2. Una nueva dimensión
Cuando abrió sus ojos, sólo vio oscuridad. Flotaba en un espacio totalmente negro. No podía moverse, tampoco distinguir luces ni escuchar sonidos. No sabía qué hacer. El último recuerdo claro que tenía era el de su amiga Aurora desmayarse y desaparecer entre la luz. Ahora, sus sensaciones en ese preciso momento parecían indicar que estaba soñando. Comenzó por algo pequeño: "Tengo una flor frente a mí", y frente a ella apareció una pequeña margarita. Sí, estaba soñando. Tomó aire, sopló la flor y sus pétalos se fueron volando hacia un costado, mismo desde el cual pudo ver un extraño cuadrado verde acercarse a ella. Cuando estuvo un poco más cerca, notó que más bien era un cubo, que su color verde era debido a que mostraba un segmento de un bosque, y que, acostada sobre el follaje, estaba su amiga Aurora. Quiso gritarle, pero su voz no salía; por alguna razón se había quedado muda.
—¡Aurora! —escuchó la voz de Cristóbal a sus espaldas. Aún no podía moverse, así que no pudo ver desde dónde exactamente venía.
—¿Cris, eres tú? —respondió Aurora, aún tumbada en medio del bosque.
—Sé que estoy soñando.
—Yo también. Parece que nos desmayamos frente a los baños.
—Es que es muy extraño. No podemos soñar si estamos inconscientes.
Aurora se puso de pie y miró al cielo tratando de encontrar a Cristóbal, quien en ese momento era como un dios que le hablaba desde las alturas.
—¿Entonces qué nos pasó?
—¡Sabrina! —gritó Cristóbal. La aludida aún no podía moverse.
—¿Sabrina? —preguntó Aurora, aún sin poder encontrar a nadie— No los veo. ¿Dónde están?
—Tranquila, allá vamos.
Sabrina sintió unas manos que la empujaban por la espalda hacia el cubo donde se veía el bosque. Entró en él y comenzó a caer. Aurora, al ver a su amiga cayendo sobre ella, cubrió su cabeza con sus brazos y se agachó, pero justo cuando iba a caerle encima, se detuvo. Ambas abrieron los ojos tratando de entender lo que pasaba.
—Yo te detuve, Sabrina —dijo la voz de Cristóbal desde el cielo mientras la ponía de pie, aún inmóvil.
—¿Qué onda, Cris? ¿Ahora eres un dios que nos controla? —preguntó Aurora.
—Así parece, aunque tampoco es que haya querido serlo. No sé dónde estoy, pero sé que es un sueño y que no podemos controlarlo.
—¿Entonces qué hacemos? La Sabri está inmóvil —la quiso tomar por el hombro para hacerla reaccionar, pero su mano la atravesó como si fuera una ilusión— ¡Y no puedo tocarla!
—Sabrina, si me escuchas, trata de moverte. Esto es un sueño, así que concéntrate y domínalo.
La chica inmóvil repetía para sí misma "Mi cuerpo se mueve, mi cuerpo se mueve", pero no lo lograba. Una fuerte ráfaga de viento comenzó a azotar el bosque, lo que provocó que un enorme árbol comenzara a inclinarse tras de ella. Iba a caerle justo encima.
—¡Sabri, cuidado! —le gritó Aurora sin poder hacer nada.
El crujido del tronco quebrándose se hacía más intenso y pronto Sabrina estaría bajo ramas y hojas. Seguía tratando de moverse sin conseguirlo, hasta que tuvo el árbol justo sobre ella, el cual, por alguna razón, se detuvo y salió volando hacia un costado. Aurora, que solo podía mirar la escena, suspiró aliviada.
—Cristóbal, dondequiera que estés, gracias por salvarla.
—¿Salvarla? Pero si no hice nada.
—¿No que podías controlarnos?
—Ya no puedo.
—¿Pero cómo?
Sabrina suspiró y dio media vuelta y contempló el árbol caido a sus espaldas.
—¡Sabri, lo lograste! —dijo Aurora acercándosele. Ella la miró y le sonrió.
—¿Ya ves como no fui yo el que detuvo el árbol? —aclaró Cristóbal desde las alturas.
—¿Estás bien? —preguntó Aurora a su amiga, pero ésta trató de hablar y su voz no salía.
—Parece que aún no controla su sueño del todo.
—¡Pero Cris, devuélvele la voz!
—¡Te digo que ya no puedo controlarlas!
—Ya, o sea como que a veces eres dios y a veces no.
Luego de esa irónica respuesta de Aurora, un bulto aparecía de la nada y la empujaba por un costado. Lo miró bien y se trataba del mismísimo Cristóbal.
—Y hasta te materializaste —le dijo aún con ironía.
—Sí, y no sé cómo —Cristóbal se levantó del suelo sacudiéndose y comenzó a explicar—. Parece que podemos dominar el sueño solo a ratos. El resto de las veces el sueño nos controla a nosotros, así que Sabrina tuvo la suerte de estar en un momento de control y poder detener el árbol antes que le cayera encima.
Sabrina, que aún no podía hablar, se le acercó tratando de entender lo que explicaba, y Aurora se quedó pensando por un momento.
—¿Pero... estamos los tres soñando lo mismo?
El viento comenzó a soplar aún más fuerte y el cielo empezó a nublarse. A lo lejos un par de árboles cayeron producto de la ventolera.
—Aún hay cosas que no puedo explicarme —respondió Cristóbal—. Ahora busquemos resguardo porque se va a poner a llover.
A ojos entrecerrados, y cubriéndose el rostro de los escombros que llevaba el viento, los tres dieron media vuelta dispuestos a buscar un refugio. Caminaron dos pasos y se detuvieron. Justo frente a ellos había otra persona, una mujer, descalza y usando una bata blanca. Sabrina y, sobre todo, Aurora la reconocieron de inmediato.
—¡¿Alondra?!
—¿Qué? ¿La conoces? —preguntó Cristóbal.
—Seguramente crean que están soñando —les dijo la mujer con una sonrisa—. Y sí, lo están, pero no están dormidos.
Los tres estaban inmóviles ante su repentina llegada. Cristóbal, que era el que menos comprendía su presencia, fue el primero en interrogarla, y lo hizo implacablemente.
—¿Quién eres? —preguntó inexpresivo dando un paso adelante.
—Tranquilo, estoy aquí para ayudarlos —ella también se acercó—. Están en el lugar a donde su alma viaja cuando sueñan: la Dimensión Onírica.
—¿Y qué hacemos aquí?
—Alguien está causando desorden. Los sueños de las personas ahora son caóticos, y por eso ustedes no pueden dominar bien los suyos. Si están aquí es porque necesito su ayuda para descubrir porqué hay tanto caos, y devolver el orden a...
—¡¿Y porqué nosotros?!
—Calma, ya les voy a explicar...
—¡¿Y cómo es que nos conoces?!
—¡No le grites a mi hermana! —lo detuvo Aurora.
El viento sopló con una fuerza descomunal y varios árboles a su alrededor se desplomaron. Uno de ellos cayó justo entre Alondra y Cristóbal, expulsando un montón de hojas ramas partidas con el azote. El cielo comenzó a rugir en truenos advirtiendo la tormenta que se aproximaba. El ruido de viento y truenos era tan grande que era necesario gritar para poder hablarse.
—¡Será mejor que busquen refugio! ¡Yo tengo que poner un poco de orden aquí!
Dio media vuelta y se fue corriendo de cara al viento, hacia donde la tormenta se originaba, y en un parpadeo desapareció. Los tres miraron en todas direcciones, sin saber si buscaban hacia donde correr o si miraban hacia dónde se había ido Alondra. Sabrina se ubicó a un costado, los demás la miraron y señaló una dirección.
—Quiere que vayamos hacia allá —dedujo Aurora.
—¿Y porqué?
—Solo sigámosla.
Tomó a Cristóbal del brazo y comenzaron a correr con Sabrina a la cabeza. Esquivando troncos y quebrando maleza bajo sus pies, se abrieron paso por el bosque. Detrás los árboles seguian cayéndose, pero no había tiempo de mirar atrás, pues había que encontrar resguardo lo antes posible.
—Supongo que nos vas a llevar a un lugar seguro —dijo Cristóbal y Sabrina le levantó el pulgar mientras seguían corriendo.
—Confía en ella, ¿sí? —le dijo Aurora.
—Está bien, no he dicho nada.
Súbitamente, ambos chocaron con Sabrina quien se había detenido para mirar al cielo.
—¡Sabri, ya no eres un holograma! —Aurora la tomó por los hombros y luego la abrazó— ¿Pero cómo pasó?
—De seguro ahora pudo controlar su sueño —explicó Cristóbal—. ¿Pero aún no puedes hablar?
Ella negó con la cabeza y luego apuntó en otra dirección, hacia la cual, a lo lejos, podían verse varios árboles sacados de raíz flotando en el aire.
—¡No vamos a ir para allá! —protestó Cristóbal, pero Sabrina ya se había echado a correr.
—Sigámosla.
—Olvídalo, no voy a arriesgarme.
Más árboles comenzaron a caer a sus espaldas: no había tiempo que perder.
—Oye, ella no sería capaz de hacernos daño y lo sabes —se puso frente a él y lo miró a los ojos—. Estoy segura de que sabe a donde nos lleva.
Cristóbal suspiró resignado y retomó la marcha. Toda la vegetación se agitaba violentamente, como si todo el mundo se fuese a derrumbar. Aurora lo siguió, corrieron juntos para alcanzar a Sabrina y a lo lejos la vieron. Cuando estuvieron a pocos metros de llegar con ella, un montón de árboles cayeron en su camino impidiéndoles el paso. Los demás árboles también cayeron de a uno, cual efecto dominó.
—¡Vayan hacia la derecha! —esa era sin duda la voz de Sabrina, que gritaba desde el otro lado de los árboles caídos.
—¡Sabri, recuperaste tu voz! —le gritó Aurora con alegría.
—¡Sólo corran!
—¿Pero porqué?
Los árboles no dejaban de desplomarse, así que no tuvieron más remedio que seguir corriendo, y hacia la derecha como dijo Sabrina. El bosque se les venía encima y ya no les quedaban fuerzas para correr.
—Espero que tu amiga sepa lo que hace —dijo Cristóbal con el poco aliento que le quedaba.
El cielo se oscureció y una torrencial lluvia empezó a caer. O encontraban refugio ya o eran devorados por la naturaleza. Parecía que corrían sin rumbo, hasta que oyeron a Sabrina gritar desde el otro lado del montón de árboles en el suelo.
—¡Ahí, en esa roca!
Frente a ellos se levantaba un enorme peñasco que tenía en la parte baja una pequeña fisura por la cual fácilmente cabía una persona. La espesura del bosque cedió y finalmente pudieron ver a Sabrina correr a su lado. Llegaron a la gran roca y Aurora fue la primera en entrar por el agujero, seguida de Sabrina y Cristóbal. Finalmente estaban bajo resguardo dentro de la enorme piedra.
—¡Por fin! —dijo Cristóbal tumbándose agotadísimo en el suelo. Lo mismo hicieron las chicas que también estaban sin aliento y completamente empapadas por la lluvia.
—Oye, Sabri, ¿y cómo supiste que había que venir para acá?
—No sé, sólo lo sentí —respondió Sabrina que miraba a todos lados como buscando algo.
—Tiene que haber algo que te haya hecho intuir que este era el camino —insistió Cristóbal.
Sabrina siguió mirando a todos lados. Su mirada se detuvo en lo profundo del refugio, desde donde venía una suave luz verde, y luego caminó de rodillas hasta allí. Aurora y Cristóbal estaban perplejos viéndola recoger del suelo lo que parecía ser la fuente de la tenue luz. Levantó una esfera de cristal del tamaño de su mano, que en su interior tenía un brillante humo verde claro. Aurora recordó lo que había soñado hace dos noches, a pesar de que la esfera en su sueño era de color verde oscuro. ¿Tendrán algo que ver? Sabrina se les acercó con ella en su mano y todos la observaron.
—¿Eso fue lo que te hizo venir hasta acá? —preguntó Aurora.
—No sé... supongo...
Estuvieron un momento en silencio mirando la esfera. Solo se escuchaban los truenos en el exterior.
—Podrá sonar estúpido, pero ¿no les hace sentir más tranquilos?
—¿Tú crees? —preguntó Cristóbal.
—Ahora que lo dices, sí, es cierto —notó Aurora.
—Así que por eso nos trajiste hasta acá —dedujo Cristóbal.
—Ni idea de qué podrá ser, ¿pero tendrá que ver con lo que nos dijo mi hermana? —decía Aurora tratando de comprender.
—¿Quién?
De pronto, la roca en la que estaban se desintegró de a poco junto a los árboles alrededor. Los chicos comenzaron a elevarse y, desconcertados, miraron a todos lados cómo flotaban bajo la lluvia, junto a los pedazos de piedra, troncos y ramas. Quedaron a varios metros sobre el suelo y una sombra apareció frente a ellos, la cual, cuando estuvo cerca, se pudo distinguir que se trataba de un hombre vestido de negro, de cabello rubio y unos dos metros de estatura. Por alguna razón, la lluvia no lo mojaba, y se mantuvo sobre el aire como un espectro.
—Conque son ustedes los que piensan detener a los Redentores del Sueño —dijo como si ya los conociera.
—¿Los qué? —preguntó Cristóbal.
—Les pido que me entreguen el Orbe de la Realidad, o se los tendré que quitar a la fuerza.
Sabrina miró la esfera en su mano y luego al tipo, que también la miraba, tratando de entender lo que ocurría y sin poder dominar el flote de su cuerpo. Algo le decía que esa esfera ocultaba algo de gran importancia y que no podía caer en poder de gente malintencionada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro