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Capítulo 14

—¿Puedo esperar, señora, dado su interés por su bella hija Odelia, que se me conceda el honor de una entrevista privada con ella, en el transcurso de esta misma mañana?

Antes de que Odelia hubiese tenido tiempo de nada más que de sonrojarse por la inesperada sorpresa o que alguien más la ayudara a evitar eso, la señora Baumeister, aliviada de que la proposición llegó, contestó instantáneamente:

—¡Oh, querido! ¡No faltaba más! Estoy segura que mi bella Oda estará encantada y de que no tendrá ningún problema. Vamos todos, dejemos que hablen en privado. —Y recogiendo su labor y alentando a los demás se apresuró a dejarlos solos.

Odelia llamó a su hermana, tratando que la salvara:

—Marie, no te vayas. Te lo ruego, no te vayas. El señor William me disculpará, pero no tiene nada que decirme que no pueda oír todo el mundo. Soy yo la que me voy.

—No seas tonta, Oda. Quédate donde estás. —Al ver que su hija, disgustada y violenta, estaba a punto de marcharse, la señora Baumeister añadió:— Oda, te ordeno que te quedes y que escuches al señor Dok.

Odelia no pudo desobedecer. Pensándolo bien, era mejor dar por terminado todo aquello antes de irse. Tranquila, se volvió a sentar.

—Créame, mi querida señorita Odelia, que si modestia, en vez de perjudicarla, viene a sumarse a sus obras perfecciones. Me habría parecido usted menos adorable si no hubiera mostrado esa pequeña resistencia, pero permítame asegurarle que su madre me dio licencia para esta entrevista. Ya que debe saber cuál es el objetivo de mi discurso, aunque su natural delicadeza la lleve a disimularlo. Casi en el momento en que la vi entrar a la casa de sus venerables padres, la elegí a usted para futura compañera de mi vida; pero antes de expresar mis sentimientos, quizá sea aconsejable que exponga las razones que tengo para casarme y por qué vine al distrito Nedlay con la idea de buscar una esposa, precisamente aquí.

»Las razones que tengo para casarme con alguna mujer de aquí es, primero, que la obligación de un miembro honorable del Culto a las Murallas en circunstancias favorables como las mías es dar ejemplo de matrimonio en su hermandad de su distrito. Segundo, estoy convencido que eso traerá poderosa felicidad a mi vida. Y tercero, es poder crear un lazo entre las dos familias que nos permita evitarnos de peleas por motivos de propiedades, por lo que, al encontrar una esposa entre las hijas de mi pariente lejano, el señor Baumeister, podemos evitar rencores entre la familia por la herencia de la casa, lo cual es lo que menos deseo y que lamento tanto tener que ser yo, quien herede esta casa cuando su padre muera, que deseo que sea nunca o dentro de muchos años que estén llenos de regocijo. Esto es todo en cuanto a mis propósitos. Y esto ha sido el motivo, querida señorita Odelia, y tengo la esperanza de que no me hará desmerecer en su estima. Y ahora ya no me queda más que expresarle, con las más enfática palabras, la fuerza de mi afecto. En lo relativo a su dote, me es absoluto indiferente, y no he de pedirle a su padre nada que yo sepa que no pueda cumplir. Pero, me gustaría entablar una seria conversación acerca de su estadía como una excelente soldado que seguramente es en la Legión de Reconocimiento, el cual es para mis principios, algo que debería dejar una vez que estemos casados, pero no seré exigente y puede usted tener la certeza de que ningún reproche interesado saldrá de mis labios en cuanto estemos casados.

Era absolutamente necesario interrumpirlo de inmediato.

—Va usted demasiado de prisa —apuntó Odelia—. Olvida que no le he contestado. Déjeme que lo haga sin más rodeos. Le agradezco su atención y el honor que su proposición significa, pero no puedo menos que rechazarla.

—Sé de sobra —replicó William con un grave gesto de su mano—, que entre las jóvenes es muy común rechazar las proposiciones del hombre a quien, en el fondo, piensan aceptar, cuando le pide su preferencia por primera vez, y que la negativa se repite una segunda o incluso una tercera vez. Por eso no me descorazona en absoluto lo que acaba de decirme, y espero llevarla al altar dentro de pronto.

—¡Caramba, señor! —exclamó Odelia hastiada—. ¡No sé qué esperanzas le pueden quedar después de mi respuesta! Le aseguro que no soy de esas temerarias mujeres, si es que tales mujeres existen, que arriesgan su felicidad al azar de que las soliciten por segunda vez. Mi negativa es muy enserio. No podría hacerme feliz, y estoy convencida de que yo soy la última mujer del mundo que podría hacerlo feliz a usted.

—Me temo a creer que desea que el rechazo de esta propuesta sea por la sorpresa que suele causar a las mujeres elegantes tales proposiciones, mostrando mi afecto por medio de estas a que aumente más mi cariño por usted.

—Por favor, señor Dok, todos los elogios que me haga serán innecesarios. Déjeme juzgar por mí misma y concédame el honor de creer lo que le digo. Le deseo que consiga ser muy feliz y muy rico, y al rechazar su mano hago todo lo que está a mi alcance para que no sea de otro modo. Al hacerme esta proposición debe estimar satisfecha la delicadeza de sus sentimientos respecto a mi familia, y cuando llegue la hora podrá tomar posesión de la herencia de nuestra casa sin ningún cargo de conciencia. Por lo tanto, dejemos este asunto concluido —mientras terminaba de hablar, se levantó de su silla hacia la salida, pero fue interceptada por las palabras de William cuando volvió a insistir:

—La próxima vez que tenga el honor de hablarle de este tema de nuevo, espero recibir contestación más favorable que la que me ha dado ahora, aunque estoy lejos de creer que es usted cruel conmigo, pues ya sé que es costumbre incorregible entre las damas rechazar la primera vez que se declaran, y puede que me haya dicho todo eso solo para hacer más consistente mi petición como corresponde a la verdadera delicadeza del carácter femenino.

—Realmente, señor —alzó la voz Odelia, ya algo desesperada—, me confunde usted en exceso. Si todo lo que he dicho hasta ahora lo interpreta como un estímulo, no sé de qué manera expresarle mi rechazo para que usted quede completamente convencido.

—Debe dejar que presuma, que su rechazo ha sido solo de boquilla. Las razones que tengo para creerlo, son las siguientes: no creo que mi mano no merezca ser aceptada por usted ni que la proposición que le ofrezco deje de ser altamente apetecible. Mi situación en la vida al igual que mi posición, y mi parentesco con usted son circunstancias importantes en mi favor. Considere, además, que a pesar de sus muchos atractivos, no es seguro que reciba otra proposición de matrimonio. Su fortuna es tan escasa que anulará, por desgracia, los efectos de su belleza y buenas cualidades. Así, pues, como no puedo deducir de todo esto que haya procedido sinceramente al rechazarme, optaré por atribuirlo a su deseo de incrementar mi amor con el suspenso, de acuerdo a la táctica acostumbrada entre las mujeres elegantes.

—Le aseguro a usted, señor, que no me parece nada elegante atormentar a un hombre respetable. Preferiría que me hiciera el cumplido de creerme. Le agradezco una y mil veces el honor que me ha hecho con su proposición, pero me es absolutamente imposible aceptarla. Mis sentimientos, en todos los aspectos, me lo impiden. ¿Se puede hablar más claro? No me considere como a una mujer elegante que pretende torturarlo, sino a un ser racional que dice lo que siente de todo corazón.

—¡Es siempre encantadora! —exclamó él con tosca galantería—. No puedo dudar de que mi posición será aceptada cuando sea sancionada por la autoridad de sus excelentes.

Ante tal empeño de engañarse a sí mismo, Odelia no contestó y se fue al instante sin decir palabra, decidida, en el caso de que William persistiera en considerar sus reiteradas negativas como un frívolo sistema de estímulo, a recurrir a su padre, cuyo rechazo sería formulado de tal modo que resultaría inapelable y cuya actitud, al menos, no podría confundirse con tal afectación y la coquetería de una dama elegante.

La señora Baumeister, quien escuchaba la conversación desde el vestíbulo, entró a paso veloz hacia William, evitando que este se disgustada y prometiendo hablaría con su hija para que cambiara de opinión. Sin darle tiempo a contestar, voló al encuentro con su marido y al entrar de golpe a la biblioteca exclamó alarmada:

—¡Oh, señor Baumeister! Te necesitamos urgentemente. Estamos en un gran problema. Es preciso que vayas y convenzas a Odelia de que se casé con William, pues ella ha jurado que no lo hará, y si no te das prisa, él cambiará de idea y ya no querrá.

—¿Y qué debo hacer yo? Me parece que no tiene remedio.

—Habla con Oda. Dile que quieres que se case con él.

—Dile que baje, oirá mi opinión.

La señora Baumeister tocó la campanilla y Odelia fue llamada al cuarto de trabajo de su padre, donde sus progenitores se reunieron con ella.

—Ven, hija mía —dijo su padre en cuanto la joven entró—. Te he enviado a buscar para un asunto importante. Dicen que William te ha propuesto matrimonio. ¿Es cierto? —Odelia afirmó que sí—. Muy bien, y dicen que lo has rechazado. Ahora vayamos al grano. Tu madre desea que lo aceptes. ¿No es verdad, señora Baumeister?

—Sí, o de lo contrario no la quiero ver más —respondió su esposa.

—Tienes una triste alternativa ante ti, Odelia. Desde hoy en adelante deberás renunciar a uno de tus padres. Tu madre no quiere volver a verte si no te casas con William y yo no quiero volver a verte si te casas con él.

Odelia no pudo hacer más que sonreír ante semejante comienzo, pero la señora Baumeister, quien estaba convencida de que su marido abogaría en favor de aquel arreglo, por lo que se sintió decepcionada.

Habló la señora Baumeister, a pesar de la decepción que se había llevado con su esposo, no aún así se dio por vencida. Tratando de hacer cambiar de opinión a su hija, sin el menor atisbo de cambio de su opinión.

Mientras reinaba en la familia el caos, llegó Charlotte Lucas, quien iría a pasar el día con ellos. Se encontró con Wanda en el vestíbulo y esta corrió hacia ella en voz baja para contarle lo que había pasado. Sin poder decir algo al respecto, también hizo su aparición Orlantha, también deseosa de contarle los hechos. Y en cuanto entraron en el comedor, donde estaba sola ahora la señora Baumeister, ella también empezó a hablarle del tema. Le rogó que tuviese compasión y que intentara convencer que Oda de que cediera los deseos de su madre.

—Te ruego que interceda, querida Charlotte —añadió en todo melancólico—, ya que nadie está de mi parte, me tratan cruelmente, nadie se compadece de mis pobres nervios —Charlotte se ahorró de decir algo, pues la mencionada entraba al lugar acompañada de Marie—. Ahí está —continuó la mujer mayor de todas—. Como si no pasara nada, todos le importamos un bledo. Te voy a advertir una cosa: si se te mete en la cabeza seguir rechazando de esa manera todas las ofertas de matrimonio que te hagan, acabarás siendo una solterona, y no sé quién te va a mantener cuando muera tu padre, lo cual estoy segura que será muy pronto. Y desde ahora te digo que yo no lo haré. Desde hoy he acabado contigo para siempre. Te he dicho antes que no te volveré a dirigir la palabra, y lo que digo, lo cumplo. No le encuentro el gusto de hablar con hijas desagradecidas. Ni con nadie. Las personas como yo que sufrimos de los nervios no somos aficionados a la charla. ¡Nadie sabe lo que sufro! Pero pasa siempre lo mismo. A los que no se quejan, nadie los compadece.

Las hijas Baumeister escucharon en silencio los lamentos de su madre. Dejándola hablar sin que nadie la interrumpiera hasta que William llegó. Al verlo, la señora dejó a las muchachas.

—Ahora les pido que se callen la boca y nos dejen al señor Dok y a mí para que podamos hablar un rato.

Odelia salió en silencio del lugar, Marie y Orlantha la imitaron, pero Wanda no se movió, decida a escuchar todo lo que pudiera. Charlotte, detenida por la cortesía del señor Dok, cuyas preguntas acerca de ella y su familia se sucedían sin interrupción.

—¡Oh, señor Dok! —exclamó con tristeza la señora Baumeister.

—Mi querida señora —respondió él—, ni una palabra más sobre este asunto—. Estoy muy lejos de tener resentimientos por la actitud de su hija —continuó con un acento que denotaba su indignación—. Es deber de todos resignarse por males inevitables y es especialmente para mí, que he tenido la fortuna de verme tan joven en tal elevada posición. Confío en que sabré resignarme. Puede que su hermosa hija, al no querer honrarme con su mano, no haya disminuido mi positiva felicidad. He observado mucho que la resignación nunca es tan perfecta como cuando la dicha encargada comienza a perder nuestra estimación o algo de valor. Espero que usted no supondrá que falto al respeto a su familia, mi querida señora, al retirar mis planes acerca de su hija, sin pedirles a usted y al señor Baumeister que interpongan su autoridad en mi favor. Temo que mi conducta, por haber acortado mi rechazo de labios de su hija y no de ustedes, pueda ser censurable, pero todos solos capaces de cometer errores. Estoy seguro de haber procedido con la mejor intención de este asunto. Mi objetivo era procurarme una compañera, con la debida consideración a las ventajas que ello había de aportar a toda su familia. Si mi proceder ha sido reprochable, ustedes me perdonen.

🌸
Lamento la tardanza, se me fue el tiempo y hasta hace poco cheque la hora. ¿Qué les parece el William?, bien intenso para mí👀 espero que les haya gustado el capítulo y próximamente nos vemos el martes. ♡

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