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Capítulo 1: La justa y los pecadores.

“El demonio del mal es uno de los instintos primeros del corazón humano”.

Edgar Allan Poe

Luca

Al día siguiente…

     Ah, el orfanato Davenport, lugar desolado y oscuro. Dueño de tu alma y de tus pesadillas. Aquí dentro está prohibido soñar. Tu pasado deja de ser tuyo, ahora le pertenece a ella. Hará de él tu mayor debilidad y luego lo usará en tu contra.

     No bromeo, solo digo la verdad.

     Llevo nueve largos y tormentosos años viviendo aquí, se de lo que hablo. Cuando llegué al orfanato apenas tenía diez años, la cabeza rapada y las manos llenas de pólvora. Ahora tengo diecinueve, el cabello largo hasta los hombros y un crimen a cuestas.

    Mi nombre es Luca Micle y soy natural de Rumanía.

    El día de mi llegada me recibió en la enorme verja de hierro la madre superiora. Vestida con su habitual hábito negro y una sonrisa en sus labios. Tomó mi maleta de mis manos, me agarró del brazo y me indicó donde se encontraba mi habitación. Recuerdo que aquel primer día recorrí sus largos pasillos con entusiasmo. El pabellón A me pareció interesante, con sus grandes ventanales antiguos y más de veinte habitaciones. Con el tiempo comprendí que dentro de sus paredes se escondía el mal.   

     Ania, la madre superiora, nos vigilaba a cada momento. Le gustaba llamarnos pecadores, porque… en este lugar, todos hemos pecado. Para ella no éramos más que un saco de problemas y mierda, mientras ella era la justa, la salvadora.

    ¿Lo peor de todo? Todavía es así.

     Estoy de pie junto al ventanal de la cúpula cuando observo la verja de hierro del exterior abrirse y emitir su característico chirreo. El detective Dorian entra y llama a la puerta. Acto seguido salgo corriendo para recibirlo. Él es el único que intenta ayudarnos a salir de este infierno.

    Mi carrera es detenida cuando choco con el cuerpo de la madre superiora. Esta me lanza una mirada frívola, de esas que indican que me mantenga calladito o habrá consecuencias.

     —Buenos días, oficial, ¿podemos ayudarlo? ¿Ha encontrado a los gemelos? —lo saluda ella sonriendo mientras cierra la puerta detrás de él.

     Dorian la observa, como hace siempre, sus fosas nasales se hinchan y luego introduce su mano en su bolsillo para extraer un bolígrafo.

     —Madre superiora, aún no tenemos nada. Hemos venido a tomarles declaración.

     Me quedo mirando al suelo y casi siento mis mejillas arder. A mi costado siento la presencia de alguien, giro mi cabeza y me encuentro a Anica, la chica por la que he podido soportar tanto tiempo aquí dentro.

     Ella observa la escena con el mismo interés que yo.

      —Es Dorian, sabía que vendría —susurra Anica a mi lado y después me sonríe esperanzada.

      —Pero él no ha podido ayudarnos —me lamento, caminando alrededor de ella.

      Anica me rodea con sus brazos y besa mi frente.

      —Lo hará, confío en él.  

      La madre superiora le indica al detective que tome asiento, que ella llamará a cada huérfano a declarar. Pero ya sabemos que eso no sucederá asi; solo llamará a los favoritos, los intocables, los que ella sabe que nunca dirán nada.

      Por el pasillo lateral derecho llega la señorita Kennedy con Sinclair Reynolds. Ella es la cocinera y él un simple huérfano de diez años. Dorian le indica que se siente frente a él y el pequeño lo hace, temeroso. Anica y yo nos mantenemos alejados, escondidos detrás de las cortinas.

      —Hola, Sinclair, siento tener que preguntarte esto pero… ¿conoces a esta chica? —Dorian le enseña una fotografía y el niño asiente —. Perfecto, ¿cuándo fue la última vez que la viste?

      Sinclair observa a la madre superiora y luego a Dorian.

       —Ayer, salió del orfanato. La vi cuando se escondía de… de la madre superiora —la voz de Sinclair se escucha temblorosa, débil.

       — ¿Iba sola?

      Sinclair asiente una vez más y yo salgo de mi escondite con Anica pisándome los talones.

      —Dorian —digo su nombre como si fuera mi salvador.

      Él gira la cabeza, me mira y sonríe, siempre lo hace. Me dice que le recuerdo a él.

     —Ah, hola, Luca. ¿Tienes algo que decirme?

     Se me forma un nudo en la garganta y Anica sostiene mi mano para que sea valiente y rompa el silencio. Y lo hago.

    —Se llama Trini, la vi ayer en la noche. Se escabullía hacia el bosque, sola. Vestía una blusa verde limón y unos vaqueros azules muy viejos. Es… la novia de Florian.

     No estoy seguro de que esto último sea importante, pero igual lo dije. La madre superiora me mira con odio y sé que me espera el peor castigo del mundo. Anica le devuelve la mirada, porque ella si se atreve a desafiarla.  

     —Muchas gracias, Luca —Dorian se pone de pie y cierra su agenda con un sonoro golpe —. Madre superiora, ¿Dónde puedo encontrar a Florian?

     Ella hace un gesto de negación.

      —No tengo idea, oficial. Hace días que no sabemos nada de él. Sospechamos que se ha escapado con Trini, ya sabe cómo son estos jóvenes.

      Dorian la mira con desdén y camina hacia la puerta con el resto de los oficiales detrás de él.

      —Mañana debe llegar al pueblo un agente del FBI, nos ayudará en la investigación. No podemos permitir que otro huérfano desaparezca o acabe asesinado como el resto.

     Lo cierto es que nos están matando. En solo dos semanas han asesinado a tres de nosotros. Nunca hemos estado a salvo en este lugar, pero ahora es distinto.

     — ¿No tienen ningún sospechoso, Dorian? —pregunta Anica con un hilo de voz.

      La confianza que Dorian nos ha dado, nos ha permitido llamarlo por su nombre y no “oficial”.

      —No, no tenemos ningún sospechoso. El que sea que ha estado asesinando niños es muy inteligente, lo suficiente para no dejar ninguna pista. Pero lo atraparemos, eso es seguro.

      El rostro de la madre superiora se vuelve pálido, aprieta sus puños por encima de su pecho y nos mira tan penetrante, que casi puedo ver sus pupilas dilatadas. Dorian se escabulle por la puerta junto con sus oficiales y nos deja solos en el salón.

      Cuando la verja vuelve a sonar, y la presencia de la policía se aleja del orfanato, la madre superiora nos agarra del pelo a ambos y nos guía por el largo pasillo del recibidor.

       —Ahora pagarán su intromisión. Les he dicho que los demonios no hablan, solo observan —susurra en nuestros rostros, escupiendo saliva en cada palabra.

       Anica tiene la cara roja y algunas lágrimas corren por sus mejillas. Su pelo rubio está despeinado y le tiemblan los labios. Yo trato de calmarme por ella. La madre superiora nos mete dentro del armario de su habitación.

      Aquí dentro es muy oscuro y reina un silencio tenebroso. Tengo miedo, pero procuro no demostrarlo por Anica. Tomo su mano y la beso con suavidad. Ella jadea producto del llanto y se abraza a mi cuello.

      —No llores, saldremos de aquí, te lo prometo —le digo para calmarla. Al menos ha dejado de temblar un poco.

     Ella me observa y sus ojos verdes se iluminan con la oscuridad. No sonríe, más bien niega con la cabeza en un impulso de desesperanza.

      —No puedes prometerme eso, jamás saldremos de aquí.

      En mi mente se registra el momento exacto en el que nuestros mejores amigos, los gemelos Maslác, desparecieron del orfanato sin dejar rastro alguno. Hemos perdido a varios, pero las perdidas más dolorosas son ellos, sin duda.  

     No quiero que a Anica y a mí nos suceda lo mismo.

     No quiero morir ni verla morir a ella.

     En mis labios se dibuja una sonrisa forzada y la alejo un poco para observarla mejor.

     —Lo haremos, Dorian nos sacará —aseguro, a pesar de que ahora mismo tengo mis dudas.

     Llegados a este punto, creo que nadie nos puede salvar.

      El armario huele a humedad y algunas manchas amarillas adornan sus puertas en el interior. La primera vez que Ania nos había encerrado aquí, gritamos como dos locos tratando de sobrevivir, pero con el paso del tiempo aprendimos que de nada servía malgastar la voz si el monstruo no se iba a detener. Aquí todo el mundo sabe lo que sucede, pero nadie se atreve a hablar.

     Quiero creer que hay otra vida más allá de las paredes de este orfanato. Quiero creer que los gemelos Katarina y Dragan han logrado escapar y ahora viven en un lugar más bonito, más agradable.

     Me niego a pensar que esta será toda nuestra vida.

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