
No puedo evitar preguntarse qué le pasó.

Si fuera cualquier otro caso, no le interesaría en lo absoluto. Muchas personas murieron de distintas formas durante ese período.
Pero el caso de ella es definitivamente especial. Toda su familia, incluidos dos bebés recién nacidos, murieron con ella.
Y las circunstancias que rodean a la tragedia no pueden ser más extrañas.
El testimonio de aquella anciana, la visita de esos soldados y que sus archivos misteriosamente acabaran fuera del ejército.

Está seguro de que hay algo más. Mucho más. Y no puede dejar de pensar en ello, es todo lo que ocupa su cabeza. Y necesita revelar el misterio, necesita conocerlo.

La ojiazul regresa de imprevisto a la sala y Barry tiene que guardarse la foto con rapidez. Pero el pobre chico es algo idiota y su brusco movimiento provoca que se caiga de la mesa.
Se estrella de cara contra el suelo y da gracias a dios de que no llevaba las gafas puestas.

Avergonzado, el castaño se pone en pie. Tan sólo para descubrir que la joven ni siquiera ha reaccionado.
Es tan impasible que una bomba podría caer a su lado y seguiría con esa expresión neutra.

Barry bufa y su cara se pone aún más roja al mirarla. Entonces, mira al cielo -techo- de la sala y exclama.

—¡Unos centímetros menos de altura y un poco más de agilidad no me habrían venido mal, Señor! —Vuelve a bufar y trata de recuperar algo de su dignidad tras el incidente y volver al trabajo.

La noche cae y cuando salen del campamento, Frost se da media vuelta y se marcha sin mediar palabra.
Barry hace un esfuerzo para correr junto a ella y detenerla.
—¿Te vas? ¿Así de simple? —Ella le mira de pies a cabeza con despectividad.

—¿Quieres una carta de recomendación? —Bromea. El científico rueda los ojos.

—¿Y qué pasa si intentan matarme? —Grita según ella se aleja.
—Que mañana saldrá el sol. —Sisa ella en la distancia y se pierde al cruzar la esquina. Barry chasquea la lengua y mira de un lugar a otro en la calle antes de salir corriendo hasta su casa.

El joven se quita la ropa y camina hasta el salón de su hogar.
Allí, mira el cielo estrellado por la ventana y se queda ahí durante un rato.
Entonces, el cristal comienza a escarcharse y un viento frío le llega hasta la piel. Ella está cerca.

Y sin esperarlo ni haberlo planeado, Barry sonríe.

Durante algún rato, el joven vuelve a mirar la foto. La acaricia entre sus dedos mientras la cabeza le da mil vueltas. No puede evitar esa extraña sensación de familiaridad cada vez que la ve. Como si ya la hubiera visto antes. Como si se le estuviera escapando algo.
Pero no tiene ni idea de qué y el reloj ya marca las dos de la madrugada. Así que guarda la foto y se marcha a dormir.

Se envuelve entre las sábanas y se quita las gafas, dejándolas en la mesa junto a la cama. Apaga la lámpara y cierra los párpados.

El ojiverde intenta dormir pero hay algo dentro de él que no le deja rendirse a Morfeo del todo.

Tras un rato, su respiración se vuelve totalmente calmada y parece que por fin podrá ir al mundo de los sueños.

Pero justo entonces, pasa.
¿Alguna vez has tenido un brote de inspiración en mitad de la noche?
¿Como una idea que necesitabas o simplemente darte cuenta de algo que no habías visto antes?

Abre los ojos de golpe y enciende la lámpara.
Barry salta tan rápido de la cama que se tropieza con la sábana pero no llega a tocar al suelo.
Llega al salón corriendo, derrapando sobre la madera y toma la foto entre sus dedos.

Entonces, vuelve a correr por el pasillo de su casa y abre la puerta de una habitación que utiliza como taller de trabajo.
Entre sus máquinas más antiguas, Barry encuentra uno de sus primeros inventos. Algo que hizo cuando era apenas un pequeño genio de trece años.

Una máquina de tinta para fotografías.

Intenta recordar como funcionaba y golpetea su pie contra el suelo al sentir más y más prisa.
Finalmente, la enciende y una sonrisa ilumina su rostro.
Con sus manos temblorosas, Barry dibuja sobre la foto y deja durante unos segundos que la máquina haga el resto.

Entonces, la luz del cacharro se pone verde y la foto se libera.

Barry la toma entre sus manos y la sangre se le hiela.

No puede ser. O no quiere creerlo.
Pero lo es. Y no puede creerlo.

La dulce chica de esa antigua fotografía, la mujer que se creyó muerta en el incendio.
No lo hizo, no murió.

Caitlin Snow no está muerta.

Caitlin Snow es Killer Frost.

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