Capítulo 2: Un grito de angustia.
“Este mundo es una comedia
para quienes piensan, y una
tragedia para quienes sienten”.
Horace Walpole
Dorian
Cuando salgo del orfanato percibo varias miradas clavadas en mi nuca, ansiosas porque mi presencia desapareciera de una buena vez. A pesar de que no he hablado con todos los huérfanos del orfanato, esto convencido de que el asesino se encuentra en ellos y no en una maldita leyenda de carretera.
Cuatro muertos en dos semanas y es imposible que ninguno haya visto u oído nada. En todos mis años de experiencia nunca había visto semejante atrocidad en un crimen. Mismo asesino, mismo modus operandi.
El móvil vibra en el bolsillo del pantalón. Lo tomo y leo el mensaje de texto que acaba de entrar al buzón.
Jefe Holland, debe venir a la morgue. Es urgente.
Forense Hugo.
Genial. Cuando acepté el puesto de subjefe de policía del departamento público de policías de Alaska [Alaska DPS], jamás imagine que mi primer caso fuera un asesino en serie. Solo pensaba en delegar responsabilidades a mis tenientes a cargo, y pasar mis días tranquilos.
Empujo la puerta de acceso a la morgue y me coloco la bata plástica azul que cuelga en el perchero de la entrada. El teniente Russell, mi mejor amigo de toda la vida, me ofrece un par de guantes que enseguida me coloco.
— ¿Qué tenemos? —pregunto al llegar frente al forense y el cuerpo de la víctima.
El forense toma una varilla de metal delgada y la introduce en un orificio en el lateral izquierdo del cadáver. Mide el largo del orificio y después la vuelve a sacar.
—Trini Pacheco, femenina, como pueden observar, dieciocho años. Causa de muerte por estrangulamiento, es probable que con una especie de cordón plástico, por las marcas que presenta en el cuello. Presenta este orificio en el lateral izquierdo, producto de algún ritual de tortura o similar.
Aunque el cadáver se encuentra expuesto de la cintura para arriba, la parte baja se mantiene cubierta con una sábana blanca. El teniente y yo nos miramos horrorizados.
—Eso no es todo —el forense destapa la otra parte del cuerpo de la chica y lo que vemos nos deja atónicos —. No hay piernas. No fueron encontradas en la escena del crimen, solo el torso. Que, por cierto, también presenta en la espalda esta especie de dibujo de una ballena, hecho con algo afilado, un cuchillo o semejante.
— ¿Por qué le harían la imagen de una ballena? — interroga el teniente Russell con el ceño fruncido.
—Los otros tres cuerpos han sido iguales. Todos marcados con la misma imagen de una ballena —respondo de manera automática ante tanto horror.
El forense se retira los guantes y lava sus manos en el fregadero que tiene a su espalda. Luego nos observa con frustración.
—Jefe Holland, en mi opinión esto tiene toda la pinta de ser una secta satánica —masculla Hugo.
No lo niego, pero tampoco lo confirmo.
—Tengo mis dudas. Las sectas satánicas funcionan de otra manera, sus ofrendas tienden a ser la cabeza de la víctima, no lar piernas.
Como quiera que sea, hay alguien ahí afuera que está matando huérfanos. Es mi deber atraparlo y ponerlo tras las rejas. No es ninguna leyenda de críos, es un maldito asesino con cierto fetiche por los menores sin amparo filial. Quizás, la mente maestra de todo esto pensó que nadie buscaría justicia al tratarse de niños desamparados. Y quizás hubiera estado en lo cierto, pero la desaparición de los gemelos Maslác es de crucial importancia para el gobierno. ¿El motivo? No tengo idea. Pero… ¿por qué muestra tanto interés el gobierno con esos niños en específico?
Mis pensamientos son interrumpidos por la vibración del móvil. Sacudo mi cabeza y contesto.
—Diga, teniente —respondo con voz firme —, está bien, iremos enseguida.
Miro al teniente Russell y suspiro.
—Han encontrado pruebas en el bosque Sparrow, las piernas de la chica.
Unos minutos después, aparco la patrulla a diez metros de la entra principal al bosque. El camino está congelado, al igual que el resto de las calles. La temperatura desciende por cada hora que pasa y ya estamos a menos tres grados. Ese es uno de los motivos por lo que la investigación se ha retrasado. Es imposible encontrar pistas concretas en el hielo.
Camino con paso decidido hacia la entrada y me reúno con tres de mis detectives. Todos me miran angustiados.
—Jefe, hemos llamado al forense, pero tardará una hora —me informa el nuevo, ni siquiera me ha dado tiempo de prenderme el nombre.
Asiento con la cabeza y le palmeo el hombro.
—Lo sé, venimos de allí —contesto.
Me paso la mano por la frente y me acerco a la escena que mis subordinados han acordonado con cinta policial amarilla. Pero mis pasos son detenidos por un grito lejano que se escucha en el silencio del bosque. Todos los presentes giramos el cuerpo y prestamos atención para ver de dónde previene.
—Proviene del orfanato, Dorian —me informa mi mejor amigo.
Gruño ante la impotencia de no poder hacer nada. Tengo mis sospechas sobre la madre superiora, pero ningún pequeño habla de ella y tampoco tengo pruebas. De lo que si estoy convencido, es que alguien allá dentro maltrata a los menores. Yo sé lo que eso significa, porque yo también me crié en un orfanato.
A los pocos segundos la tranquilidad del bosque vuelve a interrumpirse por el timbre melódico de un teléfono. Reviro mis ojos y suspiro.
—Les he dicho siempre que pongan los teléfonos en vibración. Cualquier cosa que pueda perturbar la escena del crimen es perjudicial para nosotros —los regaño y el teniente Flynn baja la cabeza, apenado.
Observo el ambiente a mí alrededor. La vegetación es exuberante, toda blanca cubierta de nieve y hielo. Un conjunto de rocas se extiende cerca de un muro de ladrillos de lo que fuera la antigua caseta del guardabosques. La sangre roja rutilante ha manchado parte de ellas y las plantas de su costado. Dos piernas enrolladas en nylon plástico se encuentran encima de las rocas. Es espantoso.
De reojo noto que el teniente Flynn viene apresurado hacia mi posición con el teléfono en las manos.
—Jefe, es Rose, quiere hablar con usted. Dice que lo ha llamado a su teléfono pero no responde.
Tomo el teléfono del teniente y contesto a mi secretaria. Rose Walker, la típica joven americana de cabello oscuro y grandes ojos azules. Muy eficiente, pero también un incordio cuando no puede localizarnos. Eso sin contar que me llama por tonterías, como por ejemplo, elegir el color del papel de los informes. ¿A quién demonios le importa si el informe se redactó en papel verde o blanco?
—Dime, Rose, no tengo tiempo para elegir el papel tapiz de la sala de interrogatorios, asi que te agradecerías que vayas directo al grano. Tengo unas piernas que investigar —mi voz suena borde, pero ese es el objetivo.
Pongo el altavoz para poder escuchar mejor.
—No es eso, listo, ya lo elegí yo la semana pasada. Se trata de otra cosa, hay dos personas aquí esperando por tu grata presencia.
Cubro el altavoz unos segundos y exclamo un “mierda” al aire. Vaya día.
—Dígales que en veinte minutos estoy ahí.
Pongo fin a la llamada con prisa al notar la presencia de una mujer en la escena. La chica de pelo castaño observa todo con horror mientras se lleva una de sus manos a la boca para cubrírsela. Me acerco a ella porque me parece conocida.
—Disculpe, no puede estar aquí —le digo. La chica se da la vuelta y sus ojos marrones se alzan hacia mí y una mueca de incertidumbre se dibuja en su rostro.
— ¿Es el subjefe Dorian, verdad?
Digo que si con un gesto afirmativo y la tomo del brazo para ayudarla a caminar lejos de la escena.
—Mi nombre es Elsie Kennedy, soy la cocinera del orfanato. Nos vimos esta mañana —expresa ella, tendiéndome su mano.
Claro, sabía que la conocía de algo.
—Sí, la recuerdo. ¿Qué hace aquí, señorita Kennedy?
Estoy tratando de mantener la calma para no tratarla mal. No se ese tipo de hombre. Ella se sonroja e intenta ocultar su rostro detrás de sus manos.
—Lamento intervenir de esta manera su trabajo, oficial, pero he venido a hablar con usted de algo muy importante. Conozco cosas de ese orfanato que usted no.
Al escucharla todo mi cuerpo se pone en alerta. Nadie dentro de ese maldito orfanato ha querido colaborar con nosotros, nunca. Y ahora, de la nada, esta chica quiere hacerlo. Me huele muy raro.
—Pues usted dirá, soy todo oído.
Ella toma aire, supongo que no es nada sencillo confesar lo que sea que suceda dentro de ese lugar.
—Verá, yo me crié en ese lugar, también fui huérfana, hasta que un matrimonio me adoptó. Volví al orfanato hace un año, para trabajar de cocinera y asi acercarme a los niños, convertirme en su fuente de confianza y asi, ayudarlos a que su paso por aquí no fuera tan horrible. Pero… la madre superiora no nos permite entablar relaciones con ningún huérfano, ni siquiera nos deja hablar entre nosotros.
— ¿Me está usted diciendo que los obliga a guardar silencio?
Me le quedo mirando fijamente, es una antigua técnica de persuasión para conocer si la persona miente o dice la verdad leyendo su lenguaje corporal. Si parpadea o desvía la mirada, miente.
—No solo eso, la madre superiora tiene preferencia por algunos niños, en cambio con otros es muy cruel. Les inflige castigos horribles como encerrarlos en el pozo, o en los armarios.
El vello de la nuca se me eriza y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. La chica no parece estar mintiendo, porque su mirada se mantiene fija en mis ojos y las lágrimas recorren sus pálidas mejillas.
— ¿Con cuáles? ¿Con cuáles tiene preferencia? —pregunto, tratando de encontrar la manera de que sea un poco más clara.
Sus manos juguetean con mechones de su cabello y su vista se dirige al suelo. De pronto a comenzado a temblar.
— ¡No! ¡No puedo… no puedo contarlo! ¡Debo irme!
Esta tan alterada que sale corriendo por el bosque y antes de que pueda reaccionar para alcanzarla, se escabulle entre los arboles nevados y desaparece tal cual llegó aquí.
Sin mediar palabra alguna, el teniente Russel se acerca a mí y analiza mi expresión.
— ¿Quién era esa chica?
—Elsie Kennedy, la cocinera del orfanato —contesto sin pensar. No debí a ver dicho su nombre, por mucho que Russell sea mi mejor amigo, mi profesión me ha enseñado por las malas que nadie es confiable.
—Menudo cuerpazo.
Russell se sonríe y creo ver que también lame su labio superior. Asiento con la cabeza porque es verdad, la chica es guapa, pero jamás miraría a una mujer con semejante lujuria, no de la manera en que mi amigo lo hace.
Sé lo que es crecer sin padres, pero ni por asomo viví lo que estos niños están viviendo. Nunca me pusieron una mano encima en el orfanato, y mucho menos nos encerraban en un pozo. Aun asi, continuo sin tener nada para atrapar al asesino, ni siquiera sospecho de nadie. La madre superiora Ania, puede ser una maltratadora, pero eso no la hace una asesina en serie.
Necesito la ayuda del FBI, de eso no tengo dudas.
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