Once.
Ayami se puso la remera dentro del pantalón deportivo y se frotó las manos con una mueca de dolor en su rostro al mismo tiempo que Taiga se acercaba a ella. Ni siquiera se miraron y mucho menos dijeron algo. Ayami puso sus manos en el suelo y dio impulso con las puntas de sus pies. Le llevó un rato encontrar un buen equilibrio para que no correr tanto riesgo de caerse.
La cancha de fútbol de Seirin era amplia, y Ayami lo supo muy bien cuando apenas llevaba la mitad de la primera vuelta. Se puso de pie y miró hacia todos lados, buscando a Riko. Ella no estaba ahí y probablemente no se enteraría si Ayami no cumplía con las 10 vueltas. Vio a Taiga y se fijó en que éste tenía problemas con el balance del peso de su cuerpo, apenas había avanzado unos pocos metros.
—Empuja los hombros más hacia los oídos, más derecho, ponte más derecho y estira las piernas.
Taiga dejó de estar de manos y miró a Ayami, sorprendiéndose de lo lejos que ésta había llegado. No le respondió porque todavía estaba enojado, así que volvió a lo suyo y se debatió entre tomar sus consejos o no.
Ayami también volvió a caminar de manos, dándose cuenta de que no estaba tan oxidada como ella pensaba. Las clases de krav maga estaban haciendo lo suyo. Después de un rato, entre seguir caminando sobre sus manos y sentándose de cuclillas en el suelo para descansar, por fin completó la primera vuelta; estaba sudando y tenía las manos un poco quemadas gracias a que la cancha estaba a todo sol y Riko no había tenido la consideración de darles guantes o algo para protegerse las manos.
Vio que Taiga tenía problemas para mantener sus piernas derechas pero al menos sus hombros estaban bien.
☠
Ya había terminado el entrenamiento de básquet cuando Ayami por fin iba en su octava vuelta, mientras que Taiga batallaba con la quinta. Las tres veces que Ayami había sobrepasado a Taiga no se dijeron ni una sola palabra, pero Taiga siempre suspiraba con frustración y emitía un ahogado "tch".
Tenía las manos rojísimas y le dolía todo el cuerpo. Pensó que el día de mañana no podría tomar apuntes, y mucho menos podría completar los deberes que la profesora de Lenguaje había dado.
—Nosotros nos iremos a casa —dijo Riko, acomodándose su bolso—, más vale que ustedes cumplan con las 10 vueltas.
—Sí, entrenadora~ —respondió Ayami.
—Está bien —asintió Taiga, tratando de avanzar otro poco.
Los demás del equipo les dedicaron miradas de terror a Riko y les desearon suerte a Taiga y Ayami.
Por suerte el sol ya se estaba escondiendo y el suelo ya no estaba tan caliente, pero Ayami sabía que sus manos ya estaban quemadas y seguramente no tardarían en salirle horribles y dolorosas ampollas. La entrenadora de Seirin era horriblemente cruel.
Terminó las 10 vueltas y se tiró al suelo. Ayami no recordaba haber sentido tanto cansancio físico en su vida. Estaba mareada y segura de que tenía la cabeza como un tomate maduro. Se sacó la remera del pantalón y la acomodó un poco. Agradecida por poder caminar sobre sus pies nuevamente, fue dónde su bolso y gimió con dolor cuando se dio cuenta de que le costaba levantarlo tanto como si fuera un saco de 5 kilos de papas. Se colgó el bolso en el hombro y miró que Taiga seguía intentando tener un balance perfecto, el chico maldecía de vez en cuando.
Ayami se fue de la cancha sin decir ni una palabra, bajo la atenta e indignada mirada del pelirrojo.
Taiga sabía que todavía quedaban pocos alumnos en Seirin, así que no se sorprendió de que poco tiempo después se escucharan pasos, pero sí se sorprendió de ver a Ayami volviendo con dos botellas de agua en sus adoloridas manos. Toda la rabia que Taiga sentía se difuminó por completo. Ayami dejó las botellas y su bolso en el suelo y se acercó a él.
—Vamos, te ayudaré a mantener el equilibrio.
Taiga volvió a intentarlo, con una mueca de dolor en su rostro. Esta vez fue mucho más fácil completar la vuelta, porque cada vez que sus piernas se iban hacia un lado, Ayami las ponía derechas. Taiga quiso hablar, pero pensó que lo mejor era ocupar sus energías en la tarea que le había dado la entrenadora.
Cuando terminaron, Taiga se sentó en el suelo con sus piernas completamente extendidas y Ayami fue a buscar las botellas de agua. La botella que Ayami le dio estaba helada, y Taiga la presionó contra sus maltratadas manos mientras se aguantaba quejidos.
—¿Cómo es que eres tan buena? —preguntó él luego de tomar un gran trago de agua.
—Practicaba gimnasia cuando era pequeña —respondió con tono inseguro—. Era muy buena, supongo que aún queda un poco de eso. ¿Memoria corporal, quizás? Creo que todavía sé cómo dar volteretas.
—Woah... —Taiga asintió lentamente— Gracias por los consejos de hace un rato... y por traer agua y ayudarme... ya sabes.
Ayami dudaba entre si el rostro de Taiga tenía ese rojo tan intenso porque estuvo mucho tiempo de cabeza o por lo que acababa de decir.
—Sólo es trabajo en equipo. —Taiga le miró y Ayami sonrió un poco— Vamos, se hace tarde —Ayami extendió su mano en dirección a Taiga, quién la tomó.
—Tengo tanta hambre... —se quejó el pelirrojo en cuanto salieron de Seirin.
—¿Maji burger? —propuso Ayami con un poco de timidez.
—Claro.
Mientras se dirigían al local de comida rápida, Ayami se decidió a tocar el tema que los había hecho pelear.
—Ya no seguirás jugando como un bruto, ¿verdad?
Taiga hizo una mueca extraña que Ayami no supo interpretar, así que esperó a la comunicación verbal.
—Yo... perdón por eso. Pero... quiero seguir jugando individualmente. ¡Para hacerme más fuerte! —gritó, antes de que Ayami replicara—. Siempre dependo de los demás...
—Lamento ponerme muy susceptible con este tema pero... es por Aomine y todo lo que pasó en Teiko. —Ayami dejó de caminar, porque el pensar mucho para poder expresarse bien y seguir su camino hacia Maji Burger eran dos acciones que no podía hacer juntas— Seirin es un buen equipo, con buenos jugadores. Eres un buen jugador. No quiero que... no quiero que termines siendo como él.
Ayami corrió para quitarle el balón a Aomine, pero no pudo. El chico encestó y quedó colgado en la canasta, para luego soltarse y removerle los cabellos a la pelinaranja con rudeza. Aomine hacía eso con tanta frecuencia y fuerza que Ayami temía quedarse calva.
—¡Mo~, Daiki! —chilló Ayami sacándose la mano de Aomine de la cabeza— ¡No es justo, yo iba ganando!
—Es un partido. Puedes empezar perdiendo y luego ganar, o ir ganando y luego perder. No seas infantil —recriminó Shintaro, que esta fuera de la cancha y con el peluche de un perro en la mano, su objeto de la suerte del día.
—¡Tú cállate!
☠
Aomine y Ayami siempre se separaban de los demás en la estación del tren, tomaban el mismo camino, caminaban 3 cuadras más y luego se separaban, aunque de vez en cuando hacían una parada y compraban comida.
—Es tu turno de pagar, gané yo hoy, ¿recuerdas? —se mofó el peliazul en la cara de Ayami.
—Imbécil —susurró dirigiéndose hacia la cajera para pagar las hamburguesas que Aomine había tomado—. Me dejarás en banca rota.
—Ah, ¿tú no tomarás nada? —preguntó Aomine al ver que Ayami no había comprado nada para ella.
—Satsuki me mataría si ingiero algo como esto luego de las 7pm —murmuró mirando hacia otro lado, tratando de evitar el tema de su peso.
—Oh... Bueno, Satsuki no está aquí.
Aomine le sacó el envoltorio a una hamburguesa y la encajó en la boca de Ayami, quién chilló.
—¡¿Qué haces?! —gritó.
—Alimentarte —Aomine pasó su brazo por los hombros de Ayami, la atrajo hacia su cuerpo y le refregó los nudillos en la cabeza.
—¡Suéltame! ¡Dueeele! —se quejó pataleando, pero Aomine tenía mucha más fuerza y no podía zafarse.
Hasta que por fin, el moreno soltó a Ayami, que se tambaleó y le propinó un buen golpe en la espalda a su amigo, haciendo que éste se quejase.
☠
—¡Daiki~! ¿Jugamos? —Ayami sostenía un balón entre sus manos y estaba parada frente a Aomine, que la miró con desinterés.
—No.
—¿Eh? ¿Por qué? —en el rostro de Ayami se formó una sonrisita maliciosa— Acaso, ¿temes perder contra mí?
—No seas tonta, Orenjibaku —la sonrisa de Ayami se esfumó por completo al escuchar su apellido salir de la boca del chico, ¿por qué la estaba llamando así?—. El único que puede vencerme, soy yo.
☠
—¡Daiki...! ¡Espérame! —Ayami corrió detrás del nombrado, chocando con las personas que por ahí pasaban, estaba cansada y no podía manejar bien su cuerpo.
—¿Qué es lo que quieres ahora?
—¡Irnos a casa juntos, como siempre! ¿No es obvio?
—Ya no lo es. Me voy solo de ahora en adelante.
Ayami se plantó delante de Aomine.
—¿Qué es lo que te pasa, Daiki? Últimamente estás distante, ya no quieres jugar conmigo y faltas a todas las prácticas.
—Los últimos 13 juegos que hemos tenido te he ganado, ya no es cómo antes, me volví mucho más fuerte que tú y que cualquiera, ya no tiene gracia. ¿Para qué ir a las prácticas? Ya soy lo suficientemente bueno como para derrotar a cualquiera.
Ayami se dio cuenta de que era realmente serio como para que Aomine se diera el tiempo de conectar sus neuronas y enumerar el número de veces que ella había perdido contra él.
—Pero... Daiki...
—Déjame, Orenjibaku. Eres molestosa, quizás por eso hasta Akashi se está alejando de ti. Estorbo.
Todo rastro de querer reconciliarse con Daiki se esfumó de un segundo a otro.
—Seijuro-kun no... ¡¿Qué dices?! ¡Tú no sabes los problemas que he tenido con él, no tienes el maldito derecho de hablar sobre eso! ¡Tampoco tienes el derecho de llamarme así!
—¡No me grites y hazte a un lado, Orenjibaku! —Aomine empujó por el hombro a Ayami, la chica se tambaleó, pero no se cayó.
Se quedó ahí. Aomine empezó a avanzar, pero la chica de cabellos naranjas no se movió. Tal vez, Aomine tenía razón.
Ayami miró a Taiga manteniendo a sus labios apretados, tratando de alejar esos recuerdos de su mente para que su mandíbula no se pusiera a temblar.
—No voy a terminar siendo como él, en serio —prometió Taiga, y llevó sus manos a los hombros de Ayami—. Sólo quiero mejorar individualmente.
—No te separes mucho del equipo, y no dejes de asistir a los entrenamientos.
—¿Bromeas? La entrenadora me mataría.
Ayami sonrió un poco y reanudó el paso hacia Maji Burger.
—Sí...
Llegaron al local de comida rápida, y como siempre, Taiga pidió una cantidad exorbitante de hamburguesas, junto con soda, mientras que Ayami pidió tres hamburguesas con doble queso y un batido de fresa.
Cuando Ayami estaba desenvolviendo tranquilamente su segunda hamburguesa, Taiga ya había consumido la mitad de las suyas.
—Chico, cálmate —rió ella, arrugando el envoltorio amarillo—. No van a desaparecer.
—Deno ambe —habló con la boca llena a más no poder.
Ayami fingió que le entendió.
—Ya...
Cuatro hamburguesas después, Taiga comenzó a comer como un ser humano decente y con modales.
Ambos salieron de Maji Burger satisfechos. No habían hablado casi nada durante la comida, haciéndolo un poco incómodo.
—Voy a confiar en lo que dijiste hace un rato, y que sólo estás tratando de mejorar como jugador individual en el básquet, Taiga. —El pelirrojo asintió— Bueno, voy al subterráneo. Nos vemos mañana, creo.
Ayami dio vuelta sobre sus talones y dos pasos hacia adelante, pero Taiga la detuvo.
—Y-yo... a-ah...
La gran mano del chico se había posicionado sobre uno de los hombros de Ayami, y apretaba con la fuerza de quién está demasiado nervioso como para controlar sus acciones. La piel bronceada de Taiga se había puesto rojísima y él parecía a punto de colapsar.
—Hasta mañana —reforzó Ayami, soltándose del agarre de Taiga con facilidad, a pesar de que éste no parecía querer dejarla ir.
Tenía miedo de lo que él pudiera hacer o decir. No soportaría una confesión de su parte, ni tampoco que intentara algo como un beso.
Debiste salir del club de básquet cuando se te dio la oportunidad.
—No. O sea... sí, n-nos veremos mañana, pero...
—Pero nada. Adiós —dijo con seriedad y mirándolo fijamente, indicando que cualquier otra cosa que intentara, terminaría mal.
Al final, Ayami se fue caminando con rapidez, y Taiga quedó mirándola mientras ella desaparecía por las escaleras que daban al subterráneo.
Cuando la pelinaranja tomaba el metro, un dolor intenso de cabeza la invadió. Su ojo izquierdo empezó a latir y pareció conectarse con su dolor de cabeza.
El cansancio físico y mental también le estaban pasando la cuenta.
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