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Capítulo 4: Dos agentes en el infierno.

Dorian

“El infierno está vacío,
Todos los demonios están aquí”.

William Shakespeare

     Sin duda alguna, esa mujer tiene que ser un demonio que abandonó el infierno. Es imposible que sea tan excéntrica. Las reglas están para ser cumplidas, de lo contrario el mundo fuera un caos total. Aunque claro, ella no parece pensar de esa manera.

    Después de nuestro pequeño desacuerdo, en el que yo elegí quedarme callado por mi propio bien, mis tenientes lograron bajar y trasladar a la morgue el cuerpo de la quinta víctima. Esta vez al menos no ha sido despojado de sus miembros inferiores. Todo ante la atenta mirada de superioridad de la agente especial Stone.

    Suspiro y me lleno de paciencia antes de volver a entrar por las puertas del orfanato Davenport. Esta vez, acompañado de mi irritante colega.

    La antigua casa de estilo victoriano se yergue encima de una pequeña montaña, colindante con el bosque Sparrow. El tejado ni siquiera se alcanza a ver del todo. Las puertas y ventanas están muy desgastadas y la verja de entrada chirrea de forma irritante cuando la abres, avisando a sus inquilinos la presencia de alguien. Me estremezco ante la siniestra sensación que irradia la propiedad.

    —Tal parece que nos está amenazando —comenta la agente Stone a la par que mordisquea una barrita de chocolate negro.

    La observo y hasta me causa gracia su comentario, principalmente porque yo llegué a pensar lo mismo.

    — ¿Está comiendo chocolate? ¿Ahora? —la duda sale de mi boca con un matiz de claro fastidio.

    Ella le da un último mordisco al final de la barrita y tira el envoltorio dentro de su bolso negro. Después me mira sin reparos y con esa sonrisa en sus labios que ya comienza a causarme repelús.

    —Cualquier ocasión es buena para comer chocolate —da dos pasos hacia delante, y abre la verja de hierro oxidado —. ¿Qué es este lugar?

    Sí, claro. ¿Quién soy yo para contradecirla?

    —El refugio de nuestro asesino. El orfanato Davenport.

     Las plantas de enredaderas se han hecho dueñas de casi toda la mansión. Dos enormes e intimidante gárgolas adornan cada lado de la puerta de entrada. La madera marrón oscura ya se está desgastando al punto de ser casi gris, y las ventanas esparcen comején por todos lados.

    La agente Stone vuelve a extraer de su bolso otra chocolatina. ¿Cuántas se ha comido de camino aquí? Frunzo el ceño y niego con la cabeza. Llamo a la puerta y enseguida nos recibe la madre superiora. Aunque nos sonríe, sé de sobra que nuestra presencia aquí la perturba.

    —Buenas tardes, oficial Holland. ¿Qué lo trae de regreso aquí?  

    —Buenas tardes, madre superiora, soy la agente especial del FBI Eleanor Stone y estoy a cargo de la investigación de cinco asesinatos de huérfanos de su orfanato. Necesito pasar para poder hacer mi trabajo —le espeta ella sin tomar ni aire, y, como siempre, una sonrisa tierna utilizada solo para fines perversos.

    La madre superiora suspira y se aparta de la puerta, cediéndonos el paso. Me quedo boquiabierto ante tanta facilidad, porque, en todas estas semanas de investigación, esta mujer nunca nos ha permitido el paso al interior del orfanato con tanta facilidad como ahora.

    «Ser tan directa tiene sus ventajas» pienso.

    —Pueden tomar asiento, llamaré a los niños —murmura esta con frialdad.

    —Oh, no es necesario, solo quiero hacerles unas preguntas a usted y al personal del orfanato.

     La voz de niña pequeña sale de la boca de pato de Eleanor como un rayo, logrando que la madre superiora enrojezca de furia. Coloca su cuerpo recto y toma asiento frente a nosotros.

    — ¿Dónde se encontraba entre las 2 pm y las 5 pm de ayer? —esta vez la pregunta la formulo yo.

    —Aquí, no acostumbro a salir del orfanato, mis hermanas se lo pueden confirmar. ¡Sor Inés, Sor Mar, las necesito aquí!

     Las dos monjas jóvenes enseguida vienen corriendo como dos becerros desquiciados y se detienen justo en el umbral de la puerta del pasillo.

    —Sí, madre superiora, ¿qué necesita? —se obliga a decir una de ellas. Sus ojos grises son muy peculiares.

    Ella niega con la cabeza y les indica que tomen asiento a su lado. Las chicas obedecen como dos perros en celo.

    —Hermanas, ¿dónde se encontraban entre las 2 pm y las 5 pm del día de ayer? —reitera mi pregunta Eleanor, pero las hace callar cuando estas van a responder —. No me lo digan, aquí, ¿verdad?

    Las chicas asienten con la cabeza baja. Una de ellas se rasca con saña un moretón que dibuja su muñeca derecha y su rostro palidece. Sabe algo, pero no lo dirá. Al menos no ante la atenta y amenazante mirada de su superior religiosa.

    Eleanor da varios pasos y sus tacones resuenan en el piso de madera. Se coloca a mi lado y pienso que me dirá algo, pero lo que hace es sacar dos chocolatinas de su bolso y ofrecérselas a las dos monjas. Las chicas las observan por unos segundos, hasta que las aceptan. Esta mujer es increíble, increíblemente excéntrica.

    Un movimiento en la escalera acapara mi atención. Las cortinas rojas que cubren la entrada de la escalera se agitan de manera repentina. Es imposible que haya sido una corriente de aire porque en esa planta solo hay tres ventanas y ni por asomo están cerca de la escalera.

    — ¿Dónde se localiza el padre Niccola? — balbuceo la pregunta al aire. Eleanor me echar un vistazo como si estuviera de acuerdo con mi incógnita.

    Y justo cuando la madre superiora se dispone a responder, Luca y Anica entran al recibidor. Luca corre hacia mí y me abraza, Anica se mantiene alejada acechando con desconfianza a Eleanor.

    —Haz venido —afirma Luca con alegría. Le sonrío y digo que sí con un simple guiño.

    La agente Stone percibe la escena con otra chocolatina en su boca. Dios mío, su obsesión es de grado severo.

     — ¿Quién es ella? — demanda Anica con cierto mosqueo en su rostro.

    Me arrimo a ella y tomo una de sus manos entre las mías, se la acaricio y ella se relaja un poco.

    —Anica, ella es la agente especial del FBI Eleanor Stone —digo en voz alta —. Es de confianza —esto último se lo susurro al oído. Anica sonríe y se acerca a Eleanor.

    — ¿Puedo llamarte Eleanor?

    —Por supuesto. De hecho, lo agradecería. Odio que me llamen jefa o agente, me hace sentir mucho más vieja de lo que soy.

    La adolescente sonríe con amplitud. Ya se la ha ganado y solo han transcurrido dos minutos de conocerse.

    — ¿Qué edad tienes?

La madre superiora se pone de pie y se aleja del lugar, no sin antes ofrecerle una mirada de repugnancia a Anica.

    —Treinta y seis años.

    «Dos años menos que yo»

   —Yo tengo dieciocho, pero todavía no soy mayor de edad —lo dice con pesar.

     Si bien en casi todos los estados de Estados Unidos la mayoría de edad es a partir de los dieciocho, en Alaska no sucede asi. Estos chicos quedan bajo el cuidado del sistema hasta que cumplan veintiún años. A no ser que una familia los adopte.

    Eleanor coloca su mano en el hombro de Anica y le sonríe.

    — ¿Cómo los tratan aquí? —Eleanor frunce el ceño al preguntar.

     Anica suspira y Luca me aprieta la mano con demasiada presión. La chica mira hacia todos lados, evitando que alguien la pueda escuchar.

    —No muy bien. A veces nos encierran en el pozo, o en los armarios. Son lugares oscuros, ¿sabes?

     —Cuando estamos en la oscuridad no comemos, la madre superiora dice que las almas impuras no necesitan alimentarse —esta vez es Luca el que se atreve a hablar.

    Me sorprende escucharlos hablar con Eleanor. A mí de ningún modo me han contado nada de eso. Supongo que no tienen tanta fe en mí como yo creía. Una idea cruza por mi mente.

    — ¿Saben cuál es la habitación de Trini y de Florian? —los chicos asienten —. ¿Podrían llevarnos hasta ellas?

    Vuelven a afirmar y nos guían escaleras arriba. Un largo pasillo repleto de puertas se abre paso ante nosotros. Luca y Anica entran en el interior de una de ellas y Eleanor y yo hacemos lo mismo.

    Al entrar un aire frío choca en mi cara y yo me estremezco. El interior de la habitación está envuelto en total oscuridad, solo una pequeña partícula de luz entra por las ventanas  cubiertas por antiguas y desgastadas cortinas de lana. Un candelabro de acero cuelga sobre nuestras cabezas. Dos pequeñas camas de madera con edredones rojos a cuadros forman parte del mobiliario en conjunto con dos mesillas de noche a juego. Anica enciende la luz de una de las lámparas y Luca abre las cortinas, permitiendo a la claridad abrirse paso al interior.

    Miro hacia Eleanor y sonrío. No sé con exactitud cuántas chocolatinas se ha comido, pero si puedo ver lo mucho que las disfruta. Ella observa todo con curiosidad, como si acabaran de abrirle las puertas del cielo.

    —Esta era la cama de Trini —masculla Anica en voz baja mientras señala la posición de la misma.

     Eleanor se acerca y comienza a rebuscar en ella. Distiende el edredón y deja una horrible sábana amarillenta a la vista.

    —Debe de haber algo que nos indique qué sucedió con la chica —murmura Eleanor entre dientes. Con un ágil movimiento pone sus rodillas en el suelo y examina la parte de debajo de la cama.

    Gruño y niego con la cabeza.

    —Agente Stone, sabe que nada de lo que encuentre aquí nos servirá ante un tribunal. No sin una orden de registro —rebato con los brazos en jarra.

     Eleanor me dedica una mirada rápida acompañada de una sonrisa a la par que continua tanteando el fondo de la cama con una de sus manos.

    «Ella y sus sonrisas»

    —Subjefe Holland, vea que aún no se ha dado cuenta, que soy de las que disfruta llevar la contraria.

     Justo en ese momento se pone de pie, sonriente. Suspira y me muestra el papel que trae en sus manos. Lo tomo y lo examino. Es una nota, de nuestra cuarta víctima a su novio, el quinto cadáver.

    —Es de Trini dirigida a Florian —expongo, aunque no llego a abrirla.

     Eleanor me la arrebata de un rápido movimiento y la abre. Sus ojos marrones me observan con mal humor y mi único instinto es ofrecerle una sonrisa retraída. Sí, ella es todo lo contrario a mí.

    —Mi amado Florian. No aguanto un solo día más en este infierno, por eso he decidido que esta noche nos escaparemos. —lee ella como si estuviera leyendo un cuento —. Ya tengo la mochila lista con algunas pertenencias de ambos. También he robado varias latas de atún de la cocina. Nos vemos esta noche en el bosque. Te amo con todo mí ser, tu Trini.

     —Aún no estamos seguros que el cadáver encontrado en el tejado de la caseta del guardabosque sea Florian — hablo, volviendo a cerrar las cortinas de la ventana.

    —Estoy segura que sí es él.

    La agente Stone guarda la carta en su bolso y sale de la habitación. Yo la sigo y juntos bajamos las escaleras para luego salir totalmente del orfanato. En un momento dado, Eleanor se detiene y levanta su cabeza para observar la cúpula del lugar. Frunce el ceño y luego me mira.

    — ¿Qué sucede?

    —Allí, creo haber visto a alguien, un hombre.

   Desvío mis ojos hasta allí, pero solo veo las cortinas moviéndose. Me encojo de hombros y me burlo de ella con una sonora risotada. Observo su expresión, y, puedo decir que en casi cuatro horas de conocernos, es la primera vez que la veo enojada, o algo similar a eso.

    — ¿Usted es loca las veinticuatro horas del día, o tiene periodos de descanso?

    El brillo travieso de sus ojos ha desaparecido, ahora solo veo aversión.

    — ¿Usted es imbécil siempre, o también descansa? —contraataca ella, dejándome con ganas de reírme todavía más.

   —No, cuando tengo princesas delante me comporto como un caballero.

    El sarcasmo no suele ser lo mío, pero supongo que esta mujer saca lo peor de mí.

   —Mira qué casualidad, a mí me sucede lo mismo, suelo ser encantadora, pero no lo ejerzo con hombres que se creen Dios.

    Mi sonrisa se esfuma de golpe. Maldita mujer.

    —No me creo Dios ni tampoco soy imbécil —rebato, algo dolido, aunque ni siquiera sé por qué.

    Ella suelta una risita sarcástica y acerca su rostro al mío, demasiado.

   —Mira, subjefe Holland…

   —Dorian.

    —Como te llames, haré lo que tenga que hacer para encontrar al asesino, aunque para ello tenga que enfrentarme a ti y a todo el que se interponga en mi camino —declara. Siento su respiración tan cerca de mi boca, que hasta podría besarla de un solo movimiento. Pero no quiero.

   —Me parece genial.

    No puedo negar que esta mujer es una bomba atómica. Piel blanca, cabello extra largo negro que le llega hasta las nalgas, ojos marrones claros que siempre brillan con algún tipo de maldad en ellos. No parece ser una persona feliz, pero si lo oculta muy bien. No lleva anillos en sus dedos y tampoco viste como normalmente lo haría un agente del FBI. Estoy intrigado sobre qué tendrá su espejo para que salga asi vestida a la calle.

    Mientras la analizo, ella se mantiene firme en su lugar, mirándome fijo como si deseara aniquilarme con sus ojos.

   Suspiro.

   — ¿Qué miras? —es lo único que dice.

    Sonrío y mi cuerpo se tensa con violencia.

   —A ti. Tienes unos ojos y una boca muy extraña.

     Acto seguido se aleja por el camino contrario al mío, ignorándome por completo.

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