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Capítulo 1

Clara sostenía su maleta con una mano y un cuaderno de notas con la otra mientras el tren Eurostar llegaba lentamente a la Gare du Nord. Los pasajeros se levantaban de sus asientos, recogiendo pertenencias y preparándose para desembarcar. El vagón vibraba con la energía contenida de quienes estaban a punto de comenzar una nueva aventura o de regresar a un lugar conocido. Clara, sin embargo, estaba en el primer grupo.

Con los ojos muy abiertos, absorbió cada detalle del andén abarrotado mientras bajaba del tren. Era su primera vez en París, y había estado soñando con este momento desde hacía años. Sentía una mezcla de nerviosismo y emoción, una corriente eléctrica que parecía avivar cada célula de su cuerpo. Era una joven de 28 años, con cabello castaño ondulado y unos ojos verdes que reflejaban tanto curiosidad como determinación. Había dejado su hogar en un pequeño pueblo inglés con la esperanza de encontrar la inspiración que necesitaba para su primera novela.

Al salir de la estación, el bullicio de la ciudad la envolvió inmediatamente. Clara se tomó un momento para respirar profundamente y dejar que el aroma de los croissants recién horneados, el café fuerte y el ligero toque de la brisa parisina se mezclaran en sus sentidos. Una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro. Aquí estaba, finalmente, en la ciudad de sus sueños.

Decidió caminar hasta su apartamento, una pequeña buhardilla que había alquilado en el barrio de Le Marais. Aunque llevaba una maleta pesada, la emoción del momento le daba fuerzas. Las calles empedradas de París, flanqueadas por edificios históricos y cafés con mesas en la acera, parecían sacadas de una postal. Las tiendas de moda, las panaderías y los pequeños mercados ofrecían un despliegue de colores y olores que la hacían sentir como si estuviera caminando por un cuento de hadas.

Mientras avanzaba, Clara sacó su cuaderno de notas y comenzó a escribir observaciones rápidas: "Las flores en los balcones, rojas y moradas, como manchas de pintura en una obra de arte viva. El sonido de un acordeón que se filtra por una ventana abierta. El murmullo constante de la conversación en francés, un idioma que aún no domino pero que suena como música."

Después de un paseo de veinte minutos, llegó a su destino. El edificio donde estaba su apartamento tenía una fachada clásica de piedra caliza, con ventanas altas y elegantes molduras. El portero, un hombre mayor con una boina negra, le dio la bienvenida y le entregó las llaves con una sonrisa.

"Bienvenue à Paris," dijo, y Clara respondió con un tímido "Merci," que esperaba fuera correcto. Subió por una estrecha escalera de caracol que parecía girar interminablemente hasta llegar al último piso. Su apartamento era pequeño, pero acogedor, con una gran ventana que ofrecía una vista impresionante de los tejados de París y, a lo lejos, la silueta inconfundible de la Torre Eiffel.

Después de desempacar rápidamente, Clara se dejó caer en el pequeño sofá junto a la ventana y contempló la vista. París estaba viva bajo la luz dorada del atardecer, y ella sintió una oleada de inspiración. Sacó su cuaderno nuevamente y comenzó a escribir, dejando que sus pensamientos fluyeran libremente.

Horas después, cuando la oscuridad había cubierto la ciudad y las luces brillaban como estrellas terrestres, Clara decidió que era hora de explorar más a fondo. Se cambió de ropa, optando por algo más cómodo, y salió de su apartamento, dispuesta a perderse en las calles parisinas.

Caminó sin rumbo fijo, dejándose guiar por el instinto y la curiosidad. Encontró un pequeño café en una esquina tranquila y decidió entrar. El interior era acogedor, con paredes cubiertas de fotos en blanco y negro de escritores y artistas famosos que habían frecuentado el lugar. Se sentó en una mesa cerca de la ventana y pidió un café y un croissant. Mientras esperaba, sacó su cuaderno y comenzó a escribir de nuevo, esta vez describiendo el ambiente del café y las personas que lo llenaban.

El camarero, un joven con una sonrisa amigable, le trajo su pedido y le deseó buen provecho. Clara tomó un sorbo de su café y dejó que el sabor fuerte y reconfortante la inundara. Se sintió increíblemente afortunada de estar allí, en ese momento, en esa ciudad.

Después de terminar su café, Clara decidió que era el momento de visitar la famosa librería Shakespeare and Company, un lugar que había estado en su lista desde el momento en que decidió venir a París. Salió del café y comenzó a caminar en dirección al Sena. La librería estaba a solo unos minutos a pie, y pronto la vio, un edificio encantador cubierto de enredaderas y con una entrada que parecía invitar a los visitantes a entrar en un mundo diferente.

Entrar en Shakespeare and Company fue como cruzar el umbral hacia otro tiempo y lugar. Las estanterías estaban repletas de libros antiguos y nuevos, y el olor a papel viejo y tinta fresca impregnaba el aire. Clara recorrió los pasillos, pasando sus dedos por los lomos de los libros, maravillándose con la variedad y la historia que cada uno de ellos contenía.

En una esquina apartada, encontró una sección de libros usados. Mientras hojeaba, un volumen en particular llamó su atención. Era un libro antiguo, con una encuadernación de cuero desgastada y páginas amarillentas. Lo sacó de la estantería y lo abrió. Para su sorpresa, las páginas estaban llenas de notas escritas a mano en los márgenes. Eran comentarios, reflexiones y observaciones sobre el texto, escritos con una letra elegante y precisa.

Clara se sentó en el suelo, apoyando su espalda contra la estantería, y comenzó a leer las notas. Las palabras resonaban con una profundidad y una pasión que la cautivaron de inmediato. Había algo en la voz del autor de las notas que la hacía sentir comprendida y conectada de una manera que no había experimentado antes.

Mientras leía, perdió la noción del tiempo. Estaba tan absorta en las palabras que apenas se dio cuenta de que alguien más había entrado en la sección. Fue solo cuando escuchó una voz amable que levantó la vista.

"Es un libro interesante, ¿verdad?" dijo un joven que estaba de pie frente a ella. Tenía el cabello oscuro y desordenado, y sus ojos marrones brillaban con curiosidad.

Clara asintió, un poco avergonzada por haber sido sorprendida en medio de su lectura. "Sí, es fascinante. Las notas en los márgenes son increíbles."

El joven sonrió y se agachó para sentarse junto a ella. "Soy Jacques, el archivista de la librería. Conozco bien ese libro. Las notas fueron escritas por un autor anónimo que solía venir aquí hace muchos años. Nadie sabe quién era, pero sus escritos han intrigado a muchos."

"Soy Clara," dijo, estrechando su mano. "Estoy tratando de encontrar inspiración para mi primera novela, y este libro... bueno, parece que me está hablando directamente."

Jacques la miró con interés. "¿Te gustaría saber más sobre el autor anónimo? Tal vez podría ayudarte a investigar."

Clara se sintió emocionada por la oferta. "¡Me encantaría! Este libro ha despertado algo en mí, y quiero saber más sobre la persona que escribió estas notas."

Los días siguientes pasaron en un torbellino de actividad. Jacques y Clara comenzaron a trabajar juntos, investigando los archivos de la librería y buscando pistas sobre el misterioso autor. Pasaban horas revisando viejos registros, cartas y otros libros con notas similares. Cada nueva pista los acercaba más a desentrañar el enigma, y con cada paso que daban, la relación entre ellos se profundizaba.

Una tarde, mientras revisaban un conjunto de libros antiguos en la trastienda de la librería, encontraron una carta oculta entre las páginas de un volumen polvoriento. La carta estaba fechada hace más de cincuenta años y parecía ser una pieza clave en su búsqueda. Contenía una dirección en París y una mención a un amor perdido.

"Esta podría ser la pista que hemos estado buscando," dijo Jacques, leyendo la carta en voz alta.

Clara asintió, sintiendo una mezcla de excitación y ansiedad. "Tenemos que ir a esa dirección. Puede que encontremos más respuestas allí."

Decidieron visitar la dirección al día siguiente. Clara no podía dejar de pensar en lo que podrían encontrar. Mientras caminaba de regreso a su apartamento esa noche, se sintió llena de esperanza y determinación. París le había dado más de lo que podría haber imaginado, y sentía que estaba en el umbral de un descubrimiento que podría cambiar su vida y su escritura para siempre.

A la mañana siguiente, Clara y Jacques se encontraron en la entrada de la librería. Habían acordado ir juntos a la dirección mencionada en la carta. El día estaba despejado y soleado, con una brisa fresca que hacía que las hojas de los árboles susurraran suavemente. Caminaban lado a lado, conversando sobre sus teorías y expectativas.

La dirección los llevó a un antiguo edificio de apartamentos en el distrito de Saint-Germain-des-Prés, un área conocida por su rica historia literaria y artística. El edificio tenía una fachada elegante y señorial, con grandes ventanas y un portal de hierro forjado. Clara sintió un nudo en el estómago mientras se acercaban.

Jacques llamó al timbre y, después de unos momentos, una anciana abrió la puerta. Su rostro estaba surcado de arrugas, pero sus ojos brillaban con una vivacidad juvenil.

"¿Puedo ayudarles?" preguntó, mirando a Clara y Jacques con curiosidad.

Jacques explicó quiénes eran y lo que estaban buscando. La anciana escuchó con atención y luego sonrió.

"Ah, sí. Ustedes deben estar buscando a Henri. Él vivió aquí hace muchos años. Vengan, pasen. Tengo algo que podría interesarles."

Los condujo a un pequeño salón lleno de antigüedades y recuerdos del pasado. En una esquina, había un escritorio antiguo con varios cuadernos y papeles apilados ordenadamente. La anciana tomó uno de los cuadernos y se lo entregó a Clara.

"Henri era un hombre muy reservado, pero sus escritos revelan un alma profunda y apasionada. Este cuaderno contiene muchas de sus notas y pensamientos. Creo que encontrarán lo que buscan aquí."

Clara tomó el cuaderno con manos temblorosas y comenzó a leer. Las palabras de Henri eran poéticas y llenas de emoción. Había descripciones de sus paseos por París, sus reflexiones sobre la vida y el amor, y, finalmente, cartas a una mujer llamada Isabelle.

Jacques, leyendo por encima del hombro de Clara, exclamó: "¡Esto es increíble! Henri y Isabelle tenían una relación apasionada, pero parece que algo los separó."

Clara asintió, sintiendo una conexión profunda con la historia de Henri e Isabelle. Mientras leía más, se dio cuenta de que las notas en los márgenes del libro que había encontrado eran fragmentos de las cartas de Henri a Isabelle. Su historia de amor había quedado oculta en las páginas de los libros, esperando ser descubierta.

La anciana, que había estado observándolos en silencio, habló de nuevo. "Henri era mi hermano. Nunca dejó de amar a Isabelle, pero las circunstancias de la vida los separaron. Estoy feliz de que alguien finalmente esté descubriendo su historia."

Clara sintió lágrimas en los ojos mientras cerraba el cuaderno. "Gracias por compartir esto con nosotros. La historia de Henri merece ser contada."

Mientras salían del edificio, Clara y Jacques se miraron con una nueva comprensión. No solo habían descubierto una historia fascinante, sino que también habían encontrado una conexión más profunda entre ellos. París había entrelazado sus vidas de una manera que ninguno de los dos podría haber anticipado.

Esa noche, de regreso en su apartamento, Clara se sentó junto a la ventana con vistas a la ciudad iluminada y comenzó a escribir. Las palabras fluyeron de su pluma como un torrente, inspiradas por la historia de Henri e Isabelle y por su propia aventura con Jacques. Sentía que finalmente había encontrado la chispa que había estado buscando, y sabía que su novela sería una celebración del amor, la pérdida y la magia de París.

Y así, con el corazón lleno de gratitud y esperanza, Clara dejó que las luces de París guiaran su pluma mientras escribía la primera página de su nueva vida y su nueva historia.

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