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24.


"Todo lo que hace ella es magia..."


Cuando entré en la camioneta eran cercas de las doce de la madrugada, pero ninguno de los dos quiso quedarse en el baile por más tiempo. Por lo que nos fuimos directamente a la salida después de hablar con sus padres.

—¿Puedo llevarte a casa? —Pregunto temeroso.

—Puedes. —Le contesté segura.

—A mí casa. —Re afirmo.

—No, mi amor. —Sonreí y le besé fugazmente en los labios— a nuestra casa.

Él chófer se detuvo en casa, mi casa. Nuestra casa, de dónde nunca debí haberme ido. Sé que este es el lugar dónde debo yacer para siempre. A su lado. Y si él no quiere darme una parte de él, debo confiar.

Debo ceder.

Debo creer en mi hombre y amarle a pesar de lo bueno y lo malo.

Me quite los zapatos dentro de la camioneta, por lo que Alexei vino a mi lado para ayudarme a bajar. Pensaba que me ayudaría a colocarme los zapatos uno por uno, aunque sinceramente me estaban matando, por eso me los quite.

Pero no.

Él me demostró una vez que, aunque yo pudiera ser capaz de hacer las cosas solas, él estaría a mi lado siempre que las hiciera. Esperando, para recoger mi corazón, y mi vida si lo dejaba.

Él tomaría todo de sí... si yo lo dejaba. Y me lo daría.

Sin pedir nada a cambio.

Me cargo en sus brazos cómo antes, pero, aun así, era diferente y entramos en la casa a hurtadillas. Estaba callada, casi muerta... pero algo en el aire, la hacía aún más viva que antes para mí.

—Creo que tengo hambre, no pudimos cenar nada, ¿y tú?

—Estoy famélico, además me muero porque mi mujer me cociné.

Quiero gritar cuando las palabras salen de sus labios, pero solo me limito a besarlo. De nuevo fugazmente.

Él camina conmigo en brazos hasta su amplia cocina. Solo la había visto de día, y llena de personas. En la noche se ve un poco siniestra, pero sigue siendo uno de los lugares más acogedores en el mundo para mí.

Es parte de lo que siempre seré. Y si algún día tengo hijos, aquí es dónde siempre los traeré para enseñarles las cosas que su padre y yo creemos juntos.

Aquello me hizo darme cuenta de que... quiero hijos con Alexei.

Sonreí y me aferré a su camisa cuando él me baja al suelo.

Amarré la cola de mi vestido en un nudo para poder moverme por el lugar.

—¿En qué te ayudo?

—Lávate las manos, sacaré todo para unos sándwiches a la parrilla. Te gusta el queso, ¿cierto?

—Comeré todo lo que me des.

—Así no funciona esto, quiero que seas honesto y conmigo, sobre lo que te gusta y no.

—Muy bien, primero que nada. Me gustas mucho tú —estoy contra una mesa, él pone sus manos a cada lado. Estoy aprisionada pero no me siento prisionera. Honestamente no puedo dejar de sonreír—. No. Te amo.

—Yo no soy comestible.

—Eso.es.debatible. —Confiesa con una gran sonrisa en el rostro.

—Vamos a cenar.

—Y luego...

—Dormir...

—Juntos.

—Sí, juntos.

Él estuvo ayudándome en todo el proceso. Lavo los ingredientes mientras yo me ponía un delantal, también, cortó algunos cómo el tomate y el queso. Y mientras él no me veía, le saqué un par de fotos.

No sé cuándo tendremos tiempo para estar de esta forma. Relajados, jóvenes y siendo libres. Las mejores versiones de nosotros mismos sin dar demasiado más que nuestra esencia natural.

Así que hay que apreciar cada detalle, con la atención que se merece.

Cada que podía cortaba un pedazo de algo y me lo metía a la boca, y él, lejos de cuestionar porque lo hacía o molestarme y pedirme que lo dejará de hacer, comenzó a pedirme que le diera a probar.

Cortaba un pedazo de tomate y me lo metía a la boca y luego a él. Queso, lechuga...

—¿Lo quieres a la parrilla? ¿O sencillo?

—¿Cómo lo comerás tú?

—Creo que, a la parrilla, pero yo le pongo la verdura en un lado, como si fuese una ensalada. Me encanta comerla así.

—¿Puedo probarlo así? —Pregunto esperanzado.

—Claro.

Me di la vuelta y comencé a pegar todos los ingredientes, quise protestar nuevamente por él diciéndome que haría lo que yo hicieses, pero no pude. Él no me dio tiempo. Saqué la mostaza para ponerle a su sándwich, pero yo no iba a ponerle al mío.

—Mostaza no. No me gusta.

Asentí, complacida.

—De acuerdo, no nos gusta la mostaza. —Espera un segundo—. Pero cuándo comimos aquellas hamburguesas en la calle, sí la comiste.

—Creo que no te has dado cuenta mi amor, pero yo haría todo lo que tú quieras.

—¿Hasta comer algo desagradable?

—Lo. Que. Me. Pidas.

Me reí.

—Pero no lo haré.

—Lo que sea. Lo haría sin dudarlo.

—Entonces quiero que tomes tu trasero y lo lleves a la silla más cercana, quiero hacer esto a la parrilla y no quiero que me interrumpas.

—¿Temes que te quemes? —Dice con una gran sonrisa pícara.

—No, temo que no me dejes terminar pronto. Y la verdad me muero de hambre —luego le empujé con toda la fuerza que puedo. Al principio él no cede. Pero con el paso de los segundos se mueve hacía la silla.

Sentado, me hace todo tipo de preguntas.

—¿Cuál es tu color favorito?

—El morado. ¿Y el tuyo?

—Café.

—¿Hablas en serio? —Me reí histérica mientras metía el segundo emparedado al sartén.

—Sí, por qué lo dices en ese tono.

—No puedo creer que te guste un color tan simple. Te imaginaba más por un amante del rojo.

—Es que es el color de la mujer de mi vida.

—¿Qué...? —Se me seco la garganta, me temblaron las piernas y para no causar un accidente quite el sartén la estufa. También la apague, para escuchar con atención su explicación.

—Me enamoré irremediablemente de una mujer, con la piel café canela, los ojos avellana oscuro y el cabello. Es el color de la mujer de mis sueños y de mis pesadillas. Ella es mi universo entero.

Tragué saliva.

Si me hubieran dicho un año atrás que estaría escuchando semejantes palabras de Alexei Marroquín, habría abofeteado al pobre imbécil que sé hubiese atrevido a hacerlo.

—Yo...

—Ella es mi naranja completa. —Me reí un poco, pero él se bajó del taburete y vino a tomar mi mano derecha— Mi una y la misma, mi magia y mi universo entero. Y desde que la vi solo quise ser alguien en su universo. Solo quise existir en su vida, de una o de otra manera. Y estoy tan agradecido de que ella me lo haya permitido, —aquí comencé a llorar— pero aún más, de que ella me enseñará que quién debía abrir su corazón para poder merecerla primero debía de ser yo. Soy un hombre mejor por amarla y por eso siempre estaré en deuda con ella.

—Siento que este discurso va hacía otro momento...

—Lo es. —Él se hinca en una rodilla y saca una caja de terciopelo negro de su pantalón—. Adanary Montes, me harías el absoluto honor de convertirme en su esposo, mi amor.

Me abalance a sus labios y le devore la boca todo lo que pude antes de gritar "".

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