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Cinco.

—Prácticamente te le declaraste, Kagami-kun —dijo Tetsuya, pronunciando calmadamente y con cuidado—. Esa es la razón por la cual Ayami-san se comporta así de raro contigo.

Kagami quedó congelado ante las palabras del más bajo, ¿qué el qué?

Estaban de camino al primer partido que debían jugar y Kagami le contaba a Kuroko lo que había pasado hace 2 días atrás y el raro comportamiento de Ayami. A pesar de la pobre explicación de Kagami (palabras simples y frases poco elaboradas), Tetsuya pudo entender y dar su veredicto.

—¡Im-imposible! —chilló, llamando la atención de sus compañeros de equipo, que giraron en su dirección, pero al ver que solo estaba hablando con Tetsuya, siguieron ignorándole—. Imposible —repitió en un tono de voz mucho más bajo.

—Quizás ella te dejó de hablar porque aún siente cosas por él —pensó el chico de cabello celeste en voz alta.

—¿De qué hablas? ¡Oye, Kuroko! —Kagami zamarreó a su amigo con fuerza, esperando una respuesta.

—¿Lo ves? Te declaraste a Ayami-san, ella te gusta —afirmó.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —contratacó el pelirrojo.

—Porque observo a la gente y sé las cosas que sienten —medio mintió.

Pero Kagami no se dio cuenta, pues estaba muy nervioso por cubrir sus obvios sentimientos hacia Ayami. Una chica le ganaba en un partido de baloncesto y ya se volvía loco por ella.

Tenía ganas de golpearse por ser una persona de sentimientos tan simples.


—¿Sabías que es ilegal que los menores de edad fumen?

Ayami tiró su cigarro a medio fumar al aire, asustada. Y luego escuchó una risa. Kise Ryouta.

—¿Cómo sabías que estaba acá?

—Sólo pasaba —respondió el rubio sentándose al lado de la chica.

La pelinaranja le observó sin creerle ni por un segundo. Tokyo era gigante, prácticamente había que rezar para encontrarte de casualidad con un conocido, sobretodo si ese conocido vivía tan lejos.

A pesar de que Ayami le miró con cara de "no te creo nada", Ryouta siguió como si no tuviera nada que ocultar. Se veía muy relajado.

Ayami volvió a recoger su cigarro del suelo y miró el filtro: no estaba sucio. En su vida se había echado cosas peores a la boca y no pensaba perder ese cigarro. Le dio una calada ante la mirada de Ryouta, quién tuvo ganas de tomar el pitillo y lanzarlo lejos.

El rubio decidió ignorar el humo que salía por la boca de la chica y comenzó a hablar.

—Ayamicchi, lo siento. No debí comportarme como un novio celoso.

Ryouta miró a Ayami, pero ésta estaba un poco sonrojada mirando el cigarro a medio fumar y con sus labios en una línea recta, se notaba a kilómetros que estaba incómoda.

—¿No vas a responderme nada?

—N-No sé qué decirte, Ki-chan —reconoció en un débil murmuro. Golpeó suavemente el filtro del cigarro contra el borde de la banca, sacudiendo la ceniza.

—Pero... yo, ¿te gusto?

—¡No preguntes cosas tan vergonzosas, Ki-chan!—levantó su vista hacia el nombrado, al segundo después arrepintiéndose. Volvió sus ojos al cigarro.

—Responde.

—Si-Siempre me atrajiste... un poquito. P-Pero... tú tienes a un montón de chicas a la siga tuya, chicas modelos, cómo tú. Y yo... bueno, yo soy yo. Es tonto.

Ryouta carcajeó, pero Ayami no le vio nada de gracioso.

—¿En serio crees que sigo siendo una persona tan superficial, Ayamicchi?

—Sí, lo siento... supongo.

Kise pasó uno de sus brazos por los hombros de Ayami y se acercó a ella a tal punto que pudo saber qué marca de dentífrico usaba, y pudo haberlo sabido de no ser porque el olor a cigarro estaba en la boca de la fémina. La pelinaranja quedó petrificada e inmediatamente sus mejillas se tiñeron de un fuerte color carmín. Ryouta sonrió y acarició los labios de Ayami con los suyos, de forma lenta, pero no fue más que un beso de labios, nada de lengua. Se separó de la chica y rozó su nariz con la de ella.

—Tendrás que disculparme ahora —murmuró Ryouta, dejando de lado su voz algo aguda que solía usar—. Pero como ya sabes que me gustas... y como sé que yo te atraigo... un poquito, te besaré cada vez que tenga oportunidad.

Trató de besarla de nuevo, pero Ayami se alejó de un salto y puso el cigarro entre sus labios, como si eso impidiera que recibiera algún beso. Ryouta le quedó mirando extrañado y un poco enfadado.

—Esto es raro... ¿eres así con todas?

La mandíbula del basquetbolista pareció desecajarse. Ayami se riñó en su interior.

  —¿Qué?

—Lo siento, es que... siento que esto está mal, de alguna forma u otra. Nosotros —se apuntó a ella y después apuntó a Ryouta—... no. Nosotros no.

No se había sacado el cigarro de la boca, por lo tanto no pronunciaba bien las palabras, pero de todas formas Kise le había entendido a la perfección y jamás en su vida se había sentido tan rechazado. 

—¿Por qué está mal? Yo te atraigo, tú me atraes...

El tono de voz del rubio había dejado de ser tan amigable como acostumbraba. Le estaba pidiendo explicaciones.

Ahí estaba, la doble cara de Kise Ryouta. Incluso los ojos del chico se hicieron más filosos, intentando clavarse de alguna forma en Ayami y sacarle una respuesta coherente del por qué le acababa de rechazar.

Ella le miró apenada. No acostubraba a comportarse así, sin embargo el estar tanto tiempo con personas que se supone había dejado en su pasado le confundía. No tenía ni idea de cómo reaccionar.

—Hablemos mañana.

El olor a cigarro siguió ahí, aún después de que Ayami se fuera. 


Kuroko se sentó en la banca, estaba con su equipo, Seirin, cambiándose de ropa. Ya había terminado el partido contra Otosan, y Seirin había salido victorioso. Miró a Kagami, que hablaba con los sempai distraídamente y sin preocuparse de mucho sobre lo que pasaba a su alrededor. Kuroko volteó al suelo, ¿cuándo fue que había comenzado a sentir algo más que amistad hacia Orenjibaku Ayami?

¿En Teiko?

—¿Eh? ¿Qué pasa, Kuroko? —preguntó un chico mayor de estatura que el peliazul, y lo empujó.

Tetsuya odiaba la violencia, no respondió y se resignó a la paliza que le esperaba. Siempre había sido pasado a llevar por los demás, su baja estatura y falta de presencia provocaba eso. Cuando lo veían —muy rara vez— no hacían más que burlarse de él.

El matón rió con burla y volvió a empujar a Tetsuya.

—¿Se puede saber qué problema tienes con Tetsu? —habló una voz gruesa.

Aomine Daiki miraba fulminante al chico, y a su lado, con una estatura mucho más baja y amenazante, Orenjibaku Ayami.

—¿Y-Yo? —tartamudeó el aludido— N-Ninguno, sólo pasaba por aquí —respondió nervioso, el porte y la mirada de Aomine le provocaba temor.

—Pues lárgate, no tienes nada más que hacer —escupió la pelinaranja.

El matón asintió rápidamente, más por temor a Aomine, y se largó.

—Gente idiota —bufó el de piel oscura—. Chicos, yo me largo. Satsuki estará furiosa si me atraso más tiempo. Adiós.

El trío de amigos se despidió con las manos, quedando ahora sólo Ayami y Tetsuya.

—¡Auch! —Ayami acababa de golpear a Tetsuya en la nuca— ¿Por qué fue eso?

—¡Tetsu-chan! No siempre llegarán personas a defenderte, hazte respetar tú solito. Ya sabes, no quiero que un día llegues al entrenamiento con un ojo morado y los chillidos incontrolables de Satsuki exigiendo saber quién te hizo eso. —Ayami hizo una pausa— Antes a mí siempre me molestaban, por diversas cosas, ¿y sabes qué hice?

—¿Qué hiciste, Ayami-san?

—Les rompí la cara contra la mesa de la profesora. Valió una expulsión, pero nunca más me molestaron —respondió, orgullosa de sí misma—. Nunca fui muy fuerte, pero créeme, tomas del pelo a alguien y lo azotas contra una mesa o muralla y listo, «you are the winner».

Tetsuya creía todo lo que Ayami decía, eso era un indicio, aunque bueno, Ayami le sonrió de tal forma que le fue imposible si quiera pensar que romperle la cara a alguien contra una mesa no era lo peor que la chica había hecho. Pero jamás se dio cuenta en ese entonces.

—No me gusta la violencia.

—Entonces yo la cometeré por ti —solucionó, fácilmente.

Tetsuya no pudo evitar reír.

Ayami se puso en puntitas y abrazó a Kuroko por los hombros, sorprendiendo al chico.

—Tetsu-chan, tú siempre eres muy bueno conmigo. No dejaré que te hagan daño.

Tetsuya correspondió el abrazo, rodeando la cintura de Ayami y apegando sus cuerpos, hace tiempo que alguien no se preocupaba tanto por él.

«Yo tampoco dejaré que te dañen, Ayami-san».


Pero lo permitió, dejó que Akashi la dañara como nunca nadie antes lo había hecho, y se sentía culpable por eso. Recordó la cara arrogante del pelirrojo y no pudo evitar apretar sus puños, enojado.

Incluso esa vez en Teiko, aunque estuviera destrozada, Ayami le había protegido. Y hace no mucho tiempo, en la cancha con los matones, ella también le había protegido.

—Eh, Kuroko-kun, ¿estás bien? —preguntó la entrenadora.

Riko se fijó en que Tetsuya se había quedado con la mirada pegada al suelo, sin mover un solo músculo.

—Estoy bien. No pasa nada... absolutamente nada.

«No perderé, Kagami-kun. Sé que a ti también te gusta Ayami-san, pero esta vez sí que no perderé».

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