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Capítulo dedicado a VickyRosales413 gracias por darle una oportunidad a mis bebés ❤ Espero que no quedes muy clown jeje.

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AGATHA


Horas antes...

CARLOS:

En cinco, estoy.

AGATHA:

Ok.

Me vuelvo a levantar de la cama y comienzo a dar vueltas por la habitación sin parar, sin dejar de pensar en lo que va a pasar y plantearme la peor situación de todas.

Paro en seco, fijando mi mirada en el atuendo que llevo puesto reflejado en el espejo.

No sabía que ponerme.

Aunque tenía claro que quiero que se me reconozca lo menos posible y por ello me he trenzado el pelo, me he vestido con una sudadera negra y ancha y unos vaqueros largos junto a mis botas militares.

Tengo el pañuelo cogido en un puño, me tiemblan las piernas mientras que las ganas de llorar son cada vez más intensas y constantes.

«¿Y si es una trampa y me matan?».

Un escalofrío me recorre de arriba abajo al pensar en eso. Sacudo la cabeza, intentando apartar aquel pensamiento. Poniéndome pesimista no va a solucionar nada y solo va a conseguir empeorar la situación.

Inspira, expira. Inspira...

Una bocina suena en el exterior y me acerco a la ventana, temblorosa.

Un mini cooper de color negro está aparcado en doble fila y veo como Carlos me hace luces para que salga. Alterna tres veces contadas entre las luces largas y las cortas y sé que esa es mi señal para salir.

Recojo mi cazadora de cuero que estaba desperdigada en el suelo y salgo de la habitación, cerrando con cautela la puerta para que mi padre no me escuche.

El nerviosismo recobra fuerza en mí mientras recorro el pasillo y escucho mis pasos amortiguados por el suelo moqueta. Observo la puerta entreabierta de mi padre y dudo en sí asegurarme de si está dormido y cerrársela o dejarla como está.

Al final acabo haciendo lo primero y me encuentro con la imagen de mi padre durmiendo a pierna suelta en su cama matrimonial con el edredón a unos centímetros de caerse al suelo. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y cierro la puerta con cuidado, suspirando al escuchar el clic.

Vuelvo a retomar mi camino hacia la puerta de la entrada y cojo mis llaves. Antes de marcharme abro el cajón del mueble de la entrada y rebusco entre todas las cosas que hay hasta que encuentro lo que buscaba: una navaja y un gas de pimienta.

Lo primero me lo guardo en la cinturilla del pantalón y lo segundo lo meto en uno de los bolsillos de la chaqueta y aunque esté mal, me siento más segura ahora que llevo aquello encima.

Ni si quiera me molesto en tomar el ascensor. Bajo las cuatro plantas casi corriendo hasta llegar a la puerta de la entrada de mi edificio.

Al salir una ráfaga de viento me da de golpe, pero por una vez en mi vida mi pelo no se revuelve porque está recogido. Le hago una seña con la mano a Carlos para que se acerque a donde me encuentro.

Abro la puerta del copiloto y antes de poder cerrarla, Carlos ya ha acelerado.

—No hay vuelta atrás, ¿lo sabes? —me cuestiona con la preocupación tiñendo su voz.

Asiento, frunciendo los labios y mordiéndome el cachete interno de la mejilla porque tengo la sensación de que podría derrumbarme en cualquier momento y hablar podría hacer que ocurriese antes de lo que pretendo.

—¿Por qué lo haces, Opuesta? —pregunta, suspira y continua—. Una vez que entras en este mundo es muy difícil salir y tú lo sabes mejor que nadie.

—Por mi familia —sentencio en voz baja, mirándolo directamente a sus ojos oscuros. Sus cejas pobladas se fruncen y yo suspiro.

Apoyo la cabeza contra la fría ventana y observo el exterior que se abre paso por esta.

Las palmeras son ondeadas por el viento nocturno y tanto la carretera como las calles tienen un tono entre naranja y amarillo por estar iluminados por las farolas.

El coche se somete en un silencio que está lejos de ser incómodo, pero que, sin embargo, está lleno de tensión y expectación. Me remuevo en mi asiento incómoda cuándo me doy cuenta de que comenzamos a dejar la ciudad de Summerville atrás y que nos estamos dirigiendo a Port, una de las zonas de mercancías de narcos más importantes entre los líderes de Summerville y Downtown.

El puerto está construido en una de las laderas de los acantilados que rodean las costas del norte. El coche chirría cuando el asfalto es sustituido por hormigón y nuestro alrededor deja de ser edificios o casas para convertirse en fábricas desamparadas y contenedores metalizados, apilados unos encima de otros, formando una especie de laberinto a su alrededor.

Carlos aparca cuando llegamos al que supongo es nuestro destino. Yo me desabrocho el cinturón para bajarme del coche, pero él me lo impide:

—Espera en el coche. Cualquier cosa rara que veas, hay una pistola de la guantera. No dudes en usarla.

Cierra de un portazo y se marcha a la parte trasera del vehículo, sacandi de ella un arma bastante más grande a la que suele llevar encima cuándo tenemos una reunión.

Durante todo el tiempo que llevo metida en esta mierda aprendí que cuánta más grande fuese el arma, más importante, influyente y, sobre todo, peligroso era el mafioso con el que tratábamos.

Me acojono cuando veo el tamaño de la que lleva con las dos manos. El miedo se instala en mis huesos y estoy tentada de abrir la guantera, sacar la pistola y huir corriendo, pero mi conciencia me recuerda que estoy en territorio narco.

Lo que significa que seguramente, si hago esto... me volarán la cabeza antes de que lograse apartarme unos escasos cinco metros.

El tiempo en el auto se me hace eterno. Repiqueteo con mi pie en el suelo del coche y miro de soslayo varias veces a la guantera para desviar la vista después hacia la ventana, en busca de algún movimiento extraño.

No sé si han transcurrido segundos, minutos u horas cuando veo a Carlos andando en dirección al coche, acompañado de dos hombres bastante grandes y con pinta de dar mucho miedo detrás suya.

Se acerca a la puerta del copiloto y la abre, pero antes de dejarme salir me señala con la cabeza la guantera y capto el mensaje a la primera.

Disimuladamente e intentando que los dos gorilas que están a unos metros de nosotros no se percaten, la abro, saco la pistola y la coloco —en el lado contrario de la navaja— en mi cinturilla del pantalón. Carraspeo y Carlos me observa con su máscara de seriedad puesta.

—Es la hora —dice con voz grave y el ceño más fruncido que antes.

Bajo del coche y ando delante de él, siendo escoltada por su arma hasta llegar a la altura de los dos hombres. Estos se posicionan uno en cada lado y le hacen un gesto a Carlos, diciendo que se marche. Veo como él vacila y se queda estático observándome.

—Si él no va conmigo, yo no me reúno con nadie —aviso con voz firme, lejos de ser como me siento en realidad, pero logro que no se note.

Los gorilas trajeados intercambian una mirada y uno habla por un pinganillo que tiene en la oreja mientras que el otro —sutilmente —me enseña el trío de armas ocultas que se encuentran bajo su chaqueta.

Trago saliva e intento no tocarme la cinturilla para no desvelar donde se encuentra mi arma.

—Claro, señor —finiquita el gorila número uno.

Intercambia miradas con el gorila número dos y le hacen una seña a Carlos que yo no comprendo para nada.

Noto como la tensión que había adquirido Carlos, disminuye, pero no se evapora del todo. Se coloca a mis espaldas, esperando a que la pareja de gorilas avance un par de pasos para hablarme.

—Si algo sale mal, quiero que huyas —susurra muy cerca de mi oreja. Las ganas de llorar amenazan con volver, con mucha mayor potencia—. Hazlo, Agatha.

Y no me es indiferente que me ha llamado por mi nombre real y no por el apodo que adquirí cuando comencé a moverme en este mundillo.

Volvemos a retomar el paso y nos adentramos a través de una puerta metálica y oxidada a una sala totalmente opuesta a como es el exterior.

El suelo es de mármol blanco, las paredes son de colores claros y los muebles que hay decorando la habitación desprenden dinero con tan solo verlos.

En el centro de esta se encuentra un escritorio de roble oscuro, con varios sillones a su alrededor. Detrás de este hay un gran sillón beige oscuro, escoltado por cuatro hombres de aspecto parecido a los que nos escoltaban. Me quedo quieta en mi sitio, expectante a que suceda algo.

De pronto aparece un hombre trajeado entero de blanco y con un sombrero oscuro. Mientras avanza, va exhalando un humo muy espeso y al sentarse me fijo en que está fumando un puro.

Por inercia me aseguro de que tengo mi pañuelo bien atado y la capucha ocultando mi cabello recogido.

Cuánto menos se vea, mejor.

Me tenso en mi lugar cuando el hombre me sonríe, y Carlos se acerca más.

—Siéntate querida, tenemos mucho de lo que hablar —dice de forma amable y vuelve a fumar de su puro.

Obedezco intentando disimular el temblor que ha adquirido mi cuerpo y el miedo que me invade. Él apoya los brazos en la mesa y clava su mirada azulada en mí.

—Creo que no hemos tenido presentaciones, propiamente dichas —comienza a decir, divertido —. Soy el Gran Ziru, tu nuevo patrocinador.

Me observa con triunfo y alarga una mano —repleta de anillos de oro —para que se la estreche. Dudo un momento y desvío la mirada a Carlos que me hace un gesto casi imperceptible que me da a entender que tengo que hacer todo lo que me diga. Se la estrecho.

—¿Cómo te llamas, preciosa? —pregunta más interesado que antes.

—Opuesta —respondo tajante.

El silencio invade la sala y la mirada azulada de Ziru se fija en mí como si fuese capaz de leerme y averiguar, quién soy, dónde vivo y por qué estoy aquí.

Trago saliva duramente y aprieto las manos en mi regazo porque han comenzado a temblar.

—Bienvenida a la familia, Opuesta —enfatiza en el mote con burla.

N/A: SE DESATÓ AAAAAA.

Sé que llevo un par de semanas perdidas, pero entre las vacaciones y el estreno de "Un inesperado amor" había dejado un poco de la a mi bebé opuesta.

Así que... ¿quién creéis es el Gran Ziru en realidad?

¿Alguna teoría nueva?

Gracias por leerme ❤

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