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13.


"Dame tu mano ahora y sálvame, sálvame..."


Ven y sálvame. Grité en mi mente.

Por supuesto esto no es una telenovela o un drama asiático, dónde un ser misterioso e inmortal vendrá a salvarme del peligro en el que me encuentro.

De todas maneras, no puedes evitar pedirle a todos los cielos por un milagro.

—¿Usted me conoce?

—Por supuesto, por tu culpa me quitaron a mis hijos —el hombre apunto de manera estable hacía mí. Claudia trató de meterse de nuevo entre los dos— ahora solo puedo verlos de lejos porque el juez dijo que soy inestable para su salud física y mental, que no les conviene tenerme en su vida por ahora... ¡Todo por ti! ¡Y su estúpida madre!

Alejé a Claudia con el brazo.

—Así que esto es entre los dos. Entonces déjalas ir a ellas. —Dirigí mi mirada hasta mis amigas.

El hombre miró de Claudia a Annie, considerando sus opciones.

—En cualquier momento alguien, además de nosotros vendrá a está recepción o alguien entrará por esas puertas —señalé las puertas de la entrada detrás de nosotros— y entonces esto se puede descontrolar.

Y de eso no hay retorno.

Oh Dios... ¿dónde estás en situaciones como estas? Dónde está la luz... al final del camino...

—No me digas que hacer. —Gritó el hombre apuntando de nuevo su arma hacía Claudia.

—Bien, bien... —Puse mis manos más al centro de mi pecho, para que viera que no iba a hacer nada que él no quisiera— entonces dime ¿cuál es el plan? Yo puedo ayudarte. Si quieres puedo hacer una llamada y te dejarán ver a tus hijos.

—Eso es todo lo que quiero, su madre sé los llevó de mi lado con mentiras y tú la ayudaste a lograrlo.

Así que esto era una venganza, contra mí. Las demás no tenían nada que ver. Debo quitarlas del panorama o saldrán lastimadas.

—Bien, entonces deja que me vaya contigo. A dónde quieras, puedo ayudarte a que veas a tus hijos y luego puedes irte con ellos.

Tengo que decir que no tenía intenciones de irme con él ni de dejarle ir con los niños. Una persona tan inestable cómo él no puede ser bueno para nadie. Ni para sus hijos, su familia ni para él mismo.

Pero tengo que hacer tiempo.

Para que la ayuda llegará, sea quien sea que venga. Ojalá sea él, es lo que deseo con todas mis fuerzas...

Por favor, ven tú... pedí al cielo con todas mis fuerzas...

—¿Qué dices? —Dije acercándome un poco a él, di dos pasos y cuando no hizo nada malo como dispararme... me acerqué un poco más.

Dos pasos más y estábamos casi frente a frente.

Con la mano le di una indicación a Annie para que saliera de la estación de recepción y se colocará detrás de mí dónde estaba Claudia.

El hombre miró lo que hacía y soltó un disparo hacía donde estábamos.

No nos dio a nosotros porque una persona le hizo tropezar y caer al suelo, dejando que el arma cayera lejos de él. Cerré los ojos por un segundo solamente y cuando los abrí entre el presidente y Dimitry estaban sometiendo al hombre en el suelo.

Cuando me vio corrió a abrazarme. Posó sus manos a cada lado de mi rostro y me besó.

Y lo dejé porque es lo que yo quería también.

—Gracias por venir —murmuré contra su pecho, me abrazo y me enterré en él.

—Jamás dudes de que lo haré.

Por encima de su lado derecho, asomé la cabeza para ver cómo sus otros guardaespaldas ayudaban al hombre, no... lo estaban sometiendo, quién todavía estaba de cara contra el suelo, inmovilizándolo con un par de tiras de plástico.

Luego recordé a mis amigas y me separé bruscamente de él para comprobar que estuvieran bien.

Un par de pasos lejos estaban las dos chicas abrazándose una a la otra.

—¿Están bien? —Las tomé de la mano a cada una.

Las dos temblaban.

—Sí, ¿tú lo estás? —Annie no dijo nada, pero asintió con la cabeza.

—Sí, eso creo. —Respondí.

No me revisé por si acaso, la verdad no me di cuenta de dónde fue a dar el disparo una vez que salió el arma, así que hice eso ahora.

Revisé con mis manos todo mi cuerpo, buscando alguna herida, en mis amigas, en el techo, las sillas de la sala de espera, el escritorio cuando...

Llegué al presidente quién estaba llamando a las autoridades desde la puerta. El hombre yacía sentado en el suelo vigilado a cada punto cardinal del lugar por los guardaespaldas del presidente.

Y en su brazo izquierdo, una rasgadura.

Corrí a verle cuando noté eso.

—Estás herido. —Chille entre lágrimas silenciosas.

—No es nada.

Tomé su brazo en mis manos y pude ver que aunque la bala no entró en su piel, pero sí que había rasgado un poco la superficie, por ello estaba sangrando, levemente. Pero lo estaba haciendo.

Como esa otra vez.

Excepto que ahora era mi culpa.

—¡Esto es mi culpa, demonios! —Siempre está metiéndose en problemas por mí culpa. Yo tengo razón, no debemos estar juntos porque nos hacemos más daño así, tanto físico como mental.

—Estoy bien, ya te lo dije.

Lágrimas salieron de mis ojos, sin poderlas controlar. O lo que sentía por el momento me pegué a su pecho para escuchar su corazón, él me rodeo con los brazos por la cintura y la cabeza.

—¿Cómo puedes decir eso? Has sido herido por mí culpa —seguí llorando mientras le miraba.

¿Cómo puedes estar con una persona a la que le haces tanto daño? Sin que eso pese en tu conciencia un día.

—Que estoy bien dije —me tomó por los hombros y me sacudió levemente, aquello me hizo recomponerme por breves segundos.

Segundos en los que casi vi pasar nuestros recuerdos más felices frente a mis ojos.

Le amo y no puedo vivir sin él.

—Te amo.

—Yo también te amo, Ada.

—No, déjame hablar por favor... —Sé que dije que no antes, pero no es la verdad— sé que dije que yo podía vivir sin ti, pero es que está es la cosa. Cuándo estoy contigo, solo quiero eso. Me da miedo perderme demasiado en los dos y no ser capaz de vivir sin ti cuándo te vayas. Te alejé no por falta de amor, sino porque temía quedar pérdida en él para siempre.

—Lo sé. —Dijo con total serenidad.

Besó mi frente y me tomó de ambos lados del rostro con sus manos.

—Pero no quiero vivir un minuto sin ti en esta vida.

—Yo tampoco, los pasados meses fueron una verdadera tortura pero los pasaría una y mil veces para poder estar aquí contigo, ahora.

Me reí ligeramente.

—Dime más de esos días tan malos por favor... —Pedí, supliqué desde el fondo de mi corazón.

—Solo si curas mi herida.

Levanté la mirada para verle, pensando que se refería a la del brazo. Había dejado de sangrar, así que no debía ser tan profunda como yo pensaba, después de todo.

Pero cuando miré dentro de sus ojos supe que no se refería a esa herida, sino a la del corazón que ahora teníamos los dos en lo profundo.

—De acuerdo. —Llevé mi boca a la de él en un acto de reflejo.

Porque aquí es dónde siempre debí de haber estado en un principio.


♪♫♪


Él no quería, pero le convencí de irse a revisar con un médico amigo mío. Pasamos todo el camino hasta el lugar abrazados y tomados de las manos. No quería desaprovechar un solo segundo para sentirle de cualquier manera posible cerca.

Sentir su contacto, piel con piel hacía que mi corazón se acelerará y mi piel se sintiera caliente. Por su parte, él repasaba cada tanto su pulgar en el dorso de mi mano, besaba mi frente y el costado de mi cabeza, por la coronilla.

Llamé a mis hermanas para comunicarles lo sucedido, asegurándoles que estaba bien, pero el presidente no tanto y que por tal motivo íbamos de camino al hospital. En toda la llamada el hombre no dejaba de hacer muecas de desagrado.

Arrugaba la nariz y hacía como si quisiera vomitar, luego se reía descaradamente y con sonidos sordos, y sonreía solo para que yo lo viera. Para que lo notará.

Durante toda la llamada mantuvo mi mano libre entre las suyas, la apretaba con poca fuerza, solo la suficiente como para hacerme saber que seguía aquí, a mi lado. Y en cuanto colgué, él se colgó de mí.

Se dejó caer en el espacio entre mi cuello y mi hombro y se quedo ahí hasta que el auto se detuvo en el consultorio del médico. Me ayudo a bajar, como siempre lo hacía, todo esto sin dejarme ir de la mano.

Sí, eran torpes y desesperados nuestros movimientos por ese hecho.

Pero como ya dije no quería dejarle ir ni por un minuto.

Llegamos a la recepción, saludé a la mujer que tantas otras veces me había atendido a mis hermanas y a mí en el pasado de lejos y luego le pregunté por el doctor.

—Elizabeth, el doctor debe de estarnos esperando. —La mujer toma el teléfono y llama con eso a su jefe para comprobar lo que le he dicho— le he llamado en el camino hacía aquí para preguntarle y me dijo que podía recibirnos.

La mujer asiente y presiona un botón de marcado rápido en el panel del teléfono fijo, este enlaza la llamada de inmediato.

Sé que pasa, sé cómo se hace, sé lo que sucederá también cuándo el médico contesté del otro lado. Sé que dirá que pase, que seguro no hay problema.

Y lo sé, porque también he trabajado aquí, hace mucho tiempo ya de eso, pero por mucho que quieras y por poco que estés en los lugares, partes de ti se quedan en ellos y en las personas que dejas atrás.

Alguien habla en la línea, la chica me sonríe y me mira. Habla de inmediato mientras cuelga la bocina.

—Pueden pasar, estará esperándolos.

Los dos asentimos.

—Por aquí presidente —le indico con la mano que siga por un extenso pasillo de color marrón claro.

Es un color poco usual para pintar un lugar por dentro. Por lo general los consultorios médicos siempre están pintados de blanco o clores claros, como el perla, blanco como el cascaron de un huevo... etcétera.

Pero es que este fue un cambio que propuse poco antes de irme. Mencioné una vez a este doctor que eso era tan aburrido, que todos los profesionales lo hacían y que la única oportunidad en que vieras un poco de color en las paredes era cuando entrabas en un consultorio pediátrico o en los dentistas que atienden solo a niños.

Así que él lo cambio de inmediato, claro él dijo primero: "Como me gustaría tener un color chillante en las paredes, algo rojo, algo azul o algo por ese estilo, pero no sé puede".

Juro que pensé que lo decía jugando, hasta que dejó de reír.

Y para que no sé le ocurriera hacer algo de ese tipo en las paredes de un respetado consultorio de medicina general, yo misma le acompañé a comprar las latas de pintura. Lo admito, pensé que no se vería bien hasta que lo vi hecho.

El pintor que nos ayudó incluso dijo que logró equilibrarlo colocando un poco de blanco en todas las molduras el final de las paredes, haciendo que no resaltará demasiado, sobre todo en las noches.

Porque si no lograbas que a una habitación estuviera bien distribuida de colores y luz en el día era una cosa, pero por la noche cuándo todo cerraba, la luz se escondía y cerrábamos, y todo sería siniestro.

Si en esos momentos, no encontrabas luz...

Bueno, todos sabemos lo que pasa en la vida de un ser humano, sin luz en ella.

Para cada uno de nosotros es distinto, y por mucho que algunos odiemos decirlo, la necesitamos.

Mientras caminamos, el presidente me hace la pregunta que sé que está esperando hacer desde que marqué el número de este médico.

—¿Cómo conoces este lugar y a estas personas?

—Un tiempo corto trabajé aquí.

—¿Ah sí? —Miré su rostro, parece sorprendido de la confesión— ¿Dónde?

—En la recepción, con Elizabeth. Entre las dos éramos las asistentes del doctor.

—Vaya, ese médico debe de ser un hombre con mucha suerte.

—¿Por qué lo dices?

—Por tener a semejantes mujeres, tan bellas e inteligentes trabajando entre sus filas.

—Lo es. —Contesté ingenua— espera... ¿qué has dicho?

Me detengo en el camino y cambio mi expresión feliz por otra más seria y preocupada.

¿Es que le ha gustado la mujer de la entrada, o ha hecho ese comentario solo por mí?

—¿Cuándo?

—¿Crees que la asistente de la entrada es linda? —Estoy seria, le suelto del brazo y camino dos pasos lejos de él.

—¿Cómo?

—Recuerda lo que has dicho... —él se detiene en el pasillo y lo piensa— Ah... no, no... —Levanta ambas manos en el aire en señal de rendición— lo he dicho por ti, solo por ti mi amor.

—Sí, como digas.

Arrugué la nariz demostrándole mi descontento y desagrado hacía el momento.

—Créeme, desde que te conocí no he vuelto a ver más belleza que la que llevas en ti. Tus ojos, caderas, ese cabello castaño que tanto te desespera llevar suelto en el día a día... —Se acerca a mí y toma mi rostro entre sus manos, con ello me jala hacía sus labios para depositar un beso fugaz en mi boca— no hay a nadie más en este mundo que quiera besar, que quiera tocar... eres tú y siempre serás tú.

Lo admito. Me derrito lentamente por sus palabras.

—Bien, porque no me gusta la competencia.

—No tienes competencia, ni nunca la tendrás.

Dicho eso le tomó de la mano para seguir caminando pero él me jala, mi cuerpo va hacía el suyo con rapidez.

Estoy entre sus brazos de nuevo en pocos segundos.

—Aunque debo admitir que me ha fascinado verte celosa.

—No estaba celosa. —Declaró entre sus brazos, mi cabeza se entierra en su pecho y mis brazos le rodean lo que puede de su cuerpo.

Él es enorme y pesado en comparación a mí por lo que no logró darle la vuelta por completo, aún así me gusta intentarlo.

—Lo que digas, mi amor. —No puedo verlo pero sé que está sonriendo tontamente con la barbilla apoyada en mi cabeza.

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