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8. El agente y el humano


Pasadas las siete de la noche, Bérénice atravesó la puerta de su departamento acompañada de Olympe, cuya voz cantarina se dejaba escuchar por toda la estancia hablando de mil trivialidades: su jornada laboral, Steklo, los avances de su investigación, su pretendiente de turno, sus pacientes...

Para ese momento, ya Ivan estaba en posición sobre su motocicleta aparcada, mirando expectante la escena a través de su tableta. En principio, su atención estaba volcada de lleno en Olympe, quien con sus movimientos danzantes parecía abarcar toda la sala mientras se desplazaba de un lugar a otro, distribuyendo sus pertenencias en su sitio, sin guardar silencio un solo segundo. Fue entonces que Ivan se percató de que Bérénice no respondía absolutamente nada, solo se limitaba a asentir ante los puntos álgidos del discurso de Olympe, convirtiéndolo en un monólogo interminable. Más aún llamó su atención el andar pausado de la rubia, dando suaves tumbos como si le costara mantenerse en pie.

Durante toda la secuencia, Olympe no había volteado para mirar a su amiga, por lo que aún no se había dado cuenta de que algo extraño le ocurría. Mientras la pelinegra seguía inmersa en su cháchara, la rubia se dejó caer sobre uno de los sillones de la sala, llevándose una mano a la frente, dando evidentes muestras de cansancio, o quizás algo más. El propio Ivan frunció el ceño al verla así. Transcurridos algunos minutos, en una de sus tantas idas y vueltas, Olympe finalmente volteó a mirar a Bérénice.

—¿Bere? —interrumpió su enrevesado monólogo al encontrarse con el semblante decaído de su amiga—. Bere, ¿estás bien?

La rubia apenas alcanzó a susurrar.

—Sí, Debi, no te preocupes, es solo...

—¿Qué pasa, Bere? —insistió Olympe, aproximándose con preocupación.

—En serio, no es nada —respondió, dando un pesado suspiro mientras se apartaba la mano del rostro—. Estoy algo cansada, supongo.

—¿Segura? —Olympe enarcó una ceja mientras miraba fijamente a Bérénice, a lo que esta asintió—. ¿Aún quieres hacer lo que hablamos? Podemos hacerlo otra noche, así...

Olympe había extendido su brazo para tocar la mejilla de Bérénice, pero esta la detuvo haciendo un gesto de pausa con la mano.

—Debi, estoy bien, de verdad —interrumpió con ligera exaltación, esbozando una sonrisa—. Solo necesito descansar un minuto.

—Bueno, está bien, te creeré —dijo Olympe, correspondiendo la sonrisa con ojos entrecerrados.

A continuación, Olympe salió de la vista de la cámara, había ido a buscar algo en un punto ciego de la vivienda.

—¿Qué haces, Debi? —En cuestión de segundos, Olympe estaba de vuelta junto a Bere, entregándole algo que Ivan no logró identificar—. ¿Y esto qué es?

—Si te apetece, ve a darte una ducha y relájate. Mientras tanto, yo preparo la cena, ¿sí? —Bérénice asintió ante el generoso ofrecimiento—. Cuando salgas, ponte esto.

—Debi, pero... si esto es tuyo, no me va a quedar.

—¡Solo póntelo, hazme caso! —exclamó Olympe con tono maternal.

—¡Vale, vale, ya voy! —replicó Bérénice, poniéndose de pie con premura para encaminarse al baño—. ¡Lo que me faltaba, una madre que me dijera qué ponerme!

Tanto Olympe como Ivan, del otro lado de las cámaras, contuvieron la risa ante la reacción infantil de la rubia. Al cabo de un rato, la voz de Bérénice se escuchó desde el baño.

—Debi, ¿qué es esto?

La puerta se abrió y Bere salió dando pasos dubitativos en dirección a su amiga, mientras sus ojos recorrían su propio cuerpo, enfundado en una curiosa prenda negra de una sola pieza que lo contorneaba a la perfección, como si fuese una segunda piel.

Olympe, que en ese momento disponía la cena recién hecha sobre el comedor, le dedicó una sonrisa confiada.

—¿Qué pasa, Bere? ¿No te gusta? —dijo mientras la miraba de pies a cabeza, llevándose la mano al mentón—. Te queda incluso mejor de lo que imaginé.

Tan pronto las cámaras le mostraron a Bérénice en primer plano, Ivan pudo detallar lo que llevaba puesto: era una especie de enterizo con un amplio escote en la zona del busto y mangas que cubrían un poco más arriba del codo.

—Es extraño... —La rubia palpaba con curiosidad las partes de su cuerpo cubiertas por la tela negra—. Cuando me la diste juraría que era de tu talla, pero tan pronto me la he puesto...

—Está hecho de una microfibra que se ajusta a tu cuerpo tan pronto te lo pones —contestó pacientemente Olympe, colocando sus manos sobre los hombros de Bérénice mientras detallaba cada tramo de la pieza, cerciorándose de que todo estuviese en orden—. Es la nueva ropa deportiva de Aleksey; le encargué este modelo para ti. Lo mejor de todo es esto... A ver, ¿puedes sentirlo? —Olympe tomó la mano de su amiga y la frotó suavemente con la suya.

—Sí —respondió Bere mientras asentía—. Es como si...

—Como llevar guantes, sí —confirmó Olympe mientras llevaba su mano por encima del escote de la rubia—. Incluso en las partes que parecen descubiertas te protege una microfibra invisible. —Bérénice se palpó el cuello y la nuca, confirmando las palabras de su amiga—. Lo único que permanece descubierto es tu cabeza.

—¿Y para qué sirve? —preguntó finalmente la rubia.

Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Olympe, como si hubiese estado esperando esa pregunta.

—Mira nada más...

Antes de que Bere pudiese reaccionar, Olympe dio dos pasos hacia atrás. A continuación, materializó una pequeña bola de fuego sobre su mano y sin pensarlo se la lanzó a Bérénice. La rubia, al ver la fugaz llamarada sobre ella, profirió un breve grito de pánico y dio un salto hacia atrás que la hizo caer bruscamente; la pequeña esfera había impactado en sus manos y su pecho, pero se deshizo en el acto.

—¡Mierda! —Ivan, estupefacto, dejó escapar un grito ahogado. Casi había dejado caer la tableta del susto.

—¡DEBI! ¿¡QUÉ TE PASA!? —gritó Bérénice, sentada en el suelo agitando las manos, aún sintiendo el calor de las llamas—. ¿¡TE HAS VUELTO LOCA!?

—¡Ya, ya! ¡Calma! —Ahí estaba Olympe, hablando entre risotadas como una niña que acaba de cometer una travesura—. ¡Solo era una pequeña prueba! Mira, mira... —Se agazapó y tomó las manos de Bere, que todavía temblaba despavorida—. ¿Ves? No pasó nada, la tela es ignífuga...

—Maldición, ¡igual estás loca! —Bérénice se quitó de encima a Olympe empujándola con fuerza, haciendo que esta también cayera hacia atrás—. ¡¿Cómo carajo se te ocurre hacer eso?!

—Bueno, está bien, me lo merezco —Olympe, ahora sentada en el suelo frente a Bérénice, levantó su mano y bajó la cabeza en señal de disculpa—. Debí haberte avisado que lo haría. —Volvió a subir la cabeza y miró fijamente a su indignada amiga, esbozando una media sonrisa—. ¿Me perdonas?

Tras unos segundos de tenso silencio, Bérénice simplemente viró los ojos hacia arriba y suspiró.

—Eres increíble, de verdad —dijo con sarcasmo, como una madre regañando a su hija adolescente.

—Bere —pronunció Olympe con tono de insistencia.

—¡Sí, está bien! Te perdono... ¡pero ni se te ocurra volver a hacerlo!

—¿Qué? ¿Acaso no querías que entrenáramos? —replicó Olympe mientras ambas se incorporaban, sin perder el sentido del humor—. Bueno, pues considera esto el calentamiento. —Una vez de pie, tomó a Bérénice de una mejilla cariñosamente, en tanto esta todavía portaba una cara infantil de fastidio—. Anda, ven, vamos a cenar, la mesa está servida...

Mientras tanto, del otro lado de las cámaras Ivan seguía sin dar crédito a todo cuanto veía. Recién comenzaba a cobrar dimensión de la amenaza que representaban aquellas dos mujeres. En cualquier otro contexto, el búlgaro se hubiese permitido fisgonear libidinosamente los atributos de Bérénice que remarcaba aquella prenda negra, pero lo que acababa de ver había neutralizado cualquier instinto primitivo.

No era solo el hecho de que por fin había visto a Olympe en acción, sino que la ropa que portaba Bérénice estaba hecha de un material similar al de su traje negro; una tecnología que en la Francia de los 50' no solo debía estar fuera del alcance de la población civil, sino que su tenencia por parte de agentes no estatales era absolutamente ilegal, considerada uno de los delitos más graves existentes.

—Maldita sea... —Ivan soltó un largo susurro, mirando hacia abajo con los ojos cerrados.

Nuevamente estaban ahí dentro de su cabeza, el Ivan humano y el agente Leranov en una discusión eterna. El Ivan humano sabía muy bien que ambas mujeres en realidad no eran malas personas, mientras que el agente Leranov no hacía más que hablar de la misión, de la cantidad de violaciones a leyes estatales de parte de ellas que había documentado hasta ahora. Era cierto, ambas debían ser arrestadas y puestas a disposición del Estado, pero... ¿realmente merecían ese fatal destino?

«De usted solo espero una misión exitosa»

Ahí estaba otra vez, la voz de la Mayor Labette resonando en sus pensamientos, y junto con ella toda su figura; firme, estoica y con esa mirada tan particular que parecía gritar todo lo que su expresión corporal suprimía. Por una fracción de segundo la volvió a ver, sacándose la placa de brigadier del pliegue de su toga, solo para él..., quien por un instante se imaginó siendo él quien removía con sus manos aquel pliegue de cuero fino...

«La misión...». Su propia voz en sus pensamientos lo interrumpió. «La misión, Ivan, ¡la puta misión!», se reprochó, incrédulo de la inescrupulosa imagen mental que él mismo se acababa de crear. Sin embargo, había funcionado... «Lo conseguiré, Mayor... La misión será un éxito». Eso era, todo lo que necesitaba para despojar su mente de toda contemplación para con el objetivo era visualizar a Valerie, su deseo imposible, cuya perfección no llegaban ni a rozar aquellas dos insurrectas. «Ya estoy cerca, las atraparé a las dos...»

—Bere... —La voz de Olympe del otro lado de los micrófonos lo sacó de sus cavilaciones.

Del otro lado, Bérénice comía con parsimonia sentada en el comedor, apenas elevando la mirada para atender al llamado de Olympe, que observaba atenta sentada frente a ella.

—En serio, Bere, necesito saber qué te preocupa.

—Debi, en serio, te digo que no pasa nada...

—Bere... —La pelinegra entrecerró los ojos mientras le mostraba la palma de su mano—. Por si no te diste cuenta, te toqué la mejilla...

Al escuchar eso, Bérénice soltó una profunda bocanada de aire y se llevó las manos a la frente, denotando un profundo hastío. En efecto, no había caído en cuenta de que Olympe la había tocado y por ende, leído sus emociones.

—Debi... ¿Acaso no habíamos quedado en que no ibas a hacerlo más?

—¡Pues perdón por ser afectuosa, no puedo evitarlo! —exclamó sarcásticamente, agitando las manos. La rubia la miró con cansada indignación, negando con ojos entrecerrados, a lo que Olympe hizo caso omiso—. Entonces, ¿me dirás qué sucede?

Resignada, Bérénice soltó un profundo suspiro, sabiéndose acorralada. Con apatía, volvió a pasear el tenedor sobre el plato medio vacío mientras buscaba las palabras.

—Bueno, lo que sucede... —Olympe abrió bien los ojos en señal de atención, mientras Bere seguía pensando cómo articular su discurso—. A ver, sé que no es tu especialidad, pero...

La rubia se interrumpió de nuevo, a lo que Olympe frunció el ceño, intrigada al escuchar «especialidad». Fuera lo que fuera a decir Bérénice, tenía que ver con el hospital.

—Debi, ¿es posible que al momento de hacer una tomografía pulmonar se pase por alto una laceración? Quiero decir, que el pulmón tenga una perforación muy profunda que no aparezca en la tomografía.

Ivan se estremeció del otro lado de las cámaras. «No puede ser... No está hablando de eso... Por favor, no...».

—Pues... —La pelinegra se llevó la mano al mentón—. No debería pasar, al menos que esté oculta por exceso de líquido, pero aun así... ¿Qué pasó exactamente, Bere?

—¿Recuerdas la alarma de esta mediodía en sala de enfermería? —preguntó la rubia, a lo que Olympe asintió— Bueno, era del paciente que te había contado, que había ingresado el jueves...

—¿Con el que usaste tus poderes?

—Sí, exacto. Usé mis poderes para reparar el daño más grave, si no lo hacía...

—Lo descartaban, ya sé —interrumpió Olympe, aún pensativa—. Sin embargo, si usaste tus poderes, significa que también pudiste escanearlo por dentro...

«Así que eso era...». Finalmente Ivan acababa de entender lo que hacía Bérénice cuando la máscara de búho se dibujaba en su rostro.

—Eso hice, y precisamente eso es lo que me preocupa: cuando utilicé mis poderes, no vi ninguna laceración pulmonar. —Sin darse cuenta, Bérénice había comenzado a alzar la voz—. Luego, no sale nada en la tomografía, pero hoy... —Apretó el puño, frustrada— ¡Hoy, cuando ya casi se había estabilizado por completo, se complica de un momento a otro y me consigo con la maldita perforación!

—Bere, calma... —Olympe extendió su mano para tomar la de su amiga—. Si ya se encuentra estable, no lo van a descartar, ¿sí?

—¿Y si hubo alguna otra cosa que no vi? —cuestionó Bérénice, obcecada por su propia preocupación—. Es que... No tiene sentido, Debi... ¿Cómo puede aparecer una perforación de un momento a otro? Es como si...

—¿Como si alguien se lo hubiese causado? —Olympe le dedicó una mirada inquisitiva, como si lo que acabase de decir fuese ridículo—. Piénsalo, Bere, ¿por qué alguien haría algo así con un paciente a punto de recuperarse?

En ese momento, la posibilidad de ser descubierto comenzó a asomarse en la cabeza de Ivan, acelerando súbitamente su ritmo cardíaco.

—¿Y qué se yo? ¿Alguien que por alguna razón lo quisiera muerto?

—¿Y por qué no matarlo directamente? —atajó Olympe de inmediato—. Si alguien más le hubiese hecho esto al paciente, sabría que podrían haberlo salvado; no con la facilidad con que tú lo hiciste pero sí, lo habrían salvado con una cirugía de emergencia.

—¿Y entonces?

—Y entonces no tiene sentido que alguien haga daño a un paciente que prolongue su estadía en el hospital. —Se recostó sobre la silla y suspiró—. Por muy retorcido que sea, este maldito régimen no piensa así... —Hizo una breve pausa en la que volvió a mirar a Bérénice a los ojos, frunciendo el ceño nuevamente—. Dime algo, Bere...

—¿Qué cosa, Debi?

—Desde la llegada del paciente hasta su «complicación»... —Entrecomilló con los dedos—. ¿Utilizaste tus poderes en él?

—Bueno... —Bérénice pensó por un momento—. Esta mañana, mientras hacía los controles de rutina, usé mis poderes para hacer un nuevo reconocimiento del paciente, y percibí que estaba mucho mejor, pero luego...

—¿Cuánto tiempo después sonó la alarma? —anticipó Olympe.

—Unas... ¿dos horas, quizás? —En ese momento, Bérénice entendió por dónde venía la pelinegra y la miró con desconfianza—. ¿Por qué, Debi?

—Piensa lo peor —dijo Olympe, echando el cuerpo hacia adelante.

—¿Y qué es lo peor? —preguntó Bere en tono de desafío.

—Tú se lo hiciste, Bere...

En ese momento, hubo un silencio tétrico. Durante segundos que parecieron eternos, las dos mujeres no hicieron otra cosa que mirarse fijamente. Toda la tensión se concentraba en los ojos de Bérénice, que se veían más oscuros que de costumbre en medio de su semblante sombrío; una tensión que atravesaba la pantalla hasta alcanzar a Ivan, que había tragado grueso, pues solo él sabía que nada tenía que ver la noble enfermera en la barbarie que él había cometido. Nuevamente, el Ivan humano se disponía a discutir con el agente Leranov, hasta que la voz entrecortada de Bérénice los interrumpió.

—No me jodas, Olympe...

Tras decir eso último, Bérénice echó hacia atrás su silla, se puso de pie y se puso a caminar con paso muy lento por la sala de estar, llevándose el índice y el pulgar al entrecejo, como si así mantuviese engatillada la furia que acababa de tensar todos sus músculos. Olympe observaba atenta, haciendo evidentes esfuerzos por mantener la calma. Ya el hecho de que su amiga la llamase por su nombre de pila significaba peligro.

—Bere, antes de que me odies...

—Me estás diciendo... —Volteó a mirar a la pelinegra, quien también se había puesto de pie—. Me estás diciendo que la única maldita cosa que se supone que hago bien...

—Bere... —Olympe se acercó y se dispuso a tomarla de los hombros en señal de apoyo—. Es una posibilidad que hay que aceptar. Yo...

—No me toques, por favor... —Bérénice interpuso las manos entre ella y Olympe, quien se detuvo en el acto. Bérénice apretó sus puños y se alejó un par de pasos de su amiga—. No puedo aceptarlo... —La tristeza se hizo presente en la voz de la rubia—. No después de todo lo que me costó recuperarlos... Simplemente... No puedo...

Olympe profirió un hondo suspiro y pensó por unos segundos.

—Hagamos algo, una prueba rápida... —Dicho esto, se alejó rápidamente y tomó la silla metálica donde antes estaba sentada, colocándola frente a la rubia.

—¿Qué haces? —La tensión parecía comenzar a apaciguarse poco a poco en Bérénice a medida que la curiosidad se abría paso.

—Algo sencillo —dijo Olympe, situándose a un lado de su amiga—. Haz levitar la silla.

Bérénice miró a Olympe, dudosa.

—¿Estás segura?

—Solo hazlo...

Del otro lado de la pantalla, Ivan permanecía atento, rígido cual estatua mientras veía como la rubia extendía su mano abierta hacia la silla. Observó expectante por varios segundos que se volvieron minutos en los que Bérénice no hizo otra cosa que respirar profundo con los ojos cerrados. De repente, sus ojos se abrieron y algo había cambiado: sus globos oculares se habían vuelto completamente negros, y en la palma de sus manos y por encima de su escote, aparecieron súbitamente unas extrañas marcas negras. Casi involuntariamente, Ivan contuvo la respiración cuando la silla que estaba frente a la rubia se fue alzando poco a poco del suelo hasta casi tocar el techo del apartamento.

—Bien, muy bien. —Se escuchó la voz de Olympe—. Ahora intenta moverla.

Bérénice hizo un movimiento armónico con su mano derecha y la silla comenzó a dar vueltas por los aires con la misma velocidad con que ella movía su mano. La respiración de Ivan se agitó por el miedo, y al mismo tiempo, por la admiración que le producía aquel pequeño espectáculo.

Así transcurrieron varios minutos en los que Bérénice parecía cada vez más tranquila y confiada haciendo que la silla bailoteara por encima de su cabeza. Sin embargo, de un momento a otro la rubia comenzó a tambalearse y con ella, los movimientos de la silla se hicieron cada vez más erráticos, así hasta que Bérénice se llevó las manos a la cabeza y la silla acabó estampándose contra el suelo, haciendo estruendosos ruidos metálicos. Olympe no tardó en sujetar a su amiga para evitar que se desplomara.

—¡Bere! —La abrazó con suavidad hasta percibir que podía tenerse en pie por sí misma—. Bere, mírame, ¿estás bien?

Ella tardó en contestar.

—Sí... —Jadeó como si estuviera muy agotada—. Es solo que... No sé... Creo que me he mareado...

—Sí, no es la primera que pasa, por eso...

—¿Por qué? —gimió Bérénice, con profunda aflicción— ¿Por qué tiene que ser tan difícil?

—Bere, escúchame. —Olympe la tomó de los hombros, esta vez sin que opusiera resistencia—. Obviamente puedo estar equivocada, pero así como pierdes el control intentando mover objetos, puedes perderlo utilizando tus poderes curativos. A mí me pasa todo el tiempo con... ya sabes...

—No me puede pasar, Debi... —Bérénice negó con la cabeza—. ¡No cuando se trata de salvar vidas!

—Tranquila, ¿sí? —dijo, sonriendo cariñosamente, soltando sus hombros—. Para eso comenzaremos a entrenar desde hoy.

Finalmente, Bérénice asintió, entendiendo la importancia de lo que estaban a punto de hacer. Mientras tanto, Ivan sentía la adrenalina recorriendo todo su cuerpo, intentando mentalizarse con que si lo que había visto hasta ahora era impresionante, debía prepararse para presenciar lo imposible.

—¿Y entonces? ¿A dónde iremos? —preguntó Bérénice, ahora sonriente.

Olympe mostró una sonrisa confiada, dando entender que ya tenía todo planeado. A continuación, volvió a materializar una llamarada en su mano derecha, justo antes de sentenciar:

—A un lugar donde hasta el fuego puede ocultarse...

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