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Capítulo 85

Contenido de temas sensibles. Se recomienda discreción
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≪❈DIE PFADE Ⅱ. VON DIR, VOR ZWEITAUSEND JAHREN

La luz iluminaba los sembradíos para las cosechas del año. Las madres y sus hijas eran quienes se encargaban de cuidar de los niños, los adultos mayores y en apoyar a los hombres ante sus comidas tras largas jornadas de trabajo. Los hombres y sus hijos jóvenes se dividían en dos campos seglares: algunos podían trabajar en la cosecha de cada año para cuando llegara el invierno y, por otro lado, se encontraban los demás hombres que trabajaban en el centro del pueblo con el fin de expandir los resultados de la cosecha a todo el pueblo, además de desarrollar el avance tecnológico del lugar; esto con el fin de poder defenderse de los inminentes ataques de un Imperio del que se había advertido que derrotó a Villas y otros imperios con el fin de avanzar como soldados y atacar una nación enemiga. A pesar de ello, todos los miembros del pueblo se mantenían apoyándose entre sí con el fin de sobrevivir a aquel lugar. Pero, había un chico que a pesar de su gran inteligencia, en vez de ayudar a los hombres a desarrollar armas ayudaba a las mujeres y jóvenes a crear nuevas herramientas para facilitar su trabajo tanto en la cosecha como en la extracción de agua y otros minerales, se dedicaba a apoyar únicamente a su mejor amiga.

Aún con una población basta, ninguno pudo pensar en la posibilidad de que algún día fueran victimas también de la ambición humana.

—Ymir, ¡hola! —llamó el pelimarrón al observar a su amiga ayudar a una mujer mayor en sacar agua del pozo—. ¿Cómo te está yendo aquí? ¿A que es más fácil poder tener esto aquí que ir hasta el río para buscar agua? Con esto, el rastrillo y la manguera de propulsión que creamos, ¡podremos sacar más cosecha y así no haya más hambruna en este año!? ¡¿Qué opinas, Ymir?! —la rubia asintió con una sonrisa.

—Sí, está muy bien. Me alegro por ti —le respondió Ymir, provocando un gran sonrojo y el brillo incesante en los ojos de Bau al felicitarlo.

—¡Bien, entonces me esforzaré más! —exclamó decidido el pelimarrón, decidiendo ayudar a la rubia a sacar más agua de aquel pozo.

A Bau le emocionaba las palabras de su amiga quien, tras la muerte de sus padres, se había mantenido bastante callada y sola por mucho tiempo, preocupando a su amigo que había pasado por sus mismas circunstancias y que había podido salir adelante gracias al apoyo del pueblo y en especial de su amiga años atrás, por lo que sentía que debía devolverle el apoyo y amor que le había demostrado en su momento.

Sin embargo, no contaba en que no podría ayudarla del terrible destino que les esperaba.

En la lejanía, varios se detuvieron a observar lanzas y espadas sostenidas por soldados desconocidos acercándose con velocidad a su pueblo.

»¡Ymir, corre! —soltó sin pensar los cubos llenos de agua dispuesto a tomar la mano de su amiga y escapar junto a los demás, aunque supiera que solo sería en vano aquel escape una vez que estuvieran completamente rodeados.

Sollozos y gritos de auxilio se escuchaban mientras más corrían para intentar llegar a la colina. Bau lloraba al pensar en que debió buscar alguna manera de apoyar a las personas que creaban armas para defenderse, mientras que Ymir solo corría en la dirección que decidiera su amigo.

El relincheo de los caballos provocaron más el ruido de los residentes del lugar y a ello se añadieron el claro sonido de las casas y lugares siendo destruidos. Su hogar siendo destruido.

—¿Adónde creen que van? —un caballo se posicionó delante de ellos obligándolos a detenerse de correr para no ser aplastados por el gran caballo.

Aquel hombre gigante estaba a punto de enterrar sus lanzas sobre ellos. Bau por instinto abrazó a Ymir para protegerla del golpe que nunca llegó.

—Aguarda, el señor Fritz nos ha dicho que ni ancianos ni niños son los que llevaremos, solo los jóvenes y adultos —lo detuvo otro soldado, apuntando su arma hacia los dos chicos para obligarlos a caminar de regreso.

Junto a otros hombres y mujeres fueron obligados a caminar con lazos en sus manos para esperar una fila donde su vida de esclavos comenzaría.

Asustada, Ymir observó con terror los cuerpos en el suelo de la mujer y su nieto que había ayudado instantes atrás. Ambos estaban muertos con múltiples heridas en su cuerpo.

Conforme avanzaba aquella fila, Bau e Ymir observaron de qué se trataba por lo que esperaban. Gritos incesantes de dolor de hombres y mujeres que eran obligados a ser cortados por completo su lengua con el fin de que no emitiera  ninguna palabra algún sonido de dolor.

En la lejanía, un hombre distinguido entre los demás soldados observaba con diversión aquella técnica tan horrible para todos aquellos, mientras el calor de las casas quemadas de su pueblo solo los hacían sentir cansados como para intentar defenderse.

—¡Sueltenla a ella! —pidió Bau una vez que frente a él tomaron a la pequeña Ymir que nisiquiera opuso resistencia cuando tomaron su cabeza y la hicieron abrir la boca, tomando su lengua con unas gruesas y frías pinzas que mantenían su boca inmóvil, mientras una filosa oz se colocaba debajo de su lengua, sintiendo poco a poco un gran dolor—. ¡DETENTE!

Ymir quería que todo acabara pronto. Quizás así podrían regresar a casa pronto. Bau haría otras creaciones y ayudaría a los que quedaban en la aldea para poder progresar. Ella aún no se daba cuenta que nada sería igual de ahora en adelante. Mucho menos para ellos dos.

Tres años pasaron tras el suceso en que no volvió a vivir aquella vida plena. Aquellos a quienes amaba se habían ido y casi no se le permitía ver a Bau, quien había sido obligado a hacer trabajo forzado en los campos, incluso durante los fríos inviernos y los ardientes veranos. Ymir se había vuelto una niña que almacenaba y cuidaba de los pozos y cercas donde se criaban a los animales para la comida de cada día para el emperador y sus súbditos, mientras que las personas que había podido sobrevivir a lo largo de esos años solamente recibían las sobras de la comida una vez al día.

Fue por eso que la única manera de ver a su amigo era por las noches escapando hacia los establos una vez que nadie estaba cerca. Bau, a pesar de que había sido violentado de la misma manera que su amiga, permanecía con una actitud optimista solo cuando estaba junto a ella.

«Ya verás que algún día saldremos de aquí y viviremos nuestra propia vida. Viviremos como la familia que siempre hemos sido» escribió su amigo con su dedo entre el estiércol y la tierra dándole aún esperanzas a Ymir de ser libres algún día. «Solo sé buena chica, planearé algo. No permitiré que sigas sufriendo aquí. Nunca más estarás sola. Encontraremos la libertad» le escribió antes de abrazarla con cariño, mostrándole un atisbo de calidez.

Libertad. Aquello que habían olvidado cómo se sentía y que, aún así, anhelaban por recordar.

—Tú, muchacha —le llamó un soldado eldiano haciendo señas con su mano para acercarse. Dubitativa, hizo caso al llamado—. Eres una buena chica... Lástima que seas una esclava —le dijo aquel hombre mientras acariciaba su rubio cabello con lentitud y una horrible sonrisa.

«Jamás te acerques a los soldados, alejate lo más que puedas de ellos» recordó las palabras que Bau le había escrito la noche en que fueron sometidos a perder su lengua. Y solo pudo reaccionar cuando sintió el contacto de aquel hombre sobre sus labios.

Lo había visto en una ocasión anterior. Dos personas se unían de la misma forma y la gente alrededor lo celebraba junto a ellos con vítores y aplausos. Pero comprendía perfectamente que no era el mismo caso, y que no estaba bien lo que estaba ocurriendo.

Por instinto y temor, trató de alejarse del hombre, solo provocando que su sonrisa se convirtiera en una mueca de furia.

»Mocosa insolente, ¿quién te crees para rechazarme? ¡Tú debes hacer lo que yo te ordene, maldita esclava! —alzó su mano y con gran fuerza golpeó el rostro de la rubia, dejándola casi inconsciente en el suelo lleno de barro—. Ahí es donde te toca estar, en el suelo junto a los animales. Porque eres asquerosa como un cerdo y vales menos que una mísera rata. Solo eres una esclava —espeto el mayor antes de escupir en el rostro de la rubia y alejarse.

Lágrimas salieron del rostro de Ymir, levantándose con esfuerzo del suelo y retomando sus tareas del lugar.

Observó con atención a los porcinos aue comían del barro, sin poder evitar las palabras que le había gritado aquel soldado. «Tan asquerosa como un cerdo...» repetía una y otra vez en su cabeza ello al creer que estaba en lo correcto aquel hombre; se sentía asqueada con aquel contacto indeseado que no pudo evitar pensar y sentirse mal por los cerdos frente a ella. «Entonces, ¿los cerdos también querrán ser libres?» Se preguntó Ymir.

Habían llamado a todos los esclavos frente al rey. Preocupado, Bau buscó con la mirada a la castaña, pero sin poder encontrarla en los costados. Se mezcló entre la gente para observar lo que ocurría, preocupándose al observar a Ymir entre las personas del frente.

—Uno de ustedes dejó escapar los cerdos —explicó la situación—. Que se identifique al responsable y, si nadie da un paso al frente, le sacaremos un ojo a cada uno de ustedes. De todas maneras, no necesitan ambos ojos los esclavos —sentenció el rey Fritz.

Una mano se alzó, otra también, y así fueron hasta ser trece manos que apuntaban directamente a Ymir.

Asustada, la rubia dirigió su mirada de terror en busca de su amigo, quien también la observaba con temor, pero su miedo fue mayor porbtratar de defenderla y morir, decidiendo quedarse en su lugar y cerrando los ojos, dejar escapar algunas lágrimas de sus cuencas.

»¿Quien dejó ir a los cerdos, fuiste tú? —inquirió el rey dirigiendo su mirada llena de desdén hacia la rubia, quien solo buscaba alguien que la ayudara. Buscaba a Bau. Cuando volvió a verlo, este desvió la mirada de ella, con su rostro marcado de dolor e impotencia. Sin saber qué hacer, Ymir se dejó caer al suelo en busca del perdón, mientras que una sonrisa salió del mayor—. Muy bien. Eres libre —le declaró—. Te permitiremos partir de aquí a donde quieras. Corre y no vuelvas jamás aquí —ordenó el mayor, dejando que uno de sus soldados la tomara de los cabellos y, como pago de la amenaza que le hizo a los demás esclavos, tomó una pequeña navaja para tomarla de la cabeza y cortar sin piedad uno de sus párpados, dejando caer mucha sangre en el camino en que ella corrió hacia el bosque, pero con algunas lanzas de soldados ya armados contra ella; atinando a uno de sus hombros y piernas—. Tú —señaló a Bau con el dedo, haciendo que este saltara en su lugar—, guía a los soldados hasta ella. Quiero su cabeza. O tendrás que entregarme la tuya a cambio si no la capturas. Primero hazla calentar un poco.

¿Había una manera en que pudiera ayudarla en esa situación? Se odiaba por haberle dado la espalda a la que se prometió proteger siempre. Y ahora, era él quien tenía que cazarla.

Sin pensarlo, comenzó a correr en busca de su amiga mientras los soldados se alistaban con sus armas y perros para cazarla.

Corrió en su busca, mientras los ruidos de los caballos y perros ladrando advertían de lo cerca que estaban por encontrarla.

«¡Ymir!» la llamó en sus adentros una vez que la encontró entrando hacia un árbol gigante. Apresurado, él entró corriendo par poder alcanzarla, para observar que había caído de las raíces gigantes de aquel árbol hacia una pequeña fosa de agua en el lugar. Decidido, bajó con cuidado entre las rocas, quejándose al cortarse profundamente con una filosa piedra su mano derecha.

Su corazón latía con fuerza al lanzarse al agua y nadar para atrapar a la chica que comenzaba a dejar de luchar. «Ymir, te prometí que escaparemos juntos. ¡No volveré a dudar! ¡Voy a protegerte incluso si tengo que morir!» trataba de decirle eso, pero su boca nunca podría volver a transmitir una palabra para convencerla de que la amaba más que a su propia vida.

Un animal desconocido se acercaba con calma hacia Ymir, mientras ella estiraba su mano para alcanzar a su amigo. «Aún quiero vivir. Bau... Quiero que seamos libres. Si tan solo...».

Jamás sintió cuál fue el primer contacto que tuvo. No sabía decir si tocó primero la mano herida de su amigo, o las espinas de aquel animal que pudo devolverle la esperanza a ellos dos para vivir. Bau, por su parte, en aquel momento había sentido una gran energía recorrer todo su cuerpo, mientras este solo quería proteger a Ymir, aquella a quien debía servirle incondicionalmente, y donde solo pudo encontrarse con un gigante con cuerpo de mujer y costillas asomándose en su torso atacar a los soldados que la buscaban.

Bau, aún sin comprender la situación, solo pudo deducir que Ymir se había convertido en aquel gigante, por lo que lo único que pudo hacer fue pedirle que se detuviese de atacar. Si se daban prisa, podrían escapar con ella convertida en gigante y alejarse de la nación de Eldia, empero, la llegada rápida del rey al lugar lo hizo detenerse de sus planes.

¿Qué es lo que veía en la mirada de aquel hombre? Jamás lo iba a descrifrar. Lo único que sabía que es lo odiaba.

—Buen trabajo, Ymir, mi esclava. Construiste caminos, cultivaste los páramos y creaste puentes entre las montañas. Todo bajo la dirección de tu compañero esclavo. Mi Imperio, Eldia, ha crecido bastante —felicitó el hombre a aquellos que estaban inclinados frente a él en señal de respeto. Habían pasado tres años tras aquel instante en que Ymir se había convertido en alguien poderoso, y Bau la había ayudado a ganarse la aprobación del rey tras la captura de ambos—. Como recompensa, te daré mi semilla. Y en mi nombre, en el nombre del rey Fritz, te ordeno que aniquiles a mi enemigo, la nación de Marley.

Aquellas palabras cavaron en lo profundo de Bau, sabiendo a lo que se refería con aquella imposición. Sin embargo, aunque quisiera hacer algo al respecto, sabía que Ymir no lo escucharía. No después de haberla traicionado y abandonado hace tres años. Aún así, él estaba dispuesto a ayudarla, incluso si ella lo odiaba y no volvería a quererlo.

Bau fue quien estuvo junto a Ymir cuando dió a luz a María, aquella niña bella y sana había salido de Ymir. En el primer instante en que la vió, la amó como a una hija, aun cuando su padre verdadero era la persona que más odiaba en ese cruel mundo, y aún no podía entender la decisión de Ymir por aceptar la orden del rey Fritz por dirigirse a una guerra aún a poco tiempo de haber dado a luz. Sabía que debía hacer algo, pero no se le ocurría nada.

«¿En verdad no deseas quedarte en casa junto a tu familia?» escribió algo sensible Bau. Dentro de unas horas sería la partida de Ymir junto al ejército de Eldia dirigida por Fritz.
La rubia de al menos diecisiete años aún no le dirigía ni la mirada. Aunque decidió aceptar la solicitud de Bau para verse solo porque tenía miedo de morir en ese entonces.

«No tengo otra opción. Debo de ayudarlo. Es mi deber como su compañera apoyarlo en lo que él desee» respondió Ymir con rapidez tras leer lo que su amigo había escrito, este hizo una mueca.

«¿Estás enamorada de él? ¿Haces todo esto porque crees sentir amor?»

Bau había llegado a esa conclusión tras la increíble sumisión que Ymir había mostrado hacia el viejo. Sabía que para sobrevivir él también debía respetar todas las decisiones que tomara el emperador, pero también podía reconocer la línea entre el respeto y la sumisión, porque la mirada que Ymir le dedicaba a aquel hombre sanguinario era la misma con la que Bau había observado a su amiga por tantos años, tiempo que no reconoció hasta observar el comportamiento de Ymir.

Ella, por su parte, meditó en responder a aquellas preguntas. Tomó aquella vara de madera y en el suelo escribió: «Sí. Y estoy segura que él también me corresponde» respondió con sinceridad Ymir, rompiendo el corazón del pelimarron en varios pedazos. No podía imaginar lo que veía en él, sin embargo, solo se dedicó a abrazarla con fuerza antes de volver a escribir.

«Regresa con bien. María y yo esperaremos por ti. Siempre te esperaré» con aquellas palabras escritas en el barro, Bau se levantó de su lugar y se alejó con el fin de llegar a abrazar a aquella bebé de al menos dos semanas de nacida.

—¡Mamá, dile a Papá Bau que no me quiero bañar hoy! —refunfuñaba Rose desnuda mientras era perseguida por el mencionado con un vestido en mano. Ambos rieron una vez que el mayor la había logrado atrapar.

«Recuerda que siempre debes estar limpia» le exhortó la rubia en el lenguaje de signos que habían creado entre las hijas de Ymir, su madre y Bau ya que, tras su incapacidad para hablar y después el nacimiento de María, Bau había buscado una forma de comunicarse con aquellas niñas que amaba tanto como si fueran sus propias hijas. Ymir, por su parte, había resuelto sus diferencias con su amigo de la infancia, aunque sabían que no sería lo mismo en adelante.

«Mamá tiene razón. Hoy es el día en que el rey dará un discurso para las personas que ha podido salvar. Deben verse lindas esta noche para que demuestren que su mamá es igual de linda que ustedes» le pidió el pelimarron a la niña de cabellos cobrizos que asentia como respuesta. Con cariño atrajo el cuerpo de la menor hasta su pecho, encerrandola en un afectuoso abrazo que fue correspondido. Te amo, hija» señaló su corazón con su dedo, cruzó sus brazos y terminó por señalarla, causando un sonrojo de emoción en la niña que terminó por recrear la misma oración en su lengua de signos.

De los pocos sirvientes que servían a la concubina Ymir llamó a la madre de las tres niñas a pasar primero ella a ser lavada y cuidada para la ocasión de aquel día, donde el rey Fritz declaraba por fin su victoria a la nación enemiga, Marley. Antes de dar un paso más para salir de la habitación, Bau la detuvo colocándose frente a ella con el semblante preocupado.

«¿De verdad tienes que ir? Yo puedo ir para representarte o algo. Me gustaría que te pudieras quedar solo por hoy con las niñas. No sé por qué, pero hoy no creo que sea un buen día. Me dan aún mala espina los soldados sobrevivientes de Marley» expresó con sinceridad el pelimarron mientras explicaba con sus manos sus sentimientos.

«No te preocupes, estaré bien» sonrió Ymir para intentar tranquilizarlo una vez que salió de la habitación, aunque no fue de mucha ayuda su expresión para Bau.

Dió unos aplausos para llamar la atención de las niñas presentes en el lugar. María jugaba a peinar el cabello de su hermana menor Rose mientras esta jugaba con su hermana un juego de manos. «Niñas  —las llamó—, ¿recuerdan cómo es que debemos llamar y saludar al rey?».

Ambas niñas asintieron en respuesta: «Debemos inclinar la cabeza en señal de respeto a él cuando pasemos al frente y siempre debemos mantenernos calladas» contestaron al mismo tiempo, emocionadas por ser felicitadas por su respuesta, lo cual les fue concebido.

«¡Perfecto, mis pequeñas florecillas! Ambas ténganlo siempre presente, ¿de acuerdo?» las abrazó por última vez antes de que fueran llamadas a unirse a su madre en aquel privilegio único para los sirvientes reales y las concubinas del rey. Bau suspiró cansado una vez que las tres niñas se fueron. Caminó con sigilo hasta el pequeño de asiento de aquella oscura y lúgubre habitación que a pesar de su aspecto era llenado de alegría con las risas de aquellas tres niñas, por lo que no podía evitar que su cabeza diera vueltas tras su preocupación. «¿Por qué es que me siento tan inquieto? Nisiquiera estaba así cuando el pueblo fue conquistado. Tras la derrota de Marley, me he sentido intranquilo con su aparente aceptación por su derrota. Ojalá nada salga mal. No puedo permitirme que ellas sean lastimadas» se atormentaba Bau en busca de una respuesta, la cual no podría encontrar.

Se dió unos ligeros golpes en las mejillas con la intención de calmarse para mostrarse fuerte ante las niñas e Ymir, lo cual le resultaría difícil en aquel día.

Las tres mujeres representantes de la soberanía de Eldia se daban paso entre los soldados inclinando su cabeza como muestra de respeto al rey Fritz, quien esperaba por la rapidez de aquella mujer para poder dirigirse pronto a aquellos que había conquistado.

Al lado izquierdo del rey, se encontraba Bau con una cara sonriente por ver lo resplandeciente que se veía la rubia. «No sé qué le ve ese viejo a las demás. Ella es diferente en todos los aspectos» reclamó en silencio el pelimarron mientras dirigía una mirada de molestia la rey.

—Pa... —estaba a punto de llamarlo Sina. Aunque le dolió interrumpirla, tuvo que hacerlo.

Colocó su dedo índice sobre sus labios para después acariciar con cariño el cabello oscuro de la menor de los Fritz, regresando su vista nerviosa hasta todos los presentes.

La presencia de personas se dividía en tres columnas: dos en los costados llenos de soldados eldianos  mientras que en el medio se encontraban los recién conquistados mostrando respeto al rey y la diosa de la guerra, Ymir. «Algo de verdad no me cuadra» seguís sobrepensando el pelimarrón, cuando sintió un jalón en su prenda de vestir, observando a la pequeña Sina llamándolo estirando sus brazos para que la cargara.

Aquella distracción fue suficiente para no poder detener a tiempo a Ymir de atravesarse tras la lanza que uno de los soldados marleanos había lanzado en dirección al corazón del rey, que finalmente permaneció en el hombro de la rubia, severamente lastimada.

«¡YMIR!» quiso gritar su nombre pero ninguna palabra salió de Bau. Lo único que pudo hacer fue correr junto a sus hijas para poder buscar la forma de ayudar a su amada Ymir.

La mirada de la rubia seguía brillando, luchando por mantenerse viva, pero el cansancio de tantos años solo le pedía dormir aunque fuera por varias horas.

Bau la movía tratando de despertarla mientras trataba de detener el sangrado que comenzaba a manchar su pulcro vestido y ensuciaba el suelo. El carmesí de la sangre de Ymir llegó hasta los pies del rey que había visto aquella trágica escena. Temeroso por perder su poder como emperador entre las Naciones, se inclinó ligeramente hacia el rostro de Ymir. La mirada aún luchadora de la rubia se observó con esfuerzos el rostro que la observaba, indiferente.

—¿Qué estás haciendo? Levántate. Yo sé que una mera lanza no puede matarte —le ordenó como a un animal de su pertenencia sin optar por tener un contacto con ella, observando solamente su mina de oro desvanecerse—. Tienes que trabajar. Para eso naciste...

«¡Ymir, por favor, despierta! ¡Prometimos escapar juntos de todo esto! ¡¿Cómo viviré sin ti?!» Bau deseaba poder gritarle esas palabras a la rubia, la cual su mirada se iba perdiendo entre las miradas de aquel rey tirano. «Ymir, mi amada»

»Ymir, mi esclava —aquellas palabras habían dolido más que la lanza que estaba incrustada en su hombro. Esas fueron las palabras que habían roto el corazón de Ymir y que la impidieron seguir luchando por vivir. Y Bau había notado aquello.

Acercó su mano hasta la mano áspera de la rubia inconsciente, sintiendo cómo poco a poco sus latidos se iban haciendo cada vez más lentos y débiles. «¡Aún hay esperanza!» se dijo a sí mismo, tomando el cuerpo de su amiga decidiendo llevarla a su recámara, pero siendo detenido por la mano de aquel hombre que tanto odiaba.

»Te ordeno que la lleves al comedor. No permitiré que entierres su cuerpo —mandó el mayor. Bau crujía los dientes asqueado por pensar lo que podría hacer aquel hombre con el cuerpo de Ymir; lo cual no era nada de lo que imaginaba—. De no hacerlo, ellas serán quienes sufran las consecuencias. Señaló con el dedo a las niñas que observaban asustadas el cuerpo de Ymir.

Una gota grande de sudor rodó por su rostro, sintiéndose impotente de tener que obedecer a aquel hombre. Caminó apresurado al lugar indicado, siendo seguido por el rey, sus hijas y los sirvientes de la realeza.

Sin saber dónde colocar el cuerpo de Ymir, observó cómo aquel hombre tomaba por los hombros a las niñas para acercarlas hasta una mesa, donde fue ordenado colocar el cuerpo de la rubia.

Disimuladamente, Bau pasó su mano por la nariz de Ymir. «Aún respira» notó el pelimarrón, sintiendo un regocijo en su interior. Ahora, solo debía convencer al rey de dejarla viva y poder buscar una manera de ayudarla a despertar de aquel coma. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no escuchó cuando el rey había solicitado los utensilos de cocina a alguien.
Solo despertó de sus pensamientos cuando observó cómo el rey le entregaba el cuchillo a él.

»Cortala en pedazos y haz que su carne sea fácil de comer para sus hijas. Debes hacer esto por el bien de Eldia. —Quería vomitar y a la vez enterrar ese cuchillo en la cabeza del rey. Pero sabía que eso solo sería una sentencia para sí mismo y para aquellas niñas—. Si no lo haces, te enviaré a que te maten como a ella y no volverás a verlas. ¡Hazlo! ¡Es una orden!

Dirigió su mirada llena de lágrimas y miedo hasta las tres niñas que se encontraban igual que él. Alzó el cuchillo y antes de comenzar a cercenar, con su mano hizo una señal a las tres niñas. «Cierren sus ojos, amadas hijas» pidió con las lágrimas rodando de su rostro. «Perdóname, Ymir» se disculpó frente al cuerpo que estaba frente a ella antes de comenzar por cortar su mano. «Ymir, ¿aún sientes esto? Por favor, muere y termina toda esta maldición. No permitas que este hombre te corrompa como lo ha hecho todos estos años. No lo sigas amando. ¿Recuerdas cuando nos quedábamos hablando hasta la noche? Yo... jamás olvidaré todo eso. Ymir, eres la razón por la que seguía con vida incluso tras este infierno. Ojalá puedas perdoname por todo el mal que te hice, no fui un buen amigo. Ahora, solo permite que pueda hacerme cargo de esas niñas que las quiero como si fueran mis hijas. María, Rose, Sina. Ymir... ¿aún sigues aquí?» cubrió su rostro al ver lo que había hecho con el cuerpo de su amada Ymir.

—Coman, hijas mías. El poder de Ymir será traspasado sin importar qué —habló con voz autoritaria aquel hombre, entregando una pieza a cada una de ellas, mientras las lágrimas de las niñas se mezclaba con la sangre fresca de su madre muerta.

Bau seguía sin salir del trance de saber lo que había hecho. Había hecho todo menos protegerla. ¿Podría hacerlo? ¿Podría cuidar a aquellas huérfanas? ¿Qué pasaría con ellas de ahora en adelante? Todo aquello no podía pensarlo con calma Bau. No con la voz del rey resonando en todo el lugar.

Para cuando menos se había dado cuenta, solo quedaban los huesos de aquella mujer que había conocido.

»Coman hasta la última migaja del cuerpo de Ymir —ordenó una y otra vez el rey, aún sin importarle la mirada de todos los presentes— María, Rose y Sina.

Con el paso del tiempo, Bau observó a aquellas tres niñas crecer bajo la crueldad de un dictador, olvidándose de su infancia, y viendo cómo el rey procreaba a otros niños con la ayuda de sus demás concubinas. Comprendió que María, Rose o Sina no serían las siguientes líderes del Imperio de Eldia, lo serían aquellos niños que serían criados con la misma crueldad que su padre. Sin embargo, a ellos les había demostrado amor a esos niños que durante todo el período de vida que a sus primeras hijas.

Durante las siguientes primaveras Bau observó crecer a las que consideraba sus hijas como la familia que nunca pudo tener con su ser amado. Pero todo se derrumbó en un día.

Aquella noche apenas comenzaba el invierno. Bau continuaba cuidando de María, Rose y Sina en sus etapas de crecimiento, tal y como hubiera querido hacerlo junto a Ymir. Durante su regreso a su habitación fue interceptado por los oficiales directos del rey. Solicitaban de su presencia en medio de la noche.

Caminó en medio de aquellos dos imponentes hombres y sintió su cuerpo erizarse al ver frente a él la cara de aquel culpable de la muerte de Ymir. El rey Fritz lo observaba con desdén e indiferencia, mientras sus concubinas se arremolinaban sobre el rey falsamente.

—Tu sangre se debe de seguir expandiendo. Debes crear una familia para continuar tu linaje como, ahora, un Baumeister. Tú serás el encargado de continuar el desarrollo de este Imperio hasta que llegue a todos los lugares recónditos de este mundo. Eldia debe prevalecer entre todas las demás naciones hasta el fin de este mundo. —Se dirigió el rey a Bau poco antes de comenzar a presentar síntomas de la enfermedad por su vejez. Aún así, Bau no entendía la razón por la que aquel hombre le ordenara algo que no estaba en sus planes y tampoco era su voluntad—. ¿Crees que no noté tu obsesión por aquella mocosa esclava y sus hijas? Sé que algo pasó contigo como para servir solamente a ella. De no haber sido porque esa vez te distrajo esa mocosa, tú habrías dado tu vida a cambio de Ymir. Eres una rata. No... eres peor que eso. Eres el esclavo de otro esclavo. Eres menos que la escoria. No eres nada en este mundo. Sin embargo, sé que tienes un poder innecesario de proteger a las personas que tienen el poder de Ymir. Tu poder debe ser estudiado y patentado en otras personas. No puede ser perdida si mueres. Debes procrear más hijos tal y como lo hizo Ymir. No la decepciones otra vez. No la protegiste una sola vez, puedes repararlo dejando que tus descendientes enmenden tu error.

Bau apretó sus manos con impotencia al saber que no podia hacer nada al respecto. Bajó la cabeza al saber que tenía razón. No había protegido como se había prometido a Ymir. Quizás, esta vez aquel hombre despiadado tenía razón. Tal vez debía dejar que alguien más lo hiciera por él. Esa maldición debía prevalecer para cuidar de la primer titán.

Dejó de forzar su mano y dirigió su mirada dolida hasta aquel hombre, demostrando su decisión.

»Llévenlo hasta las mazmorras. Mañana comenzaremos con los experimentos.

Por varios meses fue obligado a sembrar su semilla en mujeres con una salud necesaria para tener hijos saludables. Pero solo el cuerpo de una de ellas fue lo suficientemente fuerte para que aquel siguiente Baumeister siguiera su legado. El recuerdo del arrepentimiento por su impotencia no debía de ser olvidado. Siempre tendría que ser recordado entre sus descendientes su razón para vivir, aquella que, finalmente, también terminaría siendo su maldición.

A pesar de su desarrollo tecnológico y bélico como lo fue el inicio del clan Ackerman, un grupo de hombres con la inmensa fuerza de un titán, se colocó como la mano derecha del rey. A pesar de ello, Eldia se pintaba de gris tras los últimos días de vida del rey.

—Hijas mías —llamó débil el rey Fritz a las tres niñas adolescentes—, den a luz y multiplíquense. El linaje de Ymir no debe morir —pidió con sus últimos alientos—. Si mueren, hijas mías, que mis nietos coman sus espinas dorsales. Si mis nietos mueren, sus espinas pasarán de hijo en hijo. Así debe pasarse en toda su descendencia. Mis eldianos gobernarán la tierra de este mundo con su masivo poder. Y mis titanes continuarán reinando por toda la eternidad mientras este mundo siga existiendo —dijo con su último suspiro aquel hombre antes de morir.

Aquellas tres niñas observaron sin saber qué sentir tras la muerte de aquella persona. Casi tres años habían concurrido tras la posesión de las tres hijas de Ymir el poder de su madre. Baumeister, por su parte, comenzaba a sentir los estragos de aquella maldición. Su cuerpo había comenzado a dejar de rechazar la comida lentamente, mostrándose más delgado de lo normal y débil. Aún así, permaneció al lado de las jóvenes que no sabían nada de ello, cuidando de ellas incluso el día en que murió el rey Fritz. No quería dejarlas solas con aquel hombre. Se había prometido protegerlas, y lo haría incluso por medio de aquel que fuera su hija o hijo.

Tras el día de la muerte de Ymir transcurrieron cinco años. Las hijas de la primer titán debían comenzar a tener hijos y prevalecer su linaje, pues pronto se volverían débiles y su poder terminaría desapareciendo de la tierra. Baumeister, por otro lado, había tratado de permanecer fuerte para sus hijas durante todo ese tiempo, pero era difícil poder seguir ocultando la verdad a aquellas tres inocentes niñas que pronto se convertirían en madres.

También, dos años tendría su primer hijo, al cual jamás le vió el rostro por dolor y vergüenza, permaneciendo al lado de las hijas legítimas del rey que comenzaban a ser obligadas a seguir yendo a la guerra mientras les buscaban a una persona que se hiciera cargo de sus próximos descendientes, por lo que Bau no tenía tiempo de ver a su hijo, únicamente teniendo contacto con él por medio de su madre, exhortandole a recordar la razón por la que debían seguir viviendo hasta que el poder de Ymir desapareciera.

Pese a sus méritos por cuidar de las únicas personas que consideraba su familia, Bau tuvo que observar la muerte de aquellas niñas trece años tras ser devoradas por sus siguientes hijos. Ellas habían sido bendecidas con tener tres hijos cada hija de Ymir, dividiéndose el poder de la primer titán en estos tres hijos que demostraron nuevos poderes que las de sus madres y su abuela. Sin embargo, Bau jamás pudo olvidar los rostros de miedo de sus hijas antes de entrar en coma. «Papá, te amo» le habían dicho sus hijas con una sonrisa en el rostro antes de ser llevadas a la carnicería humana, comandada por los hijos del rey y que, a pesar de su corta edad, se mostraban ya como personas crueles en ese mundo, sin tener compasión de aquellas que eran sus hermanas.

«Le fallé de nuevo» se hirió Bau con el arma que le había arrebatado lo que más amaba años atrás una vez que los hijos de María, Rose y Sina regresaron a la normalidad. En la lejanía pudo observar a su primogénito correr hasta los nuevos descendientes de la sangre de Ymir.

Sí, él haría su trabajo a la perfección. El, su descendiente, y su siguiente hijo. Ellos debían seguir con su dolor hasta que no quedaran más descendientes de Ymir sobre la tierra. Si es que eso podía llegar a ocurrir algún día.

«Adiós, amadas mías» dijo a la nada sus manos, justo antes de caer al suelo, débil y sangrando. Sabía que vendría a continuación la culminación de su vida, y no podía evitar sentirse más que satisfecho.

Solo permaneció su mirada sobre aquel chico que lo observaba con miedo, no con preocupación como un hijo a su padre, aunque él creía que tampoco merecía esa atención.

Al menos, sabía que pronto iba a descansar de todo ese infierno en vida. Al menos sus siguientes generaciones podrían pagar lo que él no hizo.

Cerró los ojos sin esforzarse por querer vivir dejando caer su cuerpo delgado hasta los huesos y sin esperanzas, al como lo hizo Ymir la última vez que la vió con vida. Sintió las fuerzas irse de su cuerpo y por fin sintió una gran paz. Hasta que...

«No la decepciones otra vez» resonó la voz del rey en la mente de Bau.

Abrió sus ojos esperando encontrarse en el mismo lugar en el que pereció, pero lo único que observó fue un lugar completamente diferente a alguno que haya visto en su miserable vida.

Un cielo oscuro y tranquilizante permanecía encima de él, mientras que unos débiles ramas se encontraban hasta un tronco iluminado por los recuerdos de su vida.

A lo lejos observó la silueta de aquella niña inocente y feliz que alguna vez conoció. Ymir caminaba entre las llanuras del lugar, casi arrastrando sus pies hacia aquel magno árbol.

Emocionado y feliz de reencontrarse con ella, Bau corrió hasta donde Ymir estaba, esperando una bienvenida calurosa a ese lugar vacío de sensaciones, pero solo encontrándose con la indiferencia de aquella chica que lo ignoró por completo.

No sabía si habían transcurrido horas, días, meses o años. En cada ocasión que trataba de detener a Ymir, ella lo ignoraba por completo. Quizás era el rencor que le había guardado por no haberla protegido a ella y a sus hijas. Y estaba bien, sabía que se lo merecía. Aún así, decidió estar para ella todos esos años. Mientras ellos continuaran existiendo, los titanes prevalecerán, al igual que sus eternos servidores que siempre los apoyarán.

Mientras este mundo siga existiendo...

ESO SE TERMINA AHORA


Abrió sus ojos al escuchar una voz frente a él. Un chico de mirada brillante y determinaba se posaba al frente suyo tomando con suavidad el cuerpo de Ymir, deteniéndola por primera vez en dos mil años de trabajo sin descanso. Se sorprendió también al sentir su cuerpo abrazado por suavidad por otra persona.

La observó a los ojos notando que él también tenía el cuerpo de niño, aunque sabía perfectamente que ella era una de sus descendientes. Pero no lo comprendía. Solamente hubo varones en su linaje durante todos esos años. Quizás eso fue lo que demeritó que su historia cambiara; que la vida de todos aquellos que estaban en ese lugar terminara por completo.

—Le pondré fin a este mundo. Fundadora Ymir, prestame tu fuerza. —Sostuvo Eren entre sus brazos a aquella rubia—. No eres una esclava, tampoco un dios. Solo eres una humana. No necesitas servir a nadie, tú elige quién quieres ser. Tú eres quien decide quedarse aquí por toda la eternidad —dijo con calma el castaño, mientras los gritos de otro hombre en la lejanía resonaban. Sabía que era el poseedor de la sangre real, por lo que comenzó a sentir miedo, pero la mano cálida de aquella castaña lo hizo calmarse—, o terminarlo todo.

—¡Ymir, obedece mis órdenes! —tembló al escuchar lo cerca que estaba aquel hombre.

—¿Fueron ustedes los que nos trajeron aquí?

—Han esperado por tanto tiempo... Por dos mil años, por alguien...

Después de dos mil años de ser ignorado, Bau lloró junto a Ymir cuando conectaron miradas después de tanto tiempo. Incluso ambos habían olvidado el color de sus ojos.

—Ymir...

—Bau...

Las construcciones de arena que Ymir había creado durante muchos años fueron destruidas con aquel contacto entre los dos fundadores. Ambos niños parecían aterrados, pero la voz de Odelia los ayudó a aceptarlo.

—Pronto ustedes serán libres. Solo esperen un poco más...

Aunque los pasaban desapercibidos, cientos de personas aparecieron en el lugar. Los descendientes de Ymir aparecieron en los caminos.

Eren suavemente se separó de Ymir y con determinación se dirigió hasta aquel árbol luminoso, decidido a romper ese ciclo de odio de una vez por todas.

🌸

¡Hola, ¿cómo se encuentran el día de hoy?! Finalmente hemos completado la incógnita más grande y larga que ha venido a lo largo de la historia y me emociona mucho que estén aquí para leerlo :'D.

Este fue uno de los capítulos más difíciles para escribir para mí desde cómo implementar a Bau en la historia de Ymir, hasta agregar "escenas" de Ymir y Bau como la del hombre que la besó y cuando Bau se suicidó. La verdad es que he cambiado la sección a contenido maduro por este capítulo, así que por eso pedí discreción en el capítulo, aunque no fuera tan explícito ya que mientras ocurrían estas escenas, no quise adentrarme en la descripción de la escena, sino lo que pasaba en la mente de cada personaje. A pesar de ser un capítulo de una historia de ficción, no olvidemos mostrar respeto ante lo que sucede cada día en la vida de personas que sufren de abuso, un tema tan complejo que la verdad sería difícil de tratar aquí. Aún así, ojalá nadie haya pasado por estas situaciones dolorosas y perjudiciales. Vivimos en una sociedad en la que no debemos tratar la violencia, depresión y otros temas a la ligera. Lamento si en este capítulo llegué a mostrar esa sensación, pero créanme que me lo tomo de forma seria y fue realmente difícil de escribir esa situación por la sensibilidad con la que me llego a tomar las situaciones de los personajes en esta historia y otras, es por eso que escribo esto.

Muchas gracias por su apoyo en todo este tiempo. Agradezcoen esta ocasión a Alinder29 y LaTetricaEsa por su apoyo y sugerencias para completar este capítulo C':
Y recuerden que no estamos solos en cualquier situación en la que nos encontremos, siempre podremos encontrar a alguien que nos apoye, jamás debemos permanecer en silencio sufriendo, por más mínimo o inferior que creamos que sea una situación. Jamás permanezcamos en silencio.

Una vez más, muevas gracias por todo y nos vemos en un siguiente capítulo. Cuídense 💗✨

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