Capítulo 1
Se abre camino a través de residuos, pedazos de metal y cristales que una vez formaron parte de una fachada.
Traga en seco y nota el sabor a sangre todavía presente en sus labios.
Los que un día sonreían con felicidad y plenitud.
Ahora resecos y despedazados. La mejor de las metáforas.
Un par de hombres custodian la entrada. Su piel de una tonalidad verde que provoca arcadas y su pelo peinado en forma de cresta color rojo.
Cuando la miran, ambos comienzan a reír. Ella nota una punzada atravesar su pecho. Pero ignora sus risas y pasa de largo.
O lo intenta.
Uno de los hombres le impide el paso posicionando su brazo entre la joven y la entrada.
—¿Vas a algún sitio?
Ella calma su respiración y trata de que su voz suene fuerte y clara. Alza su cabeza, desafiante.
—Quiero ver al Doctor. —Explica.
Ese hombre de color verde sonríe de lado y la mira de arriba a abajo con lascividad.
—No eres su tipo. —Sisa. Ella, impasible, repite la misma frase.
—Quiero ver al Doctor. —Toma aire y cambia de estrategia en segundos. —Soy la Doctora Snow, una amiga personal. —Miente.
Finalmente, los hombres acceden a dejarla pasar.
Entre ambos la agarran por los brazos y tiran de ella, casi arrastrándola por el pasillo.
Las heridas de su cuerpo comienzan a doler de nuevo. Nota sus piernas cansadas y destruidas.
Sin ningún cuidado la llevan casi en volandas, descuidando por completo su frágil estado.
Caitlin sólo acierta a ver un letrero en su camino. Laboratorios Star.
La joven recuerda con exactitud aquel lugar. Un día perteneció a un importante grupo de científicos que trataban de curar enfermedades o algo así.
Recuerda el día de la inauguración porque ella estuvo allí. Con David, su esposo.
Su difunto esposo, quiere decir.
Recuerda la imponente fachada del lugar, las tonalidades negras y grises. Y ahora todo lo que queda es un gran edificio en ruinas.
Eso también la lleva a recordar que fué aquí donde inició todo.
El grupo de científicos que trabajaba aquí, descubrió una supuesta cura para el cáncer pulmonar.
Cuando las pruebas con humanos comenzaron, comenzó el desastre.
El primer hombre en someterse al tratamiento consiguió "curarse". Pero los efectos secundarios no tardaron en llegar.
Una fuerza sobrehumana que no tenía explicación alguna.
Una capacidad para levantar toneladas de peso con un sólo dedo.
El primer metahumano.
Uno de los científicos vió en aquel hombre una oportunidad extraordinaria de crear un súper ejército capaz de tomar el control del poder mundial.
Pero sus compañeros se negaron a su propuesta y le denunciaron ante las autoridades.
Pero era demasiado tarde cuando quisieron detenerle.
Siguió creando más y más metahumanos y la guerra se desató.
Hoy, dos años después, la Ciudad ha quedado casi destruida igual que el País.
Los hombres verdes finalmente llegan con Caitlin a la sala.
El Doctor les espera allí.
La sala tiene una tecnología punta, nadie lo diría viendo la fachada.
—¿Por qué osan interrumpirme? —Escupe. El Doctor es un hombre mayor, entrando en los sesenta. Con gafas rectangulares y el pelo casi completamente blanco.
—Está aquí su amiga, Doctor. —Los hombres empujan a Caitlin y ésta casi cae al suelo.
Aquel científico la mira durante menos de un segundo antes de soltar un severo "Matadla".
Pero ella alza su voz antes de que la orden sea cumplida.
—Creía que buscaba humanos voluntarios para ser parte de su ejército. —Con aquellas palabras, logra captar un poco de la atención de aquel hombre loco.
Él suelta unas cuantas carcajadas, mirando el pésimo estado en el que la joven se encuentra. Ella, sin embargo, da un paso al frente y le mira con seriedad.
—¿Por qué querrías formar parte de mis súbditos? —La castaña no necesita pensarlo.
—Tengo un asunto pendiente.
La siguiente pregunta cruza la mente del hombre de cabello blanco.
"¿Y por qué querría yo que formaras parte de mis súbditos?"
Pero aquella interrogación nunca sale de sus labios.
Se toma el tiempo de mirarla a los ojos. Y en ellos ve algo que disipa todas sus dudas.
En los ojos de Caitlin ve el sentimiento más puro que jamás haya visto. El más primario.
El odio.
Pero nunca había visto un odio tan fuerte y profundo. Uno que llega directamente a su médula y atraviesa cada nervio de su cuerpo dolorido.
Pero lo que más le sorprende y sin duda convence, es no ver nada más que eso.
Nada de amor. Nada de nostalgia. Nada de cariño. Nada de dolor.
Sólo odio. La razón por la que ella vive, la razón por la que mataría.
Y también un arma de doble filo que aquel científico podría usar a su favor.
Sería manipulable una vez que estuviera lista y no habría nada capaz de sacar un mínimo de empatía de su corazón.
"El arma perfecta" piensa aquel hombre.
—Desnudate. —Ordena.
Se abre paso para que ella vea lo que está justo detrás de él.
Un mamotreto de alrededor de tres metros de altura y un escaso metro al cuadrado.
Paredes transparentes, cristalinas igual que una ducha.
Y junto a éste, una palanca conectada mediante cientos de cables.
Caitlin accede a su orden y en segundos se desviste ante las risas de los hombres de color verde.
Ella los ignora y se adentra en aquella máquina.
—¿Preparada? —Ella asiente.
El Doctor tira de la palanca y la magia sucede.
Los cables comienzan a soltar chispas y la luz se va.
Caitlin comienza a sentir que su cuerpo se quema y grita. Grita con tanta fuerza que la garganta se le desgarra.
Nota sus pulmones ardiendo, su piel abrirse.
El lugar se queda por completo a oscuras y todo lo que queda son los devastadores alaridos de la mujer.
Después, el silencio lo cubre todo.
La luz regresa y la máquina se abre, llenando todo con una cortina de humo blanquecino.
El Doctor comienza a sentir un fuerte frío y se abraza a sí mismo.
Entonces, observa como la mujer aparece de entre la nube fría.
Su pelo antes castaño, ahora de un blanco perfecto y polar. Brillante e impoluto.
Sus ojos antes color avellana, convertidos en dos hermosos témpanos de hielo azules.
Al igual que sus labios, de un azul incluso más oscuro.
Sonríe ante su hermosa creación y acerca su mano a la cara de la mujer.
—Eres perfecta... Ahora eres perfecta. —Susurra, mirándola embobado.
Ella posa sus ojos en él y la sangre del hombre se hiela.
Esos ojos... Pensará en ellos cada noche. Sin duda.
Nunca había visto nada igual. Una belleza tan vacía como resplandeciente. Sin vida, sin nada salvo rencor y odio.
Tan perfectos como huecos.
—Ahora vamos a hacer grandes cosas juntos... —Asegura. Caitlin tarda un par de segundos en reaccionar y su reacción deja a todos boquiabiertos.
Comienza a reír. Con fuerza y a grandes carcajadas.
El hombre de pelo blanco frunce el ceño y toca el hombro de la muchacha, tratando de detenerla.
Ella se gira sobre sí misma y le agarra la mano.
Lo congela, de tal forma que la extremidad se le cae en pedazos cuando termina.
El Doctor grita y grita.
Pero eso no la detiene. Nada lo hace.
Los hombres verdes se ponen delante de ella, listos para hacerla parar.
Caitlin convierte sus manos en armas puntiagudas y les atraviesa al mismo tiempo.
Entonces se marcha de allí. Y el loco científico la observa hacerlo, siendo por primera consciente del poder que acaba de desatar.
De la bestia a la que ha creado.
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