EPÍLOGO
Epílogo
Hay días grises, días soleados y días de tormenta. Hoy es un día de esos en los que los vientos feroces y las lluvias densas te hacen pensar que será el fin de la humanidad, que su fuerza arrasará con todo y moriremos en el intento.
No moriré hoy, pero siento algo dentro de mí crujir. Quizás me estoy rompiendo y nunca volveré a ser la misma. Eso dice mi cuerpo, ¿o es algo dentro de mí?
Un goteo insistente me arrastra fuera de la inconsciencia. Los sonidos se escuchan más fuertes, más agudos y un olor familiar me hace cosquillear la nariz. No tengo alergias, entonces, ¿por qué mi nariz rechaza ese olor?
—Todos los parámetros están en orden —dice una voz desconocida, masculina, fría y distante—. No hubo contratiempos. Pronto podremos proceder al traslado.
Los vellos de la piel se me erizan ante el reconocimiento. Me quedo paralizada, finjo que sigo inconsciente y agradezco a Dios por no estar conectada a ningún monitor.
—Procedamos con los preparativos —concede una mujer. Se hace un silencio corto antes de que vuelva a hablar—. Él no quiere que le hagan daño. Si despierta, sédenla.
Una serie de pasos se alejan y caigo en cuenta de que se retiran cuando la puerta se abre, luego se cierra y solo queda oquedad. Está de vuelta ese silencio atosigante lleno de promesas de un futuro incierto, un calvario que no quiero vivir.
Abro los ojos y...
Todo el blanco, luminoso y el olor antiséptico me revuelve el estómago. Intento ponerme de pie, pero las ataduras de mis manos a la cama me impiden moverme lejos de ella.
«Mamá» Se va a morir cuando lo sepa. Ella tenía miedo a perderme y ahora me ha perdido. No me perdonará jamás. Mamá nunca quiso que tuviera amigos. Mamá tenía razón cuando me aislaba del mundo porque las personas mienten, fingen y traicionan.
Entonces, lo recuerdo. Recuerdo que no tengo doce años, que ya no vivo en la ciudad del verano eterno y que en mi vida entraron muchas personas.
Entró él.
De pronto soy más consciente de lo que nunca antes había sido. La verdad estuvo delante de mí todo este tiempo y yo me vendé los ojos para no ver cuando me golpeara con fuerza.
Su posición en la sociedad.
Su estancia en el colegio público.
El reloj de su padre.
El interés de su familia por mí.
Solo fui eso. El maldito ratón del juego del cazador.
Siento de nuevo ese frío en el corazón, el indicio del vacío. Duele algo ahí, pero no puedo distinguirlo. Es fuerte y me ahoga, sin embargo, las lágrimas no van al rescate. Me he agrietado de vuelta, todo se ha escapado por las hendiduras y vuelvo a ser lo que siempre fui: una marioneta de madera vacía.
La puerta se vuelve a abrir con fuerza y cierro los ojos de vuelta. Si me van a llevar no quiero verlo, si me van a lastimar quiero fingir que no estoy aquí. Prefiero fingir que estoy en esa pequeña ciudad y que el hombre que más he amado en mi vida no me traicionó. Quiero fingir que me besa la punta de la nariz y me cumple los caprichos.
—Todo en orden. Trasládenla.
No me muevo. No lloro. Aunque debería llorar, debería liberarme del dolor que me sofoca el pecho, pero, ¿para qué? Llorar no va a resarcir mis errores.
Percibo el molesto sonido de la camilla deslizándose por los pasillos silenciosos, el eco que provocan. Y luego las voces que dicen que me trasladarán con los demás, que deben realizarme una serie de pruebas antes y que él lleva mucho tiempo esperándome. No se de quién se trata tras haberlo mencionado dos veces.
Unas puertas se abren y pronto el sol me alcanza. Casi río con dolor. Es irónico que de las pocas veces que en la ciudad hace acto de aparición el sol yo sea una tormenta por dentro. Es triste que no pueda disfrutar de su calidez o que ella no me reconforte. Los brazos de sus rayos me envuelven, pero yo solo puedo sentir la oquedad en mi pecho.
No me quejo, este siempre ha sido mi destino.
Aunque, no entiendo muy bien que es el destino, no alcanzo a darle muchas vueltas porque una serie de disparos irrumpe en mí actuación y una rubia con bata blanca arrastra la camilla hacia el interior de vuelta. Antes de que pueda tan siquiera gritar desata las correas y me arrastra detrás de una puerta. Luego la cierra.
El lugar es pequeño, muy pequeño y lúgubre. El corazón me martillea contra el pecho y siento que el mundo se me viene encima, que estoy sola y nunca más voy a ver a mi madre. Nunca podré abofetear a ese traidor de mierda.
Fuera se sienten los murmullos y me encojo contra una de las esquinas. No puedo pelear. Algo que aprendí estos años es que ellos son muchos, muchos más de lo que alguien pueda imaginarse. Es matemática y a veces odio la matemática solo porque me recuerda que soy yo sola contra todo un gobierno, contra un montón de locos que más que apreciar lo divergente, planean destruirlo.
La puerta se abre consiguiendo que presione más las piernas en mi dirección. Mantengo la mirada en los zapatos blancos de quien haya venido a por mí.
—Mi niña.
El lloriqueo de mi madre me quiebra el corazón y me sorprende a partes iguales. Levanto la vista para notarla de pie junto a montón de personas que no conozco, pero estoy feliz de ver. Se acerca a mí con premura y sus brazos me envuelven reconfortándome en el acto.
—¿Te hicieron daño, cariño? —Me inspecciona con los ojos y las manos hasta asegurarse de que estoy completa, en buen estado—. ¡Oh, santo Dios! Tenía tanto miedo por ti.
En silencio apoyo mi cabeza en su hombro buscando esa energía que me cure las heridas.
—No puedo entender cómo llegaron a ti.
«Yo sí» Me quedo con las ganas de decirle porque una voz familiar me interrumpe cuando consigo despegar los labios. Aún estoy un poco desorientada.
—Señora Dessen, debemos partir de aquí antes de que lleguen los refuerzos.
Subo mi vista a la suya y de pronto me siento tan diminuta con esta bata de hospital y la conmoción aún flotando a mi alrededor.
—Sí, Alexia, mejor vámonos —accede mi madre ayudándome a ponerme en pie.
La rubia se me acerca y de pronto recuerdo mi conversación con ella antes de la fiesta. Como me habló sobre el programa de protección que manejaba su padre y los riesgos que corría al estar echando raíces en la cuidad. Tenía razón.
—Cariño, Alexia me habló de un programa de protección a las personas con síndrome de Alexandría —me explica mientras avanzamos a la salida—. En el camino podrán hablar de los detalles y si lo decides podemos irnos. Si no lo deseas volveremos a casa, quizás crean que huimos y no nos busquen allí.
Ni ella misma lo cree, pero asiento dándole la razón justo cuando nos vemos envueltas en varias camionetas negras. Afuera todo se ve desierto, tan solitario y silencioso como era antes. Antes de él. Antes de su amor porque a pese a los obstáculos, los bandos y toda la mierda impuesta nunca he estado más segura de algo en mi vida, sé que él me ama tanto como yo a él. Entonces, ¿por qué me hizo esto?
Dicen que dos personas no pueden amarse con la misma magnitud. Él ama más su vida y su maldito apellido de lo que jamás me va a amar a mí.
—Partimos en cinco minutos —comunica Alexia de forma general. Luego centra su atención en mí—. Puedes ir subiendo a la camioneta con tu madre. Yo iré en esa también y podemos hablar de lo que quieras.
Asiento llevando la botella de agua, que me tiende Alexia, a los labios y bebo largos sorbos hasta saciar mi sed.
Encuentro a mi madre a un lado de la camioneta correspondiente y cinco minutos después partimos hacia un destino desconocido. Alexia me explica dónde vamos a estar, como es la vida allí y todos los detalles necesarios para estar de acuerdo. O casi todos.
—¿Fue él quien me entregó? —Es la primera pregunta que hago desde que me encontraron.
Ella me mira como con pena y se me retuerce el intestino solo de pensar en mí como una idiota enamorada y traicionada.
—No lo sabemos con certeza, pero, ¿quién más podría ser?
Y con eso me basta para decidirme. Me voy lejos, a un lugar donde nadie podrá hacerme daño. Es mi elección, no voy a despojarme de mi responsabilidad, pero tampoco admitiré que estoy huyendo porque salvarte y preferirte a ti misma sobre todo no es huir, se llama instinto de supervivencia.
Puedo vivir una vida llena de restricciones, puedo extrañarlo por siempre y buscar en cada delicia de la vida una sensación semejante a las que sentíamos juntos. Puedo con el dolor de vivir el resto de mi vida preguntándome, ¿realmente él lo hizo? ¿Por qué? ¿No fui suficiente?
Estoy seca, pero al menos estoy viva.
—Sus padres forman parte de la organización. —me dice Alexia extendiéndome los papeles que saca de la guantera—. Quizás él no. Pero apellidos como ese...
—Se heredan hasta los calzones. —Termino por ella.
—Entonces, ¿crees que todo fue una estrategia?
Volteo la vista hacia ella quien me devuelve la mirada confusa.
—Puedo dudar incluso de mi cordura, pero nunca de su amor. —Sonrío viendo fuera del auto a nada en particular—. Tarde o temprano la bomba iba a explotar y todo contra lo que he luchado por años saldría de mis pesadillas para convertirse en mi realidad. Solo me gustaría saber porqué lo hizo. Porqué los eligió a ellos y no a mí.
Una lágrima brota de mi ojo izquierdo mojando mi mejilla, me apresuro a limpiarla antes de que puedan verla. Mi madre sonríe con tristeza mientras acaricia mi mejilla y yo descanso sobre su mano. Otra ciudad más que debo dejar, ojalá sea la última.
—Me encanta ver tus hermosos ojos, mi amor. —Deja fluir las lágrimas y la envidio porque es algo que ya no me permito—. Esos hermosos ojos que cargan una maldición, un síndrome que nunca debiste padecer.
Sorbe por su nariz mientras yo cargo con mi rostro de marioneta sentada junto a ella en la parte trasera del auto fingiendo que dentro de mí no hay caos y dolor.
—¿Todo listo? —pregunta Alexia a un hombre de mediana edad cuando llegamos a una pista de vuelo—. Necesito volar con urgencia.
Llevo la vista a mamá quien me observa esperando a que me eche atrás. Irnos tan lejos es un paso demasiado grande, pero también demasiado necesario. Vuelvo hasta dar con los ojos del piloto que asiente hacia Alexia y se aventura hasta dentro del jet. Lo seguimos acomodándonos dentro con la rapidez de un jaguar.
Hay veces que debemos tomar decisiones equivocadas, para entonces, dar con el camino acertado. Quizás me equivoque, sin embargo, esta oportunidad no se me dará dos veces en la vida y debo tomar riesgos.
—Todo en orden, capitán. —La voz de la rubia al mando resuena por todo el lugar.
Mientras tanto yo me acurruco al lado de mamá quien me pasa un libro que me aprieta el corazón al ver el título. Es una tortura más a mi alma resquebrada, se titula: Agujeros Negros.
Pongo mi mayor esfuerzo en no preguntarme por él, en no pensar en mis amigos. Me duele pensar que Mildred también lo sabía o que ahora están todos sentados cenando y contando lo divertido que fue engañarme.
La primera vez que me sentí viva era un día lluvioso, su paraguas quedó sobre mí y sus primeras palabras fueron una burla por no llevar uno. La última vez que me sentí viva estaba envuelta en sus brazos. Las sensaciones maravillosas mueren hoy, justo ahora cuando las cosquillas en el estómago me asegura que el avión ha despegado y la última oportunidad ha caducado.
Mi chico del paraguas, no me olvides. Cumple tu promesa y ámame hasta la eternidad. No sé si es masoquismo o si he perdido mis facultades mentales, pero más doloroso que lo que siento ahora sería saber que me olvidó. Intentaré perdonarte e incluso en la distancia mi corazón seguirá latiendo por ti.
Incluso en la distancia él será mi compañero de vida porque antes y después de él solo queda oquedad.
Continuará...
||~𑁍~♡~𑁍~||~𑁍~♡~𑁍~||~𑁍~♡~𑁍~||
¡Hola, hola!
Y hasta aquí...💔 el primer libro. Les permito que me insulten la verdad🤣 ¿A qué no duele tanto?🥲
Les voy a dejar un pequeñito extra narrado por Ry.
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