3. Depende de nosotros
El hombre de abrigo negro los tenía suspendidos en el aire, entre trozos de roca, troncos y lluvia; sin poder controlar el flote de sus cuerpos. Por más que aletearan y patalearan, no lograban desplazarse por el aire.
—Por favor, entréguenme el Orbe de la Realidad o se los tendré que quitar a la fuerza —insistía el sujeto.
Sabrina miró la esfera en su mano intuyendo que se refería a ella. ¿Qué podría tener de importante?
—¿Para qué lo quieres? —preguntó Cristóbal.
—Eso no les importa. Solo entréguenmelo.
—Sabrina, no lo hagas.
—Entonces no me dejan opción.
El tipo de negro alzó su mano a la altura de sus hombros. Sabrina hizo lo mismo, pero contra su voluntad. El Orbe parecía tener vida propia, estaba siendo atraído hacia el sujeto, pero Sabrina no iba a dejarlo ir.
—Suéltalo —el hombre estaba dispuesto a arrebatárselo.
Por un momento, Aurora trató de comprender porqué el sujeto se refería a la esfera como el Orbe de la Realidad. Cuando su amiga estaba a punto de soltarlo, cerró sus ojos, pensó "el viento nos sacará de aquí" y una fuerte ráfaga los hizo volar hacia un costado para caer sobre un montón de hojas y ramas en el suelo. Los tres se reincorporaron y Aurora de inmediato les dijo su descubrimiento:
—Ese Orbe hace que los sueños se parezcan a la realidad.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Sabrina.
—Cuando estamos cerca de él, podemos controlar los elementos del sueño que provienen de la realidad.
—¿O sea que por eso Sabrina fue recuperándose mientras nos acercábamos a la esfera? —dedujo Cristóbal.
—Es lo más seguro.
—Entonces ese sujeto no puede quedarse con ella.
Sabrina miró a su espalda buscando dónde pudo haber caído el Orbe y lo encontró a varios metros entre unos árboles. Cuando corrió a buscarlo y lo iba a tomar, éste volvió a elevarse y volar en dirección al tipo de negro, pero antes de que llegara a él, Aurora movió su brazo frente a ella haciendo que el viento soplara y desviara el Orbe. Cuando volvió a caer al suelo, Cristóbal fue a buscarlo y lo mantuvo lo más protegido posible. Aurora, mientras tanto, estaba creando un remolino de tierra y hojas en torno al sujeto de negro para distraerlo, y él sólo se cubría el rostro con sus brazos.
—Necesitarás algo más que viento si piensas detenerme, jovencita. ¡Niños, quítenselo!
—¿Niños? —preguntó Sabrina.
Sí, niños, que no superaban los diez años. Se abalanzaron contra ellos inmovilizándolos y cada uno debía lidiar con al menos cuatro que les agarraban las piernas y los brazos. Aurora no podía moverse por la enorme fuerza, impropia para su edad, que ejercían los niños en sus extremidades. A Sabrina la tenían en el suelo y Cristóbal mantenía el Orbe alzado, tratando de que, por estatura, los pequeños no pudieran alcanzarlo, pero de todos modos se las ingeniaron para escalar por su brazo. Cuando estuvieron a poco de arrebatarle el Orbe a Cristóbal, la lluvia que caía se volvió ácida, las gotas quemaron a todos por igual y los niños se dispersaron tras un quejido de dolor. Cristóbal aprovechó el momento para llamar a sus compañeras.
—¡Por aquí!
Orbe en mano, echó a correr por el bosque seguido de Aurora y Sabrina.
—¿Fuiste tú el que hizo la lluvia ácida? —preguntó Aurora a Cristóbal mientras corrían.
—Fui yo —aclaró Sabrina que iba detrás de ella.
—¿En serio? Pues bien hecho —felicitó Cristóbal—, pero para la otra trata de atacar con algo que no nos afecte a nosotros también.
—No es tan fácil pensar rápido algo que ocurra en la realidad.
—¡Cuidado!
Aurora alertó a todos de que un niño, vestido de armadura de caballero medieval, se les había interpuesto en el camino y los atacaría con su espada. Ella y Sabrina alcanzaron a detenerse, pero Cristóbal, que iba a la cabeza, no pudo hacer más que esquivar por un costado al niño. La espada alcanzó a rajar su camiseta, pero pudo llegar a salvo con el Orbe al otro lado. El niño caballero se volteó hacia él y se le abalanzó con un corte descendente de su espada, ante lo cual Cristóbal tomó del suelo una gran roca con la que bloqueó el ataque, sin embargo, se desestabilizó, cayó al suelo y quedó a merced del niño quien, al igual que los otros, tenía una fuerza descomunal. Quedó tumbado de espaldas, el pequeño caballero se ubicó a sus pies y alzó la espada con ambas manos decidido a clavar la hoja en su pecho. En eso, un rayo cae sobre un árbol contiguo, lo desconcentra y se desploma hacia atrás soltando su arma. Unas raíces de árbol brotaron del suelo y ataron sus tobillos, y mientras el niño se quejaba tratando de zafarse, Cristóbal siguió su huida con sus compañeras detrás.
—Bien hecho, chicas —felicitó Cristóbal mientras volvían a correr entre troncos y ramas.
—Supongo que esto es lo que ese Orbe nos permite hacer —dedujo Aurora.
—Por cierto, ¿a dónde vamos? —preguntó Sabrina.
—A donde sea que ese tipo no nos encuentre —respondió Cristóbal mostrándoles el Orbe con humo verde claro dentro—. No podemos dejar que se quede con ésto.
—¿Y porqué querría quedarse con él? —preguntó Aurora.
Cristóbal dejó de correr y las chicas se detuvieron detrás de él. Hubo una breve pausa para recuperar algo de aliento.
—No sé, pero si tanto lo quiere, debe haber algo más que no sepamos —se acercó a ellas y les habló más suavemente—. ¿No han pensado en que, quizás, haya alguna relación entre este Orbe y las pesadillas de la gente?
Estuvieron en silencio un instante. Cristóbal prosiguió.
—El mundo está perdiendo la tranquilidad al dormir, y este Orbe, cuando está cerca nuestro, nos da tranquilidad y seguridad.
—Entonces, ¿qué tenemos que hacer? —intervino Aurora— ¿Buscar el modo de que ese Orbe influya en los sueños de las personas?
—¡Exacto! Y con mayor razón, no podemos dejar que caiga en manos equiv...
Un fuerte terremoto interrumpió la conclusión de Cristóbal. Era tal la intensidad que los tres cayeron al suelo, y no pudo evitar soltar el Orbe, el cual terminó a varios metros de ellos. En el punto en que éste había caído, la tierra comenzó a abrirse haciéndolo caer a lo profundo de una naciente grieta.
—¡El Orbe! —gritó Sabrina.
Sin darles tiempo siquiera de pensar, la tierra siguió abriéndose. Aurora quedó a un lado de la grieta, mientras Sabrina y Cristóbal quedaron al otro. Un tremendo acantilado aparecía entre ellos, y seguía ampliándose más y más. El Orbe de humo verde apareció flotando desde el fondo y se elevó hasta más allá de la copa de los árboles. El hombre de abrigo negro volvió a aparecer por los aires, esta vez atrapando la esfera, tras lo cual miró a los muchachos hacia abajo y les habló.
—Ahora el Orbe de la Realidad estará en buenas manos.
Dio media vuelta para irse volando por donde vino, pero un hombre y dos mujeres le bloquearon el paso con enormes escudos transparentes, como hechos de cristal. Recién, sólo recién, el terremoto había parado.
—Devuélvenos ese Orbe, Mardrom —dijo el que iba a la cabeza.
—¿Devolvérselo? ¿Algo que nunca fue suyo?
—¡Es una orden!
El tipo de negro voló en dirección contraria, pero estaba rodeado de escudos transparentes y no podía escapar. Los golpeó tratando de romperlos, pero las mujeres le lanzaron cadenas para inmovilizar sus brazos y piernas. El hombre junto a ellas, de piel morena y largo cabello negro tomado en cola, se acercó al de negro para arrebatarle el Orbe. Apenas hizo esto, el inmovilizado, por alguna razón, logró romper las cadenas que lo ataban, embistió los escudos a sus espaldas y los atravesó, pudiendo así escapar.
—Esto no va a quedarse así —ladró a la distancia y se marchó volando.
Los tres recién llegados recogieron sus cadenas y desvanecieron sus escudos. Bajaron al suelo y se ubicaron al lado de la grieta en que estaban Cristóbal y Sabrina. Aurora, desde el otro lado, solo podía mirar.
—¿Puedo saber porqué tenían ustedes el Orbe de la Realidad? —les preguntó el hombre mostrándoles la esfera.
—Hola, buenos días, comandante —dijo Cristóbal con ironía.
—Pues... lo encontramos —titubeó Aurora desde el otro lado.
El tipo la miró por un momento y luego bajó la vista hacia la grieta. Hizo un gesto con su mano en el aire, la tierra volvió a temblar y, en cosa de segundos, la grieta se cerró, como si nada hubiese pasado. Los tres quedaron atónitos.
—Así que lo encontraron —dijo el tipo en voz baja con claro gesto de incredulidad. Miró el Orbe en su mano y luego volvió a mirar al grupo—. ¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí?
—Bueno... —intervino Sabrina con nerviosismo— Estábamos en los pasillos de nuestra universidad cuando, por alguna razón, nos desmayamos, y de pronto aparecimos acá, que entiendo que es algo así como la "tierra de los sueños". Verás, nosotros entrenamos para tener sueños lúcidos pero, desde que estamos acá, hemos perdido totalmente el control de lo que soñamos, y supongo que, si todo lo que hay acá son sueños, deberíamos poder controlar...
—Ya veo, son onironautas —interrumpió.
—¿Oni qué?
El sujeto suspiró con resignación.
—Miren, si llegaron acá porque se desmayaron es mejor que se vayan. Este lugar se está poniendo peligroso y...
—¿Porqué quieres que nos vayamos? ¿Y para que quieres el Orbe? —Cristóbal señaló la mano en la que el tipo tenía la esfera. Ya empezaba a enfurecerse.
—El que hace las preguntas soy yo —respondió guardando el Orbe en un pequeño bolso que llevaba al costado.
Cristóbal no aguantó más su furia y se abalanzó contra él.
—¡¿Cómo sabemos si no lo quieres para hacer el mal?!
—¡Cristóbal, no! —advirtió Aurora, pero ya era muy tarde.
Justo en el momento en que iba a darle un tremendo puño en la cara al sujeto, las mujeres que acompañaban a éste le lanzaron cadenas e inmovilizaron sus brazos y piernas. Cuando tuvo a Cristóbal a centímetros de su rostro, lo miró por un instante, dio media vuelta y se dispuso a marcharse.
—Regrésenlos —ordenó de espaldas.
—¿Regresarnos? —preguntó Cristóbal tratando de zafarse de las cadenas.
Sin soltar al encadenado, las mujeres levantaron su brazo libre con la palma hacia el frente. Un agujero luminoso con forma de diamante apareció en el suelo, igual al que vieron en los pasillos de la univesidad. Cristóbal fue el primero en caer, seguido de Aurora y Sabrina, quienes apenas pudieron gritar. Ni dos segundos pasaron y los tres perdieron el conocimiento.
• • •
Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fueron las ramas de unos árboles, cielo y nubes. Sintió el pasto en su espalda y una clara confusión: no sabía si aún estaba en el bosque del sueño o si, efectivamente, los habían regresado. Inhaló profundamente; la tranquilidad se respiraba. ¿Acaso ya se había detenido la destrucción, los árboles y las piedras flotando en el aire? No, era imposible que todo se hubiese calmado tan rápido. ¿O sí?
Hizo un esfuerzo por sentarse, observó a su alrededor e intentó descubrir el lugar en que se encontraba. Solo vio árboles y pasto. No se escuchaba gente, solo el canto de unas aves a lo lejos. El entorno era demasiado verde como para que fuese el bosque hostil en el que estaban hace un momento.
—Aurora.
Era la voz de Sabrina que venía desde sus espaldas. Sobresaltada, giró para quedar de rodillas y de frente a ella que ya estaba sentada sobre el pasto. A su lado, Cristóbal también trataba de entender lo que estaba pasando.
—¿Aún estamos soñando? —preguntó Aurora.
—Claro que no. ¿No viste que el "señor desconfiado" hizo que nos regresaran? —miró de reojo a Cristóbal.
—Oye, discúlpame, lo que ahí yo ví fue una guerra, y en la guerra no puedes confiar en nadie —respondió el aludido—. Además, ¿cómo íbamos a saber si era nuestro aliado o enemigo?
—Pues porque atacó al tipo que nos quitó el Orbe —le dijo con tono de obviedad.
—Eso no nos dice nada. ¿Qué pasa si hay más de un bando enemigo?
—¡Ni siquiera le diste tiempo de explicarse!
—¿Y qué esperabas? ¿Que nos dijera porqué quería quedarse con el Orbe? ¿No viste lo hostil que fue con nosotros?
—¡Aún así, no era razón para pegarle!
—¡Ya, paren de pelear! —interrumpió Aurora poniéndose de pie— Creo que lo mejor ahora es que nos calmemos, vayamos a nuestras casas y, sobre todo, descubramos dónde estamos, porque si me preguntan, yo no tengo idea.
Cristóbal se puso de pie, sacudiéndose el pasto de la ropa. Miró a todos lados y sacó su conclusión.
—Tiene toda la pinta de ser el Jardín Botánico.
—¿Cómo lo sabes?
—Ufff, supieras la grande que quedó aquí en esa fiesta mechona años atrás.
—Y ni siquiera eras alumno de la universidad —añadió Sabrina ya dispuesta a caminar para marcharse.
—Era una invitación abierta por redes sociales, no fue mi culpa —se excusó.
Durante unos diez minutos el grupo liderado por Cristóbal caminó entre árboles y riachuelos. Luego aparecieron puentes, esculturas, gente caminando por el parque y, finalmente, un letrero en la salida que decía "Jardín Botánico Nacional".
Tomaron el metro rumbo al centro de Viña del Mar, y apenas subieron, ya un poco más lúcidos, se miraron entre ellos y de inmediato supieron que los tres pensaban lo mismo. Hubo un largo silencio mientras intercambiaban miradas y el tren partía hacia la siguiente estación. Finalmente, Cristóbal rompió el hielo.
—¿Se dan cuenta de que de nosotros depende que el mundo vuelva a dormir en paz?
Nuevamente, un largo silencio. El tren se sumergía en la tierra. Sabrina suspiró y bajó la vista, Aurora la miró un instante y luego se dirigió a Cristóbal.
—Parece mentira, pero tienes razón —se acercó a su amiga y le acarició el hombro—. Es difícil darse cuenta, de hecho, aún no le tomo el peso. Sabri, no tienes que hacerlo si no quieres, mal que mal, todo fue súper rápido.
Sabrina levantó el rostro y miró a Cristóbal.
—Tú también estabas desconfiado. ¿Porqué aceptaste la misión? —le preguntó con indignación, pero al mismo tiempo con la esperanza de hallar motivos para aceptarla también.
Llegaron a la estación Chorrillos. El aludido apartó la vista y se giró con las manos en la cintura, como si en ese gesto estuviera la respuesta.
—Aparte —continuó—, si es tan importante que alguien vaya a ese mundo tan caótico solo para tener una esfera en sus manos, les recuerdo que no somos los únicos en el mundo que pueden dominar sus sueños. Lo siento, pero no estoy de acuerdo en que pongamos en riesgo nuestras vidas.
Sus palabras fueron interrumpidas por un fuerte golpe desde el otro extremo del vagón. Una señora de edad avanzada se desplomó en el suelo, semiconsciente, siendo socorrida de inmediato por un tipo que estaba junto a ella. Los murmullos pudieron escucharse: "Señora, ¿se encuentra bien?". "Sí, no se preocupe, debe ser porque no dormí bien anoche no más", alcanzó a decir con el poco ánimo que tenía.
—¿Te das cuenta de lo que está pasando? —preguntó Cristóbal ante lo que acababa de ocurrir—. Mira a tu alrededor, mira cómo está la gente.
Cristóbal hizo notar algo que, hasta ese momento, nadie había notado: todos los pasajeros del metro que estaban sentados iban durmiendo, y quienes estaban de pie, bostezando, luchando por no cerrar sus ojos. La señora desmayada se sentó en un asiento que le cedió otro pasajero y, apenas lo hizo, se durmió.
—No sé tú —prosiguió—, pero yo no voy a dejar que los malos sueños se apoderen de las personas. Quiero averiguar porqué está pasando ésto, y devolver la tranquilidad para que la gente vuelva a dormir en paz. Si puedo hacer algo por el mundo, créeme que lo voy a hacer.
Sabrina volvió a suspirar, evitó la mirada de Cristóbal y miró hacia afuera del tren. Estación Hospital. En la siguiente, ella y su osado compañero se bajarían.
—No sé, yo... no quiero arriesgarme. Creo que no somos capaces, es decir, cuando mucho, hemos luchado contra un resfrío. ¿Tú qué dices, Aurora?
El tren ya viajaba por el túnel hacia la estación Viña del Mar. Aurora estuvo inmóvil por unos segundos, bajo la atenta y esperanzada mirada de su amiga.
—Sabri —hizo una breve pausa, sabía que su amiga no quería escuchar lo que iba a decirle—. Disculpa, pero estoy de acuerdo con Cristóbal.
—¿Pero cómo...?
—Es cierto que no somos los únicos en el mundo que pueden controlar sus sueños, pero creo que no podemos quedarnos de brazos cruzados y solo sentarnos a mirar lo mal que lo está pasando la gente. Podemos controlar nuestros sueños, podemos viajar entre ellos y ver lo que está pasando, y si podemos hacer algo al respecto, es mejor que lo hagamos.
Sabrina la miró con los ojos húmedos y un claro gesto de decepción. Apenas las puertas del metro se abrieron en la estación, apartó la vista y salió, queriendo alejarse. Sus compañeros la siguieron; Aurora trataba de alcanzarla, pero entre más se le acercaba, más quería alejarse. Cristóbal solo miraba la escena desde atrás. Salieron de la estación, llegaron al primer semáforo, Aurora tomó a Sabrina por el brazo y ésta se zafó. Luz verde y Sabrina siguió su apresurada marcha, como si no los conociera, manteniéndose así por varias cuadras.
—Déjala —decía Cristóbal a Aurora—, no sigas insistiéndole. Si no quiere ir, no la obligues.
—No es por eso. Sabri, porfa, detente y conversemos.
Cruzaron el estero Marga Marga, siguieron por Avenida Libertad y Sabrina seguía sin ceder. Aurora sabía que su amiga necesitaba estar sola para calmarse y pensar mejor pero, de todos modos, la seguiría hasta su departamento. No era capaz de alejarse de ella con ese ánimo.
Calle 3 Norte. Cruzaron la calle y viraron a la derecha, momento en que detienen su marcha cuando a la distancia alguien llamó.
—¡Sabrina! —su mamá, llevando una bolsa, se apresuró en llegar con ella y entregársela— ¿Le puedes llevar el almuerzo a Panchito, que se le quedó, porfa? ¡Hola, chiquillos!
Aurora y Cristóbal saludaron discretamente a doña Olivia.
—Hazme el favor, ¿sí? Que no puedo dejar a tu abuelo mucho tiempo solo. Anda con tus amigos —y volvió a mirarlos—. Me la cuidan, ¿ya?
Doña Olivia le dio un beso en la frente y se fue a paso rápido. Sabrina dio media vuelta y, como si fuesen fantasmas, pasó entre sus compañeros camino a la parada del microbús.
—¿Qué le pasó a tu abuelo? —le preguntó Aurora volviendo a seguirla, Cristóbal iba detrás de ella, y llegaron a la parada sin respuesta— Sabri, porfa, no seas cabra chica y hablemos.
—Deja de rogarle, no va a entender —dijo Cristóbal.
—No tienen porqué acompañarme, sé cuidarme solita.
—Te hice una pregunta.
—Tuvo un derrame cerebral, eso es todo.
Aurora y Cristóbal se miraron un momento, impactados.
—¿"Eso es todo"? Sabrina, eso es muy grave. ¿Porqué no nos contaste?
—No quiero hablar de eso, ¿ya?
Cristóbal hizo el amago de responderle, pero Aurora lo frenó. Tomaron el bus 211 y no volvieron a hablar en todo el viaje.
Llegaron a la calle 22 Norte y caminaron hasta el Hogar de Niños Nuestra Familia. Sabrina ya era conocida en el recinto, así que, seguida de los demás, entró por un ancho pasillo de salas y oficinas, que estaba decorado con dibujos hechos por los niños del hogar. Llegó hasta el final y entró a un pequeño y colorido despacho donde estaba su hermano.
—¿Pancho?
—Hola, Sabrina, pasa —respondió levantándose de su escritorio mientras su hermana y sus acompañantes entraban.
—Te traje el almuerzo.
—Si me dijo la mamá. Vale, te pasaste —dijo recibiendo la bolsa—. Oye, ¿y el abuelo como sigue? ¿No se ha despertado?
Sabrina miró rápidamente a Aurora y Cristóbal y volvió de inmediato a dirigirse a su hermano.
—N-No, ¿cómo va a despertar si tuvo un derrame?
Cristóbal cruzó una mirada descolocada con Aurora.
—¡¿Un derrame?! ¡¿En qué momento?!
Una voz extrañamente familiar los interrumpió desde fuera del despacho.
—Bascu, ¿ya vas a almorzar?
Los tres voltearon para mirar a quien acababa de asomarse por la puerta, y quedaron petrificados ante ese sujeto.
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