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28.


"Sabes que, por ti, ¿me desangraría?"


El sábado y domingo sigo molesta y me los paso sin dirigirle ni una sola palabra. Solo llevo mis cosas de mi casa a la suya cómo quedamos los días anteriores. Por otro lado, él no dice nada, solo observa cómo poco a poco la mudanza mete mis cosas en la casa, cómo las suben a su habitación (ahora la nuestra) y cómo meto dentro de los cajones mi ropa.

Coloco cuadros míos en las paredes, ropa, toallas, almohadas y algunas cosas cómo la computadora que él me dio antes en el centro de mi escritorio.

Él ha hecho que trasladen un par de cosas de mi vieja habitación, en dónde por cierto es que ha dormido estos últimos días.

No me pidió permiso, de nuevo, y aquello me molesto.

No quería más de él siendo tierno o condescendiente. Honestamente, hasta verlo me hacía querer matarlo.

Dos días después de mudarme, me vino el periodo y tuve que pedirme unos días de descanso en el trabajo por obligación. Más que nada. No siempre me sucede, pero algunas veces el periodo es insoportable.

Solo salgo de mi habitación para pedirme a Dimitry que me compré un par de cosas de la farmacia. Calculé mal y no compré mis provisiones normales para estos días.

Estábamos haciendo una lista de cosas cuándo entró en la habitación y me vio recostada.

Me tocaba el vientre y hacía muecas.

—¿Qué te pasa? —Lo ignoré y seguí dándole a Dimitry la lista de cosas que necesitaba, entonces lo comprendió—. Oh... iré yo, por favor —pide.

—No tengo tiempo de explicarte marca por marca ni de acompañarte para que me des exactamente lo que quiero. Así que deja de jugar. Esto es serio.

—No juego, puedo hacerlo. Estoy seguro.

—No sé... —Contesté insegura.

Él nunca antes ha hecho esto por mí. Es demasiado personal para mí incluso, no suelo darle a nadie una tarea cómo esta, porque una tiene sus preferencias. Ya sabes...

Solo nosotras sabemos que esta marca es mejor que la otra...

O cuales compresas si sirven y dónde comprarlas siempre y estarán más baratas.

Pero Dimitry lo sabe, porque se lo he pedido un par de veces. No intencionalmente, solo un día paso. Y luego otro día.

Él busca la mirada de su jefe de seguridad, y él asiente.

—Iré con él, le ayudaré —dice Dimitry.

Asiento entonces.

—No tarden, me daré un baño y lo necesito antes de tomarme la pastilla para los cólicos.

—No lo haremos. —Contestan los dos a toda prisa y luego se van.

Me espero un par de segundos y entro en la habitación del baño, tratando de tardarme lo más que pueda para darles una ventaja.

Me recosté en la cama al salir y cuándo me desperté él estaba colocándome una compresa de las que pedí en el vientre bajo. Tenía mi blusa levantada para colocar el parche debajo de ella. Y seguramente tuvo que bajar mi ropa interior levemente para hacerlo.

Así que no le detuve para que lo hiciera cómodamente.

—Gracias. —Pero cuando termino le agradecí.

—Lo que sea, por ti. Te dejo descansar. Las cosas que pediste están en la mesita de noche. Si necesitas algo estoy en la habitación de al lado.

Se me hizo un nudo en la garganta, pero lo tragué para pedirle un último favor.

No.

El rostro se me lleno de lágrimas para decirle esto.

—Quédate conmigo en la cama, por favor.

No quiero que sea nunca el "último".

Él camina hasta la cama y se acuesta a mi lado. Me acerco a toda prisa y mi cabeza cae en su pecho. Sigo llorando hasta que... termino y me desahogo.


♪♫♪


Cuándo me despierto, él sigue profundamente dormido a mi lado. Pido comida y la como lo más silenciosamente que puedo. Algo me dice que él tampoco ha dormido muy bien últimamente.

Lo admito fui a verle mientras dormía un par de veces.

Y le vi miserable, pero sé lo merece.

Sigue creyendo que soy una princesa a la que deben proteger todo el tiempo. Que no puedo manejar nada. Y yo no puedo ser así. Aunque lo intente. Sin embargo, sí creo que yo soy mi propia princesa sí... pero guerrera.

Pero verlo ahora, me arruga el corazón.

Así que comí y me tomé los analgésicos. Mientras él dormía vi un episodio de una serie, y cuándo estaba cercas de terminarse él despertó.

—¿Cómo dormiste?

—Bien, ¿y tú?

—Bien.

Él se acomodó en la cama para quedar sentado.

—¿Siempre es así?

—¿El periodo? —Él asiente— No, hay días mejores que otros, depende mucho de la alimentación y del estrés que tenga en estos momentos.

Él baja la cabeza y balbucea algo que no entiendo a la primera.

—"Es mi culpa..."

—No es tu culpa. —Le respondo.

—Claro que sí lo es, por eso no quería decirte nada, solo te pongo en peligro al hacerlo, una y otra vez.

Su madre me dijo que su hijo podría tomar esta postura negativa. Y que yo también tendría que sacarlo de la bruma de oscuridad en la que se metía él solo cuando estas situaciones le sacudían. En su vida.

Ahora, la nuestra.

—Quiero saberlo todo.

—¿Todo?

—Sí, tu madre estuvo hoy en mi trabajo y me contó todo, ya sé quién es la cabeza de la organización. La verdadera.

Él levanta la cabeza a toda prisa. Sabe por mi rostro que lo sé todo. Todo.

—No por eso voy a permitir que entres.

—No estoy diciendo eso.

—¿Entonces...?

—Sí lo sé todo, puedo ayudarte más que siendo una esposa bonita y sumisa, no seré una princesa protegida por estas cuatro paredes. Soy mucho más fuerte de lo que crees y tienes que comenzar a verlo y a confiar en mí.

—¿O qué...? —Confiesa tembloroso.

—O no continuaré contigo.

—Hablas en serio... —Él luce sorprendido por mis palabras, pero algo me dice que las acepta— ¿de verdad?

—Nunca he hablado más en serio en mi vida.

Él se pone de pie y rodea la cama para venir a mi lado, estoy sentada en la esquina de la cama. Bastante lejos de él.

—Tengo miedo de que algo te suceda por mi culpa.

—No podemos ir por la vida con miedo, no queda nada más que vivir, ¿o quieres ir sobreviviendo? Porque si es así, te perderás toda una vida conmigo. Así duré cinco minutos, un día o cincuenta años.

Él se lo piensa y se inclina para besarme en los labios.

—En realidad no soy un mafioso, —toma aire antes de seguir hablando, sé lo que le cuesta esto— somos mercenarios, hacemos todo tipo de cosas y nos metemos en toda clase de negocios, pero jamás le he hecho daño a nadie, a menos que se lo merezca.

—Lo sé —digo tomando su rostro con mis manos. Están heladas por el periodo, por lo que trato de ser cuidadosa— confió en ti.

—Solo lo dije porque fue lo primero que se me ocurrió.

Sonrió.

—También lo sé.

—¡Dios! Cómo pude haber tenido tanta suerte de encontrar a la mujer perfecta en ti, eres mi mejor amiga, mi novia y mi compañera...

—Haz valer esas palabras entonces.

—Hasta el día que dejé este mundo, tú eres mi todo. Así sean cinco minutos, un día o cincuenta años. —Sonríe y me besa de nuevo.

—De verdad quiero saberlo todo. —Le re afirmo.

—De acuerdo, ¿qué quieres saber primero?

Terminamos hablando por una hora más, en la cama. Cambiamos de posición incluso varias veces. Él recarga su cabeza en las almohadas. Pido su desayuno para que coma conmigo. Verlo comer es tan satisfactorio como lo es para mí.

—Los cinco años que desapareciste.

—¿Los que...? —Él de verdad no parece saber.

—Hubo un tiempo después de la universidad que no te vi, —suspiro— fueron los mejores años de mi vida porque la tortura fue menos, incluso pude hacer muchas cosas.

—¿Cómo qué?

—Salir con otras personas, por ejemplo.

—Ouch eso duele mi amor... —Finjo que le pego en el hombro por esa broma. Aunque si lo hice.

Debía intentar olvidarle.

Fallé miserablemente.

—Hay algo más que tenga que saber, es el momento de decirlo hombre.

—No sé... —Él parece aterrado de tener que abrir su corazón. Pero ya no me importa. Si no le obligo y le presiono algunas veces para que lo haga, no sabrá que tan bueno puede ser el cambio para los dos.

Un poco de hostilidad es buena a veces, en una relación.

Además, eso me deja en claro quién manda de verdad en esta relación.

Yo.

—No vas a tener una segunda oportunidad. Qué acaso una de tus ex novias vive al lado o has matado a alguien.

—No, a ninguna de las dos.

—¿Cómo estás tan seguro de que uno de tus ex modelitos, no viven cercas?

—Porque nunca había tenido novia antes de ti.

—Mentiroso, lo recuerdo cómo si hubiese sido ayer, te vi desfilar con cientos de chicas por los pasillos de la escuela.

—Tienes razón, tuve chicas a mi merced, pero nunca las llamé novias. Porque no lo fueron.

—No te creo.

—Sí, lo haces.

—No.

—Sí.

—No.

—Sí...

—No...

—¿Un poco?

—Bueno, un poco sí, pero que sepas que buscaré por todas partes a esas mujeres para preguntarles.

—No esperaba nada menos viniendo de ti. Pero para tu tranquilidad puedo traerlas yo mismo a casa para que hables con ellas.

La sola idea de esas mujeres en nuestra vida me repugno.

—¡No te atrevas!

—¿Entonces me crees?

—Sí, lo hago.

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